Cuando Iryz abrió sus ojos, se encontró sentada y atada en una silla. Un cubo de hielo y agua que le habían echado sobre la cabeza la despertó tan bruscamente y de golpe que todavía le chorreaba agua fría por toda la cara.
Sorprendida por recibir un trato que solo había imaginado que ocurría en las películas, Iryz luchó con retraso para liberarse de las cadenas, pero, por supuesto, fue en vano. Las cadenas no se movieron ni un poco. Quienquiera que la había capturado había hecho un gran trabajo asegurándose de que sus restricciones fueran perfectas.
—Deja de forcejear, jovencita. Tus esfuerzos son completamente fútiles. —Una voz fría resonó desde algún lugar frente a ella.
Ella levantó sus ojos y vio a un hombre. Ya no llevaba puesta una sudadera con capucha, pero ella podía decir que era el mismo hombre que la había secuestrado y traído aquí.