La luz solar que entraba por la ventana se derramaba sobre la cara de Cristóbal, haciéndole entrecerrar los ojos y hacer muecas de dolor. Su cabeza latía como un tambor golpeado continuamente, cada golpe resonando en su cráneo.
—Joder, mi cabeza... —gimió, frotándose las sienes, tratando de aliviar el dolor.
La cama debajo de él se sentía como una nube esponjosa, invitándolo a hundirse más en su suavidad, pero sabía que no podía darse ese lujo. No con las consecuencias de las indulgencias de la noche anterior acechando.
Los recuerdos de la noche anterior volvieron a su mente, pieza por pieza. Las bebidas, la música, la risa, y la pista de baile donde habían dejado llevar y olvidado todas sus preocupaciones. Brad y Eddie lo habían animado, negándose a escuchar sus protestas de haber tomado suficiente alcohol. Ahora se arrepentía de haber cedido a su persuasión.