—Reth... lo siento. Nunca —dijo Elia.
—¡Nunca pensaste! —gruñó él, paseándose por el suelo frente a ella—. Nunca consideraste el impacto en los demás si tus planes fueran superados por alguien con malas intenciones. ¡Nunca consideraste que eres valiosa y como tal, debes ser protegida! Simplemente corrías ciegamente a hacer lo que te placía.
—¡Ahora, espera un segundo! —exclamó ella.
Él se volvió para enfrentarla—. No esperaré. Has hecho tus elecciones, Elia, y me has dejado al descubierto, así que escucharás.
—¿Dejarte al descubierto? —preguntó ellas con confusión.
—Revelas mi debilidad, ¡me haces débil! Me obligas a admitir... ¡a admitir mi traición! —declaró él con exasperación.
Su rostro se crispó y ella dio un paso hacia él—. Reth, ¿de qué estás hablando? —inquirió Elia, preocupada.
—Hablo del hecho de que eres la persona más importante de mi vida y ni siquiera me ayudas a mantenerte a salvo para que mi traición a mi pueblo nunca sea descubierta —siseó.