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Una vez que Dante se desvistió por completo, Anastasia se posicionó para sentarse de rodillas y se unió a él en la dulce calidez que había llegado a conocer y que había crecido gustándole. Amaba a este hombre con todo su corazón y voluntariamente se entregaba por completo a él.
Una y otra vez, Dante le había demostrado que era digno de su confianza y amor, curando los pequeños golpes que se habían formado entre ellos en el pasado.
—Mi hermoso conejo —Dante susurró, sintiéndola encajar perfectamente en sus brazos. Nunca había imaginado que sería bendecido con tanta felicidad, y ahora que la tenía en su poder, quería protegerla a toda costa.
La lengua de Dante se deslizó dentro de su boca, saboreando la dulzura, y en respuesta, ella se abrió como una flor floreciendo en sus manos. Sintiendo cómo su corazón se aceleraba, profundizó el beso.