—Voy a detenerte, Abuelita —dije—. Me aseguraré de que nunca vuelvas a salir de aquí.
—¡DEJA! ¡DE! ¡LLAMARME! ¡ABUELITA!—gritó cada palabra como si fuera su propia frase, su propia declaración. Había tanta ira en su voz en ese momento que la fuerza de ella, literalmente, sacudía los árboles ennegrecidos a nuestro alrededor. Tenía que preguntarme si solo era su voz la que estaba sacudiendo los árboles o si era su magia.
—No dejaré de llamarte lo que eres —repliqué—. ¿Quieres que deje de hacerlo porque no quieres que la gente sepa cuán antigua y decrépita eres realmente? —Ella entrecerró los ojos hacia mí, su ira se volvía cada vez más fuerte.
Había una razón por la que estaba haciendo esto. Quería que estuviera tan enfadada conmigo que no estuviera luchando en su mejor forma. Sabía que era poderosa, como yo, pero no necesitábamos tener una lucha a muerte para saber quién era el contendiente principal aquí.