—¿Qué sucedió? —preguntó, sintiéndose confundida—. Mis latidos están normales, mi respiración está normal —se aseguró a sí misma.
—¿Qué esperas que suceda? —él levantó una ceja.
—Quiero decir, ¿por qué me estás mirando? —preguntó ella nerviosamente—. ¿Planea hacerlo de nuevo? ¿No aquí en la carroza, verdad?
—Cuando mi hermosa esposa está sentada frente a mí, ¿dónde esperas que mire? —respondió él—. ¿O crees que debería haber un significado o razón detrás de ello?
—No. Yo…
—Descansa tranquila, no planeo lastimar tus rodillas otra vez —comentó él—. Estamos regresando al palacio, y a esta hora, no queremos que llegues en un estado desaliñado.
—Bien, me alegra que entiendas eso —replicó ella, sintiendo una ola de alivio ante sus palabras—. Voy a tomar una siesta. No me molestes —dijo, cerrando sus ojos.
Arlan no la molestó. En cambio, tomó una cálida manta doblada del asiento y la cubrió suavemente con ella. Una ligera sonrisa dibujó sus labios, pero mantuvo los ojos cerrados.