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42.85% Tras el rastro del maestro / Chapter 6: El encuentro V. Todo comienza a volverse extraño y difuso

Capítulo 6: El encuentro V. Todo comienza a volverse extraño y difuso

La luz entra en pequeños fragmentos por la ventana anunciando un nuevo día en Lisboa. Un pájaro se posa por el fierro de la baranda y comienza a cantar. El día va tornándose de color gris. No es tan agradable para la psiquis humana. El sol tiene el poder psicológico de modificar el estado de ánimo de las personas. En este instante, mi cuerpo sigue en fase de letargo, y continúo durmiendo sin importar lo que ocurra alrededor.

Una pizca mínima de luz va entrando de a poco; da en mi cara un golpeteo reluciente, pero no hago caso. Sigo a pie con ronquidos de quien está vencido por una noche agitada de juerga. El pájaro sigue su canto como el gallo de la mañana, otro colega de la misma especie. Este se posa, y con ánimo emprende el concierto matinal.

Algunos seres no se dan cuenta de que otros seres descansan y dan rienda suelta a su placer de comunicarse como si nada. Como si no importara. Y la verdad es que quisiera a veces ser un ave de este tipo. Despreocupada de la vida y solo remitiéndome a cantar en lapsos del día, buscar alimento, una compañera, y un nido donde criar a los hijos, tener relaciones. En un árbol alto como edificio de los Estados Unidos.

Ellos sí que están fuera de la noción de los problemas. Pero ahora que lo pienso tal vez tengan sus dramas e inquietudes. Tener el cuidado de que un gato no los ataque, que sus huevos no se caigan del nido, que su pareja no los abandone; tal vez emigrar a un mejor sitio donde formar nuevamente todo ese círculo de vida que mencioné.

Ellos mientras siguen con sus cantos. Y la luz candente cada vez se hace más poderosa hasta el punto de despertarme de golpe.

Doy un salto de la cama, y abro los ojos de repente como fuera de toda noción de la realidad. Llevo mis manos a ellos, y me froto con ambas, para aclarar el sentido visual y quitar cualquier jugo aferrado a las retinas. Luego me quedo observando adelante a la nada. Mi cabeza explota producto del alcohol. Y siento el canto de los pájaros como taladro. Ahora no son dos, se sumaron tres más y son un coro de cinco aves tocando en un concierto de tenores para mí. Soy un privilegiado al tener un recital en vivo en mi cuarto en la ventana del hotel.

Tomo el reloj de pulsera, no tengo idea del horario. Al mirar veo que son las 11 de la mañana. Llegué a las 4 de la mañana, y he dormido todo lo que podría dormir un ser humano. Confieso que me agradaría seguir, pero mi día se

acortaría, y no sería prudente si quiero seguir mi investigación, aunque hasta que don José no me llame no podré hacer nada en absoluto.

El coro de cantores sigue su rumbo, se cansaron de dar el concierto, y ahora van a otra ventana a verificar si alguien está durmiendo para despertarlo. Quizás esa persona o personas puedan apreciar mejor que yo ese jolgorio musical que ellas expresan. Hoy mi cabeza, producto de la resaca, no es más que una bomba de tiempo.

Sigo inmóvil mirando un punto fijo, la nada. Despeinado totalmente, parte de mi calvicie, junto al pelo de carácter graso, dan una performance triste de mi persona, que junto a mis patillas de orden federal llamarían la atención de quienes pensasen que tienen un hippie indigente. También el olor de mi anatomía expresa la orden marcial de que debo darme un baño con suma urgencia. No obstante, no tengo fuerzas, sigo con ese punto fijo. Pensando en la nada misma, nada de nada, y para nada.

Me vuelco nuevamente ante los brazos de Morfeo, y me tapo con las sábanas. Quiero seguir durmiendo nuevamente, preciso descansar, y aprovechando que mis amigos cantores a capela no están, puedo volver a mi empresa dominada por el dios Hipnos, dios griego de los sueños que me llama para el rito de relajación, suerte de descanso, un tiempo más, antes de comenzar un día tarde en Lisboa.

Al correr mi cuerpo de un costado en la cama, me quedo ahora observando la mesa de luz, y el velador que con ella comparten, y son parte de mi cuarto, miro un momento, y doy la vuelta, y ahora solo veo del otro lado una estufa vieja de hace muchos años. No me había percatado que el hotel es un edificio de fachadas antiguas, y es que uno cuando comienza a rever cada parte de un lugar determinado, este cuarto como también la formación de las escaleras, paredes, ascensor, averigua qué tipo de arquitectura suele tener un edificio.

Aquí a partir de la estufa vetusta me di cuenta. Puede que también por el hecho de estar tirado en una cama sin querer tener voluntad de levantarme e ir al baño para darme una ducha y quitarme el sabor candente de la noche para volver a tener un cuerpo limpio al estilo griego. Puro para poder arrancar y volver a complementarlo nuevamente con sapiencias, alimentos, alcohol, sexo, ruidos auditivos, visuales, y todo lo que sea posible y al otro día nuevamente volver a darme la ducha y limpiarlo de toda contaminación y así sucesivamente por el resto de los días.

Dejo de observar la estufa, como también el contorno de las paredes, ya es hora de salir de la cama. Listo, ahora solo veo el techo y me digo es hora de arrancar. Me incorporo nuevamente sentándome en la cama, me paro. Todo parece un

proyecto para armar, como si estuviera emprendiendo una empresa de construcción y cada parte de mí va ingresando. Las piernas, luego los brazos, y la cabeza manda a partir del cerebro que da órdenes. Cada pieza viene a mí.

Me paro, y voy al baño, prendo la luz. En la ventana se escucha nuevamente el

coro de amigos cantores que están decididos a no dejarme en paz hasta que no los aplauda. Ahora son tres, otros dos, a lo mejor fueron a formar parte de un dueto ante alguna discusión. Las bandas no duran toda la vida. Lo sé con seguridad de bandas como The Beatles, The Kings, The Zombis y tantas de la invasión inglesa que llega un momento que se cansan de tanto éxito y de convivir. El humano no está hecho para convivir constantemente en su naturaleza. Y será motivo por el cual también que sube la tasa de divorcios. Qué digo divorcios, ¿música? Debería ir a ducharme de una vez y dejar de pensar boberías.

Abro la ducha. Sale con fuerza el agua, y caliente, regulo con la fría hasta dar con su punto exacto. Me incorporo unos 10 minutos. Aquí en el Viejo Continente no es como en Sudamérica. El agua escasea, por lo que no podemos estar mucho tiempo en la ducha. Diez minutos son suficientes para asear mi cuerpo.

Cierro la perilla de las canillas respectivas, y salgo, tomo la toalla y seco cada parte de mi cuerpo. El cerebro, con dolor de cabeza ahora menor, ordena que me peine el poco pelo más las patillas. Afeitarme los contornos de las facciones de mi rostro para emparejarlos, de manera que no parezca un guerrero celta desquiciado.

De a poco me voy poniendo mi ropa. Calzones, medias, pantalón largo de jean, unas zapatillas cómodas y una camisa de mangas largas de color celeste.

Los amigos siguen con sus coplas. Los veo, y me acerco a ellos, pero se asustan. Claro está que ningún ave confía en los humanos. Y vuelvan a los lejos, ahora se los ve a los tres levantar por los aires su tonada hasta dar muy lejos al palacio del castillo de Sao Jorge. Hermosa vista de Lisboa. Eso es lo que tiene esta ciudad. Una belleza inconmensurable. Un sinfín de casas junto a edificios y cada fachada una historia que contar.

Qué dirá la señora que está allá lejos limpiando las ventanas. Seguro que se levanta todas las mañanas a hacerlo, o el pescador que se encuentra lejos de la rambla del Tajo que va transitando tranquilo con su carruaje y el pescado de fresco. Echando alaridos de venta. Cada uno tiene su historia, me digo a mí mismo.

Dejo la vista de la ventana que da a la ciudad y con ella el Tajo apacible que me

invita a despertar y seguir en una sola dirección. La cierro, y corro las cortinas. Ahora la habitación es pura noche y me tienta seguir durmiendo un poco más de lo debido, pero son casi 12:30 del mediodía. No habrá desayuno, sino almuerzo posible. O tal vez un vaso de leche, y alguna rodaja de pan, con mermelada. No lo sabemos.

Cierro la habitación ya dispuesto a salir con un bostezo largo y cronometrado de esas personas soñolientas que estiran su cuerpo desde la médula hasta el fondo. Desciendo de a poco las escaleras al llegar al hall central, saludo a una pareja de extranjeros. Tez rubia, cara plana, ojos claros. Con un poco de inglés cumplimento con un buen día, y ellos me responden. Una plática corta. De dónde son y si están de vacaciones. Irlanda, Dublín; vacaciones por Lisboa, Oporto, Coímbra y luego por la tierra española, Barcelona. Asiento, les comento que también estoy de vacaciones. La Argentina, Buenos Aires. Ellos sonríen. Adoran a los sudamericanos. Me hablan de que conocen la Argentina y quedaron maravillados, cuando visitaron Buenos Aires, Tandil y otros lugares del país como Trelew y Ushuaia. Les comento que al ser un país grande tienen mucho más para visitar. Ya la mística de Buenos Aires puede que lleve un mes, y un poco más por todo lo que la ciudad encierra.

Me invitan a que un día viaje a la isla esmeralda. Así es como llaman a Irlanda. A Dublín, y los condados aledaños. Les agradezco la invitación, y me despido. Con certeza nos volveremos a ver.

Saludo al encargado que siempre por la mañana está ahí firme y listo para recibir y despedir a las personas que habitan el hotel.

El encargado antes de abrir la puerta de salida del hotel me llama:

–¡Señor César! Señor César. Me doy vuelta y me dirijo a él:

–Sí, dígame.

–Ha recibido un llamado de José, el alfarero. Dice que tiene sus jarrones listos. En el puesto de ginjinha a la tarde desde las cuatro. Ahí sí que se ponen con una borrachera buena, ¿no? A esta hora no es bueno tomar mucho, ja, ja.

Jarrones, ¿puesto de ginjinha? Enseguida entre en razón. La carta y el bar. A don José, como comunista que es, un llamado lo llevaría a generar sospechas raras, si es que la policía está tras de él, a pesar de ser libre en una ciudad. Cierto es que lo mantienen en una vigilancia como a todos los del partido rojo. Por lo tanto, no pueden y tienen prohibido reunirse. Solo cuando las circunstancias ayudan se reúnen en alguna casa para leer tal vez el manifiesto y proponer nuevas ideas. Anda de aquí para allá a veces escondiéndose. Aparece poco y no genera

sospechas. Aunque debo decir que aquí las dictaduras se manejan con cierta tranquilidad comparadas con las de Sudamérica. La verdad es que don José ya se había inmiscuido en muchos disturbios, por lo que no quería ganarse el papel de un ostracismo. Amaba mucho esta tierra para dejarla porque sus ideas no coincidían con el régimen.

–Sí, tenga presente que los alfareros aquí son muy buenos. –El encargado me guiña el ojo.

–Claro. –Ese guiño lo sentí como si el encargado también supiera de don José, aunque en su fuero interno no quisiera mencionarlo.

En definitiva, era como Raimundo Silva me había dicho: todos son amigos y todos se protegen de alguna manera u otra.

–Sabe, señor César, aquí nos destacamos mucho por el vino. El día que abandone el hotel no se olvide de comprar alguna botella de vino, ya que llevará alguna pieza de cerámica.

–Cierto, cómo no llevar. Allá también tenemos muy buenos vinos. Pero aquí es especial.

–El vino es como un néctar. Los griegos tomaban el vino como síntoma a los fines de evitar las enfermedades. En esos tiempos el agua estaba contaminada y el vino era la solución para matar bacterias y agentes patógenos. El vino ha cumplido con muchos designios. El héroe Odiseo emborrachó con vino al gigante cíclope y gracias a eso pudieron huir de sus garras. El vino en la Antigüedad era mucho más espeso y fuerte en alcohol. Todas las culturas han alabado el vino. Los bárbaros celtas, los romanos y hasta en la Edad Media con la sangre de nuestro señor Jesús, aquel que transformara el agua en vino.

–Sabe mucho de la actividad vinícola.

–Solo lo preciso. Nada más y nada menos.

En ese tiempo sentí la necesidad de hablar un poco con el encargado del hotel. Que hasta el momento no me parecía una persona interesante, sino alguien más dedicado a su trabajo de recibir y despedir a la gente que entra y sale. Me pregunto qué mundo encierra esta persona. Lo cierto es que en tiempos violentos no se debe confiar demasiado en la gente, la confianza es un voto sagrado que se da ante la buena fe de las personas. Pero hasta qué punto se puede confiar en alguien, si no te hablan con el corazón y te dicen confía en mí.

Todos terminamos fallando a los demás y al mismo tiempo nos fallamos a nosotros mismos, por eso la confianza se ha vuelto un papel difícil de escribir con ese lápiz de la sinceridad.

Uno siente en su fuero interno que debe abrirse y luego lo defraudan. El

corazón se destroza y se vuelve a recuperar, no como el hígado de forma biológica, sino de manera sentimental y entonces estamos a la carga nuevamente, ya sea por amor, sentimiento, atracción y todas esas sensaciones y emociones que se guardan en su interior.

–Totalmente, tengo amigos que ofrecen muy buen brebaje a precios módicos.

–Perfecto, lo tendré en cuenta

–¿Y qué le parece Lisboa?

–La verdad es que la siento como un lugar especial. Es magnífica y al mismo tiempo misteriosa.

–Es que Lisboa tiene ese significado de ser una tierra de contratiempos, ficciones y apariciones de todo tipo.

–¿Apariciones?

–Sí, vea usted. Se dice que los muertos no descansan y vibran en la soledad de la tierra vagabundeando como si nada importara y de tanto vagabundear se pierden en la nada sin poder descansar. La realidad es que un anima nunca descansa si se va de este mundo con la tristeza de no cumplir su designio. La misión para la cual ha llegado. Todos estamos aquí por algo en especial.

–Habla con mucha sabiduría. Y disculpe por el atrevimiento, a pesar de ser un encargado de llaves de tiempo completo en un hotel.

El encargado se echó a reír. Y me miró con gracia.

–Señor Cesar. No todo es lo que parece en este planeta – replico aquel hombre del mostrador que resguarda las llaves de las habitaciones–. Le dije que esto puede ser una ficción. La muchacha de allá, ¿la ve? De tez morena.

–Sí, es la mujer que se encarga de la limpieza.

–En efecto. Y luego es cantante en un bar. Cantante de música jazz norteamericana.

–Increíble y no parece.

–Nada es lo que parece en la realidad que se vive hoy.

–¿Y usted?

–¿Qué parezco?

–No sé, dígame usted.

–A simple vista usted ve a un encargado de llaves. Hola, buen día, adiós, buenas tardes y nada más. Soy astrólogo. Y conozco bien a qué ha llegado aquí.

–Increíble. ¿Usted es astrólogo?

–Claro, un regalo que conservo de familia. Mi nombre es Raphael Baldaya. Astrólogo de familia, como profesión. Algunas veces adivino. Y encargado de llaves también para tener un ingreso para subsistir al sistema.

–Si usted ve a la pareja de irlandeses con las cuales interactuó. La mujer es teosofista. Un sistema de filosofía india. Su nombre es Anne Bessaunt. Ella y su marido están aquí para investigar algunos fenómenos como usted. Ellos hablan de vacaciones, no los culpo.

–¿Pero cómo sabe usted tanto?

–Mi amigo. Si me ocupo de averiguar quién es usted y quiénes son ellos. No es por curioso, sino porque en el mundo donde pertenezco las imágenes y apariciones no son casualidad, todo llega por alguna razón. Hasta puedo atreverme a decirle y mencionar sin escrúpulos que nuestra existencia conlleva objetivos y con ese acarreo, seres como si nuestro destino estuviera marcado para con esas personas que aparecen de la nada, nos dejan algo y se van con algo. Nadie viene a su vida por casualidad y nadie sale de la misma manera. Usted hoy está en Portugal en 1968, no antes ni después. Está por algo, llegó al hotel por algo, conoció a la gente que conoció por algo. Una razón, un motivo que nos vincula a todos de forma cósmica. Nos une un lazo. César, Flor, don José, Raimundo, Anne y otros que aparecerán. Lo que quiero argumentarle con veracidad del asunto es que todos nosotros pasamos nuestra subsistencia procurando piezas, piedras si le parece mejor, y algunos se van como los fantasmas que le mencioné sin éxito en esa búsqueda. Una desgracia. Y desgracia es la que ha sufrido el poeta Pessoa, una persona a la que usted está con tanto ímpetu tratando de hallar junto al famoso poema.

–¿Pero cómo es que usted sabe tanto?

–Le dije soy astrólogo y percibo también. Sea por don de Dios o no las imágenes vienen de personas y etapas. Solo que son vagas y entonces con información externa puedo vislumbrar. ¿Alguna vez ha tratado con un médium?

¿O una especie de adivino? Seguro que no. Entonces será difícil comprender.

–Es verdad, busco al tal Pessoa.

–El alfarero lo ayudará, hay buenas noticias de la carta.

–¿Y usted también está aquí por las mismas razones? ¿Va a ayudarme?

–Yo solo soy un nexo, mi amigo. Un nexo que tiene que abrirle los ojos y por alguna de esas circunstancias ayudarlo también a que su camino se convierta en algo un poco simple, fuera de tantos desvíos.

–Colaboró para despistar al policía la otra vez, ¿no?

–Bueno, se podría decir que sí. Calme su vibra. El hombre venía dispuesto a llevarlo al destacamento. Y convencí con algunas palabras de que solo chequeara sus datos. Es increíble lo que las palabras y la vibra positiva pueden hacer, ¿no lo cree así?

–Cierto, muy cierto y debo agradecerle.

–De nada. Aquí somos todos amigos. ¿Sabe? También estuve intrigado por el poeta. Aunque jamás pude saber dónde está, pero las pistas que llevan pueden dar con el lugar cierto. Solo que falta algo más. Un cierto poder, una creencia inmaculada de su existencia.

–No lo entiendo.

–La fe, señor, la fe. A través de la fe se prueba el valor. Y depende de que uno que quiera probar su valor –replicó Raphael–. Sin fe, solo es un ente sin ambiciones, ni objetivos. Una calle más, una noche más.

–Pero la fe solo encierra una creencia débil del pensamiento. Por más que uno quiera que ella se cumpla. ¿Usted cree que se cumplirá?

–La fe, señor, es única –objetó el astrólogo. La fe es partidaria de nuestros deseos; mueve montañas, no lo olvide. La fe cura enfermedades. Abre puertas de lo imposible. Llega hasta los confines del universo y a veces besa a una mujer en medio de la oscuridad. Tener fe es un poder que solo algunos pueden ver con el corazón (señaló al centro de mi músculo bombeador de sangre) y ellos son los privilegiados. Es como decirle que usted desea esa llave (y ahora apunta a un armario hueco de infinidad de objetos en el cual hay una llave) con todas sus fuerzas, pero lo ve como algo inalcanzable, entonces pone todo su empeño y parece que no lo puede lograr, ahí aparece la fe para reforzar esa esperanza. Y como sin querer, un día logra tomar esa llave. Logra curarse. Bienaventurados ellos que la ven.

–Estoy como desconcertado con esas palabras. Todo me parece muy extraño, señor Raphael Baldaya.

–Es que este mundo es extraño. Siempre llueve, siempre hace calor o frío, las montañas se mueven, los mares rugen, los cielos explotan y nosotros giramos alrededor de un círculo interminable de preguntas sin respuesta. Tenemos curiosidad. Sí, si no qué nos quedaría a nosotros los mortales más que la rutina de vivir un día a día sin emociones.

–Y piensa que esto llegará a una buena conclusión? Conseguiré a los resultados deseados?

–No puedo decirle más. Como le dije las imágenes son vagas. Solo puedo servirle de nexo y darle la información precisa de algunos datos. Pero todo es muy vago hasta el punto de no ser certero lo que ocurra. Todos tenemos un destino marcado, que puede a veces modificarse, pero si uno sigue una línea fija sobre ese destino, este se encargará de formar la realidad que usted desea, con las personas que desea. No sabe aún qué son las que desea. Ellas aparecerán para

marcar ese camino que usted transita. Como le mencioné las almas no se encuentran por casualidad. Hay una razón especial para cada uno de nosotros que somos seres conectados para momentos determinados. Y como le dije usted hoy está en Portugal en 1968, en Lisboa, no está ni en Argelia, ni en España, ni en la Argentina. Está aquí.

–¿Entonces usted tenía que aparecer como esa tal Anne y su marido venidos de Irlanda? ¿Como don José?

–Totalmente. Y todavía esta historia no termina. Salvo que usted la termine si su mente cambia de parecer, en otra locura. Porque todos estamos locos y gracias a eso podemos mantenernos en el planeta. Pero como le dije su destino hoy está marcado, por eso que siente y anhela que no es solo el tal Pessoa, y su poema. Algo más hay allí en su cabeza y el destino se encargará de llevarlo a él. Usted solo siga su instinto. El sueño de su mente al que quiere llegar.

El encargado Raphael me mira fijo y observa a otra persona y la saluda. Una persona que va a las calles a hacer tal vez una compra. Que va a recorrer. Él sabe todo, o parece que lo sabe, es el adivino. Un hombre simpático lleno de elementos desconocidos en sí.

–Señor César, perdone. Es que mi trabajo me demanda que interrumpa nuestra charla. Lo que debe hacer en este momento es ir a ver a su amigo el alfarero. A ver si aquel jarrón tiene respuesta a lo que buscan. Trataré de ayudarlo en lo que sea. Solo una cosa por mencionar. Tenga los ojos bien abiertos, hay quienes lo observan y vigilan. Cuidado. Cuidado con los policías y los agentes de Salazar, en estos tiempos difíciles pueden ocurrir muchas desdichas. Estamos en la era de la Guerra Fría y muchos juegan a distintos tipos de juego. Algunos a policías y ladrones, otros a arqueólogos, aventureros y otros a espías y detectives. Y supongo que algo de eso tenemos aquí dando vueltas por la ciudad de Lisboa. Sepa diferenciar entre el bien y el mal. No todo lo bueno resulta bueno y no todo lo malo resulta malo. A lo mejor las pistas están de quienes menos pensamos. Vaya con seguridad de sí mismo.

Asiento con la mirada con el movimiento de mi cabeza en un sí rotundo como agradecido por el consejo del encargado adivino. El encargado de llaves, astrólogo, y médium. Del cuidado tal vez será por aquel hombre que vigila en el anonimato.

–¡Gracias, señor! Tendré presente todo lo que expresó para mí.

–Vaya, mi buen amigo, y suerte. Recuerde que todos somos amigos, y nadie aparece por casualidad. Vaya con Dios. ¡Ah, por cierto!, algo que olvidaba. Pase

si puede por la Rua Garret, hasta el largo de Duas igrejas, siempre es bueno dar un rezo a nuestro señor, saludos.

–¿La Rua Garret? ¿Duas igrejas? Lo haré. ¡Muchas gracias!

Nos despedimos y me fui directamente hasta la puerta. La abrí y allí la Rua dos Camoes me aguardaba con el sol radiante. Visualicé al cielo y veía a los cinco pájaros cantando por los cielos. Hoy será un gran día.

Comencé ahora a caminar, rápido. Me había quedado pensando en lo que Raphael me dijo. Cuidado con la policía, cuidado con los agentes de Salazar. Era el hombre que hace unos días estaba siguiendo mis pasos. Tal vez era de la policía de Salazar. Así que no debía dar legajo de mi persona con sospechas. Me mimeticé en las personas que iban y venían en la calle, tomé la llegada que fuese acertada y rápida. Seguí y teniendo presente que todavía faltaba para mi encuentro con don José, me abrí hasta la rambla que da al Tajo. No había tanta gente para poder confundirme con ellos. Llegado al puerto me quedé observando los barcos y los bucaneros que su trabajo estaban haciendo. Retomé mi andar y continué hasta llegar a otro punto de la rambla.

En ese entonces parte del sol que asomaba en las nubes estaba dando un duro golpe, por las oleadas de rayos. Lisboa tiene climas raros por así decirlo. Puede que haga calor y de repente una lluvia terrible ataca la ciudad hasta convertirla en un río. A veces la temperatura baja de golpe y nadie entiende. El clima es que estará cambiando. Como nosotros. El clima cambia, conforme a los pedidos de la tierra para mejorar su existencia y evolucionar. Nosotros también. Algo así me dijo don Raphael. Solo que no sabemos si es para bien o para mal. Si evolucionamos o involucionamos. Si lo hacemos por nosotros como la tierra, o lo hacemos por otros. Se dice que la tierra lo hace por sí, por culpa de los seres que

la habitan, y nosotros puede que también mutemos, y nos transformemos para culpa de otros.

Es por eso por lo que el clima transmuta como de la nada misma. Y de una camiseta, un pantalón, a un saco o campera. Esperemos que el mundo no quiera seguir innovando con estas tertulias climáticas.

Sigo marchando como soldado, pero a fin de hacer el tiempo necesario para encontrarme con don José.

Por casualidad tropiezo con dos personas. Una pareja. Rubios, ojos claros. La pareja de irlandeses. Casualidad o no. Yo me encuentro con ellos, o ellos conmigo. Sigo cavilando aun lo que me dijo.

Me saludan y cumplimento a ellos.

–¿Cómo estás? ¡Tú eres el hombre del hotel! Un gusto.

–El gusto es mío. Están paseando un poco por la ciudad.

–Sí, deseamos conocer –me expresa el señor rubio alto.

–¿Cuáles son sus nombres?

–Oh, perdón, ¿no nos presentamos? Ni en aquel momento, ni ahora.

–Ella es Anne Bessaunt.

–¡Un gusto, señora!

–Y mi nombre es Thomas. Thomas Cross.

–Un gusto conocerlos. ¿Y están por vacaciones? –les pregunto. Aunque ya me lo habían dicho.

–Sí, nos gusta mucho la península ibérica. Soy periodista en Irlanda y quiero escribir un artículo sobre la literatura lusitana y española. Y su cultura literaria es muy rica. Soy oriundo de Inglaterra, de Londres. Y nos conocimos con Anne en un viaje a Dublín. Y determiné que la ciudad verde de magia y duendes era para mí. Esta resolución no fue muy aceptada por mi familia, pero así fue. Lejos, muy lejos de la corona monárquica de la reina.

–¿Y usted, señor? consulta Anne.

–¡Oh! Perdón, mi nombre es Armando César. De Buenos Aires, Argentina. Vengo de vacaciones.

–Vacaciones solamente, señor César.

–Anne, por favor no comiences con tus palabras esotéricas –objeta Thomas. – Discúlpela, ella es profesora de Filosofía y Teosofía.

–Teósofa, ¿puede explicarme? Disculpe mi ignorancia –les aclaro. Aunque Raphael ya algo me había anticipado.

–No, por favor, señor César. La teosofía es una ciencia que estudia el conocimiento y alcance a Dios sin llegar a la revelación divina. Usted puede llegar a través de la palabra, el conocimiento. Sus reglas son esotéricas y a pesar de ese fundamento se llega a la verdad.

–Entiendo. Es como un movimiento místico y religioso que usa la magia.

–No precisamente la magia. Sino que busca llegar al ser en otro sentido. La revelación de otras filosofías como la budista, religiones como el cristianismo, cábala judía, hinduismo, obras mesopotámicas. El mayor detractor y especialista

H. P. Blavatsky con su obra La doctrina secreta en ella encierra secretos del libro

de Dzyan. El motivo que nos trae a esta tierra y a España es que el movimiento es muy fuerte sobre todo en Barcelona, centro de las operaciones que estuvo a cargo de Ramón Maynade.

–Conozco un poco, no con profundidad el libro de Dzyan. El primer libro de la historia de hace millones de años, que nadie ha podido leer, del cual se dice que

hay una copia en el Tíbet en la ciudad secreta de Shambala. Y quien lo logro se volvió loco.

–Así es. Veo señor que sabe del asunto –me expresa Thomas asombrado.

–Soy historiador y aficionado a la literatura. Pero no ejerzo, ese solo es un pasatiempo para alentar un poco mi autoestima.

–No está nada mal, señor César –dice Anne y sigue comentándome–. Suelo trabajar con estas ciencias. Mire, le mostraré y de su cuello cuelga un collar con una medalla. Este es un símbolo de nuestra ciencia.

Al ver la medalla me doy cuenta de que tiene símbolos al estilo de la masonería, o los Iluminati, pero no tienen mucho que ver. Lo increíble es que la medalla en una parte superior tiene el símbolo de la esvástica del partido nazi. Fue lo más sorprendente.

–Señora, ¿se percató de que lleva el símbolo utilizado por el tercer Reich? –avisé con susto.

–Sí, Hitler lo utilizó para enarbolar su bandera. El Führer y su gente creían mucho en el mundo esotérico. Y este símbolo pertenece al hinduismo, budismo, otras culturas paganas. Personifica bienestar, como también a los cuatro elementos: agua, fuego, tierra y aire. Personifica el nacimiento y la muerte en la cultura celta. Para las culturas indoeuropeas, el sol y su poder. En mi país la rueda solar conocida como cruz de brigit para alejar el mal. También como aporte histórico. En 1917, tras la abdicación del zar Nicolás II, el gobierno provisional ruso diseñó billetes rublos que portaban la esvástica. Cabe destacar que este símbolo llegó a ser utilizado por los soldados zaristas en la Primera Guerra Mundial y por algunos soviéticos en la guerra civil rusa. La fuerza aérea finlandesa, la cultura mochica en Perú, los indígenas de Panamá y lo mismo en su país en una estación ferroviaria. Y bueno, el Tercer Reich que utilizaba la presente como movimiento de la raza aria. Los primeros que provenían de la India en nombre de la supremacía blanca. Pero como verá, señor César, nadie en el mundo sabe el significado y entonces la intolerancia se vuelca en afirmar que pertenece al partido nazi y nada más. Esto me obliga a guardar el medallón sin poder mostrarlo al mundo. Y solo así consigo evitar problemas.

–Es verdad lo que dice en mi país. Una estación ferroviaria del barrio de Retiro

lo tenía como símbolo. Supongo que cuestión de usos para el bienestar. Pero increíble lo que me cuenta.

–Es así, señor, –dice Thomas.

–De lo que le expuse, ahora entiende que este movimiento no es pequeño y el

esoterismo lleva años bifurcándose en busca de las respuestas. Como la del poeta Pessoa.

Tuve una reacción en cadena (los nervios atónitos) al mencionar Anne al poeta. Hasta el punto de que no dije nada. Y permanecí en silencio con la cabeza gacha.

–No se ponga nervioso, señor César –apunta Thomas.

–Claro, no se sorprenda por mencionar al tal Pessoa -alega ahora Anne con esa parsimonia de luz que poseen aquellos iluminados por la paz. Nosotros sabemos que usted está aquí por un motivo, como se lo exteriorizo el señor Raphael Baldaya, el encargado de llaves que todo lo sabe sin explayar. Tan enigmáticos son algunos adivinos. También estamos nosotros, y usted, pero nuestro paso es más efímero. Es diferente al de él, y al suyo, y al de aquel hombre que camina por las orillas del río. Sabía de alguna manera que usted llegaría en tal tiempo y con un objetivo delimitado. Ahora usted está en la ciudad por alguna razón. Y las distintas personas que encuentre en su camino se vinculan como una cadena.

–Encuadre en su persona que todo está unido y el destino como bien lo debe haber dicho Raphael figura señalizado conforme a las personas que usted cruce, en esta empresa que tiene en su cabeza. Nosotros si podemos dar alguna ayuda lo haremos –comenta con sinceridad Thomas.

Ahora sí, no podía quedarme callado escuchando.

–Sabe, siento que estoy cruzando un monte de personas a fin de llegar a una resolución.

–Es la resolución que usted quiere encontrar, señor César.

–Creí que eran una pareja que disfrutaba de sus vacaciones con suma felicidad.

–Los somos –replica Thomas– lo somos. Solo que venimos con el objetivo de dar la ayuda precisa. Luego continuaremos nuestra marcha a Barcelona. Ya le dije que soy periodista y ella, teósofa. Ambos curiosos. Y ayudarlo a usted en lo posible nos permite acercarnos más al tal Pessoa. Y de ser posible a mi artículo literario.

–¿Y por qué ustedes no lo buscan por sus propios medios? ¿Qué tengo? ¿Qué tiene mi persona?

–Su persona tiene la esencia justa, de un poeta como, digamos, Fernando Pessoa. Lo sabemos nosotros, lo sabe Raphael, y muchos otros. Ese espíritu de que encontrará lo que busca, a ese alguien. La seguridad proviene de usted. Y con ello siento en su ser que ha llegado quien deba ubicar a la leyenda que transita por las calles, a lo mejor se cruza algún fantasma de esos que tanto buscan muchos. Y la verdad que se encierra en él. –Las palabras de Anne son tan sinceras como su mirada y la mirada de Thomas.

–Ustedes son bastantes elocuentes en lo que me expresan. ¿Y si les digo que todo lo que me han dicho es la pura verdad? ¿Si por ejemplo estoy en la caza de un fantasma y de poemas? ¿Y de un loco suelto por aquí?

–Le creeríamos, porque esa esencia que transmite expone veracidad. Entienda que lo que le decimos parece fuera de contexto, de lo normal. Nada es normal aquí en el continente viejo. Solo que le diremos que el hombre al que busca en esa carta tiene una locura especial y deben descifrar en su mente adónde quiere llegar. Podemos decir como dato esencial que tiene sus manos en los bolsillos, y los hombros encogidos. Y en alguna iglesia él yace sentado mirando el universo con sus ojos color café, producto de su insania crónica y de su paganismo religioso. Los demás datos los tendrá de la carta que don José posee.

–Muchas gracias. Los veré pronto seguro, ¿no?

–Claro que nos verá. Este artículo no se puede escribir sin sus noticias –habló Thomas.

–Vaya, señor César, se le está haciendo un poco tarde para encontrarse con don José y por cierto algo más. Los milagros y las flores persisten siempre en el corazón. No deje que ese milagro se le escape –dice Anne.

–Gracias –me quedé un poco perplejo, todo era muy abstracto como un cuadro de Klee expresionista–. Gracias nuevamente y les dejo saludos a ambos por su tiempo y gratitud.

–Gracias a usted y un gusto conocerlo. Vamos, querida, quiero conocer el palacio.

–Vamos.

–Adiós.

–Adiós.

Dejo a la pareja con su hoja de ruta. Ahora todo se estaba volviendo más extraño. El encargado, la pareja de Irlanda. Todos contribuyendo a llegar al tal Pessoa. Al poeta. ¿Por qué ellos están tan interesados y a la vez desinteresados? Algo buscan, pero evitan hacer la empresa encargada. Yo también tengo mi hoja de ruta que me dice dónde José está aguardando con la carta. A partir de ahí verificar a quien debemos encontrar. Una persona que nos conducirá con el tal poeta. Anne me lo dijo: de hombros encogidos, manos en los bolsillos y con un estado mental terriblemente perturbado.

Anne también me dejó con qué pensar ante la palabra "milagros". Será por ella,

¿por aquella flor? Aquella florista a la cual me di a sus encantos y ella a los míos. Confieso que quiero verla, pero no sé cómo. Ella me pidió que no vuelva. Seguir juntos es solo un pie a la pérdida de nuestras vidas. No podemos seguir estando

tan lejos. Cada cual tiene su vida y su vida será realizada conforme la armamos.

¿Pero si la armamos nosotros? Hay posibilidad. Debo previamente resolver el asunto de Pessoa y el poema. Y luego veré a Milagros Das Flores. Porque ella es un milagro. Lo que no sé todavía es qué le diré y qué me responderá ella a la pregunta que formule porque todavía no tengo pregunta alguna y sin pregunta no hay respuesta. Y si la hubiera puede que la respuesta no sea la mejor. O quizás no haya respuesta solo miradas y silencio. El silencio es la mejor respuesta. Es el abismo entre la mirada de la mujer y su palabra y entre ella el trecho es tan grande que si caemos no podemos salir nunca. El poder de la mujer es insólito hasta el punto de llegar al dominio extremo de nuestra mente y crearnos por medio del corazón una fantasía inexistente de la cual ellas son reinas que dominan. Qué más puedo decir, necesitamos de ellas. Necesito de Milagros.

Dejo el milagro y vuelvo a caer en el asunto Pessoa, y el orate de la carta, o que permanece dentro de la misiva. ¿Quién?, ¿y cómo?, ¿y dónde ubicarlo? Y qué hay si llegamos a él. ¿Podremos tener datos? Y si no habla, ¿si no quiere cooperar? No podemos obligar y estamos hablando de un loco que podría hasta llegar a ser un psicópata. Que esté en un estado de desequilibro sería lo de menos. Estamos en la búsqueda de un fantasma y que un loco nos indique el lugar próximo por aparecer sería agregar un poco más de mórbida esquizofrenia a nuestra cuerda vida.

Obviemos tanto pensamiento, ya sabremos cómo desenvolver esta trama. Ingreso por la Rua das Cozinhas. Veo con claridad, ya no en la noche cerrada de niebla. No ahora si puede verse con claridad el empedrado. Una carreta al costado. Un auto del otro lado. Un negocio de frutas y verduras. Ahora puedo visualizar bien en el lugar en que estaba. El día cambia mucho la performance de un paisaje. Diferente de la noche. Son como dos ciudades diferentes. Tanto a la noche como en el día. Y al mismo tiempo son una única semblanza de pintoresco dibujo de arte. El hombre del puesto de diarios me cruza. Cara de cansado. Ojeras en sus pómulos. Fisonomía de quien no ha dormido en toda la noche. Lleva una camisa con tirantes, ya desgastada de la borrachera y de no dormir. Un pantalón de vestir y zapatos.

–¿Cómo le va, buen señor? Usted ha estado en la madrugada en el bar. Lo reconozco.

–Buenas tardes.

–Le dejo mis saludos, acabo de cruzar a don José. De seguridad él lo espera.

–Gracias. ¿Se retira?

–Sí, debo dormir. He estado la noche en vela y he ido a trabajar sin una gota de

descanso. El periódico debe repartirse al otro día desde muy temprano en esta ciudad.

–Lo entiendo, buen hombre, vaya y descanse.

–Gracias, mis saludos y buena jornada,

El hombre sigue su curso. No es menester quedarse despierto toda una noche de farra. Es un hombre casi digamos de cincuenta años. Tiempo después averigüé que se llama Abel. Era un filósofo viajante. Errante por naturaleza. Luchaba contra el régimen y su única patria eran sus libros. Se mudó un día a una pieza cerca de por aquí. Rentaba a una pareja de ancianos. Una mujer gorda y un zapatero de muy buen aspecto en su integridad y decidió quedarse al enamorarse de una tal María, la mujer de un acaudalado hombre. Él la visitaba frecuentemente hasta que nunca más volvió. Tal vez María lo dejó y eligió al pobre de Abel. Este era un joven entusiasta que compartía cigarritos con el zapatero socialista. De ahí Abel tomó sus hábitos. Y se fue un tiempo y luego volvió. Se hizo amigo de don José, y otros. Y se dedicó al oficio de vendedor de periódicos. Nunca se supo de María. Ella a lo mejor también lo rechazó y ahí está la vida de uno acá. Él ahora sigue rentando una habitación y leyendo libros, contribuyendo al partido y bebiendo alcohol; fumando cigarrillos armados de un tabaco rancio que lo podría matar en cualquier soplo o bocanada de humo que expulsa desde sus pulmones. Él asegura que es feliz.

Hasta ahora por suerte no sé mucho más que esta, su historia, porque el portugués me lo ha dicho. No tiene vínculo alguno con el tal Pessoa. Solo es un viejo que lamenta los tiempos pasados y a su María. Y eso hace que retome a aquella mujer con la cual compartí bellos momentos, Milagros Das Flores, a la cual Anne me hizo hincapié por algo. Anne debería saber con estrecha seguridad de quien lo sabe todo, como también Raphael, de que Milagros era una mujer a la cual yo me vincularía de una manera profunda. Ocurre en la vida de todo ser humano que uno espera a la persona indicada. A la mujer justa, perfecta, dinámica. Y ocurre que esta nunca aparece, pero cuando nosotros hacemos perfecta esa mujer, ella brota como la flor. Lo que significa que no existe perfección más que en nuestro fuero interno. Nosotros damos esa palabra. Otorgamos ese premio a la persona que será parte de nuestra existencia. Solo ante la aparición de ese ser especial la química biológica nos dirá si tanto uno como el otro son tal para cual. También el universo conspira con este resultado al cruzarnos a las personas para puntos indicados. Ahí fue donde entendí lo que Raphael me decía sobre la conspiración de ese destino. Milagros era el milagro que buscaba por tanto tiempo. El universo conjuró con el destino y la química

hizo lo suyo y yo en este ínterin de lugares, espacio y tiempos remotos le doy la perfección que merece. La perfección que merece una mujer. Porque no existe perfecta dama ni perfecto hombre, perfecto perro, gato o pájaros. No existe el perfecto auto, ni la perfecta casa, el perfecto lugar, sea montaña, playa, llanura, estepa, o desierto, como tampoco la perfecta vida. Existe la persona a la cual queremos y amamos. Existe nuestra mascota a la que elegimos, nuestro auto, nuestra casa y nuestro lugar que buscamos.

Solo por incontables veces diré que sí existe algo perfecto: un buen vino, o un buen café o una buena comida. Es ahí donde no podemos quejarnos. Si queremos un vino perfecto, existe. Si queremos un café perfecto, existe. Si queremos una buena y perfecta comida, existe. Estos tres elementos fetiches culturales de nuestra existencia pueden y deben ser perfectos. Fuera de toda nuestra imaginación. Nosotros tenemos la perfección.

Eso es lo maravilloso de la tierra, que podamos sentarnos en una mesa, tener un plato que será propio de un conjuro de magos de la cocina. Un plato cubierto de una excelente comida, un vaso o copa con un excelente vino, al terminar un postre, y una taza de café caliente excelente.

Todo un acabado impecable, sin usar nuestra imaginación, y compartirlo con alguien, aquella que consideramos correcta nosotros, porque son nuestros ojos del corazón los que lo han visto. Porque la química de los cuerpos dijo sí. Es la combinación de la caja fuerte. La ecuación ideal. Entonces tendremos una armonía de perfección. Equilibro que tanto busca el hombre. Y ella tendrá lo mismo. Una persona a la cual considera perfecta con una comida, un vino y un café. Como insuperable.

Y los dioses no tendrán queja alguna de tener que hacer su trabajo. El ciclo de la vida perfecto.

No siempre se da así ese ciclo, al pensar en perfecciones no encontramos nada. Solo vemos con ojos de visión sin usar ese músculo bombeador de sangre, y la química solo calma el deseo sin sentimiento de pasión, y terminamos con un vino barato, café rancio y amargo, y un plato de comida sin gusto. Y aquella a la que buscamos por desesperación a la perfección no es otra que una dama que al tiempo nos patea. Y recomenzamos para que otra nos patee el traste y así sucesivamente sin lograr nada más que imperfección, y solo por el afán de tener a alguien al lado o porque no podemos ver otra cosa que lo externo. Las mujeres se enamoran, los hombres se enamoran, sin saber qué es realmente el amor. Y creen en ello. Y cuando nos dejan no se van, por así decirlo, sin previo aviso, sino que nos tocan el corazón con el dedo índice, y recitan: aquí es donde clavaré mi

cuchillo y efectivamente es así. Introducen en lo más profundo para dejar la herida. Nos meten tan adentro que el filo cuando llega al músculo que bombea sangre rompe el vaso interno dejando la herida, ahí justo donde descansa el alma, y llega a desgarrarla. Luego quitan ese filoso y duro artefacto. Ellos observan cómo vierte sangre nuestro pecho como un río de lava roja y candente. Caliente por el alma que llora, y no puede darse cuenta de lo que ocurre, y ese río continúa su curso hasta desangrarnos de dolor interno, mientras la persona que toma el cuchillo lame cada gota de sangre con placer atiborrado de a quien no le importa nuestro sufrimiento. Luego nos da ese filoso artefacto para que nunca más olvidemos lo ocurrido. Y se va. Se desvanece en la nada. Ese es el amor maldito cuando deja de existir. O el llamado amor falso que nunca existió. Nosotros por error guardamos el cuchillo para recordar a esa persona, una y otra vez punzando en el lugar donde está la cicatriz. Clavando una y otra vez, llorando sangre de la angustia, y todo por el precio de perder un poco de soledad en nuestra existencia. Y cuando no podemos por falta de fuerzas, ingresamos al mundo del abandono, y decidimos encontrar a cualquier otra persona para matar aquella enfermedad, y la rueda retoma su origen. Guardamos el plateado y limpio cuchillo y creamos otra imagen de perfección mentirosa, y falsa. Nuevamente reincidimos y preparamos el terreno con una nueva persona, un nuevo cuchillo que nos desgarrará y otras nuevas heridas en el alma. Somos coleccionistas de dolor. No podemos darnos cuenta de que el estoicismo es una carrera larga, pero podemos dominar el alma, y liberarnos de pasiones, y deseos mentirosos que nos dañan, pero es solo una utopía, solamente. Pocos logran sentir ese amor por sí. La empatía de quererse uno, para querer a los otros. El deseo de amar no solo personas, sino pasiones, profesiones, hobbies, uno mismo como ser único.

El noventa y nueve por ciento del mundo actúa de esta forma. Parejas que no son parejas, vino que no es bueno, café lavado, comida cruda sin cocer. Coleccionistas de cuchillos, y almas lastimadas, heridas, desgarradas. Nada vuelve a ser lo mismo. Todo vuelve a una rueda como la serpiente de los alquimistas que retoma su emprendedora dicha de morderse la cola y otra vez comenzar nuevamente la tarea, que no pudo cumplir y que tanto anhela. La satisfacción está tan lejos que uno se resigna y el destino que vemos marcado para nosotros mismos hace un giro conforme a la resignación. Conforme a nuestro parecer de querer lo que no corresponde. Lo errado y entonces modifica el futuro y reescribe la historia de nosotros. Porque el destino puede que este escrito, pero puede reescribirse como don Raphael dijo ante un cambio de nuestra mente. Y nuestra mente no quiere otra cosa que dejar de lado la palabra abandono que nos

envenena todo el cuerpo con nostalgias, terrores de soledad y es ahí donde estamos desamparados en la galaxia. En un destierro que nosotros mismos nos impusimos, durando hasta el final de nuestros días.

¿Qué será de nosotros los humanos que estamos tan desolados? ¿Qué será de nuestras vidas tras la añoranza? No debe ser así tan drástica, tan banal nuestra vida.

Calma, lo que debe llegar vendrá. Libera tu centro, a quien corresponde. Escucho una pequeña voz. Me quedo duro pensando, y mirando a todos lados.

¿Lo que debe llegar vendrá? ¿Libera tu alma a quien corresponde?

Puede que mi mente esté jugando en falso luego de tantas charlas extrañas, tantas pláticas sin razón, tanto sopesar de mi persona. Mi ser. Aún sigo caminando con el rumbo fijo y determinado. Incluso camino con perfecta sincronía, entretanto mi cabeza decide replantearme todas estas ideas impolutas que durante mi viaje se hacen presentes ante la intachable decisión de no saber qué efectuar.

Solo sé que debo ir por el tal poeta, que hasta ahora mi viaje tiene encuentros que durante cada aparición se tornan más insólitos. Chocante para una mente endeble fuera de toda comprensión.

Todo lo que no llegamos a entender con facilidad por estar encerrados en nuestra burbuja de vida que resulta enclenque de percibir. Y ocurre que esa acción es propia de los miedos que nos atacan y no nos permite volcarnos a lo que consideramos ajeno, ininteligible o ambiguo. Solo cuando la mente está preparada, y es decir que ha decidido ser osada en cumplir su propósito, lo llamado raro, incoherente, inimaginable se vuelve real, auténtico. Un hecho verídico. Eso tal vez pasa con el amor. Las mentes débiles no aceptan ciertas historias fantásticas y las dejan pasar, para seguir escudriñando en otras hasta rastrear una historia, una buena historia que creemos nosotros, que vemos con ojos de visión sin espíritu, y ahí entramos en el juego de la perfección falaz con las llamadas historias reales, las que no tienen incoherencia, pero las mentes aventureras se tiran al todo por una historia que puede ser en un principio una tontería, pero luego es innegable su hecho. Le damos la perfección del sentimiento del corazón y logramos lo que nadie. Que quien tenga que llegar llegue. Como lo que la voz me acaba de mencionar.

Ya parezco un desquiciado mental. Una voz que me dice a mí mismo lo que debo hacer ¿o no? Sé que todos en nuestro fuero interno debemos reflexionar para con nosotros, pero es absurdo. Y esa voz no era de mi mente, aunque

desearía que sí. En caso contrario estoy preparado para el manicomio. Sea aquí o allá en mi patria.

Recapacitando un poco en todo lo discurrido por mi entendimiento. No quisiera terminar perturbado y que la demencia afecte mi sistema de vida. Espero no ser tan desequilibrado por esa persona que Anne me ha revelado en sus palabras sabias como las de don Raphael, aquel astrólogo. Continúo el tramo. Ya falta poco, y no tengo más en qué abstraerme, solo contemplar carteles de propaganda y olvidar las manías psiquiátricas del cerebro y el corazón. Debo esperar ante lo que quiero y anhelo y que el destino se escriba sobre la base de esa reflexión de mi cabeza.

Advierto al ojear los carteles (por distracción) que sin querer me desvié y advierto como quien no quiere la cosa que alguien me sigue. Hasta el momento no lo había notado. Examino la Rua das Cozinhas del lado de enfrente de la calle para poder tener un mejor panorama de la situación. El hombre de sombrero, saco y bigote que está siguiéndome ahora para en una esquina, y del bolsillo izquierdo del saco toma un paquete de tabaco, saca un cigarrillo, y ahora lo guarda. Cuidadosamente toma el mechero, un chasquido de la piedra del encendedor, y sale la pequeña llama. Por cierto, al ser tan pequeña puede que carezca de combustible, o butano, o la piedra se encuentre gastada por el uso constante, eso quiere decir que nuestro amigo es un fumador compulsivo.

Espera y mira para los lados externos de la calle. Enseguida no me queda remedio y decido cruzar y entrar por otra calle, hasta dar con una avenida infestada de gente y perder a nuestro cazador.

Camino a toda prisa sin esperar, el hombre ve mi proceder y se lanza a la misma velocidad. Este tipo es duro de perder, lo mejor va a ser que me dirija para otro lado. Ya son las cuatro y treinta, don José posiblemente esté esperando.

Visualizo una galería de varios negocios que venden antigüedades. Ideal como un laberinto de muebles. Doy un paso a la derecha al ingresar. El hombre del sombrero ingresa al ínterin de mi entrada. Ahora lo veo, y él justo me observa y clava su vista, sigo caminando para otro sector y él me sigue. Cada vez más rápidos sus pasos.

Encuentro un negocio de muebles, el dueño está ocupado hablando con un colega. El negocio se encuentra escondido en el fondo de la galería del lado derecho. Justo donde el cazador y la presa están ubicados.

Decido ver si encuentro otro sector donde seguir caminando entre los negocios de la galería. El paso está cerrado. Sin una idea que se me ocurra y casi tras llegar a mí el hombre, como último esfuerzo, me introduzco en un armario que se ubica

en el local del fondo donde el dueño no se encuentra por estar charlando con su colega. Cierro la puerta del mueble. Es un ropero, con un espejo estilo victoriano, del año 1850 podría decirse y por la madera, también podría mencionarse que corresponde a París. En esa época se hacían buenos muebles para vender a todo el mundo. Un mercado grande.

No importa el comentario, pero sí saber que nuestro espía (o vigilante si gusta más) está cerca. Llega al local, sabe de alguna manera que estuve aquí. Ahora ve antes de entrar que no hay otra salida, ya que este negocio se sitúa en el fondo y no hay ni puerta, ni otro pasillo posible por donde seguir buscando locales. Es el último de todos los locales.

El hombre pasa y comienza a mirar las fachadas de los muebles. Pasa cerca de donde me encuentro escondido, estoy pegado al final de la madera barnizada y en plena oscuridad, pero puedo sentir su respirar y sus pasos. Se detiene un instante delante del espejo, observa. Mi respiración también se detiene, golpea la madera con toques de sus dedos en varias ocasiones. Luego se mira en el espejo para saber si su porte sigue en pie. Vuelve a acercarse y decide abrir la puerta del ropero donde me encontraba. Tiempo justo que entra el dueño del local con su amigo y le pregunta.

–Disculpe, buenas tardes, ¿puedo ayudarlo?

–No, gracias, solo estaba mirando.

–Le interesa el mueble. Es un famoso ropero francés. En él puede ingresar todo tipo de ropa y la resina de la madera jamás se añejará. Es perfección francesa.

–No, gracias, solo buscaba a alguien.

–Aquí no hay nadie más que nosotros, señor.

–Disculpe las molestias y hasta luego.

–No es molestia, si desea algún otro ejemplar, utensilios, velador, puede venir aquí, tengo excelentes precios.

–Gracias, lo tendré presente, hasta luego.

–Hasta luego.

–Simpático hombre, ¿no? –le comenta su amigo al vendedor.

–Sí, pero raro también y no compro nada.

–Es verdad, pero suele ocurrir.

–Vamos, te mostraré, tengo una carga de mesas de luz en el depósito.

Ambos vendedores bajaron a un sótano del negocio del fondo. El hombre del sombrero, saco y corbata se había retirado.

Muy lentamente abrí la puerta del armario y emprendí la huida. Al salir del

interior cerré lentamente aquel acceso del decorativo ropero galo. Lo compraría solo porque me salvó el pellejo, ya que no me interesan mucho los muebles.

–¿Señor, señor? –me llama el vendedor que me ve saliendo de la tienda.

–¿Sí?

–¿Quiere comprar algo?

–No, le agradezco.

–Este mueble francés es muy elegante, ¿no?

–Sí, me parece un escondite sensacional.

–¿Escondite? –frunce el ceño el vendedor –. Mmm…, sí, sí, cabe todo tipo de ropa. ¿Le interesa?

–No, gracias, por el momento estoy de paso. Gracias y hasta luego.

–Hasta luego.

–Qué tipo raro –le vuelve a decir su amigo.

–¡Sí!, no compró nada. Es que nadie quiere comprar este mueble.

–Lo compraría –replica su amigo–, pero sus muebles son muy caros y no duran nada.

–Mis muebles duran lo que tú para usar calzones. Eternos.

Ambos siguieron discutiendo. Tiempo que aprovecho para buscar otra salida. Me acerco casi a la entrada principal y veo que el hombre del sombrero, saco y corbata, y bigote, está ahí fumando. El cazador sigue aguardando a su presa. Para mi fortuna hay otra salida que da a otra calle, y salgo por otro lado de la galería. Trato de retomar otros tramos que puedan ser confusos, y llegar al bar de la Rua do Espíritu. Retomo y hago un poco de tiempo por el jardín do Castelo de sao Jorge. Pasada la hora vuelvo por la Rua das Cozinhas y sigo de largo por la Rua das flores de Santa Cruz hasta dar con la intersección de la Rua de Santa Cruz Do Castelo y con ello llegar a la Rua do Espíritu. Unas cuadras separan mi llegada.

Listo y caminando a toda prisa, doy con la taberna. Abro la puerta y me dirijo al fondo. Mi compañero levanta la mano, con un dedo apuntando al cielo y me llama. Por fin he llegado.

–Usted, mi amigo, es siempre sorpresivo. Agitado. ¿Viene corriendo? –comenta siempre burlón el portugués.

–Trato de que las personas al verme queden pasmadas. Me gusta causar esa impresión.

–Esa personalidad es la que precisa este mundo –bien irónico con ese estilo de respuesta–. De todas formas, parece muy intranquilo, algo más sacudido que de costumbre. ¿Ha tenido problemas?

–Digamos que es una historia un poco larga de contar.

–Hay tiempo, camarada, siéntese. Tranquilo. Tengo información para dar con el paradero de esta persona.

–Perfecto. Algo puedo comentar sobre tal asunto.

–Espléndido, todo nos sirve.

–¿Qué tiene usted, mi amigo?

–Bien, la carta fue escrita por un colega de hace muchos años. Es asistente de la casa da Saude de Cascais en una región de Portugal. Se dice que un hombre fue a parar ahí por razones mentales. Un hombre extremadamente religioso cuya historia no se conoce bien, fue atendido por el doctor Gama, quien fue amigo de Fernando Pessoa. Según los documentos, tenía una fe ciega en la religión, tan fuerte que escribió obras. Se dice que su locura lo llevó a ver su patio cada día para observar el germinar de su pasto. De sus plantas. Dedicó su vida también a la filosofía. No trabajaba, ya que poseía una herencia que le permitía vivir y estudiar cada vez más sus obras encerrado en su quinta cerca de Cascais. Su fisonomía rubia, de ojos claros, con una mirada seca y triste de quien ha probado la amargura de la desolación; los gestos de su rostro guardaban la ligereza sin cansancio ni sombra que tiene el amanecer. Se dice que con su locura gastó su fortuna en estatuas tras su creencia religiosa. Y leía constantemente a Esquilo. Llegó un momento en que no pudo mantenerse más. Olvidado de él mismo dejó crecer su barba, y su cuerpo se volvió putrefacto. Pero su fe ciega al paganismo y la filosofía cada vez eran mayores. Las autoridades que habían hecho la denuncia lo terminaron encerrando en el hospicio donde permaneció un tiempo. Pessoa supo de este hombre y fue por él. Sufría de paranoia acompañada de psicosis intermitentes. Con el tiempo en el manicomio, volvió a su actividad de niño de ver crecer los pastos hipnotizado por ello. Él sostenía la idea de crear una nueva religión con base en la naturaleza, humana, política. Plural. Una nueva etapa. Un nuevo comienzo, y pensó la idea de publicar en una revista a la que llamaría Athena por la diosa de la sabiduría. Esto quizás fue lo que atrajo al maestro Pessoa. Se dice que caminando un día por los pasillos el doctor recibió a Pessoa y este hombre lo vio y le dijo: Estaba esperando su llegada. Luego los registros que no especifican nada.

–Pero este hombre debe ser un viejo hoy, si es que vive. Salvo que sea un Matusalén, pero la verdad tiene una historia muy interesante e increíble.

–Mi amigo, aparentemente los registros son de la época en que el poeta estaba en su auge, digamos por 1916. Este hombre era un joven pos adolescente. Ahora debe tener unos 75 años si mis cálculos no fallan y cierta certeza hay de ello. ¿O

no?, lo real se está transformando en fantástico. La cuestión es que luego de mucho tiempo quedaron registros de que esta persona se escapó de este recinto y ahora se lo puede ver vagar con un nombre diferente. Se dice que está loco. Su cordura desapareció, se volvió ermitaño. No se manifiesta con nadie, ni se deja ver, ni mencionar. Se dice que este hombre era un genio y que escribió algunas obras que él mismo recibió en persona como O segredo dos deuses, o fundamento do paganismo, él las adquirió para sí. Lo extraño es que no hay registro en la ciudad de tal persona, por lo que no sé cómo poder ubicarlo. Se sabe que él está aquí. No se sabe a ciencia cierta lo que habló con Fernando Pessoa si es que mantuvieron conversación.

–Bien, perfecto. Ahora escuche mi relato. Él siempre llega a alguna iglesia de Lisboa, permanece sentado observando el cielo, sus manos en los bolsillos y hombros encogidos.

–Otro dato importante, mi amigo. Según los registros del doctor Gama, este hombre caminaba por los patios del hospicio recitando un poema que dice:

"¡Oh éter celeste y vientos de rápida carrera, oh, fuentes de los ríos y sonrisa infinita

de las olas marinas y tierra, nuestra madre, y sol, que miras todo con tu ojo circular,

yo os invoco! ¡Ved cómo tratan a un dios los dioses!"

–El poema se llama Prometeo. Del Prometeo encadenado de Esquilo.

–Prometeo, quien robó el fuego de los dioses.

–El mismo, camarada.

–Interesante.

–Ahora ¿cómo ubicar a tal persona? Es una iglesia de una calle.

–Hay una forma. Deberíamos ver todas las iglesias, una por una para saber cómo ubicar al hombre.

–¿Y cómo se llama?

–Su nombre es Antonio Moura, pero se hace llamar Antonio Mora.

–¿Dónde cree que podemos encontrar al tal Moura?, ¿la carta no especifica nada?

–Para nada, mi buen amigo. Es todo un problema. ¿Usted qué cree? Revisar las iglesias nos llevaría bastante tiempo.

–Cierto. La verdad es que estamos como al principio.

–Descuide, podemos encontrar algún indicio, una pista que nos lleve a dar con el tal Antonio Moura o Antonio Mora si gusta más.

–Posiblemente.

Nos quedamos largo tiempo pensando y analizando supuestos. En la charla le comenté sobre Raphael y Anne. Del hombre de sombrero, saco, corbata y bigote que estaba persiguiéndome, hasta el punto de vigilarme. Don José me explicó que suele suceder que a veces el servicio secreto de Salazar envía a algún vigía, a fin de determinar las intenciones de las personas que llegan al país, para saber cuáles son sus propósitos, y con esto evitar cualquier golpe, subversión, o lo que pueda llegar a dar un ataque de carácter terrorista.

De aquella revelación, estudiamos todo lo ocurrido, pero no surgía nada.

–Mi buen amigo, vamos a las iglesias más cercanas.

–Me parece bien, camarada. Algo debemos encontrar.

–Ahora bien, no tenemos manera de averiguar, calculamos, un tipo viejo, rubio, de setenta y pico de años por lo que parece, ¿no?

–Así es, mi buen amigo. Un hombre grande. Lo que no sabemos es cómo vestirá.

–Eso también es un problema.

–Vayamos y probemos suerte.

Anduvimos por las calles. La primera iglesia fue el convento de Belem cerca de la Rua Dos Jerónimos. Nos quedamos esperando un buen momento y no llegó nadie. Incluso estaba cerrada. Ningún hombre de tal edad podía aparecer. Luego la segunda iglesia fue la iglesia santa Catarina, cerca de la plaza Luis Camoes. Sin resultado alguno. En un ínterin don José avistó a un hombre mayor sentado en la puerta, era un indigente. Nos acercamos, pero fue una falsa alarma, su nombre era Plácido Pérez, y estaba pidiendo limosnas. Un último intento, ya que el día terminaba, y estaba llegando la noche con la caída del sol, fue el convento Sao Pedro de Alcántara en el barrio alto. Dimos vueltas sin éxito. Y eso era algo muy frustrante para dos hombres que buscan una aguja en un pajar.

–Don José, creo que esto es inútil, estamos buscando a un hombre de unos setenta y cinco, quién sabe, setenta y seis años con cálculos matemáticos de edad. Sabe cuántos ancianos debe haber en la ciudad. Millones. En las iglesias, esperando, y aguardando. Afuera, adentro en las misas, y sin ellas.

–Lo sé, mi amigo, esto no especifica nada de nada. La carta solo habla de un personaje voluble. Y todavía nos queda mucho por recorrer.

–A este paso no daremos con el poeta, incluso con ese tal Moura, o Mora. Disculpe mis palabras es que siento que todo esto es un desgaste de energía. El día fue largo y muchas cosas aun no las comprendo.

–Mire señor César. No se preocupe. Obsérveme a mí, estuve años tratando de

verificar algo, y poder descubrirlo. Y luego todo se transforma por extraña razón, y aparezco en un punto cero. Y cada vez que tengo una pista vuelvo al ataque como el avión caza que da la vuelta, y se lanza contra el barco de guerra. La cuestión es no rendirse, algún indicio suficiente se nos aparecerá como la luz en la oscuridad. Ocurre que es tarde, por el momento terminemos con el asunto.

Volvimos a nuestros lugares. Nuestras casas. Nos despedimos con don José hasta un nuevo amanecer, un nuevo atardecer o un nuevo anochecer.

–Mañana, camarada, será otro día, y podremos pensar bien qué hacer.

–Cierto, mi amigo, mañana veremos si intentamos.

–La gravedad es que Lisboa tiene infinidad de conventos, iglesias, parroquias.

–Algo se nos ocurrirá. Tal vez en los textos de Pessoa encontremos alguna pista.

–Revea lo que tiene, haré lo mismo.

–Saludos, camarada.

–Saludos, mi buen amigo.

Nos separamos. El portugués se fue por la Rua Do Espíritu, y yo retomé para el otro lado. Caminé y pensé por dónde buscar, dónde averiguar. No tenía la menor idea de qué podía hacer, ni por dónde arrancar. Llegué al hotel con comida comprada en un almacén cerca de ahí. Algo simple, un sándwich y una bebida gaseosa. No me apetecía cenar algo potente. Quería algo simple para dormir bien y al otro día arrancar la mañana en condiciones para poder ubicar a este hombre llamado Antonio Moura, o Antonio Mora.

Mañana seguiríamos avanzando y quizás don José pensase algo mejor, ya que mis ideas no eran satisfactorias del todo. Y luego de hablar con diferentes personas. Todo me parecía más extraño y difuso, raro, no entendía bien lo que estaba queriendo buscar al final.


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