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Cuando Samantha salió de la ducha, cubierta solo con una enorme toalla, encontró a Adrienne y Myrtle esperándola en la pequeña sala de estar. Adrienne le hizo un gesto para que se sentara a su lado, lo cual Samantha cumplió fácilmente. Se estremeció cuando Adrienne de repente le sostuvo el brazo desnudo y lo examinó detenidamente.
Le daba vergüenza mostrar las cicatrices descoloridas y los nuevos moretones en su cuerpo, pero Samantha sabía que era inútil ocultárselos ya que ellas ya habían visto lo que sus compañeros de clase le hacían. Había quemaduras de cigarrillo en sus brazos que apenas se habían curado. Algunos arañazos todavía visibles provenían de los alfileres afilados que sus compañeros usaban en su piel.
—Debería haberlos golpeado más si hubiera sabido el alcance de tus heridas —dijo Adrienne—. Haré que paguen por hacerte esto.