Abigail estiró los brazos por encima de la cabeza, bostezando ampliamente mientras se despertaba de un sueño tranquilo. Sintió un fuerte par de brazos rodearla, atrayéndola hacia un pecho amplio y musculoso. Se acomodó más profundamente en el abrazo, sintiéndose segura y satisfecha. Una suave sonrisa adornó sus labios.
Cristóbal, su toque tan suave como siempre, apartó unos mechones rebeldes de su cara, la yema de su dedo acariciando su mejilla.
—Buenos días —susurró él, sus palabras como una tierna brisa matutina.
—Mm… —Abigail respondió con un murmullo contento, su voz suave y somnolienta mientras se acurrucaba aún más cerca de él. Sus cuerpos se moldeaban juntos en el cálido capullo de su abrazo compartido.
Él no pudo evitar sonreír. Siempre se asombraba de la habilidad de Abigail para encontrar consuelo en las mañanas. —¿Cuánto tiempo más vas a dormir? Son las 8 en punto de la mañana.