—¿Acaso ya no puedes hablar? —preguntó Francisco a Robert, propinándole una fuerte patada en el estómago y este no pudo evitar gritar de dolor. Francisco siseó de molestia antes de patearlo de nuevo—. Levántalo —ordenó.
—Jefe, ¿qué pasa con su esposa e hijos? ¿No vamos a ir tras él? —preguntó el que disparó a Robert.
—Déjalos correr todo lo que quieran, de todos modos los atraparemos eventualmente —dijo Francisco. Los otros hombres levantaron a Robert y lo tiraron en el maletero del coche, luego Francisco condujo el coche lejos.
No mucho después, llegaron a su destino, una vieja casa abandonada escondida en el bosque. Los hombres sacaron a Robert del maletero y lo llevaron dentro de la casa, lo llevaron a una silla y lo ataron en ella.
—Tráeme todo el equipo de tortura —dijo Francisco mientras se sentaba frente a Robert y sonreía ante su infortunio—. Ya que te has negado a hablar, ¿qué tal si te hago gritar de dolor?, —dijo.