El hombre de traje negro se encontraba detrás de Abigail, manteniendo su postura vigilante. Su mano se cernía cerca del revólver metido en el bolsillo de su abrigo. Estaba listo para sacar el arma en cuanto la necesitara.
Abigail se mantenía erguida, con su expresión inmutable y el corazón latiéndole fuertemente en el pecho. Sabía que tenía que ser firme y decidida para lograr su objetivo.
El terrateniente, recién despojado de su venda en los ojos, lanzaba miradas frenéticas en un intento de comprender la situación que se le presentaba. Su miedo era evidente en su tembloroso cuerpo.
—Por favor, no me maten —suplicó con la voz temblorosa—. Por favor, déjenme ir. No le contaré a nadie sobre esto. Por favor, perdonen mi vida. —Comenzó a llorar.