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La misma noche que Ian había dejado la casa de la Dama Verónica, regresó a la antigua mansión en la que había vivido hace un año, la misma casa en la que su madre había entrado, y la misma casa que se convirtió en el punto de inflexión hacia el infierno para ella.
Ian, que había pasado el día mayormente vagando por la mansión, conocía el camino por el cual podía colarse sin ser descubierto por nadie. Al entrar, la furia en su corazón se desbordó. Con la oportunidad que ahora tenía en sus manos, donde podía entrar en la mansión y la habitación de aquellos que habían matado a su madre, su mente le decía que se moviera, que matara, pero se contuvo porque sabía que incluso si lograra entrar en la habitación de Sarah y su padre, no sería capaz de matarlos. No en el estado en el que se encontraba, herido y débil.
Necesitaba poder.
Ian apretó fuertemente su puño y se advirtió a sí mismo una y otra vez de su propósito esa noche para que su furia no lo arrastrara.