"Zamiel yacía en la hierba observando el claro cielo azul de verano. En el caluroso verano, era un poco más frío en la colina donde llevaba a sus hijos a jugar. Se perseguían, se empujaban, rodaban sobre la hierba y se reían.
—¡Papá! ¡Papá! ¡Mira! —Su hija corrió hacia él.
—¡Atrapé una araña! —dijo Zamiel levantándose para ver lo que su hija sostenía.
—Qué valiente eres —la elogió—. Simplemente no la mates.
—¿Puedo llevarla a casa? —preguntó.
—Bueno, creo que las arañas prosperan en la naturaleza. No deberíamos llevarlas lejos de sus hogares —explicó Zamiel.
Ella asintió, lució triste y después fue a poner la araña de nuevo en el árbol de donde la había tomado.
—Adiós —dijo.