—Se suponía que fueras una líder, mi hija —susurró Azul en mi oído desde atrás—. Nadie te cambió, nadie te formó. Nadie te hizo dar el paso. Eres tú. Todo eres tú.
—Sí… —murmuré—. Todo soy yo.
—Así es, mi hija. Te das cuenta ahora —dijo, poniendo sus manos en mis hombros—. Todo eres tú. Naciste líder.
—No, no nací líder. Tampoco nací seguidora. Nací para ser lo que quisiera ser.
—Sí, Padre…
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Una persona como yo, que mentalmente era tan débil, cambiaría bastante rápido si entrara en contacto con algo que trajera recuerdos. Si fuera la yo de antes, habría cambiado así, justo como esto.
Pero ahora era diferente.
—Azul no necesita necesariamente saber eso, ¿verdad?
—Mi hija, cuanto antes nos demos cuenta de la verdad, mejor —dijo en un murmullo bajo—. Pero nunca es demasiado tarde. Es tarde para aquellos que están atados por el final, el destino; pero no para nosotros, que no podemos estar atados por nada. Ningún destino, ningún final, nada. Solo determinación y elección.