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Ian se quedó observando cómo el fuego consumía la mansión en la que una vez vivió hasta que no quedó nada que quemar. Los sirvientes con los que él no tenía asuntos pendientes habían escapado, él les permitió huir ya que no tenían nada contra él o su madre. Pero él estaba lejos de terminar, pues quedaba una persona más a la que debía matar, que era Arrah, la misma doncella que había causado la muerte de su madre.
Ian voló por el cielo mientras el Infierno se sumía en un caos repentino por el nacimiento súbito de un nuevo demonio que había causado estragos sin que nadie se diera cuenta. —¡Encuentren a ese demonio! ¡Tenemos que devolver a ese imbécil a su lugar! —ordenó el jefe del ejército de demonios mientras Satanás entrecerraba los ojos al oírlo de sus subordinados sobre el nacimiento de otro demonio.
—Caleb, él lo ha hecho —susurró Satanás para sí mismo.