Para: jpwiggin@gso.nc.pub, twiggin@uncg.edu
De: hgraff%educadmin@ifcom.gob
Asunto: El regreso de Andrew a casa
Estimados John Paul y Theresa Wiggin:
Comprenderéis que durante el reciente intento por parte del Pacto de Varsovia por hacerse con el control de la Flota Internacional, nuestra única preocupación en EducAdmin fue la seguridad de los niños. Ahora por fin estamos en posición de empezar a organizar la logística del regreso de los niños a sus hogares.
Os garantizamos que durante su transferencia del control de la F.I. al control del gobierno de Estados Unidos, Andrew disfrutará de vigilancia continua y de una protección activa. Todavía estamos negociando en qué medida la F.I. seguirá ofreciendo su protección después de completada la transferencia.
EducAdmin está realizando todos los esfuerzos posibles para garantizar que Andrew pueda regresar a casa para disfrutar de la infancia más normal que sea posible. Sin embargo, me gustaría conocer vuestra opinión sobre la posibilidad de que siga aquí aislado hasta que concluya la investigación sobre las acciones de EducAdmin durante la pasada campaña. Es más que probable que se ofrezcan testimonios que pinten a Andrew y sus actos de la forma más dañina posible, para atacar a EducAdmin a través de él y de los otros niños. Aquí en el mando F.I. podemos impedir que conozca las declaraciones más graves que se hagan; en la Tierra, tal protección sería imposible y es más probable que se le requiera «testificar».
HYRUM GRAFF
Theresa Wiggin estaba sentada en la cama, sosteniendo la copia impresa de la carta de Graff.
—Se le requiera «testificar». Lo que significa que se le exhibirá como a un... ¿qué, un héroe? Probablemente un monstruo, ya que tenemos a varios senadores denunciando la explotación infantil.
—Eso le enseñará a salvar a la especie humana —dijo su esposo, John Paul.
—No es momento para bromas.
—Theresa, tratemos de ser razonables —respondió John Paul—. Deseo tanto como tú que Ender vuelva a casa.
—No, no lo deseas —dijo Theresa con fiereza—. No sientes continuamente dolor por las ansias de verle. —Incluso al decirlo, sabía que estaba siendo injusta, así que se tapó los ojos y se cubrió la cabeza.
Pero John Paul la comprendía y no discutió con ella sobre lo que sentía o dejaba de sentir como padre.
—Nunca recuperarás los años que nos han quitado, Theresa. No es el niño que conocíamos.
—Entonces, acabaremos conociendo al chico que es ahora. Aquí. En nuestro hogar.
—Rodeados de guardaespaldas.
—Esa es la parte que me niego a aceptar. ¿Quién querría hacerle daño? John Paul dejó el libro que ya no fingía leer.
—Theresa, eres la persona más inteligente que conozco.
—¡Es un niño!
—Ganó una guerra contra fuerzas increíblemente superiores.
—Disparó un arma. Que él no diseñó ni desplegó.
—Llevó el arma hasta el punto donde podía dispararla.
—¡Los insectores han desaparecido! Es un héroe, no un peligro.
—De acuerdo, Theresa, es un héroe. ¿Cómo va a ir a la escuela? ¿Qué profesor de octavo curso le va a aceptar en clase? ¿Qué baile escolar va a estar preparado para él?
—Llevará tiempo. Pero aquí, con su familia...
—Sí, somos un grupo humano tan cariñoso y acogedor, un nido de amor al que se ajustará con toda facilidad.
—¡Nos queremos unos a otros!
—Theresa, el coronel Graff simplemente intenta advertirnos que Ender no es solo
nuestro hijo.
—No es el hijo de nadie más.
—Sabes quién quiere matar a nuestro hijo.
—No, no lo sé.
—Todo gobierno que considera que el poder militar de América es un obstáculo para sus planes.
—Pero Ender no será militar, será...
—Esta semana no será un militar de Estados Unidos. Quizá. Ganó una guerra a los doce años, Theresa. ¿Qué te hace creer que nuestro benévolo y democrático gobierno no lo reclutará en cuanto regrese a la Tierra? ¿O que no lo ponga bajo custodia protectora? Quizá nos dejen ir con él y quizá no.
Theresa dejó que las lágrimas le corriesen por la cara.
—Entonces, estás diciendo que cuando se fue de aquí le perdimos para siempre.
—Simplemente digo que cuando tu hijo parte para la guerra, nunca le podrás recuperar. No tal como era, no como el mismo niño. Cambiado, si regresa. Así que deja que te haga una pregunta. ¿Quieres que venga al lugar donde correrá el mayor peligro o quieres que permanezca en un sitio relativamente seguro?
—Crees que Graff intenta que le digamos que deje a Ender en el espacio.
—Creo que a Graff le importa lo que le pase a Ender y nos hace saber... sin decirlo en realidad, porque toda carta que envía se puede usar contra él en el tribunal... que Ender corre mucho peligro. Ni diez minutos después de la victoria de Ender, los rusos intentaron su jugada brutal por el control de la F.I. Sus soldados mataron a miles de oficiales de la F.I. antes de que la F.I. les obligase a rendirse. ¿Qué habrían hecho de haber ganado? ¿Habrían traído a Ender a casa y le habrían organizado un gran desfile?
Theresa ya sabía todo eso. Lo había sabido, al menos visceralmente, desde que había leído la carta de Graff. No, lo había sabido desde antes, lo había intuido como un temor desagradable desde que supo que la guerra contra los insectores había terminado. Ender no volvería a casa.
Sintió la mano de John Paul en el hombro. La apartó con un estremecimiento. La mano regresó, acariciándole el brazo mientras ella seguía tendida, dándole la espalda, llorando porque sabía que había perdido la discusión, llorando porque ni siquiera ella defendía su posición en la discusión.
—Cuando nació sabíamos que no nos pertenecía.
—Nos pertenece.
—Si vuelve a casa, su vida pertenecerá al gobierno que tenga el poder de protegerle y usarle... o matarle. Él es el activo más importante que ha sobrevivido a la guerra. La gran arma. Eso es todo lo que será... eso y una celebridad tan enorme que de todas formas será imposible que tenga una infancia normal. ¿Y podríamos ayudarle, Theresa? ¿Comprendemos su vida durante los últimos siete años? ¿Qué padres podríamos ser para el chico... para el hombre en el que se ha convertido?
—Seríamos maravillosos —exclamó Theresa.
—Y lo sabemos porque somos padres más que perfectos para los niños que tenemos en casa.
Theresa se volvió para tenderse de espaldas.
—Oh, cielos. Pobre Peter. Debe de estar muriéndose por dentro ante la idea de que Ender vuelva a casa.
—Le estará paralizando.
—Oh, no estoy tan segura —dijo Theresa—. Apuesto a que Peter ya está pensando en cómo explotar el regreso de Ender.
—Hasta que descubra que Ender es demasiado inteligente para dejarse explotar.
—¿Qué preparación ha tenido Ender para enfrentarse a la política? Ha pasado toda su vida entre militares.
John Paul rio.
—Vale, sí, aunque por supuesto hay tanto politiqueo entre los militares como en el gobierno.
—Tienes razón —dijo John Paul—. Allí Ender está protegido por gente que pretende explotarle, sí, pero él no tiene que afrontar ninguna batalla burocrática. Probablemente, cuando se trata de maniobras como ésas, Ender no sea más que un cervatillo en el bosque.
—¿Así que Peter podría aprovecharse de él?
—No es eso lo que me preocupa, lo que me preocupa es lo que hará Peter cuando descubra que no puede aprovecharse de él.
Theresa volvió a sentarse y miró a su esposo.
—¡No puedes pensar que Peter levantaría la mano contra Ender!
—Peter no levanta su propia mano para hacer nada difícil o peligroso. Sabes que ha estado usando a Valentine.
—Sólo porque ella se deja usar.
—Precisamente a eso me refiero —dijo John Paul.
—Ender no corre peligro de su propia familia.
—Theresa, tenemos que decidir: ¿qué es lo mejor para Ender? ¿Qué es lo mejor para Peter y Valentine? ¿Qué es lo mejor para el futuro del mundo?
—¿Sentados en la cama, en medio de la noche, nosotros dos decidiremos el destino del mundo?
—Cariño, cuando concebimos al pequeño Andrew, decidimos el destino del mundo.
—Y lo pasamos bien mientras lo hacíamos —añadió ella.
—¿Volver a casa es bueno para Ender? ¿Será feliz?
—¿De verdad crees que nos ha olvidado? —preguntó Theresa—. ¿Crees que a Ender no le importa si vuelve a casa o no?
—Volver a casa dura un día o dos. Luego viene lo de vivir aquí. El peligro por parte de potencias extranjeras, la artificialidad de su vida en la escuela, la violación constante de su intimidad, y no olvidemos la ambición y la envidia insaciables de Peter. Así que vuelvo a preguntarte, ¿la vida de Ender aquí será más feliz que si...?
—¿Si se queda en el espacio? ¿Qué vida será ésa?
—La F.I. se ha comprometido: neutralidad total con respecto a lo que suceda en la Tierra. Si tiene a Ender, entonces todo el mundo, todos los gobiernos, serán conscientes de la inconveniencia de no enfrentarse a la Flota.
—Por tanto, no volviendo a casa, Ender seguirá salvando continuamente al mundo —dijo Theresa—. Tendrá una vida muy útil.
—Lo importante es que nadie más podrá aprovecharse de él. Theresa adoptó su voz más dulce.
—¿Así que crees que deberíamos escribir a Graff y decirle que no queremos que Ender vuelva a casa?
—No podemos hacer nada de eso —dijo John Paul—. Le escribiremos y le diremos que estamos ansiosos por ver a nuestro hijo y que no creemos que los guardaespaldas sean necesarios.
A Theresa le llevó un momento comprender por qué él daba la impresión de estar invirtiendo por completo su postura anterior.
—Cualquier carta que enviemos a Graff —dijo Theresa— será tan pública como la que él nos envió. E igual de huera. Por tanto, no hagamos nada y dejemos que las cosas sigan su curso.
—No, querida mía —dijo John Paul—. Resulta que viviendo en nuestra casa, bajo nuestro techo, se encuentran los dos forjadores más influyentes de la opinión pública.
—Pero John, oficialmente no sabemos que nuestros hijos rondan por las redes, manipulando los acontecimientos por medio de la red de corresponsales de Peter y el talento brillantemente perverso de Valentine para la demagogia.
—Y ellos no saben que nosotros tenemos cerebro —añadió John Paul—. Parecen creer que las hadas les dejaron en casa, en lugar de haber recibido de nosotros el material genético para formar sus cuerpecitos. Nos tratan como muestras convenientes de la opinión pública ignorante. Por tanto... vamos a ofrecerles algunas opiniones públicas que les impulsarán a hacer lo que es mejor para su hermano.
—Lo que es mejor —repitió Theresa—. No sabemos qué es lo mejor.
—No —dijo John Paul—. Sólo sabemos lo que parece mejor. Pero hay una cosa segura... de eso sabemos más de lo que sabe cualquiera de nuestros hijos.
* * *
Valentine volvió del colegio con la furia hirviendo en su interior. Estúpidos profesores... en ocasiones la volvía loca hacer una pregunta y que el profesor le explicase pacientemente las cosas como si su pregunta fuese una indicación de la incapacidad de Valentine para comprender el tema, en lugar de evidenciar la incompetencia de ese profesor. Pero Valentine se quedaba sentada y se lo tragaba todo, mientras la ecuación aparecía en las holopantallas de todas las mesas y el profesor la repasaba punto por punto.
Luego Valentine trazaba un círculo alrededor del elemento del problema que el profesor no había tratado adecuadamente... la razón para que la respuesta no fuese la correcta. El círculo no aparecía en todas las mesas, claro; sólo el ordenador del profesor disponía de esa opción.
Y, por tanto, a continuación el profesor podía dibujar su propio círculo alrededor de ese número y decía:
—Lo que no comprendes en este caso, Valentine, es que incluso con esta explicación, si ignoras estos elementos sigues sin poder llegar a la respuesta correcta.
Lo que era una excusa más que evidente para proteger su ego. Pero por supuesto sólo era evidente para Valentine. Para los otros alumnos, que de todas formas apenas comprendían la materia (sobre todo porque se las explicaba un incompetente distraído), era Val la que había pasado por alto el detalle rodeado, aunque era precisamente ese elemento el que le había hecho plantear la pregunta.
Y a continuación el profesor le dedicaba esa sonrisa que manifestaba claramente:
«No vas a derrotarme y a humillarme delante de esta clase.»
Pero Valentine no intentaba humillarle. Él no le importaba nada. Simplemente le preocupaba que la materia se enseñase lo suficientemente bien de forma que si, Dios no lo quisiera, algún alumno de la clase se convirtiera en ingeniero civil, sus puentes no se desmoronasen y matasen a alguien.
Ahí radicaba la diferencia entre ella y los idiotas del mundo. Todos intentaban aparentar ser listos y a la vez mantener su posición social, mientras que a Valentine no le importaba la posición social, sólo le importaba hacer las cosas bien. Obtener la verdad... allí donde pudiese encontrarse la verdad.
No le había dicho nada al profesor y nada a ninguno de los alumnos, y sabía que en casa tampoco la comprenderían. Peter se burlaría de ella por importarle tanto la escuela como para permitir que ese payaso de profesor le afectase. El padre examinaría el problema, señalaría la respuesta correcta y volvería a su trabajo sin darse cuenta de que Val no pedía ayuda, pedía conmiseración.
¿Y la madre? Estaría dispuesta a caer sobre la escuela y hacer algo al respecto, pasando al profesor sobre brasas. La madre ni siquiera oiría a Val explicando que no quería avergonzar al profesor, simplemente quería que alguien dijese:
—¡No es irónico que esta escuela especial y avanzada para chicos realmente inteligentes tenga un profesor que no conozca la materia que imparte!
A lo que Val respondería:
—¡Vaya si lo es! —Y se sentiría mejor. Como si alguien estuviese de su lado. Como si alguien lo comprendiese y no estuviese sola.
Mis necesidades son simples y escasas, pensó Valentine. Comida. Ropa. Un lugar cómodo para dormir. Y la ausencia de idiotas.
Pero, por supuesto, un mundo sin idiotas sería solitario. Incluso si a ella la dejaban entrar. No es que ella jamás cometiese errores.
Como el error de dejar que Peter la atase para ser Demóstenes. Él todavía creía que debía decirle a Val qué escribir cada día, después del colegio... como si, después de tantos años, no hubiese interiorizado por completo el personaje. Podía escribir los ensayos de Demóstenes incluso estando dormida.
Y si precisaba ayuda, no tenía más que prestar atención al padre pontificando sobre los asuntos mundiales... ya que parecía repetir todas las opciones belicosas, patrioteras y demagógicas de Demóstenes mientras afirmaba que no leía nunca sus columnas.
El padre se quedaría a cuadros si supiese que su dulce e ingenua hijita era la que escribía esos ensayos.
Entró enfadada en casa, fue directamente a por su ordenador, repasó rápidamente las noticias y se puso a escribir el ensayo que sabía que Peter le asignaría... una diatriba sobre cómo la F.I. no debería haber concluido las hostilidades con el Pacto de Varsovia sin exigir primero que Rusia entregase todas sus armas nucleares, porque,
¿no debería haber algún castigo por iniciar una guerra claramente agresiva? El vómito habitual de su antiavatar Demóstenes.
¿O soy yo, como Demóstenes, el verdadero avatar de Peter? ¿Me he convertido en persona virtual?
Clic. Un correo. Cualquier cosa sería mejor que lo que escribía.
Era de su madre. Le hacía llegar un correo del coronel Graff. Sobre los guardaespaldas de Ender al volver a casa.
—Pensé que te gustaría leerlo —había escrito su madre—. ¿No es EMOCIONANTE que el regreso a casa de Andrew esté TAN CERCA?
Deja de gritar, madre. ¿Por qué usas mayúsculas para dar énfasis? Es tan... infantil. Era lo que le había repetido a Peter varias veces. Madre no es más que una animadora.
La epístola de la madre seguía con el mismo tono. NO llevará NINGÚN tiempo preparar la habitación de Ender y ahora no parece haber ninguna razón para retrasar la limpieza del cuarto ni un SEGUNDO más, a menos que creas que Peter quiera
COMPARTIR su cuarto con su hermanito para que puedan CONGENIAR y volver a ser ÍNTIMOS. ¿Y qué crees que Ender querrá tomar como su PRIMERÍSIMA comida en casa?
Comida, madre. Lo que sea definitivamente le resultará «tan ESPECIAL como para hacerle sentir QUERIDO y AÑORADO».
En cualquier caso, su madre era tan ingenua que se tomaba literalmente la carta de Graff. Val la releyó. Vigilancia. Guardaespaldas. Graff le enviaba una advertencia, intentando que su madre no se emocionase tanto por el regreso a casa de Ender. Ender correría peligro. ¿Su madre no lo comprendía?
Graff preguntaba si debían mantener a Ender en el espacio hasta que concluyesen las investigaciones. Pero para eso harían falta meses. ¿Cómo era posible que la madre se hubiese hecho a la idea de que el regreso a casa de Ender era tan inminente que había que apresurarse a limpiar todo lo que se había acumulado en su cuarto? Graff le pedía que solicitase que no le enviasen a casa todavía. Y su razón era que Ender corría peligro.
Inmediatamente, se alzó ante ella todo el espectro de peligros a los que se enfrentaba Ender. Los rusos darían por supuesto que Ender era un arma de Estados Unidos contra ellos. Los chinos pensarían lo mismo... que América, dotada de esa arma Ender, podría volverse agresiva penetrando de nuevo en la esfera de influencia de China. Las dos naciones respirarían mejor si Ender estuviese muerto. Aunque, por supuesto, tendrían que asegurarse de que el asesinato pareciese obra de algún movimiento terrorista. Lo que significaba que probablemente no se cargarían directamente a Ender, sino que probablemente volarían todo el colegio.
No, no y no, se dijo Val. ¡Sólo porque es precisamente lo que diría Demóstenes no significa que sea lo que tú debes pensar!
Pero la imagen de alguien volando a Ender por los aires, disparándole, o cualquier método que empleasen... Los métodos no dejaban de recorrer su mente. ¿No sería irónico (aunque típicamente humano) que la persona que salvó a la especie humana fuese asesinada? Sería como el asesinato de Abraham Lincoln o Mahatma Gandhi. Algunas personas no reconocían a sus salvadores. Y el hecho de que Ender continuara siendo un niño no les haría replanteárselo.
No puede volver a casa, pensó. Su madre jamás lo entenderá, jamás podría decírselo, pero... incluso si no le fuesen a asesinar, ¿cómo sería su vida aquí? Ender no era de los que reclamaban fama y posición, pero aun así todo lo que hiciese acabaría filmado en vídeos con gente comentando cómo se cortaba el pelo (¡Voten!
¿Les gusta o lo odian?) y qué asignaturas estudiaba (¿En qué se convertirá el héroe cuando sea mayor? ¡Voten para qué carrera creen que debería prepararse El Wiggin!).
Vaya pesadilla. No sería volver a casa. De todas formas, jamás podrían traer a Ender de vuelta a casa. El hogar que abandonó ya no existía. El niño al que habían sacado de ese hogar tampoco existía. Cuando Ender estuvo allí (no hacía ni un año), cuando Val fue al lago y pasó unas horas con él, Ender parecía viejo. Juguetón en
ocasiones, sí, pero sentía el peso del mundo sobre los hombros. Ahora la carga había desaparecido... pero las consecuencias seguirían con él, le retendrían, le destrozarían su vida.
Los años de infancia habían pasado. Y punto. Ender no sería un niño creciendo para convertirse en un adolescente en casa de su padre y su madre. Ya era un adolescente (en años y en hormonas) y un adulto, por las responsabilidades que había soportado.
Si a mí la escuela me parece huera, ¿cómo sería para Ender?
Incluso mientras terminaba de escribir el ensayo sobre las armas nucleares rusas y el coste de la derrota, mentalmente iba estructurando otro ensayo. Uno que explicase por qué Ender Wiggin no debería regresar a la Tierra, porque se convertiría en el blanco de todo loco, espía, paparazzi y asesino, y le resultaría imposible llevar una vida normal.
Pero no lo escribió. Porque sabía que habría un gran problema: Peter lo odiaría.
Porque Peter ya tenía sus planes. Su personalidad online, Locke, ya había empezado a plantar los cimientos para el regreso de Ender. Valentine tenía claro que cuando Ender regresase, Peter tenía la intención de revelar que él era el verdadero autor de los ensayos de Locke... y por tanto, la persona que había concebido los términos del alto el fuego que todavía se mantenía entre el Pacto de Varsovia y la F.I. Peter tenía la intención de subirse a la fama de Ender. Ender salvó a la especie humana de los insectores, y su hermano mayor Peter salvó al mundo de una guerra civil justo después de la victoria de Ender. ¡Héroes por partida doble!
Ender odiaría esa fama. Peter la ansiaba tanto que tenía la intención de robar toda la de Ender que le fuese posible.
Oh, jamás lo reconocería, pensó Valentine. Peter ofrecería muchas razones para justificar que era por el bien de Ender. Probablemente las mismas razones que se me habían ocurrido a mí.
Y dado que así es, ¿estoy haciendo lo mismo que Peter? ¿He inventado razones para justificar que Ender no vuelva a casa simplemente porque en el fondo de mi corazón no le quiero aquí?
Y ante esa idea, le anegó tal oleada de emoción que acabó llorando sobre la mesa de los deberes. Quería tenerle en casa. Y aunque comprendía que realmente no podía venir a casa (el coronel Graff tenía razón), todavía anhelaba al hermanito que le habían robado. Todos estos años con el hermano que odio, y ahora, por el bien del hermano que amo, trabajaré para mantenerle lejos de...
¿De mí? No, no quiero mantenerle lejos de mí. Odio la escuela, odio mi vida aquí, odio, odio y odio estar bajo el control de Peter. ¿Por qué debería quedarme? ¿Por qué no ir al espacio con Ender? Al menos durante un tiempo. Soy la que está más cerca
de él. Soy la única que le ha visto en los últimos siete años. Si él no puede volver al hogar, ¡una parte de ese hogar (yo) podría ir con él!
Era sólo cuestión de convencer a Peter de que lo mejor para él mismo era evitar que Ender volviese a la Tierra... sin dejar que Peter supiese que intentaba manipularle.
Le hacía sentirse cansada, porque Peter no era fácil de manipular. Veía claramente todas sus estrategias. Tendría que ser muy directa y sincera sobre lo que pretendía... pero haciéndolo con sutiles matices de humildad, seriedad, desapasionamiento y lo que hiciese falta, de forma que Peter superase su condescendencia hacia todo lo que ella decía, decidiese que él siempre había pensado eso mismo y...
¿Y el motivo real de que yo quiera salir del planeta? ¿Todo esto es para que Ender y yo seamos libres?
Las dos cosas. Pueden ser las dos cosas. Y a Ender le contaré la verdad... no estaré renunciando a nada por estar con él. Preferiría estar con él en el espacio y no volver a ver nunca la Tierra a quedarme aquí, con o sin él. Sin él: un vacío doloroso. Con él: el dolor de verle llevar una vida deprimente y frustrada.
Val se puso a escribir una carta al coronel Graff. Su madre había sido descuidada y había incluido la dirección de Graff. Casi era un fallo de seguridad. En ocasiones su madre era muy ingenua. Si fuese un oficial de la F.I., haría tiempo que la habrían degradado.
* * *
Durante la cena, esa noche, la madre no dejaba de hablar del regreso de Ender a casa. Peter escuchaba apenas prestando atención, porque por supuesto la madre era incapaz de ver más allá de su sentimentalidad personal sobre su «niñito perdido regresando al nido», mientras que Peter comprendía que el regreso de Ender sería horriblemente complicado. Había tanto que preparar... y no sólo la tontería del dormitorio. Por lo que a él le importaba, Ender podía quedarse con su cama... Lo que importaba es que durante un breve periodo de tiempo, Ender ocuparía el centro de la atención mundial, y entonces Locke se quitaría el manto del anonimato y daría punto y final a todas las elucubraciones sobre la identidad del «gran benefactor de la humanidad que, por su modestia al permanecer anónimo, no podía recibir el premio Nobel que tanto se merecía por habernos guiado hasta el final de la última guerra de la humanidad».
Eso había dicho un fan muy efusivo de Locke... que resultaba ser el jefe de la oposición en el Reino Unido. Era muy ingenuo imaginar incluso durante un momento que el breve intento del Nuevo Pacto de Varsovia por tomar el control de la F.I. era la «última guerra». Sólo había una forma de tener una «última guerra», y
era que toda la Tierra estuviese unida bajo un líder único, eficiente y poderoso, pero también popular.
Y la forma de presentar a ese líder sería colocarle delante de la cámara, de pie junto al gran Ender Wiggin con el brazo sobre los hombros del héroe porque (¿y a quién le podría sorprender?) ¡el «Chico de la Guerra» y el «Hombre de la Paz» son hermanos!
Y ahora su padre cotorreaba sobre algo. Pero es que se había dirigido directamente a Peter y por tanto Peter debía interpretar al hijo obediente y prestar atención como si le importase.
—La verdad es que creo que antes de que tu hermano vuelva a casa deberías decidirte por la carrera que quieres estudiar, Peter.
—¿Y eso por qué? —preguntó Peter.
—Oh, no te hagas el tonto. ¿No comprendes que el hermano de Ender puede ir a la universidad que quiera?
Su padre pronunció esas palabras como si fuesen las más inteligentes que hubiese pronunciado nunca alguien que todavía no había sido deificado por el senado romano, no había sido santificado por el Papa o similar. Al padre jamás se le ocurriría pensar que las notas perfectas de Peter y sus resultados perfectos en todas las pruebas de acceso universitario ya le permitirían matricularse en la institución que quisiese. No quería ir a horcajadas de la fama de su hermano. Pero no, para el padre, todo lo bueno de la vida de Peter siempre se consideraba que fluía de Ender. Ender Ender Ender Ender, qué nombre tan estúpido.
Si el padre pensaba de esa forma, sin duda también pensaban igual todos los demás. Al menos, todos los que tuviesen una inteligencia inferior a la mínima.
Peter sólo veía el beneficio publicitario que podría obtener del regreso a casa de Ender. Pero el padre le había recordado otro detalle: que todos descartarían lo que hiciese precisamente porque era el gran hermano mayor de Ender. La gente los vería uno junto al otro, sí... pero se preguntarían por qué el hermano de Ender no había ido a la Escuela de Batalla. Haría que Peter pareciese débil, inferior y vulnerable.
Allí estaría él, claramente más alto, el hermano que se quedó en casa y no hizo nada. «¡Oh, pero escribí todos los ensayos de Locke y acabé con el conflicto ruso antes de que pudiese degenerar en una guerra mundial!» Vale, si eres tan listo, ¿por qué no estabas tú ayudando a tu hermanito a salvar la especie humana de la destrucción absoluta}
Una gran oportunidad para las relaciones públicas, sí. Pero también una pesadilla.
¿Cómo podía aprovecharse de la oportunidad que le ofrecía la gran victoria de Ender pero sin parecer un simple parásito, chupando como una remora de la fama de su hermano? Qué horroroso si su revelación sonase como una forma triste del «yo
también». Oh, ¿creéis que mi hermano es genial? Bien, os hago saber que yo también
salvé al mundo. De una forma triste, mezquina y reclamando atención.
—¿Estás bien, Peter? —preguntó Valentine.
—Oh, ¿te pasa algo? —preguntó la madre—. Deja que te eche un vistazo, cariño.
—No voy a quitarme la camisa ni a dejar que uses un termómetro rectal, madre, sólo porque Val tenga alucinaciones. Estoy perfectamente.
—Te hago saber que si tuviese alucinaciones —dijo Val— se me ocurrirían cosas mejores que verte con cara de estar a punto de vomitar.
—Qué gran idea para un negocio —dijo Peter, ahora casi por reflejo—. ¡Escoge tu alucinación! Oh, espera, eso ya existe... las llaman drogas ilegales.
—No te burles de los que precisamos a los demás —dijo Val—. Los adictos al ego no precisan drogas.
—Niños —dijo la madre—. ¿Es con esto con lo que se encontrará Ender al volver a casa?
—Sí —dijeron Val y Peter simultáneamente. El padre habló:
—Me gustaría pensar que os encontraría algo más maduros.
Pero para entonces Peter y Val reían estruendosamente. No podían parar, así que el padre los mandó a su cuarto.
* * *
Peter repasó el ensayo de Val sobre las armas nucleares rusas.
—Es tan aburrido.
—No me lo parece —dijo Valentine—. Tienen las armas nucleares y eso impide a otros países darles una bofetada cuando les hace falta... que es muy a menudo.
—¿Qué tienes contra los rusos?
—Es Demóstenes el que tiene algo contra los rusos —dijo Val fingiendo indiferencia.
—Bien —dijo Peter—. Por tanto a Demóstenes no le preocuparían las armas nucleares rusas, sino qué le preocuparía que los rusos acabasen teniendo el arma más valiosa de todas.
—¿El Ingenio de Desintegración Molecular? —preguntó Val—. La F.I. jamás lo traería al radio de alcance de la Tierra.
—No me refiero al Ingenio D.M., tontita. Hablo de nuestro hermano. Nuestro hermano menor destructor de civilizaciones.
—¡No te atrevas a hablar de él con desprecio!
La expresión de Peter cambió a una sonrisilla burlona. Pero tras su cara se apreciaba furia y dolor. Ella todavía era capaz de enfurecerle, simplemente dejando claro lo mucho que amaba a Ender.
—Demóstenes escribirá un ensayo diciendo que América debe traer de inmediato a Andrew Wiggin a la Tierra. Sin más retrasos. El mundo es un lugar demasiado peligroso como para que América se encuentre sin los servicios inmediatos del más importante líder militar conocido por la humanidad.
De inmediato, una nueva oleada de odio hacia Peter recorrió a Valentine. En parte, porque comprendía que la idea de Peter funcionaría mucho mejor que el ensayo que ella ya había escrito. Su interiorización de Demóstenes no era tan buena como había creído. Demóstenes exigiría el regreso inmediato de Ender y su alistamiento en el ejército de América.
Y eso resultaría tan desestabilizador, a su modo, como pedir el despliegue de armas nucleares. Los rivales y enemigos de Estados Unidos analizaban atentamente los ensayos de Demóstenes. Si él exigía el regreso inmediato de Ender, ellos se pondrían a maniobrar para mantener a Ender en el espacio; y algunos, al menos, acusarían abiertamente a América de tener intenciones agresivas.
Y entonces le tocaría el turno a Locke, tras unos días o semanas, para ofrecer una solución de compromiso, una solución de estadista: dejar al chico en el espacio.
Valentine sabía bien por qué Peter había cambiado de opinión. Fue el comentario estúpido del padre durante la cena: su recordatorio de que Peter siempre estaría a la sombra de Ender, hiciera lo que hiciese.
Bien, incluso las ovejas políticas a veces decían algo que daba buenos resultados. Ahora Val no tendría que convencer a Peter de la necesidad de mantener a Ender lejos de la Tierra. Todo sería idea de Peter.
* * *
Una vez más, Theresa se sentó en el borde de la cama, llorando. A su alrededor se encontraban dispersas las copias impresas de los ensayos de Demóstenes y Locke que, sabía bien, evitarían el regreso de Ender a casa.
—No puedo evitarlo —le dijo a su marido—. Sé que es lo correcto... justo lo que Graff quería que comprendiésemos. Pero pensaba que le volvería a ver. De veras lo creía.
John Paul se sentó a su lado y le pasó el brazo por encima.
—Es lo más duro que hemos hecho nunca.
—¿No fue entregarlo en su día?
—Eso fue duro —dijo John Paul—, pero no teníamos otra opción. Se lo iban a llevar de todas formas. Pero esta vez... sabes que si fuésemos a la red y pusiésemos vídeos rogando por el regreso a casa de nuestro hijo... tendríamos muy buenas posibilidades.
—Y nuestro pequeñín va a preguntarse por qué no lo hicimos.
—No, no lo hará.
—Oh, ¿crees que es tan listo que deducirá lo que hacemos ? ¿ Por qué no hacemos
nada?
—¿Por qué no?
—Porque no nos conoce —respondió Theresa—. No sabe lo que pensamos o sentimos. Por lo que a él respecta, le hemos olvidado por completo.
—Algo por lo que me siento bien, en todo este desastre —dijo John Paul—.
Todavía se nos da bien manipular a los genios de nuestros hijos.
—Oh, eso —dijo Theresa desdeñosa—. Es fácil manipular a tus propios hijos cuando están convencidos de que eres totalmente estúpido.
—Lo que me entristece —dijo John Paul— es que Locke se llevará la fama de preocuparse más que nadie por Ender. Así que, cuando se revele su identidad, dará la impresión de que su lealtad le hizo proteger a su hermano.
—Es nuestro chico, ese Peter—dijo Theresa—. Oh, es todo un personaje.
—Tengo una duda filosófica. Me pregunto si lo que llamamos «bondad» no será un rasgo inadaptado. Si la mayor parte de la gente la posee, y las reglas sociales la defienden como una virtud, entonces los gobernantes naturales tienen espacio libre para actuar. Es por la bondad de Ender que es a Peter al que tendremos en casa, en la Tierra.
—Oh, Peter es bueno en lo que hace —dijo Theresa con preocupación.
—Sí, lo olvidé —se disculpó con ironía John Paul—. Es por el bien de la especie humana que se convertirá en gobernante del mundo. Un sacrificio altruista.
—Cuando leo sus ensayos tan repletos de suficiencia me gustaría arrancarle los ojos.
—También es nuestro hijo —dijo John Paul—. Tan resultado de nuestros genes como Ender o Val. Y nosotros le aguijoneamos para ser lo que es.
Theresa sabía que John Paul tenía razón, pero no le servía de nada.
—No tenía que divertirse tanto mientras lo hacía, ¿no?