Tres soldados Vulturis se adelantaron de un salto y cayeron sobre Irina, cuya figura quedó oculta por las capas grises. En ese mismo instante, un horrísono chirrido metálico rasgó el velo de quietud del claro. Athenodora serpenteó sobre la nieve hasta llegar al centro de la melé grisácea. El estridente sonido se convirtió en un geiser de centellas y lenguas de fuego. Los soldados se apartaron de aquel repentino infierno de llamaradas y regresaron a sus posiciones en la línea perfectamente formada.
La anciana líder se quedó sola junto a los restos en llamas de Irina. El objeto metálico de su mano todavía chorreaba lenguas de fuego sobre la pira. Se oyó un débil chasquido y el surtidor de fuego dejó de vomitar fogonazos. Un jadeo de horror recorrió la masa de testigos congregada detrás de los Vulturis.
Los Cullen y sus aliados estaban demasiado consternados para proferir algún sonido. Una cosa era saber que la muerte se avecinaba a feroz e imparable velocidad y otra muy diferente ver cómo tenía lugar.
—Ahora sí ha asumido por completo la responsabilidad de sus acciones —aseguró Athenodora con una fría sonrisa.
Lanzó una mirada a la primera línea del bando opuesto, deteniéndose brevemente sobre las formas heladas de Tanya, Kenneth y Kate.
Beau adivinó en ese instante que la Vulturis jamás había minusvalorado los lazos de una verdadera familia. Ésa era la táctica. Nunca tuvo interés en las reclamaciones de Irina, buscaba su desafío, un pretexto para poder destruirla y prender fuego al inflamable vaho de violencia que se condensaba en el ambiente. Había arrojado una cerilla.
Aquella tensa conferencia de paz se tambaleaba ahora con más vaivenes que un elefante en la cuerda floja. Nadie iba a ser capaz de detener el combate una vez que se desatara. La espiral de violencia no dejaría de crecer hasta que un bando resultara totalmente aniquilado. El suyo.
Athenodora lo sabía.
Y también Edward.
Por eso, estaba atento y gritó:
—¡Deténganlos!
Saltó de la fila a tiempo de agarrar por el brazo a Tanya, que se lanzaba vociferando como una posesa hacia la sonriente Athenodora. No fue capaz de zafarse de la presa de Edward antes de que Carine la sujetara por la cintura.
—Es demasiado tarde para ayudarla —intentó razonar Carine a toda prisa mientras forcejeaba con ella—. ¡No le des lo que quiere!
Kenneth corrió pasando por Edward y Carine, hasta que Fred lo tumbó en el suelo, en un agarre perfecto mientras le susurraba cosas tranquilizadoras en el oído. Pero el chico no parecía aceptarlas, así que Fred tuvo que hacer uso de su don de repulsión para frenarlo.
Fue más difícil contener a Kate. Lanzó un aullido inarticulado similar al de Kenneth y dio la primera zancada de una acometida que iba a saldarse con la muerte de todos. El más próximo a ella era Royal, pero éste recibió tal golpazo que cayó al suelo antes de tener tiempo de sujetarla por la cabeza. Por suerte, Eleanor la aferró por el brazo y le impidió continuar; luego, la devolvió a la fila a codazo limpio, pero Kate se escabulló y rodó sobre sí misma.
Parecía imparable.
Garrett se abalanzó sobre Kate y volvió a tirarla al suelo; luego, le rodeó el tórax y los brazos en un abrazo y engarfió los dedos alrededor de sus propias muñecas a fin de completar la presa de inmovilización. El cuerpo de Garrett se estremeció cuando la vampira empezó a lanzarle descargas. Puso los ojos en blanco, pero se mantuvo firme y no la soltó.
—¡Zafrina! —gritó Edward.
Kate puso los ojos en blanco y sus gritos se convirtieron en gemidos. Tanya dejó de forcejear.
—Devuélveme la vista —siseó Tanya.
De modo desesperado, pero con toda la delicadeza de la que Beau fue capaz, estiró el escudo hasta cubrir las llamas de sus amigos. Intentó retirarlo de Kate al mismo tiempo que envolvía a Garrett a fin de que, al menos, hubiera una fina capa entre ellos.
Para cuando terminó, Garrett había recuperado el control de sí mismo y la retenía en el suelo cubierto de nieve.
—¿Vas a tumbarme otra vez si dejo que te levantes, Katie? —susurró él.
Ella soltó un refunfuño por toda respuesta y no cesó de repartir golpes a diestro y siniestro.
—Escúchenme —pidió Carine en voz baja pero con vehemencia—. La venganza ya no va a ayudarla. Irina no habría deseado que despilfarraran la vida de esa manera. Mediten las consecuencias de sus actos. Si atacan ahora, moriremos todos.
Los hombros de Tanya se encorvaron bajo el peso del sufrimiento y se echó hacia atrás, sobre Carine, en busca de apoyo. Kate dejó de debatirse al fin. Garrett, Carine y Fred continuaron consolando a los hermanos con palabras demasiado precipitadas para reconfortarlos de verdad.
Beau centró otra vez su atención en la fuerza de las miradas cuya intensidad había menguado durante aquellos momentos de caos. Por el rabillo del ojo comprobó que Edward y todos los demás, incluidos Carine y Garrett, se habían puesto en guardia de nuevo.
La mirada más penetrante era la de Athenodora, que contemplaba a Kenneth y Fred en el suelo nevado con rabia e incredulidad. Sulpicia, sabedora de las habilidades y el potencial de Kate tras haber visto los recuerdos de Edward, observaba a la chica con el desconcierto grabado en sus facciones.
¿Comprendía lo sucedido? ¿Se daba cuenta de que el escudo de Beau había crecido en resistencia y sutileza más allá de lo que Edward le creía capaz? ¿O pensaba acaso que Garrett había aprendido a generar una fuerza de inmunidad por su cuenta?
La guardia Vulturis había dejado a un lado la contención marcial y todos se inclinaban hacia delante, prestos para saltar y lanzar un contraataque en cuanto los otros iniciaran la ofensiva.
Los cuarenta y nueve vampiros permanecían detrás de ellos con una expresión diferente a la del comienzo, pues se había pasado de la confusión a la sospecha. La destrucción fulminante de Irina los había conmovido a todos. Se preguntaban cuál había sido el crimen de la vampira y cuál sería el curso de los acontecimientos ahora que no iba a producirse el ataque inmediato previsto por Athenodora para distraer la atención de la brutal ejecución. Sulpicia miró a sus espaldas.
Las facciones le delataban y dejaban entrever durante unos instantes su exasperación. Le gustaba tener público, y ahora le había salido el tiro por la culata. Stefan y Vladimir hablaban sin cesar y con alegría, para descontento de Sulpicia.
Era evidente el interés de la anciana líder por no desprenderse de la aureola de integridad de la que se habían investido los Vulturis hasta ahora, aunque a Beau no se le ocurría pensar que fueran a dejarlos en paz únicamente para salvar la reputación. Lo más probable es que, con ese fin, aniquilaran al público después de haber terminado con todos ellos. Beau notó una repentina punzada de piedad por esa masa de desconocidos reunida por los vampiros italianos para presenciar su muerte. Demetri les daría caza hasta acabar también con todos ellos.
Demetri debía morir. Por Alice y Jasper, por Alistair, y también por todos esos desconocidos, ignorantes del precio que habrían de pagar por este día.
Sulpicia rozó el hombro de su compañera.
—Irina ha sido castigada por levantar falsos testimonios contra esos chicos —de acuerdo, ésa era su excusa; luego, prosiguió—: ¿No deberíamos volver al asunto principal, Athenodora?
La interpelada se envaró y endureció la expresión hasta resultar inescrutable. Miró hacia delante con la vista puesta en el infinito. Era extraño, pero su semblante le recordaba al de una persona que acabara de tomar conciencia de haber sido degradado.
—Que así sea entonces —dijo Athenodora.
Otros dos testigos de los Vulturis desaparecieron de manera sigilosa por el bosque en cuanto Sulpicia centró su atención en el silencioso conciliábulo. Beau deseó por su bien que fueran de pies rápidos.
—Chelsea intenta romper los lazos que nos unen, pero no logra encontrarlos —le susurró Edward a Beau—. No nos siente aquí —lo traspasó con la mirada—. ¿Es cosa tuya?
Beau le dedicó una sonrisa fiera.
—Todo es cosa mía.
De pronto se apartó del lado de Beau y tendió la mano hacia Carine, al tiempo que Beau sentía una punzada muy aguda en el escudo, a la altura donde protegía la luz de Carine. No era dolorosa, pero tampoco agradable.
—¿Estás bien, Carine? —inquirió Edward, fuera de sí.
—Si, ¿por qué?
—Jane —respondió el vampiro.
Una docena de ataques punzantes chocaron contra la superficie del escudo en cuanto pronunció su nombre. Estaban dirigidos contra doce puntos brillantes diferentes. Beau hizo unas flexiones para asegurarse de que el escudo no había sufrido daños. Parecía que Jane no había sido capaz de atravesar el blindaje. El chico miró a su alrededor de inmediato: todos estaban bien.
—Increíble —comentó Edward.
Beau miró al otro lado del claro. Jane contemplaba las filas de los Cullen con incredulidad e ira. Beau estaba muy seguro de que nadie había aguantado de pie en uno de sus feroces asaltos, con excepción de él.
Nadie lo había deducido todavía, pero Beau sabía que Sulpicia iba a tardar medio segundo en suponer, si es que no lo había hecho ya, que su escudo era mucho más poderoso de lo que ella conocía a través de Edward. Era absurdo creer que podía mantenerlo en secreto cuando ya le habían dibujado una diana en la frente, por lo que le dedicó a Jane una enorme sonrisa de presunción.
Ella entornó los ojos y Beau sintió la presión de otra punzada, ésta lanzada directamente contra él.
Beau retiró los labios para enseñarle los dientes.
Jane profirió un grito penetrante, sobresaltando a todos, incluso a los componentes de la disciplinada guardia; a todos, menos a los tres ancianos, quienes siguieron centrados en su conferencia. Su gemelo la aferró por el brazo para retenerla cuando se agachaba para tomar impulso y saltar.
Los rumanos comenzaron a reír entre dientes como muestra de su sombría expectación.
—Te dije que era nuestro turno —le recordó Vladimir a Stefan.
—Tú sólo mira la cara de la bruja —le contestó el otro entre risas.
Alec palmeó con suavidad el hombro de su hermana antes de ampararla bajo el brazo. Volvió hacia los Cullen su angelical rostro y los miró con gran serenidad.
El chico esperó alguna presión o indicio de su ataque, pero no notó nada. Él continuó con la vista clavada en ellos sin descomponer las agraciadas facciones. ¿Los estaba atacando? ¿Sería capaz de atravesar el escudo? ¿Era Beau el único que aún podía verle? Apretó la mano de Edward.
—¿Te encuentras bien? —inquirió con voz ahogada.
—Sí —contestó Edward.
—¿Lo está intentando Alec?
Edward asintió.
—Su don opera más despacio que el de Jane. Se desliza… Va a tardar en llegar todavía unos segundos.
Entonces, en cuanto tuvo una pista de lo que debía buscar, consiguió localizarlo.
Una extraña neblina relumbrante iba cruzando por encima del prado. Apenas era visible por culpa del blanco de la nieve. Como un espejismo: una leve distorsión de la vista, la insinuación de un resplandor débil. Beau alejó un poco la barrera de protección de Carine y el resto de la primera línea, temeroso de mantenerla cerca de ellos cuando se produjera el impacto de la calima deslizante. ¿Qué ocurriría si atravesaba el blindaje intangible? ¿Debían echarse a correr?
Un murmullo sordo recorrió el suelo que pisaban y un golpe de aire alborotó la nieve del espacio intermedio existente entre sus fuerzas y las del enemigo. Benjamin también había visto la amenaza reptante y ahora intentaba alejar la niebla de su posición. La nieve permitía ver con más facilidad cómo lanzaba un soplo de brisa tras otro contra la nube de vaho, pero ésta no se resentía en modo alguno del embate de los mismos. Parecía airecillo pasando de forma inofensiva por encima de una sombra, y la sombra era inmune a los efectos del vientecillo.
Los ancianos se separaron al fin, deshaciendo esa formación en triángulo dejando pasar al frente a sus dos brujos. Zaheera y Tiberius hablaron en lenguas extrañas, nadie parecía notar nada, cuando en medio de un quejido desgarrador, se abrió una brecha honda y estrecha en la mitad del claro. La tierra tembló bajo sus pies durante unos instantes. Parte de la nieve acumulada cayó en picado al interior de la abertura que dividía al claro por la mitad, pero la niebla saltó limpiamente el obstáculo, del que salió tan incólume como del viento.
Sulpicia y Athenodora contemplaron la fisura abierta en la tierra con ojos fascinados. Marco miró en la misma dirección, pero sin emoción alguna en su expresión.
No despegaron los labios y se pusieron a esperar también mientras la lengua de niebla se acercaba hasta los Cullen. Jane había recobrado la sonrisa.
Entonces la calima se topó con un muro.
El chico la notó en cuanto rozó su escudo. Tenía un sabor denso y muy dulce, hasta resultar empalagosa. Le recordó en cierto modo ese embotamiento de la lengua tan característico de la novocaína.
La lengua de vaho culebreó arriba y abajo en busca de una brecha, de una debilidad en su dique defensivo, y no lo logró. Los zarcillos fuliginosos rasparon de un lado para otro en su intento de hallar una vía, un acceso, y en el proceso dejaron entrever el sorprendente tamaño de la pantalla protectora.
Se levantó una oleada de gritos sofocados y exclamaciones a ambos lados de la fisura abierta por los brujos de los Vulturis.
—¡Bien hecho, Beau! —le felicitó Benjamin en voz baja.
Volvió a sonreír.
Beau llegó a ver los ojos entrecerrados de Alec, y cuando su neblina se arremolinó cerca de los límites del escudo, totalmente inofensiva, el chico leyó la duda en las facciones de la cara de Alec por primera vez.
La estrige supo entonces que podía con esto y también que se había convertido en el objetivo prioritario del enemigo, el primero que debía morir, pues los demás podrían resistir en una posición de superioridad con respecto a los Vulturis siempre que Beau permaneciera en pie. Además de su persona, seguían contando con el concurso de Benjamin y Zafrina, mientras que ellos ya no tenían ningún otro sostén sobrenatural. Y así iba a ser mientras no aniquilaran a Beau.
—Debo mantener la concentración —le confió a Edward con un hilo de voz—. Va a ser más difícil escudar a la gente adecuada cuando llegue el mano a mano.
—Yo los apartaré de ti.
—No, tú has de encargarte de Demetri. Zafrina los mantendrá alejados de mí.
Ella asintió con gesto solemne.
—Nadie tocará a este joven —le prometió a Edward—. Tenía pensado ir por Jane y Alec yo misma, pero aquí voy a hacer mejor papel.
—Jane es cosa mía —masculló Kate—. Necesita probar un poco de su propia medicina.
—Tal vez yo quiera ayudarte —sugirió Fred—. Quiero verla retorcerse de asco.
—Y Alec me debe demasiadas vidas, así que voy a ajustarle las cuentas —refunfuñó Vladimir en el otro costado—. Déjalo de mi mano.
—Yo sólo quiero a Athenodora —dijo Tanya sin vida alguna en la voz.
El resto empezaron también a repartirse los adversarios, pero enseguida se vieron interrumpidos por una masa borrosa, del color de las amatistas, que apareció girando sobre su propio eje justo al lado de Beau. El chico sabía quién era porque había visto esa misma mancha cuando el rey Oberón casi los mata. La masa comenzó a descender, como si el suelo se estuviese elevando, dejando al descubierto una gran pared de agua.
Los Vulturis miraron sorprendidos aquella pared cuando sus brujos les dijeron que se trataba de un portal, luego Amblys salió de él. Por él también salieron las hadas repudiadas que Beau había visto protegiendo a Victoria, aunque también estaban otros más, aquellos que habían huido con Amblys; en total eran ocho hadas, contando a Victoria, que dejó anonadado a los presentes. Algunos porque la creían muerta y otros porque habían acordado no volver a verla. Victoria le guiño un ojo a Edward antes de colocarse junto a Carine, a modo de apoyo.
Las demás se fueron acomodando a lo largo del batallón, dándole paso a cuatro lobos más, verdaderos hijos de la luna. Entre ellos estaba Adão, que se acercó atrás de Zafrina y Benjamin. Los demás, imitaron el movimiento de las hadas y se movieron a los costados del batallón. Los dos últimos en pasar por el portal eran Erictho, Pamphile y Alice.
¡Alice!
¡Alice!
¡Alice, Alice, Alice!
—¡Alice, Alice! —murmuraron otras voces a su alrededor.
Había llegado el momento.
—Creí que no vendrías —le dijo Beau a Allen con una sonrisa.
—Sí, también lo creí yo —soltó con emoción—. Pero Sulpicia no se iba a detener, los seguiría cazando hasta quedarse contigo y tu hermano.
—Así que esto era lo que me ocultabas —le dijo Edward a Beau.
—A ti no, a Sulpicia.
—Lo entiendo —dijo Edward con el dolor y la comprensión que le crisparon el semblante.
¿Había puesto Beau la misma cara cuando unió todas las pistas?
—Entonces, ¿no hay esperanza? —susurró Carine. La voz no delataba miedo alguno, sólo resolución y resignación.
—Siempre hay esperanza —contestó Beau en voz baja. «Eso podría ser verdad», dijo para sus adentros—. Sólo conozco mi propio destino.
Edward tomó a Beau de la mano, sabedor de que estaba incluido en él. No hacía falta precisar que se refería a los dos cuando hablaba de «mi destino». Ellos eran dos partes de un todo.
Earnest se adelantó, acariciando el rostro de Alice al pasar, para situarse junto a Carine. Se tomaron de la mano y Victoria se quedó en la parte de atrás de ambos.
—¿Quién diría que terminamos del mismo bando? —murmuró Victoria al ver la ira en los ojos de los ancianos.
De pronto, se vieron rodeados por una sucesión de palabras de despedida y frases de cariño dichas a media voz.
—Te seguiré adonde quieras si sobrevivimos a esto, mujer —le aseguró Garrett a Kate con un susurro.
—A buenas horas me lo dices… —murmuró ella.
Royal y Eleanor intercambiaron un beso rápido, pero cargado de pasión.
Fred tomó la mano de Kenneth y eso bastó para saber qué pasaba con ellos.
Tia acarició la mejilla de Benjamin; éste le devolvió la sonrisa con alegría, le tomó la mano y la sostuvo junto a su mejilla.
Incluso entre los lobos. Valter se pegó a Seth en modo afectivo, acercando su cabeza a la de él.
Beau no terminó de ver todas las manifestaciones de amor y dolor, pues el escudo percibió una repentina alteración en el aire que atrajo su atención. No era capaz de determinar su procedencia, pero se percató de que estaba dirigida a los extremos de su grupo, en especial a Siobhan y Liam. La presión no causó daño alguno y luego desapareció.
La rabia que solo estaba en la cara de Athenodora se le pegó a Sulpicia, apareciendo una sonrisa en toda la guardia.
—Prepárense —susurró Beau a los demás—. Está a punto de comenzar.