Cally volvió el rostro, su expresión incrédula.
–¿Tu qué?
–Mi amante –repitió Leon con impaciencia.
Cally se lo quedó mirando horrorizada.
–¿Y cuándo he accedido yo a ser tu amante, si puede saberse?
Leon sacudió la cabeza. Cally debía de estar bromeando. ¿Acaso esperaba que creyera esa patraña de que era honesta y decente?
–Creo que tu forma de comportarte lo ha hecho, ¿no te parece? A menos que
quieras convencerme de que ese vestido y esos movimientos forman parte de una nueva técnica de restauración –Leon ladeó la cabeza–. Muy atractivos, por cierto.
El enfado de Cally fue sustituido por dolor y vergüenza.
–No me extraña que no quieras que te entrevisten los medios de comunicación. Eres tan bruto que tu pueblo acabaría dudando de tu sangre real.
–En ese caso, te sugiero que me evites el sermón y me acompañes a cenar
algo.
–No tengo hambre.
–¿En serio? ¿No será que se te ha atragantado que yo tuviera razón?
–¿Razón respecto a qué?
–A que has aceptado este trabajo porque querías acostarte conmigo.
Cally enfureció al instante.
–¿Tan desmesurado es tu ego como para no poder aceptar que, después de años de estudiar restauración de pinturas y meses preparándome para restaurar los Rénard, sean los cuadros el motivo?
–Claro que puedo aceptarlo, chérie. Todas las mujeres que se abren camino
profesionalmente lo hacen con gusto hasta el momento en que consiguen lo que
realmente quieren: fama, sexo, lo que sea. Ahora que has conseguido el sexo, deja
ya de fingir.
–Que la mujer de tu hermano fuera tan manipuladora y se olvidara de su carrera profesional después de haber conquistado a tu hermano no significa que todas seamos iguales.
Leon arqueó una ceja.
–No baso mis supuestos en ella, sino en ti. Apenas has tocado los cuadros antes de este... ¿cómo llamarlo? ¿Episodio? Y ahora no creo que tu prioridad sea
tocar los cuadros.
Cally apartó los ojos de la fija mirada de él, una mirada que parecía recordar el camino que habían recorrido sus manos hacía muy poco. ¿Por qué demonios no se ponía la camiseta?
–Los cuadros son lo más importante para mí, siempre lo han sido. Todo
trabajo de restauración requiere un tiempo para acomodarse. Tú me has contratado porque soy la persona más adecuada para realizar este trabajo, no por ser una virgen que se ha perdido por acostarse con un hombre.
–Vaya, Cally, creo que los dos sabemos que, desde luego, eso no eres, ¿verdad? –dijo Leon con voz suave, mirándola con renovado deseo–. Igual que los dos sabemos que el hecho de ser capaz de realizar la restauración de los cuadros
sólo es, en parte, el motivo por el que te he contratado.
–¿Qué? –Cally se puso tensa al instante.
Leon agarró la camiseta.
–No finjas sorpresa, Cally. ¿Acaso piensas que te contraté, a pesar de lo
indiscreta que fuiste en Londres, sólo por tu capacidad profesional? Te contraté por la misma razón que tú aceptaste el trabajo, porque los dos sabíamos que juntos en la cama sería incroyable.
Cally sintió náuseas.
–Te odio.
Durante un segundo, Leon pareció sorprendido. Pero sólo un segundo.
–Y, sin embargo, me deseas –sacudió la cabeza con condescendencia–. Y el
deseo siempre se sobrepone a la razón.
–Ya no –respondió Cally, suplicando por que fuera verdad–. Nos atraíamos
y nos hemos acostado, pero se acabó –Cally miró a los Rénard con decisión–. Así
que te agradecería que me digas si sigo contratada y puedo continuar con mi
trabajo...
–¿En serio crees que la atracción que sentimos el uno por el otro es algo que
pueda dejar de existir por el simple hecho de habernos acostado una vez? –Leon se
acercó hasta ella–. El deseo es como un animal, Cally, una vez que se le da rienda
suelta no se le puede volver a atar.
«No puede ser», pensó Cally. Se mordió el labio, su mente, traicioneramente, conjurando imágenes eróticas de Leon atado.
–Siento desilusionarte, pero creo que el animal se ha escapado –declaró ella
en voz tan alta que la traicionó.
Leon se echó a reír, una risa que reverberó en el cuerpo de ella.
–¿Insistes en fingir que no sientes nada, chérie? Como quieras, continúa con tu trabajo. Te doy una semana, a lo sumo, para que vengas a suplicarme que te posea otra vez; porque si no lo hago, te morirás de deseo –Leon se detuvo al llegar a la puerta y arqueó una ceja–. A menos, por supuesto, que quieras dejar de hacer tanto teatro y vengas a cenar conmigo.
–Como he dicho, no tengo hambre.
–No, claro que no –dijo él burlonamente–. Como tampoco tenías sed en
Londres.
Y tras esas palabras, Leon se marchó y cerró la puerta tras sí.
***
Cally pasó los siguientes días tratando de olvidar lo que había sentido al
hacer el amor con Leon Montallier. Trató de convencerse a sí misma de que el deseo que sentía por él no era más que curiosidad.
Pero, a pesar de sus esfuerzos, le resultaba imposible no pensar en cómo la había hecho sentirse, en las nuevas sensaciones que jamás había experimentado en sus veintiséis años, hasta ese momento.
Cosa que debía de ser una locura, porque no era virgen. De acuerdo, sólo se había acostado con otro hombre antes que con Leon, pero el sexo era eso, sexo, ¿no?. No, pensó Cally, no debía serlo.
Lo que había sentido con Leon era lo que se podía leer en un libro, mientras que con David... Bueno, desde el día en que por fin la convenció, nunca había disfrutado realmente.
Le había parecido todo demasiado apresurado, incómodo, y siempre la había dejado sintiéndose inadecuada; sobre todo, el día en que encontró el valor para preguntarle si no podían besarse un poco
primero porque no estaba segura de sentir lo que se suponía que debía sentir.
David le había respondido que no fuera tonta y que, si no le gustaba, era porque
carecía del gen apropiado.
En su inocencia, siempre había supuesto que carecía de algo. Ahora comprendía que lo que le había faltado era el compañero sexual adecuado.
Desgraciadamente, aunque Leon había cambiado su percepción del sexo, había
confirmado sus sospechas de que el Príncipe Azul no existía, sólo en los cuentos de hadas. Por eso era por lo que debía olvidarle y centrarse en los cuadros.
Lo que no era tan fácil; sobre todo, cuando él insistía en verla trabajar, como si la estuviera probando su resistencia y esperando que las fuerzas le fallaran en
cualquier momento. Pero poco a poco empezó a avanzar. De hecho, después de haber terminado de limpiar el primer cuadro y empezar con los injertos le pareció que casi había recuperado la capacidad de concentración que tenía normalmente.
Casi, porque las pocas ocasiones en las que se había visto completamente absorta en el trabajo la habían llevado a pensar en dos cosas que le sorprendieron.
La primera era que, inexplicablemente y con alguna frecuencia, se le
despertaron las ganas de empezar a pintar, hasta el punto de que una tarde se puso a dibujar la extraordinaria vista desde la ventana del estudio en un trozo de lienzo.
No sabía por qué, ya que no pintaba desde la ruptura con David y ahora tenía
mucho trabajo, pero algo la impulsaba a hacerlo. La segunda era Leon, pero no en el sentido sexual, como le ocurría cada vez que cerraba los ojos. No, recordaba la conversación sobre lo ocurrido a Gérard. No
podía evitar reflexionar sobre lo significativo que era que Leon, un hombre tan
reservado, le hubiera hablado de algo tan íntimo respecto a su familia.
Cally parpadeó al oír la puerta y sintió un escalofrío en la espalda.
–Estoy haciendo algo bastante complicado. ¿Te importaría no quedarte hoy
aquí a ver cómo trabajo? –preguntó ella sin darse la vuelta.
–¿Quieres decir que podría distraerte? –inquirió él en tono burlón.
–No tú en particular, cualquiera –mintió Cally.
–Como quieras. Aunque sólo había venido para decirte que Kaliq y su
prometida van a cenar con nosotros esta noche, así que tendrás que estar lista para
las ocho.
Cally empalideció.
–Esta tarde quería empezar a trabajar en el desnudo. Ya casi he terminado
éste.
Los dos miraron el primer cuadro, ambos sorprendidos de que el trabajo de restauración estuviera casi acabado. La diferencia era extraordinaria.
–En ese caso, parece el momento perfecto para un descanso, ¿no?
–Sea como sea, preferiría no cenar con vosotros.
–Es una suerte que no tengas opción, ¿no te parece?
Cally le miró furiosa.
–Ya que rechacé la generosa oferta de convertirme en tu amante, me gustaría creer que es asunto mío cuándo y con quién ceno.
–No, si su tu trabajo lo requiere. Y, para tu información, se requiere tu
presencia en la cena en virtud de tu trabajo.
–¿En serio? Ya que mi trabajo implica exclusivamente la restauración y conservación de pinturas, ¿debo suponer que el jeque va a traer un cuadro para que yo lo examine entre plato y plato?
–Kalia no comparte mi pasión por el arte –gruñó él.
–En ese caso, ¿cómo es posible que se requiera mi presencia en virtud de mi
trabajo?
–Se trata de una cena de negocios y placer simultáneamente.
–¿Por qué me necesitas, teniendo en cuenta que tú eres un experto en
combinar las dos cosas?
Una sombra cruzó la expresión de Leon.
–Kalia y yo tenemos que hablar de negocios, pero también quiero celebrar la
adquisición de mis cuadros.
–Como se celebra la compra de un Ferrari o de un ático en Dubai –dijo ella
sarcásticamente.
–Para que lo sepas, no te lo estoy pidiendo. Soy tu jefe y requiero tu presencia en la cena como parte de tu trabajo. Y como lo único que te estoy pidiendo es que asistas a una buena cena en compañía de gente agradable, no logro comprender tus objeciones. A menos, por supuesto, que te preocupe no conseguir controlar el deseo que sientes por mí cuando me veas en traje de
etiqueta.
–¡Qué arrogante!
–¿Crees que lograrás controlarte?
–¡No siento ningún deseo por ti!
–En ese caso, no hay problema, ¿verdad? Hasta las ocho. Ah, y ponte el
vestido verde, ¿de acuerdo?
–Ni loca.
–¿Por qué, demasiados recuerdos? –Leon arqueó las cejas, retándola a
refutarle.
Cally se lo quedó mirando, muda y furiosa.
–Bien. Hasta las ocho entonces.