Una vez que subieron hasta los amplios hombros de la estatua y encontraron un lugar adecuado para acampar, todos miraron hacia abajo sin tener que decir nada.
Muy por debajo de ellos, el nido gigante todavía estaba en llamas. Los cables que lo constituían se fundían y se convertían en ríos de metal líquido, fluyendo desde los bordes hacia el vasto abismo del cañón.
Las turbulentas aguas negras se elevaban desde abajo para encontrarse con ellas. Cuando las dos corrientes chocaron —una sin luz, la otra incandescente— borboteantes columnas de vapor caliente se dispararon hacia el aire. Por unos momentos, pareció como si la luz y la oscuridad estuvieran en igualdad de condiciones.
Pero entonces el mar maldito surgió desde lo profundo del cañón en un torrente y arrastró el brillo del hierro fundido. La inundación de oscuridad chocó contra el nido en llamas, apagándolo.