—Cuando Íleo y Anastasia salieron de la habitación, oyeron a Iona riendo detrás de ellos —Anastasia le dio un codazo en el pecho cuando él regresó a su habitación con su mano extendida sobre las caderas—. ¿Qué? —preguntó inocentemente—. Necesito tu ayuda. Das un hermoso baño de cabeza. ¿En qué estabas pensando, mente sucia?
—Ella le lanzó una mirada oscura—. ¿Mente sucia? ¿Estás seguro de que solo necesitas un baño de cabeza, hombre priápico? —comentó.
—No era tan priápico hasta que te conocí, amor —afirmó como si fuera un hecho.
—Ella negó con la cabeza—. Dioses. Incluso admitió que era priápico. Qué descaro. —¡Ay! —chilló cuando de repente se encontró contra su pecho. Él la había recogido en sus brazos y antes de que pudiera protestar, sus labios se estrellaron contra los de ella. Rozó con sus colmillos y ella se abrió y luego solo eran dientes y lengua y labios y boca. Gimió en su boca. Cuando se alejó, ella miró dentro de sus llamas gemelas doradas y dijo: