Alicia lo observaba sosteniendo dos cosas en sus manos. Unas esposas y un antifaz para dormir.
La sonrisa en su cara había desaparecido ahora y lo que la reemplazaba era una mirada autoritaria y dominante que, de alguna manera y sorprendentemente, hacía que emanara otro tipo de sensualidad salvajemente peligrosa mientras se paraba allí completamente desnudo y fuertemente excitado, observándola como si ella fuera un manjar del que estaba a punto de atiborrarse por el resto de la noche.
La luz de la única vela que brillaba suavemente solo intensificaba la sensualidad en la pequeña cabaña. Y sí... Ezequiel a la luz de las velas parecía el dios de la oscuridad y ella, el sacrificio pagano que se ofrecía para él.
Cuando él se movía, el sonido de las cadenas metálicas de las esposas tintineaba al unísono mientras se desplazaba.
Su mirada estaba fija en las esposas.
—¿Tienes miedo? —le preguntó en voz baja.