Yang Feng frotaba círculos en su cara. Era un hábito suyo que le ayudaba a calmarse. Miraba fijamente a sus ojos que eran gloriosos como el oro y tan anormalmente brillantes que se preguntaba cómo lograba sellar las estrellas dentro de ellos.
Quería decirle la verdad. Tenía que contárselo ahora por miedo a que alguien más lo hiciera.
—Le dije a mi abuelo que la única razón por la que estoy contigo es por tu fortuna y conexiones —añadió rápidamente—. Pero no te enojes. También le dije que planeaba tenerte como mi esposa. Imaginarla con un vestido de novia provocó que una sonrisa sincera se formara en su rostro. Ella se vería tan hermosa, más de lo que ya era.
—Tuve que decirle una mentira, si no, él encontraría formas de deshacerse de ti. Si se entera de que he vacilado, de que el corazón de piedra que me ha inculcado se ha quebrado, habrá un objetivo sobre tu cabeza —su suave expresión se oscureció al ser eclipsada por la indignación.