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98.07% Life and Death #3: Después del amanecer / Chapter 51: EPÍLOGO: Y VIVIERON FELICES POR SIEMPRE

Capítulo 51: EPÍLOGO: Y VIVIERON FELICES POR SIEMPRE

—¡NECESITO QUE TE CALMES BEAUFORT! —dijo Alice. Se volvió a Royal y Jasper con nerviosismo—. Parece un poco mareado, ¿crees que será capaz de hacerlo?

Su voz le sonó muy lejana a Beau y apenas sentía las piernas. Por primera vez, desde que se había convertido en un ser inmortal, se sentía igual de torpe que cuando era humano.

—Se pondrá mejor, seguro —dijo Jasper.

Alice se colocó de pie delante de Beau, irguiéndose sobre las puntas de los pies para mirarlo mejor a los ojos y le tomó las muñecas con sus manos duras.

—Concéntrate, Beau. Todos te esperan allí abajo.

—Está bien, está bien —la interrumpió—. ¡Perdón! Sé que esto también es importante para ti. Es sólo que…nunca he pasado por algo similar, ni siquiera he ido a una boda.

—Esta te gustará —afirmó Alice.

—Pues estaría muy mal si no me gusta mi propia boda.

—Relájate, todo irá bien.

Beau sonrió.

—No puedo creer que te fuiste un mes completo de mi vida, te eché muchísimo de menos. No vuelvas a hacérmelo, Alice.

El trino de su risa se dejó oír por toda la habitación. Todos sonrieron al volver a escuchar esa música de nuevo.

—Beaufort Swan-Cullen, ya supéralo, fue hace cinco años —colocó sus manos en sus caderas—. Pero también yo te eché de menos, así que perdóname, e intenta contentarte con ser la primera estrige en casarse.

La música se transformó lentamente en una nueva canción. Alice le dio un codazo.

—Venga, Beau, es nuestro turno para salir.

—¿Beau? —inquirió Jasper, aún pendiente de su mirada.

—Sí —chilló—. Estoy perfectamente, ¿okey? —y dejó que lo sacara de la habitación con Alice pegada a sus espaldas.

La música sonaba muy fuerte y subía flotando por las escaleras junto con la fragancia de un millón de flores. Se concentró en la idea de Edward esperando abajo para conseguir poner los pies en movimiento.

La música le resultaba familiar, la marcha tradicional de Wagner rodeada de un flujo de florituras. La multitud se puso de pie y comenzó un nuevo instrumental.

Kenneth tomó el brazo de Edward y comenzaron a recorrer el sendero de luz. Beau fue a seguirlos, con Alice danzando a sus espaldas esperando a que su amiga se comportara como un amigo que acompañaba hasta el altar, pero Luca se le acercó, sonriendo, y lo tomó del brazo.

—Me he peleado con nuestra queridísima amiga por el privilegio de escoltarte —dijo, señalando a una furibunda Alice con un gesto de la cabeza—. ¿Acaso creías que te iba dejar acercarte al altar con alguien que no fuera tu hermano? ¿Y si te entraba el miedo y salías corriendo?

Beau rio por lo bajo mientras pasaban ante rostros conocidos: Seth y Valter, Leah y dos rostros nuevos, seguro de la manada de Adão; Carine con una corona de flores torcida sentada junto a Earnest; Eleanor y Royal, silbando y aplaudiendo. Eleanor tenía una cinta azul en la muñeca además de franjas doradas en su vestido; al contraste con el traje de Roy.

—Ningún miedo —repuso Beau—. Me siento absolutamente valiente.

Luca le sonrió.

—¿Ninguna duda?

Llegaron al final del sendero iluminado. Edward esperaba junto a Kenneth en la plataforma. Tras ellos estaba el bosque iluminado por la luz del cielo, extendiéndose azul plateado, como la magia de las hadas, hasta el horizonte. Sus amigos más íntimos rodearon la plataforma: Alice con los brazos llenos de flores azules y amarillas; Julie con un ramo en brazos y conteniendo las lágrimas; Allen sonriente y contento; Erictho con Pamphile a su lado: este parecía solemne, como si se diera cuenta del significado del acontecimiento. Eleazar se hallaba dónde estaría el cura en una ceremonia mortal, con la biblia en la mano. Todos se habían puesto chales o chaquetas ligeras de seda con pines de oro; estandartes de seda colgaban suspendidos en el cielo, con todo tipo de rosas y plantas que seguramente fueron recomendación de las amigas hada de Alice.

Beau miró a Luca.

—Ninguna duda —le respondió.

Su hermano le apretó la mano y se colocó al lado de Eleazar. Había un segundo círculo alrededor de la plataforma: Benjamin y Tia, y Embry y Quill estaban allí, apretados. Benjamin dedicó su relajada sonrisa a Beau; Tia relucía de felicidad cuando Beau cruzó la plataforma de madera y se colocó frente a Edward.

Este extendió las manos y Beau se las tomó. Miró a los dorados ojos de Edward, el color de los ángeles, y sintió que una gran calma lo invadía, una paz más allá de cualquier otra que hubiera sentido antes.

«Ninguna duda.»

Edward no tenía que rebuscar en su alma. Lo había hecho mil veces, diez mil veces, desde que conocía a Beau. No porque dudara, sino porque le sorprendía mucho no dudar. Nunca en toda su larga vida se había sentido más seguro de algo. Había vivido felizmente y no se arrepentía de nada; de sus idas y venidas había hecho música, había vivido sin ataduras y disfrutaba de una gran familia.

Entonces conoció a Beau. Se sintió atraído por él de un modo que no podría haber explicado o previsto; deseaba verlo sonreír, verlo feliz. Había observado a Beau transformarse de un muchacho tímido y con miedos en un hombre que se enfrentaba al mundo abiertamente y sin miedo. Beau le había dado el don de la fe, una fe que en Edward era lo suficientemente fuerte para hacer feliz no solo a Beau, sino a toda su familia. Y en su felicidad, Edward se sintió no solo libre, sino rodeado de una gloria inimaginable.

Algunos podrían haberlo llamado la presencia de Dios.

Edward solo lo llamaba Beaufort Swan-Cullen.

—Comencemos —dijo Eleazar.

Alice se había puesto de puntillas, emocionada. Todos sabían que iba a haber una boda secreta en el bosque; al menos una boda secreta para las personas del mundo sobrenatural. Si Beau estaba nervioso, había conseguido disimularlo muy bien. Nadie más llegó a pensar que Edward pudiera decir que no, pero Alice recordó el ligero temblor de las piernas de Beau de antes, y se alegró muchísimo de que todo hubiera salido bien.

Se hizo el silencio cuando Eleazar comenzó a hablar.

—A lo largo de los siglos —dijo—, ha habido pocas uniones de vampiros, sin embargo, ahora estamos en presencia de la primera boda entre un vampiro y una estrige que sea reconocida como tal. Ya ha llegado una nueva era, y con una nueva era llegan nuevas tradiciones. Esta noche, mientras Edward Cullen y Beaufort Swan-Cullen unen sus vidas y sus corazones, nos disponemos a reconocer esta unión. A ser testigos de la auténtica unión de dos almas que se han aferrado la una a la otra. —Se aclaró la garganta. Su rostro mostraba alegría y orgullo mientras pasaba la mirada por el grupo reunido allí—. Edward Anthony Cullen. ¿Has hallado a aquel al que tu alma ama?

Era una pregunta que se hacía en todas las bodas; una parte de la ceremonia milenaria de los seres humanos. La gente calló, el silencio de la santidad, de un ritual sagrado compartido y respetado. Alice no pudo evitar tomarle la mano a Jasper aunque ya sabía la respuesta; él la acercó a su lado. Había algo en el modo en que Edward y Beau se miraban. Alice pensó que deberían estar sonriéndose, pero ambos estaban serios. Se miraban como si el otro fuera tan brillante como la luna llena, que podía borrar todas las estrellas.

—Lo he hallado —contestó Edward—. Y no lo dejaré marchar.

—Beaufort Swan-Cullen —continuó Eleazar, y Alice se preguntó si esa sería la primera y única vez en la historia que esa pregunta se le formulaba a una estrige—. Has estado entre los mortales, los inmortales y entre criaturas que son desconocidas para nosotros. ¿Has hallado a aquel al que tu alma ama?

—Lo he hallado —contestó Beau, mirando a Edward—. Y no lo dejaré marchar.

Eleazar inclinó la cabeza.

—Ahora los anillos —dijo Eleazar, y Edward pareció despertar de un sueño. Kenneth se acercó y le puso un anillo en la mano, y otro en la de Beau, y les dijo algo en voz baja que los hizo reír. Embry le frotaba la espalda a Quill, que se tragaba las lágrimas haciendo aún más ruido, y Julie sonreía mirando las flores.

Kate se alegró de su visión vampírica. Gracias a ello, pudo ver que los anillos eran los de la familia Masen, grabados con un dibujo tradicional de ramos de uvas en el exterior y con una inscripción en el interior.

—Yo siempre te amaré —pronunció Edward, leyendo esas palabras, y sonrió a Beau, una sonrisa brillante que abarcaba un mundo entero—. Mi amor es tuyo, mi corazón es tuyo, mi alma es tuya, Beau. Ahora y para siempre.

Luca sonrió ante lo que debían de ser unas palabras que le resultaban encantadoras. Edward y Beau se pusieron mutuamente los anillos y Eleazar cerró su libro.

—Beaufort Swan-Cullen. Edward Swan-Cullen. Los declaro unidos en matrimonio —dijo—. Pueden besarse.

Tomaron un segundo en procesar lo que acababa de suceder, por fin, después de tantas pruebas, estaban juntos.

—Edward —susurró Beau.

—Beau —susurró Edward, y lo besó, y Beau lanzó un grito apagado y tomó a Edward por las mangas, acercándolo más a sí. Beau le rodeó el cuello con los brazos, arrastrándolo hacia su beso: sus bocas se juntaron y notó el sabor de su respiración compartida, un elixir de calor y anhelo.

Finalmente, Beau se apartó. Estaba sonriendo, la sonrisa traviesamente feliz que Edward sospechaba que solo él había visto.

En la superficie la fugaz sonrisa de Edward parecía divertida, casi una sonrisita de suficiencia, pero debajo de su momentánea diversión por su exhibición pública de afecto había una profunda alegría que era un eco de la de Beau.

El gentío estalló en un aplauso y Edward movió sus cuerpos para ponerse de cara a sus amigos y familiares, pero Beau no pudo apartar el rostro del suyo para mirarlos a ellos.

—Y ahora, celebrémoslo —concluyó Eleazar.

Y comenzaron los vítores: todos gritaban, se abrazaban y bailaban, y el cielo en lo alto estalló en luces doradas, cuando Allen, con el ingenio de Erictho y Alice, llenó el aire de fuegos artificiales que estallaban con forma de corazones y las iniciales E & B. En el centro de todo, Edward y Beau se abrazaban con fuerza, los anillos reluciéndoles en los dedos como rayos de un nuevo sol rompiendo el horizonte.

La ceremonia había dado paso a la fiesta, y los animados invitados llenaban el lugar de arriba abajo. Jasper y Royal habían conseguido traer el piano desde la casa, y Edward estaba tocando, con la chaqueta sobre el hombro como un músico de blues de los viejos tiempos, Beau sentado a su lado admirando los dotes de su esposo. Alice estaba sentada sobre la caja de piano, lanzando flores al aire. Había los que bailaban descalzos sobre la hierba, vampiros, hombres lobo, brujos y hadas perdidos en el ritmo de la música. Edward y Beau se volvieron a parar a bailar, con sus amigos a sus costados, un feliz enredo familiar.

Kenneth tomó el piano y a la música de éste se le había unido la de la flauta, tocada, sorprendentemente, por Seth. No era malo, pensó Valter, mientras Érico también se les unía con la guitarra. Quizá los tres juntos podrían triunfar como el grupo más raro del mundo.

Tanya y Carmen bailaban juntas, ambas riendo tanto que se doblaban por la cintura por las grandes carcajadas liberadas.

—Felicidades, chicos —les dijo Seth Clearwater, tomando la mano de Valter e inclinando la cabeza bajo el borde de una guirnalda de flores. Su madre, Sue, se mostraba algo rígida de pie a su lado, vigilando a los invitados con una cautelosa intensidad. Su rostro afilado resultaba fiero, con una expresión que acentuaba su pelo corto de estilo severo; era tan bajita como su hija Leah y Beau se preguntó si se lo había cortado del mismo modo como una forma de mostrar solidaridad. Billy Black, al otro lado de Seth, no estaba tan tenso como Sue.

Cuando Beau miraba al padre de Julie, siempre se sentía como si estuviera viendo a dos personas en vez de a una. Por un lado, estaba el anciano en silla de ruedas de rostro arrugado y sonrisa blanca que todo el mundo podía ver; y por otro, el descendiente directo de una larga línea de jefes de tribu poderosos y llenos de magia, envuelto en la autoridad con la que había lucido. Aunque la magia había esquivado su generación, debido a la ausencia de un catalizador, Billy todavía formaba parte del poder y la leyenda, que fluían directamente de él hasta su hija, la heredera de la magia a la que había dado la espalda. Por eso, ahora Julie Black actuaba como la jefa de las leyendas y de la magia…

Billy parecía extrañamente cómodo considerando la compañía y el suceso al que estaba asistiendo, pero sus ojos negros brillaban como si hubiera recibido buenas noticias. Beau se sintió impresionado por su compostura. Esta boda debería haberle parecido algo muy malo, lo peor que le podía pasar al hijo de su mejor amigo, al menos a sus ojos.

El muchacho había visto como Billy se interponía en su relación con Edward Cullen, pero las cosas eran distintas ahora, ya no había nada que pudiera quebrantar el tratado de los Cullen con los Quileutes, sin embargo, él se preguntaba si las cosas entre dichos bandos se volvería más cercana.

Como si fuera una respuesta a esa idea, Seth se inclinó hacia Edward con los brazos extendidos y Edward le devolvió el abrazo con la mano que le quedaba libre.

Vio cómo Sue se estremecía delicadamente.

—Me alegro de que te hayan salido las cosas tan bien, hombre —le dijo Seth—. Me siento feliz por ti.

—Gracias, Seth, eso significa mucho para mí. También me alegro de que hayas encontrado a alguien —Seth besó a Valter en la mejilla. Edward se apartó de Seth y miró a Sue y Billy—. Gracias también a ustedes, por apoyarnos.

—De nada —respondió Billy con su voz profunda y grave y le sorprendió a Beau la nota de optimismo de su voz. Tal vez había una tregua más sólida en el horizonte.

Se estaba formando algo parecido a una fila, así que Seth y Valter los despidieron con un gesto de la mano y empujó la silla de Billy hacia donde estaba la comida. Sue apoyó una mano sobre cada uno de ellos.

Y cuando se acercaron a la música, Edward tomó a Beau en sus brazos para dejarse envolver por el baile. Beau le siguió con ganas, sólo por el placer de estar entre sus brazos. Edward hizo todo el trabajo y giraron sin esfuerzo aparente bajo el brillo de un dosel de luces y el de los relumbrantes flashes de las cámaras.

—¿Está usted disfrutando de la fiesta, señor Swan-Cullen? —le susurró Beau al oído.

Edward se echó a reír.

—Creo que me va a costar un poco acostumbrarme a oírme llamar así.

—Tendremos tiempo suficiente —le recordó, con la voz llena de alegría y se alzó para besarlo mientras bailaban. Las cámaras disparaban fotos de un modo casi febril.

Ya estaba rompiendo el alba.

La fiesta había durado toda la noche. Aunque muchos de los invitados se habían ido tambaleándose a dormir a la casa de los Cullen, o (en el caso de los hijos de la luna) se los habían llevado, entre protestas, sus amigos o sus hermanos mayores, aún quedaban unos cuantos, envueltos en mantas, contemplando la salida del sol por detrás de las montañas.

Julie no recordaba una celebración mejor. Estaba acurrucada bajo una manta a rayas con Luca, a resguardo bajo unas rocas. Bajo ellos, la hierba estaba húmeda y fría, azulada bajo la luz del amanecer, y el agua del río había comenzado a bailar con chispas doradas. Se apoyó en el pecho de Luca.

Este movió la mano a lo largo de su brazo, con los dedos bailándose sobre la piel.

—¿Qué estás pensando?

—Solo que estoy muy contenta por Beau y Edward —contestó ella—. Son muy felices, y creo que algún día... podríamos ser igual de felices.

Él la besó en la coronilla.

—Claro que lo seremos.

Su absoluta seguridad la arropó como una manta caliente y reconfortante. Alzó la mirada hacia él.

Julie le besó los dedos. Él se estremeció y la acercó más a sí. Julie dejó caer de nuevo la cabeza sobre el pecho de Luca.

—¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos? ¿Cuando me llevaste a ese prado mágico?

Él asintió en silencio.

—Cuando supe que estábamos hechos el uno para el otro, pero a la vez no quería apresurar las cosas —le explicó—. Pensaba en ti, y en lo mucho que te añoraba.

—¿Pensabas cosas sexis? —Luca le sonrió con malicia, y ella le dio una palmada en el brazo—. No importa, ya sé que sí.

—¿Por qué siempre te lo cuento todo? —se quejó, pero ambos se sonreían embobados, de un modo que cualquiera que los viera los encontraría insoportables.

—Porque me amas —contestó él.

—Cierto —admitió Julie—. Incluso más ahora que antes.

Luca estiró los brazos alrededor de Julie. Él la miró; tenía el rostro tenso, como si algo le doliera.

—¿Qué pasa? —preguntó, confuso. No había pretendido decir nada que la pudiera herir.

—Solo el pensar en poder estar aquí hablando contigo así... —contestó ella en voz baja y grave—... es una libertad que nunca me había imaginado que podríamos tener, que yo podría tener. Siempre pensé que lo que quería era imposible. Que lo mejor que podía esperar era una vida de silenciosa desesperación siendo la mejor amiga de la persona que creía amar de ésta forma, y que al menos podría estar cerca de él mientras vivía su vida y yo iba siendo cada vez menos parte de ella...

—Julie. —Había dolor en sus ojos, y aunque era un dolor ya pasado, Luca odiaba que siguiera ahí—. Eso no hubiera pasado nunca. Estaba en nuestro destino encontrarnos. Incluso cuando no lo sabíamos, el destino va hacia ti. Incluso cuando tú no sentías nada; incluso cuando yo no sentía nada, el que tú y yo estuviéramos aquí, en este preciso momento, estaba escrito. —Julie se las arregló para darse la vuelta y echarle los brazos al cuello—. Y te amo mucho más ahora.

Luca inclinó para besarla, él hundió las manos en su espeso cabello. Julie sabía que a él le encantaba tocarle el pelo, igual que siempre le había gustado observarla. Luego le acarició la espalda, y ella notó el frío del brazalete platinado, que ella misma le dio, sobre la desnuda piel mientras sus bocas se unían lentamente. La de Luca era suave y sabía a sal y a sol, y Julie se colgó de ese beso, en un placer sin tiempo, en el conocimiento que no era el último pero sí uno de los primeros, y sellaba una promesa de amor que duraría todos los años de su vida.

***

—Una noche de celebración —murmuró Edward viendo su alrededor mientras le ponía la mano a Beau debajo del mentón para buscar sus labios con los suyos.

—Espera —vaciló Beau, y se echó hacia atrás.

Lo miró, confuso, pues como regla general nunca se retiraba. Bueno, era más que una norma, aquélla era la primera vez.

—Quiero probar una cosa —le informó, y sonrió un poquito al observar su expresión de perplejidad.

Beau le puso las manos en ambas mejillas y cerró los ojos para concentrarse.

No le había salido demasiado bien cuando Luca había intentado enseñarle, pero ahora era consciente de que había mejorado su dominio del escudo. Entendía a esa parte que no quería separarse de él, el instinto irreflexivo de preservarle prevalecía por encima de todo lo demás. Ni de lejos resultaba tan fácil como proteger a otra persona que no fuera él mismo, y todavía notaba la tensión de la elasticidad, el deseo del escudo de recuperar su estado original, luchando por seguir protegiéndolo. Tuvo que esforzarse al máximo para quitárselo del todo. Requirió toda su atención.

—¡Beau! —susurró Edward, asombrado.

Lo supo: había funcionado. Luego, se concentró todavía más y hurgó en los recuerdos específicos que había guardado para ese momento, dejando que fluyeran por su mente y con la esperanza de que también lo hicieran por la de Edward.

Algunos de esos opacos vestigios de su memoria humana eran difusos y poco claros, pues los había visto y escuchado con ojos y oídos débiles: la primera vez que vio su rostro, cómo se sintió la vez que lo tomó en el prado, el sonido de su voz en la oscuridad de la inconsciencia cuando lo salvó de Joss, su semblante debajo de un dosel de flores, aguardando para casarse con él, todos los preciosos momentos vividos en isla Earnest, sus manos frías acariciando su piel humana…

Además, tenía recuerdos mucho más agudos y perfectamente definidos: su rostro nada más abrir los ojos a la nueva vida, al amanecer interminable de la inmortalidad, aquel primer beso, esa primera noche…

De pronto, los labios de Edward estuvieron sobre los suyos y disminuyó la concentración, a consecuencia de lo cual perdió la sujeción que le permitía mantener el escudo alejado de él; éste volvió de inmediato a su posición original como si se tratara de una goma elástica, protegiendo de nuevo sus pensamientos.

—¡Oh! ¡Lo solté! —suspiró.

—Te he oído —dijo, jadeante—. ¿Cómo…? ¿Cómo lo has logrado?

—Fue idea de Luca, y Zafrina. Practicamos en varias ocasiones.

Estaba ofuscado. Parpadeó dos veces y sacudió la cabeza.

—Ahora ya lo sabes —comentó Beau, restándole importancia y con un encogimiento de hombros—, que nadie ha amado tanto como yo te he amado.

—Pues casi tienes razón —esbozó una sonrisa. Seguía teniendo los ojos más abiertos de lo habitual—. Conozco sólo una excepción.

—Tonto.

Comenzó a besarlo otra vez, pero de pronto se detuvo.

—¿Puedes volver a hacerlo? —inquirió Edward.

Le hizo un mohín.

—Es muy difícil.

Aguardó con una expresión ávida.

—La más mínima distracción me impide aguantar.

—Me portaré bien —prometió.

Beau frunció los labios y entornó los ojos, pero luego le sonrió. Apretó las manos sobre su cara una vez más y retiró el escudo de su mente para dejarse ir de nuevo hasta los nítidos recuerdos de la primera noche de esta vida nueva, demorándose en los detalles.

Reía sin aliento cuando la urgencia de su beso interrumpió otra vez sus esfuerzos.

—Demonios —refunfuñó Edward mientras lo besaba con ansia por debajo de la barbilla.

—Tenemos todo el tiempo del mundo para perfeccionarlo —le recordó Beau.

—Para siempre —murmuró.

—Para siempre.

Y entonces continuaron apurando con alegría esa pequeña pero perfecta fracción de su eternidad.

FIN


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