La comida fue servida en la mesa, un gran generoso banquete para nuestros invitados. Tan pronto como los sirvientes terminaron de servir nuestra comida, salieron tal como yo había instruido, cerrando la puerta detrás de ellos. Estábamos todos solos en la habitación, sin guardias, ni sirvientes. Solo nosotros, Azar y esa traicionera perra Ravenna que seguía mirando a Ivan como si fuera un bocadillo. ¡Juro por los dioses que si no deja de mirar a Ivan, me olvidaría de todas las formalidades y le arrancaría la cabeza de los hombros, atada o no!
Por un rato, ninguno de nosotros comió nuestra comida. Todo estaba en silencio y lo único que hacíamos era mirarnos fijamente, llenos de resentimiento y odio, casi podías saborearlo en el aire. Decidí romper la tensión alcanzando mi comida. Mis utensilios hicieron un fuerte estruendo mientras tomaba el puré de papas y el pollo en mi boca.