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73.33% La Niña Que Bebió Luz de Luna / Chapter 11: En el que una bruja encuentra una puerta y también un recuerdo

Capítulo 11: En el que una bruja encuentra una puerta y también un recuerdo

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En el que una bruja encuentra una puerta

y también un recuerdo

Xan dio la espalda al pantano y enfiló el sendero cuesta arriba, hacia el cráter

donde el volcán había abierto su cara al cielo tanto tiempo atrás. El camino

estaba enlosado con piedras grandes y planas, tan bien encajadas entre ellas

que en las fisuras apenas cabía una hoja de papel.

Hacía años que no recorría aquel camino. Siglos, en realidad. Se

estremeció. Todo parecía muy distinto. Pero... no lo era.

En su día, en el patio del castillo había un círculo de piedras que rodeaban

la Torre central, la más antigua, como si fueran centinelas, y el castillo había

envuelto el círculo, como una serpiente que se come la cola. Pero la Torre

había desaparecido (Xan no sabía qué había sido de ella), el castillo estaba en

ruinas y las piedras habían quedado cubiertas por el volcán, o engullidas por

el terremoto, o destrozadas por el fuego, el agua y el tiempo. Solo quedaba

una, y era difícil de encontrar. La hierba alta la rodeaba como una cortina y

además estaba cubierta de hiedra. Xan pasó medio día intentando dar con ella

y cuando la encontró, tuvo que dedicar una hora entera a quitar la insistente

maraña de hiedra.

Cuando llegó a la piedra, se sintió defraudada. Tenía unas palabras

grabadas en la parte plana. Un mensaje sencillo en cada cara. Las había

escrito Zósimos mucho tiempo atrás. Las había grabado para ella cuando

todavía era una niña.

«No olvides», decía en un lado de la piedra.

«Lo digo en serio», decía en el otro.

—¿Que no olvide qué? ¿Qué es lo que dices tan en serio, Zósimos?

No lo sabía. A pesar de lo frágil de su memoria, una cosa que sí recordaba

era la tendencia de Zósimos hacia lo críptico. Creía que bastaba con palabras

vagas e insinuaciones, que tenían que ser perfectamente comprensibles para

todo el mundo.

Y después de tantísimos años, Xan sí recordaba lo fastidioso que aquello

le resultaba entonces.

—¡Que el cielo lo confunda! —refunfuñó.

Se acercó a la piedra y apoyó la frente en las palabas grabadas, como si la

piedra fuese Zósimos en persona.

—Ay, Zósimos —dijo, notando una oleada de emoción que no había

sentido en casi cinco siglos—. Lo siento. Lo he olvidado. No era mi

intención, pero...

La oleada de magia la golpeó como una roca caída del cielo y la impulsó

hacia atrás. Cayó al suelo sobre las caderas con un golpe sordo. Se quedó

mirando la piedra, boquiabierta.

«¡La piedra está enmagizada! —dijo para sus adentros—. ¡Claro!»

Y mientras miraba la roca, apareció una veta en la parte central y las dos

mitades se abrieron hacia el interior, como un par de puertas de piedra.

«No es que lo parezcan —pensó Xan—. Es que son un par de puertas de

piedra.»

El contorno de la roca seguía dibujándose contra el cielo azul, pero la

entrada se abría hacia un pasadizo en penumbra, y unos peldaños de piedra

desaparecían en la oscuridad.

Y de pronto, Xan recordó aquel día. Tenía trece años y estaba muy

impresionada con su inteligencia de bruja. Su maestro, que cuando era

pequeña era fuerte y poderoso, se debilitaba a pasos agigantados a cada día

que pasaba.

—Ten mucho cuidado con tu tristeza —le había dicho. Era muy viejo.

Increíblemente anciano. Su rostro era anguloso, su cuerpo, todo huesos, su

piel, fina como el papel; parecía un grillo—. La tristeza es peligrosa. No

olvides que aún está presente.

Y Xan había engullido su tristeza. Y también sus recuerdos. Los había

enterrado en lo más profundo de su ser para no volver a encontrarlos nunca

más. O eso creía.

Pero de pronto estaba rememorando el castillo. ¡Lo recordaba! Aquella

rareza en ruinas. Sus pasadizos sin sentido. Y la gente que vivía en él; no los

brujos y los sabios, sino los cocineros, los escribanos y los criados. Recordó

cómo echaron a correr por el bosque cuando el volcán entró en erupción.

Recordó los hechizos que elaboró para protegerlos a todos —menos a uno—

y que rezó a las estrellas para que los protegieran mientras huían de allí.

Recordó que Zósimos escondió el castillo en el interior de las piedras del

círculo. Que cada una era una puerta.

—El mismo castillo, puertas distintas. No lo olvides. Lo digo en serio.

—No lo olvidaré —dijo cuando tenía trece años.

—Lo olvidarás, a buen seguro, Xan. ¿O es que no te conoces? —Era tan

viejo... ¿Cómo había envejecido tanto? Se había convertido prácticamente en

polvo—. Pero no te preocupes. Está incluido en el hechizo. Y ahora, si no te

importa, cariño... Ha sido maravilloso conocerte, y he lamentado conocerte,

pero, a pesar de mí mismo, acabé riendo todos los días que pasamos juntos.

No obstante, esto forma parte del pasado, y tú y yo debemos separarnos.

Tengo muchos miles de personas a las que proteger de este maldito volcán, y

confío en que procures que se muestren siempre agradecidos; ¿lo harás,

cariño? —Negó con la cabeza con tristeza—. Pero qué digo. Claro que no.

Y entonces, él y el Dragón Simplemente Enorme desaparecieron entre el

humo y se arrojaron al corazón de la montaña, deteniendo con ello la

erupción y obligando al volcán a sumirse en un sueño inquieto.

Y desaparecieron para siempre.

Xan nunca hizo nada para salvaguardar su memoria ni para explicar lo

que Zósimos había llevado a cabo.

De hecho, transcurrido un año, apenas lo recordaba. Nunca se le ocurrió

que aquello fuera extraño: la parte de ella que lo habría encontrado raro había

quedado al otro lado de la cortina. Perdida entre la niebla.

Observó la penumbra en busca del castillo escondido. Le dolían los

huesos y la cabeza le funcionaba a toda velocidad.

¿Por qué había perdido todos aquellos recuerdos? Y ¿por qué Zósimos

había escondido el castillo?

No lo sabía, pero estaba segura de que acabaría descubriendo la respuesta.

Golpeó el suelo tres veces con el bastón para que produjera luz suficiente

para iluminar la oscuridad. Y se adentró en la piedra.


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