Narra Liam
La clase transcurrió normal. Matthew y yo no volvimos a dirigirnos la palabra desde que me presenté frente a toda la clase por miedo de hacer el ridículo frente a él. A pesar de que no me considero como una persona tímida sino extrovertida, él logra hacer que me sienta vulnerable y tímido frente a todos.
Su aroma me volvía loco y no podía evitar dejar de poner atención a la pizarra.
—Eso sería todo, muchachos —dijo el profesor, haciendo que le pusiera atención por primera vez—. Pueden salir.
Todos cerramos nuestras libretas a un solo sonido y las guardamos dentro de nuestras mochilas. En el momento que cerré mi mochila, me puse de pie llevando esta a mi hombro derecho a la vez, dispuesto a irme a mi siguiente clase, pero me detuve antes de llegar a la puerta y giré en mi propio eje.
Matthew seguía sin moverse: permanecía cabizbajo, sentado con las manos arriba de su pupitre. De no haber sido por mí él estaría completamente solo, todos ya se habían ido a excepción de nosotros dos.
—¿No irás con tus amigos? —le pregunté.
—No tengo amigos —su respuesta hizo que lo mirara confundido.
Me sentí un poco mal por él, pero mi pregunta era: ¿por qué no?
—¿Por qué no tienes amigos? —me acerqué a él y me senté en el pupitre que está por delante del suyo.
Levantó la cabeza para encontrar mis ojos y nuevamente sus mejillas se enrojecieron por estar tan cerca de él.
—Por ser "raro" —hizo las comillas imaginarias con sus dedos.
—¿Raro en qué? —fruncí el ceño—. Yo te veo bien —retrocedí un poco desde mi lugar para verlo de pies a cabeza.
—Así me dicen todos solo por tener gustos diferentes —bajó la mirada.
—Pero si estás muy lindo —hablé con sinceridad—. No entiendo que…
El estruendo de la puerta chocando con la pared interrumpió mi conversación con Matthew produciendo un eco en el aula y haciendo que se sobresaltara. Rápidamente se levantó de su asiento y no tardé demasiado en percibir su miedo cuando vio entrar a aquella persona, o sujetos, que azotaron la puerta contra la pared bruscamente.
Giré mi cabeza para ver de quien se trataba y entraron dos chicos, no muy altos pero tampoco muy bajos: de un metro setenta. Uno era de cabello oscuro de tez clara y ojos color café, también se podía apreciar una marca o cicatriz a la altura de su mejilla derecha y seguidamente debajo de esta tenía tres manchas pequeñas parecidas a un lunar separadas entre sí en diagonal; el otro tipo era de cabello castaño, piel más blanca y también de ojos cafés. Ambos tenían un cuerpo definido por lo que podían ser un poco intimidantes para una persona tímida como Matthew.
Me puse de pie y pase desapercibido por ellos.
—Mati, ¿hiciste nuestra tarea de matemáticas?
¿Mati?
—Si —respondió con voz temblorosa.
Tomó su mochila y sacó de ella dos libretas y se las extendió a ambos chicos, ellos abrieron las libretas para verificar si Matthew estaba diciendo la verdad. Por mi parte solo me dispuse a observar a los chicos quienes parecían ser unos tipos bravucones.
—¿Qué es lo que miras, imbécil? —frunció el ceño el chico de cabello oscuro.
—¿Yo? Nada —negué con la frente arrugada—. Simplemente estoy viendo a un idiota que no le gusta meterse con personas de su mismo tamaño, ¿y tú qué miras? —sonreí de lado.
—Mejor cuida tus palabras —respondió.
—Liam —susurró Matthew—. No lo provoques.
—¿O qué? —dije sin apartar mi mirada de este tipejo.
—No hagas que te golpee —advirtió.
—Inténtalo si puedes —respondí al instante.
Soltó una carcajada para intentar distraerme y aprovechó ese momento de distracción para hacer su mano puño y tratar de golpearme en la mejilla, pero desafortunadamente no pudo hacerlo ya que tomé su brazo en un abrir y cerrar de ojos antes de que hiciera contacto en mi rostro.
Detrás de la puerta observé a una persona espiando, era un chico de cabello rubio y delgado.
—No puede ser —no podía creer que pudiera ser más veloz que él—. ¿Cómo lograste detenerme? —preguntó con los ojos abiertos como dos grandes platos.
—No quieres saberlo —apreté su brazo con fuerza y lo torcí levemente para producirle dolor en este.
—¡Aahhh! —hizo una mueca de disgusto y apretó sus ojos.
Su amigo quiso intervenir, pero logré derribarlo de un pequeño empujón con mi otro brazo y cayó al piso golpeándose con la pared. Sin embargo, el chico de cabello oscuro trataba de zafarse de mi agarre soltando pequeños gemidos de dolor y cayendo lentamente de rodillas al piso a la vez.
—Liam... Suéltalo, lo estas lastimando —intervino Matthew.
Al escuchar su voz, hizo que entrara en razón y solté al instante a ese chico antes de que fracturara su brazo.
—¿Ray, estás bien? —su amigo trató de ayudarlo.
—Yo puedo solo —se levantó del piso, ignorando la ayuda que le ofreció su amigo y cuando se mantuvo firme sobó su brazo—. Esto no se quedará así —se dirigió a la puerta—. ¿Qué es lo que miras, imbécil? —le dijo al chico de cabello rubio que seguía sin moverse de la puerta.
No dijo nada, solo retrocedió para hacerles paso y el dúo bravucón se marchó.
—Oye, ¿por qué hiciste eso? —se puso delante de mí, ya que me quedé observando como el dúo se marchaba. Automáticamente lo miré a los ojos y noté que soy más alto que él por algunos centímetros.
—Yo —miré mis manos. Estaban temblando.
—¿Estás bien? —intentó tomar mi mano y lo aparté cuando apenas nuestros dedos rozaron.
—Ehm… —traté de disimular.
—Tu mano... está caliente —ahora trató de tocar mi frente y esta vez pude alejarme de él antes de que pudiera hacerlo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté nervioso.
—Solo quiero saber si tienes fiebre... —intentó hacerlo de nuevo.
—¡No! —grité, haciendo que se sobresaltara y retrocediera—. Quiero decir... si, no me siento bien —le mentí. Debo ir a enfermería, te veo en la siguiente clase.
Tomé mi mochila que ya hacía tirada en el piso y huí de allí esquivando al chico rubio que seguía en la puerta. Rápidamente busqué un sanitario con mi mirada para entrar a este y estar a solas lo que restaba del receso, después de buscar uno por el pasillo entré al sanitario de hombres y revisé si no había nadie en los cubículos, por suerte estaba solo.
Pero no tardé en escuchar algunos pasos que se aproximaban a mí y me apresuré en entrar a un cubículo para no ser descubierto, aseguré la puerta y me subí arriba del inodoro como cualquier estudiante para no ser descubierto por algún maestro.
El sonido de la puerta abriéndose me indicó que ya habían entrado esas personas.
—Demonios. —soltó un gemido de dolor—. Aún me duele.
Esa era la voz de uno de esos chicos que estaban molestando a Matthew.
—¿Cómo puede ser tan fuerte? Logró derribarme de un pequeño empujón.
Con esto pude confirmar que eran ellos.
—¿Crees que se trate de…?
—Tendríamos que averiguarlo.
—Hablando de eso... Mi padre encendió ese dispositivo hoy en la mañana.
¿Dispositivo?
—¿Qué sucedió…? ¿Respondieron?
—Si... Esas bestias respondieron a ese falso aullido —abrí los ojos como dos grandes platos.
¿Acaso están hablando del aullido de ese Hombre Lobo que escuché hoy en la madrugada? No puede ser, ¿era un falso aullido?
Pero… ¿Cómo saben acerca de la existencia de los Hombres Lobo? Estoy seguro que ellos dos son humanos, pero no cualquier humano ordinario; ocultaban un secreto.
El sonido de la campana interrumpió mis pensamientos.
—Te cuento todo en mi casa —respondió—. Debemos de ir a clases o seremos hombres muertos.
Salí del cubículo al escuchar la puerta cerrarse.
—No puede ser... Era un aullido falso —me dije a mi mismo.
No. El segundo aullido era más agudo y diferente al primero que escuché.
Demonios. Llegaré tarde a clases —pensé.
Me dirigí a la puerta para irme, pero antes de abrirla entró ese chico misterioso de cabello rubio, que había visto anteriormente espiando por la puerta del salón de clases, quise rodearlo y este me bloqueó el paso.
—Disculpa, pero no quiero problemas —clavé mis ojos en él—. Debo ir a clases.
Intenté esquivarlo, pero siguió obstruyendo mi camino.
—¿Cuál es tu problema? —preguntó molesto.
—¿De qué hablas? Solo quiero ir a clases.
—Eso no, idiota.
—Mejor cuida tus palabras —fruncí el ceño. Comenzaba a colmar mi paciencia—, no sabes de lo que soy capaz de hacer.
—Sé que eres capaz de hacer cualquier cosa que no sea guardar nuestro gran secreto a los humanos.
—¿Nuestro…? —alcé una ceja.
—Así es...
Cerró sus ojos lentamente y relajó su cuerpo para despejar su mente, después continuó con un leve suspiro y abrió sus ojos con un resplandor dorado en ellos.
—Tú —me quedé sin palabras.
—Mi nombre es Joe y soy un Omega.
Eso quiere decir que es un Hombre Lobo solitario.
—Yo también soy uno.
—Sí —me interrumpió—, lo supe cuando intentaste fracturarle el brazo a Ray...
¿Así que el nombre de aquel idiota es Ray?
—Él se lo merecía —y se merecía más que solo un torzón de brazo.
—Cometiste el peor de todos al hacer eso...
El rechinar de los zapatos con el piso lo interrumpió y ambos volteamos al mismo tiempo a la puerta. Solo era cuestión de segundos para que esa persona entrara por ella.
—Dame tu dirección...
—¿Qué?
—Que me des tu dirección. Esta conversación aún no ha terminado —dudé por un segundo—. Rápido... Es demasiado importante lo que tengo que decirte —susurró.
Rápidamente escribí mi dirección en una hoja que él me extendió.
—Estaré ahí a las 7:00 p.m.
—Pero...
La puerta se abrió y giramos nuestros cuerpos hacia ella.
—Jóvenes, las clases ya empezaron —era un maestro—. Salgan de aquí y vayan a sus clases —asentimos.
Salimos del sanitario y nos fuimos por direcciones opuestas, seguí mi camino en línea recta hacia mi salón de clases.
—No lo olvides... 7:00 p.m. —susurró a lo lejos—. Ah, y por cierto, también hay Hombres Lobo en este colegio aparte de nosotros y uno de ellos está en tu clase.
—¿Qué...? —volteé hacia atrás, pero él ya había ido por otro pasillo.
—Así es, pero debido al extremo olor a perfume es difícil poder identificar a los nuestros. Ahora, deja de susurrar porque podrán escucharnos y vuelve a tu rutina de humano.
Gruñí por una extraña razón. Cuando llegué a mi clase correspondiente hice puño mi mano para golpear la puerta.
Toc toc
—Adelante —se escuchó del otro lado y abrí la puerta.
—Siento la tardanza, ¿puedo entrar?
—¿Quién es usted? —arqueó una ceja la maestra.
Era una maestra delgada, alta y de cabello rojo cobrizo brillante. Demasiado atractiva.
—Soy Liam...
—¿El nuevo? —asentí—. Puede pasar.
—Gracias.
Ingresé al salón de clases con la mirada de todos sobre mí y busqué un asiento vacío entre mis nuevos compañeros, pero mi mirada se perdió en Matthew. Estaba exactamente en el mismo lugar que en la clase anterior y había un asiento vacío detrás de él.
¿Ese será mi lugar de ahora en adelante?
—Señor Liam. Sé que es su primer día de clases, pero ¿podría darse prisa?
—Si… —apresuré mi paso—. Lo siento.
Tomé asiento detrás de él y puse mi mochila en el piso recargada en mi pupitre. En seguida la maestra continuó con la clase.
—Siento lo que sucedió la hora anterior —le susurré al oído lo que hizo que se sobresaltara—. No sé por qué me comporte de esa manera —su aroma penetró mis orificios nasales.
—Ah, descuida —giró su cabeza para verme de reojo—. Disfruté lo que le hiciste a Ray —esbozó una sonrisa, dejándome ver su dentadura.
Solté un pequeño suspiro acompañado de una pequeña risa.
—De nada —sonreí.
Horas más tarde el último sonido de la campana se hizo presente como si todos lo hubiésemos convocado. Después de seis horas: las clases por fin terminaron.
Todos comenzaron a marcharse, despidiéndose del maestro a la vez, cosa que se me hizo muy infantil de parte de todos.
Guardé mi libro y mis útiles en la mochila. Después me levanté de mi lugar con mi mochila ya en mi espalda y me dirigí hacia Matthew, que se encontraba a dos asientos enfrente de mí. Esta era la primera vez en todo el día que estuvimos separados.
Tenía un buen pretexto para que los dos regresemos a casa juntos.
—Matthew... ¿Puedo irme contigo? —le sonreí con ternura, a pesar de que no salió como planeé—. Olvidé el camino a casa.
Su rostro se enrojeció por un instante.
—S-Sí.
Esperé que estuviera listo para poder irnos a casa y al salir del instituto, Matthew se cruzó de brazos y se puso la capucha de su abrigo al sentir el frío golpear su rostro. Me gustaría abrazarlo para que entrara en calor pero no podía hacerlo, por lo menos no en este momento.
Ninguno de los dos decía ninguna palabra, por lo que era demasiado incómodo regresar a casa en total silencio. Quizá este sea un buen momento para iniciar una conversación.
—¿Puedo preguntarte algo? —tomó la iniciativa sin apartar la vista de la acera.
—Adelante... —lo observé mientras seguíamos caminando.
—Es solo que... tengo curiosidad…
—¿Si...?
—¿En serio te parezco lindo? —preguntó con una voz tierna y dulce.
—Por supuesto, además de lindo eres hermoso y perfecto.
Seguimos nuestro camino. El cielo comenzó a oscurecerse debido a la inmensa cantidad de nubes que estaban allá arriba, que poco a poco se iban fusionando unas con otras hasta tornarse de un color aún más oscuro.
—Otra pregunta —dudó en hacerla—, ¿se puede?
—Quizás.
—¿Por qué? —el fuerte estruendo de un rayo interrumpió su pregunta—. ¡Aahhh! —me abrazó y se ocultó en mi cuello.
Llevé mis manos alrededor de su cintura para abrazarlo y logré percibir su dulce aroma a la perfección; algo difícil de describir y que nunca podré olvidar.
Su respiración era muy agitada. Ese pequeño trueno logró asustarlo.
Perduramos abrazados por un largo tiempo cercas uno del otro, también pude notar la mirada de ciertas personas en nosotros pero eso no me importó, sin embargo tuve que apartar a Matthew de mi, debido a que comenzaba a acercarse más a mi cuello y podía sentir mi extremo calor corporal.
—Debemos de irnos. Puede llover en cualquier instante —dije como pretexto.
—Si —continuamos con la caminata.
El silencio no tardó mucho en hacerse presente y sin menos esperarlo, llegamos a su casa.
—Disculpa se te incomodé al haberte abrazado… —bajó la mirada—. Realmente me asusté —entró por la puerta principal.