La habitación privada del bar, con una iluminación tenue, estaba llena del olor del alcohol. Cristóbal bebía solo, sentado en el sofá. El resplandor ámbar de las botellas de licor arrojaba un ambiente cálido y atractivo a su alrededor, pero no podía calmar la tormenta de emociones que se desataba dentro de él. Se tomó otro trago, esperando que la sensación de ardor lo distrajera del tumulto de sus pensamientos.
Su corazón se sentía pesado mientras repasaba en su mente la acalorada discusión con Abigail. Había exigido respuestas, buscando la verdad detrás de sus acciones, pero su silencio sólo alimentó su ira y frustración. Era como si lo hubiera dejado fuera por completo, negándose a defenderse o explicar sus acciones.
Cada sorbo de alcohol solo intensificaba su agitación interna. Sus entrañas ardían al recordar que ella no había intentado contradecir sus acusaciones.