A:Chamrajnagar%Jawaharla@ifcom.gov De:PeterWiggin%freeworld@hegemón.gov Asunto:Confirmación
Querido Polemarca Chamrajnagar:
Gracias por permitirme reconfirmar su nombramiento como Polemarca en mi primer acto oficial. Ambos sabemos que yo le di sólo lo que ya tenia, mientras que usted, al aceptar esa confirmación como si realmente significara algo, devolvió al cargo de Hegemón parte de la importancia que ha perdido en los acontecimientos de los últimos meses. Muchos consideran que es un gesto estéril nombrar un Hegemón que sólo lidera un tercio de la raza humana y no ejerce ninguna influencia concreta sobre el tercio que oficialmente lo apoya. Muchas naciones corren para alinearse junto a los chinos y sus aliados, y vivo bajo la constante amenaza de que mi cargo sea abolido como uno de los primeros gestos que puedan hacer para ganarse el favor de la nueva superpotencia. Soy, por expresarlo con claridad, un Hegemón sin hegemonía.
Y por eso es tanto más notable su generoso gesto hacia el mismo individuo a quien una vez consideró el peor de todos los Hegemones posibles. La debilidad de mi carácter que entonces señaló no se ha desvanecido por arte de magia. Es sólo por comparación con Aquiles, y sólo en un mundo donde su tierra natal gime bajo el yugo chino, donde empiezo a aparecer como una alternativa atractiva o una fuente de esperanza en vez de desesperación. No obstante, y a pesar de mis debilidades, también tengo fuerzas, y le hago una promesa:
Aunque está usted atado por juramento a no usar nunca la Flota Internacional para influir en el curso de los acontecimientos en la Tierra, excepto para interceptar armas nucleares o castigar a quienes las usen, sé que sigue siendo un hombre de la Tierra, un hombre de la India, y que se preocupa profundamente por lo que le sucede a todo el pueblo, en especial a su propio pueblo. Por tanto le prometo que dedicaré el resto de mi vida a convertir este mundo en un lugar del que se sienta orgulloso, por su pueblo, y por todos los pueblos. Y espero conseguirlo antes de que uno de nosotros muera, para que pueda alegrarse del apoyo que me ha brindado hoy.
Sinceramente,
Peter Wiggin, Hegemón
Más de un millón de indios lograron salir del país antes de que los chinos cerraran las fronteras. De una población de mil quinientos millones, eran demasiado pocos. Al menos diez millones fueron deportados a lo largo del siguiente año a las frías tierras de Manchuria y los altos desiertos de Sinkiang. Entre los deportados se encontraba Tikal Chapekar. Los chinos no informaron a nadie de su destino ni del de ninguno de los otros «antiguos opresores del pueblo indio». Lo mismo, a menor escala, sucedió con las élites gobernantes de Birmania, Tailandia, Vietnam, Camboya y Laos.
Como si este nuevo trazado del mapa mundial no fuera suficiente, Rusia anunció que se aliaba con China, y que consideraba a las naciones del este de Europa que no eran miembros leales del Nuevo Pacto de Varsovia como provincias en rebelión. Sin realizar un solo disparo, Rusia consiguió, mediante el simple trámite de prometer no convertirse en una carga tan terrible como China, rescribir el Pacto de Varsovia hasta que fue más o menos la constitución de un imperio que incluía toda Europa al este de Alemania, Austria, e Italia al sur, y el este de Suecia y Noruega al norte.
Las agotadas naciones de Europa occidental «agradecieron» rápidamente la «disciplina» que Rusia aportaba a Europa, y Rusia fue nombrada inmediatamente miembro de pleno derecho de la Comunidad Europea. Como Rusia controlaba los votos de más de la mitad de los miembros de esa comunidad, haría falta un tira y afloja constante para mantener algo que se pareciera a la independencia, y en vez de jugar a ese juego, Gran Bretaña, Irlanda, Islandia y Portugal abandonaron la Comunidad Europea. Pero incluso así sé esforzaron mucho por asegurar al oso ruso que lo hacían por motivos puramente económicos y que agradecían sinceramente este renovado interés ruso por Occidente.
Estados Unidos, que hacía tiempo que saltaba al compás de China en asuntos de comercio, protestó un poco por el asunto de los derechos humanos y luego volvió a los negocios como de costumbre, usando la cartografía por satélite para redibujar el mapa del mundo para que encajara con la nueva realidad y luego vendiendo los atlas resultantes. En el África subsahariana, donde la India había sido durante un tiempo la mayor influencia cultural y el principal aliado comercial, la pérdida de la India fue mucho más devastadora, y los africanos lealmente denunciaron la conquista china mientras trataban de buscar nuevos mercados para sus productos. Latinoamérica condenó con más energía a los agresores, pero al carecer de fuerzas militares de importancia, su denuncia no causó trastorno alguno. En el Pacífico, Japón, con su flota dominante, podía permitirse seguir firme; las otras naciones isleñas que se enfrentaban a China, no demasiado lejana, no tuvieron tantos lujos.
De hecho, la única fuerza que se alzó con firmeza contra Rusia y China mientras reforzaban sus fronteras fueron las naciones islámicas. Irán olvidó magnánima que las tropas pakistaníes habían acechado sus fronteras un mes antes de la caída de la India, y los árabes se unieron a los turcos con solidaridad musulmana contra cualquier intento ruso de hacerse con el Cáucaso o las vastas estepas de Asia central. Nadie pensó seriamente que los militares islámicos pudieran resistir un ataque serio por parte de China, y Rusia apenas era menos peligrosa, pero los musulmanes olvidaron sus rencillas, confiaron en Alá y mantuvieron las fronteras preparadas con la advertencia de que ese hueso sería duro de roer.
Así estaba el mundo el día en que Peter «Locke» Wiggin fue nombrado nuevo Hegemón. China hizo saber que la elección de un Hegemón era una afrenta, pero Rusia fue algo más tolerante, sobre todo porque muchos gobiernos que votaron a favor de Wiggin también hicieron una declaración pública de que el puesto era más decorativo que práctico, un gesto hacia la unidad mundial y la paz, y no un intento de hacer retroceder las conquistas que habían traído la «paz» a un mundo inestable.
No obstante, en privado muchos líderes de esos mismos gobiernos aseguraron a Peter que esperaban que hiciera todo lo posible para suscitar «transformaciones» diplomáticas en los países ocupados. Peter los escuchó amablemente y los tranquilizó, aunque sólo le inspiraban desprecio, pues sin poder militar no tenía modo de negociar con nadie sobre nada.
Su primer acto oficial fue reconfirmar el nombramiento del Polemarca Chamrajnagar, un acto que China rechazó oficialmente y consideró ilegal, porque el cargo de Hegemón ya no existía, y aunque no pensaban interferir en el liderazgo continuado de Chamrajnagar al frente de la Flota, cortarían sus aportaciones económicas a la
Hegemonía o a la Flota. Peter confirmó entonces a Graff como ministro de Colonización de la Hegemonía, y una vez más, porque su trabajo no era en la Tierra, China se vio obligada a limitarse a cortar su contribución de fondos.
La falta de dinero forzó la siguiente decisión de Peter. Trasladó la capital de la Hegemonía fuera de
los Países Bajos, a los que devolvió el autogobierno, cosa que detuvo inmediatamente la inmigración feroz a esas naciones. Clausuró la mayoría de los servicios de la Hegemonía en todo el mundo excepto los programas de ayuda e investigación agrícola y médica. Trasladó las oficinas principales de la Hegemonía a Brasil, un país que ofrecía varias ventajas importantes:
Primero, era un estado lo bastante extenso y poderoso para que los enemigos de la Hegemonía no lo provocaran demasiado pronto asesinando al Hegemón dentro de sus fronteras.
Segundo, estaba en el hemisferio sur, con fuertes vínculos económicos con África, el resto de
América y el Pacífico y, al establecerse allí Peter, se mantenía dentro de la corriente principal del
comercio y la política internacional.
Y tercero, Brasil había invitado a Peter Wiggin a trasladarse allí. Nadie más lo había hecho.
Peter no se hacía ilusiones respecto al cargo de Hegemón. No esperó que nadie acudiera a él. Al contrario: él acudió a los demás.
Por eso dejó Haití, cruzó el Pacífico y fue a Manila, donde Bean, su ejército y los indios rescatados habían encontrado refugio provisional. Peter sabía que Bean todavía estaba enfadado con él, así que se
sintió aliviado no sólo de que accediera a verlo, sino de que lo tratara con claro respeto cuando llegó.
Sus doscientos soldados se volvieron a saludarlo, y cuando Bean le presentó a Petra, Suriyawong, Virlomi y los otros miembros indios de la Escuela de Batalla, lo hizo como si presentara sus amistades a un hombre de rango superior.
Delante de todos ellos, Bean pronunció un pequeño discurso.
—Ofrezco a Su Excelencia el Hegemón los servicios de este grupo de soldados, veteranos de guerra, antiguos oponentes, y ahora, a causa de la traición, exiliados de sus patrias y hermanos de armas. No ha sido una decisión mía, ni siquiera de la mayoría. Se ofreció a cada uno la posibilidad de elegir, y eligieron
hacer esta oferta de servicio. Somos pocos, pero nuestros servicios a otras naciones han sido valiosos
antes. Esperemos que ahora podamos servir a una causa más grande que ninguna nación, y cuyo fin sea el establecimiento de un nuevo y honorable orden mundial.
Peter se sorprendió sólo por la formalidad de la oferta, y porque fue presentada sin ningún tipo de negociación previa. También advirtió que Bean había dispuesto que hubiera cámaras presentes para que la noticia se divulgara. Así que Peter respondió brevemente aceptando la oferta, alabando sus logros y
expresando su pesar por el sufrimiento de sus pueblos. Sería positivo: veinte segundos en los vids, y al
completo en las redes.
Cuando acabaron las ceremonias, hicieron inventario: todo el equipo que habían podido rescatar de Tailandia. Incluso sus pilotos cazabombarderos y las tripulaciones de las patrulleras habían conseguido llegar a Filipinas, así que el Hegemón tenía una fuerza aérea y una flota. Peter asintió y fue haciendo graves comentarios a medida que observaba cada elemento del inventario: las cámaras seguían grabando.
Sin embargo, más tarde, cuando estuvieron a solas, Peter se permitió por fin una triste risa de burla hacia sí mismo.
—Si no fuera por vosotros no tendría nada —admitió—. Pero comparar esto con las enormes flotas y ejércitos y aviones que antes tenía el Hegemón...
Bean lo miró con frialdad.
—El cargo tenía que ser recortado antes de entregártelo. La luna de miel, al parecer, había terminado.
—Sí —convino Peter—, es cierto, claro.
—Y el mundo tenía que estar desesperado, y la existencia del cargo de Hegemón puesta en duda.
—También eso es verdad —dijo Peter—. Y por algún motivo pareces enfadado por eso.
—Es porque, aparte de la tendencia de Aquiles a asesinar de vez en cuando, un detalle a tener en cuenta, no veo mucha diferencia entre vosotros dos. Ambos admitís que la gente sufra sin necesidad si con ello lográis cumplir vuestras ambiciones personales.
Peter suspiró.
—Si ésa es toda la diferencia que ves, no comprendo cómo me has ofrecido tus servicios.
—Veo otras diferencias, por supuesto. Pero son cuestiones de grado, no de tipo. Aquiles hace tratos que no pretende cumplir. Tú simplemente escribes ensayos que tal vez hayan salvado naciones, pero retrasas su publicación para que esas naciones caigan, poniendo al mundo en una posición desesperada para que así te nombren Hegemón.
—Tienes razón —asintió Peter—, pero sólo si crees que de haber publicado antes la noticia habría salvado a la India y Tailandia.
—Al principio de la guerra, la India todavía tenía suministros y equipo para resistir el ataque chino. Las fuerzas tailandesas aún estaban dispersas y eran difíciles de hallar.
—Pero si hubiera publicado al principio de la guerra, la India y Tailandia no habrían visto el peligro, y no me habrían creído. Después de todo, el gobierno tailandés no te creyó a ti, a pesar de que les
advertiste de todo.
—Tú eres Locke.
—Ah, sí. Como poseo tanta credibilidad y prestigio, las naciones temblarán y creerán todas mis
palabras. ¿No se te olvida algo? Por insistencia tuya, tuve que revelar al mundo que soy un estudiante universitario. Aún me estaba recuperando de este descalabro, tratando de demostrar en Haití que podía gobernar. Tal vez tuviera prestigio para que me tomasen en serio en la India y Tailandia... o tal vez no. Y si me precipitaba en divulgarlo, antes de que China estuviera preparada para actuar, China lo habría negado todo, la guerra habría continuado, y entonces mi publicación no habría servido de nada. No habría podido disparar la invasión en el momento exacto en que necesitabas que lo hiciera.
—No me dirás que ése era tu plan desde el principio.
—Mi plan era retener la publicación hasta que pudiera presentarlo como un acto de poder en vez de un acto de futilidad. Sí, estaba pensando en mi prestigio, porque ahora mismo el único poder que tengo es ese prestigio y la influencia que me da con los gobiernos del mundo. Es una moneda que invierte muy
despacio, y si se gasta de manera inefectiva, desaparece. Así que, en efecto, protejo ese poder con
mucho cuidado, y lo uso con discreción, para que más tarde, cuando lo necesite, pueda recurrir a él.
Bean guardó silencio.
—Odias lo que pasó en la guerra —prosiguió Peter—. Yo también. Es posible (no probable, pero sí posible) que si hubiera divulgado antes la noticia, la India hubiera preparado una resistencia real. Tal vez hoy en día seguirían luchando, millones de soldados estarían cayendo mientras hablamos. En cambio, de esta forma China ha conseguido una victoria limpia, casi incruenta. Y ahora los chinos tienen que gobernar una población casi del doble que la suya propia, con una cultura tan antigua y absorbente como la suya. La serpiente se ha tragado a un cocodrilo, y la pregunta se formulará una y otra vez: ¿Quién está devorando a quién? Tailandia y Vietnam .serán igual de indómitos, y en cuanto a Birmania, ni siquiera los birmanos han conseguido gobernarla. Mi decisión ha salvado vidas. Ha dejado al mundo con una clara imagen moral de quién dio la puñalada por la espalda y quién fue apuñalado. Y deja a China victoriosa y a Rusia triunfante, pero con poblaciones cautivas y furiosas que gobernar y que no las defenderán cuando llegue la lucha final. ¿Por qué crees que China hizo rápidamente las paces con Pakistán? Porque sabían que no podían librar una guerra con el mundo islámico con la amenaza constante de una revuelta en la India y sus sabotajes. Y esa alianza entre China y Rusia... ¡vaya chiste! Dentro de un año estarán peleando, y volverán a debilitarse mutuamente a lo largo de la frontera siberiana. Para quienes piensan de manera superficial, China y Rusia parecen haber triunfado. Pero nunca he creído que tú pensaras superficialmente.
—Entiendo —asintió Bean.
—Pero no te importa. Sigues enfadado conmigo. Bean permaneció en silencio.
—Es difícil ver cómo todo esto parece actuar en mi ventaja —dijo Peter—, y no echarme la culpa por
beneficiarme del sufrimiento de los demás. Pero el verdadero tema es: ¿qué podré hacer, y qué haré, ahora que en teoría soy el líder del mundo, y prácticamente el administrador de una pequeña base de impuestos, unas cuantas agencias de servicios internacionales y este pequeño ejército que me has dado hoy? Llevé a cabo mis movimientos para dar forma a los acontecimientos de manera que, cuando consiguiera este puesto, mereciera la pena tenerlo.
—Ya, pero por encima de todo, para conseguir este puesto.
—Sí, Bean. Soy arrogante. Creo que soy la única persona que comprende qué hay que hacer y qué hace falta para conseguirlo. Creo que el mundo me necesita. De hecho, soy aún más arrogante que tú.
¿A eso se reduce todo? ¿Tendría que haber sido más humilde? ¿Sólo a ti se te permite expresar tus habilidades cándidamente y decidir que eres el mejor hombre para un puesto concreto?
—No quiero el trabajo.
—Ni yo tampoco, tal como es ahora —replicó Peter—. Lo que quiero es el trabajo donde el Hegemón habla y la guerra cesa, donde el Hegemón puede redibujar las fronteras y derogar las leyes defectuosas y desarticular los cárteles internacionales y ofrecer a toda la humanidad una oportunidad para vivir
decentemente en paz y con la libertad que permita cada cultura. Y voy a hacer ese trabajo, paso a paso.
No sólo eso, voy a hacerlo con tu ayuda, porque quieres que alguien lo lleve a cabo, y sabes, igual que yo, que soy el único que puede hacerlo.
Bean asintió en silencio.
—Sabes todo eso, y sigues enfadado conmigo.
—Estoy enfadado con Aquiles. Estoy enfadado con la estupidez de quienes se negaron a escucharme. Pero tú estás aquí, y ellos no.
—Es más que eso —dijo Peter—. Si no hubiese nada más, habrías superado esa ira mucho antes de que tuviéramos esta conversación.
—Lo sé —asintió Bean—. Pero no te gustará oírlo.
—¿Porque herirá mis sentimientos? Déjame que yo lo diga. Estás enfadado porque cada palabra que sale de mi boca, cada gesto, cada expresión de mi rostro te recuerda a Ender Wiggin. Sólo que no soy Ender, nunca seré Ender; piensas que Ender debería estar ocupando mi puesto, y me odias por ser
quien hizo que Ender tuviera que marcharse.
—Es irracional —dijo Bean—. Lo sé. Sé que al enviarlo lejos le salvaste la vida. La gente que trató de matarme habría intentado con más denuedo acabar con Ender sin que Aquiles hubiera tenido que decirles nada. Le habrían temido a él mucho más que a ti o a mí. Lo sé. Pero te pareces tanto a él. Y sigo pensando que si Ender estuviera aquí no habría estropeado las cosas como yo lo he hecho.
—Tal como yo lo veo, es al revés. Si tú no hubieras estado allí con Ender, él la habría cagado al final. No, no discutas, no importa. Lo que sí importa es que el mundo es tal como es ahora, y nosotros estamos en una posición en la que, si nos movemos con cuidado, si lo planificamos todo bien, podremos arreglarlo. Podemos hacer que sea mejor. Sin resquemores. Sin desear poder deshacer el pasado. Miramos al futuro y lo llevamos adelante.
—Miraré al futuro, y te ayudaré todo lo que pueda. Pero lamentaré lo que haya que lamentar.
—Muy bien —dijo Peter—. Ahora que estamos de acuerdo en eso, creo que deberías saberlo. He decidido resucitar el cargo de Estrategos.
Bean soltó un silbido.
—¿Vas a entregar ese título al comandante de una fuerza de doscientos hombres, un par de aviones, un par de barcos y una compañía agobiada de planificadores estratégicos ?
—Bueno, si yo puedo ser Hegemón, tú puedes aceptar un título como ése.
—Me he dado cuenta de que en ninguno de los vids aparece ese título.
—No, no quiero que la gente oiga las noticias mientras ve los vids de un niño. Quiero que se enteren de tu nombramiento como Estrategos mientras ven imágenes de la victoria sobre los fórmicos y oyen voces en off sobre tu rescate de los miembros indios de la Escuela de Batalla.
—Bien, acepto. ¿Tendré un uniforme bonito?
—No. Al ritmo en que estás creciendo, tendremos que comprarlos demasiado a menudo, y nos arruinarías.
Una expresión pensativa nubló el rostro de Bean.
—¿He vuelto a ofenderte? —dijo Peter.
—No. Estaba preguntándome qué dijeron tus padres cuando revelaste que eras Locke. Peter se echó a reír.
—Oh, fingieron que ya lo sabían. Padres.
Siguiendo las sugerencias de Bean, Peter emplazó el cuartel general de la Hegemonía en un compuesto en las afueras de la ciudad de Ribeiráo Preto en el estado de Sao Paulo. Allí tendrían excelentes conexiones aéreas con cualquier lugar del mundo, rodeados de pequeñas ciudades y tierras agrícolas. Estarían lejos de cualquier cuerpo gubernamental. Era un lugar agradable donde vivir mientras planeaban y se entrenaban para conseguir el modesto objetivo de liberar a las naciones cautivas mientras se preparaban contra cualquier nueva agresión.
La familia Delphiki salió de su escondite y se reunió con Bean en la seguridad del compuesto de la Hegemonía. Grecia era ahora parte del Pacto de Varsovia, y no podían volver a casa. Los padres de Peter también fueron, porque comprendían que serían objetivos de quienes quisieran llegar a Peter. Les dio a ambos trabajo en la Hegemonía, y si el cambio en sus vidas les importó nunca dieron muestras de ello.
Los Arkanian también dejaron su tierra, y fueron a vivir alegremente a un lugar donde no les robarían a sus hijos. Los padres de Suriyawong habían conseguido escapar de Tailandia, y trasladaron la fortuna familiar y sus negocios a Ribeiráo Preto. Otras familias tailandesas e indias con lazos con el ejército de Bean o los graduados de la Escuela de Batalla fueron también, y pronto hubo barrios enteros donde apenas se hablaba el portugués.
En cuanto a Aquiles, no oyeron noticias suyas mes tras mes. Presumiblemente había vuelto a Beijing. Presumiblemente, se estaba abriendo paso para conseguir instalarse en el poder de un modo u otro.
Pero se permitieron, mientras el silencio continuaba, esperar que tal vez los chinos, después de haberlo
utilizado, lo conocieran ahora lo suficientemente bien para mantenerlo apartado de las riendas del poder.
Una tarde de invierno, en junio, Petra recorrió el cementerio del pueblo de Araraquara, sólo a veinte
minutos en tren de Ribeiráo Preto. Se aseguró de que se acercaba a Bean desde una dirección en la que pudiera verla venir. Pronto se colocó a su lado y contempló la lápida.
—¿Quién está enterrado aquí? —preguntó.
—Nadie —dijo Bean, sin mostrar ninguna sorpresa al verla—. Es un cenotafio. Petra leyó los nombres que había escritos.
Poke. Carlotta.
Nada más.
—Hay una lápida por sor Carlotta en alguna parte de Ciudad del Vaticano —dijo Bean—. Pero no se pudo recuperar ningún cadáver que enterrar. Y a Poke la incineró gente que ni siquiera sabía quién era. Virlomi me dio esta idea.
Virlomi había levantado un cenotafio para Sayagi en el pequeño cementerio hindú que ya existía en Ribeiráo Preto. Era un poco más elaborado: incluía fechas de nacimiento y muerte, y lo llamaba «hombre de satyagraha».
—Bean, es una locura que vengas aquí sin guardaespaldas. Con esta lápida aquí los asesinos pueden abatirte antes de que aparezcas.
—Lo sé.
—Al menos podrías haberme invitado a venir.
Bean se volvió hacia ella, con lágrimas en los ojos.
—Este es mi lugar de vergüenza —dijo—. Me esforcé mucho para que tu nombre no estuviera aquí.
—¿ Eso es lo que te dices a ti mismo ? Aquí no hay ninguna vergüenza, Bean. Sólo hay amor. Y por eso pertenezco a este lugar, con las otras chicas solitarias que te entregaron sus corazones.
Bean se volvió hacia ella, la abrazó, y lloró en su hombro. Había crecido y era ya lo bastante alto para poder hacerlo.
—Me salvaron la vida. Me dieron la vida.
—Eso es lo que hacen las buenas personas —dijo Petra—. Y luego mueren, todas ellas. Es una jodida lástima.
Él se rió, aunque Petra no supo si por su palabrota o de sí mismo, por llorar.
—Nada dura eternamente, ¿no?
—Todavía viven dentro de ti.
—¿Y yo dentro de quién vivo? Y no digas que de ti.
—Lo haré si quieres. Me salvaste la vida.
—Nunca tuvieron hijos, ninguna de las dos —dijo Bean—. Nadie abrazó a Poke ni a Carlotta como un hombre abraza a una mujer, ni tuvo un hijo con ellas. Nunca llegaron a ver crecer a sus hijos y tener hijos propios.
—Así lo decidió sor Carlotta.
—Pero Poke no.
—Las dos te tuvieron a ti.
—Esa es la futilidad de todo. El único hijo que tuvieron fui yo.
—Entonces... les debes el continuar, casarte, tener más hijos que las recuerden por ti. Bean contempló la distancia.
—Tengo una idea mejor. Déjame que te hable sobre ellas. Y cuéntaselo tú a tus hijos. ¿Lo harás? Si pudieras prometérmelo, entonces creo que podría soportar todo esto, porque no desaparecerán de la memoria cuando yo muera.
—Claro que lo haré, Bean. Pero hablas como si tu vida hubiera terminado ya, y está sólo empezando.
Mírate, estás creciendo, pronto tendrás la altura de un hombre, y...
Él le puso un dedo en los labios, suavemente, para hacerla callar.
—No tendré ninguna esposa, Petra. Ni hijos.
—¿Por qué no? Si me dices que has decidido meterte a cura te secuestraré yo misma y te sacaré de este país católico.
—No soy humano, Petra —dijo Bean—. Y mi especie muere conmigo. Ella se rió ante aquel chiste.
Pero cuando él la miró a los ojos, vio que no era un chiste. Fuera lo que fuese lo que quería decir con
aquello, realmente pensaba que era cierto. No era humano. Pero ¿cómo podía pensar eso? De todas las personas que Petra conocía, ¿quién era más humano que Bean?
—Volvamos a casa —dijo Bean finalmente—, antes de que venga alguien y nos dispare por intrusos.
—A casa.
Bean sólo entendió a medias.
—Lamento que no sea Armenia.
—No, tampoco considero que Armenia sea mi hogar —dijo ella—. Y, desde luego, la Escuela de Batalla tampoco lo fue, ni Eros. Esta es mi casa. Quiero decir, Ribeirao Preto. Pero también este sitio. Porque... mi familia está aquí, por supuesto, pero...
Y entonces comprendió lo que intentaba decir.
—Es porque tú estás aquí. Porque eres el único que lo ha soportado todo conmigo. Eres el único que sabe de qué estoy hablando. Lo que estoy recordando. Ender. Aquel terrible día con Bonzo. Y el día que me quedé dormida en medio de la batalla en Eros. Y piensas que tú te avergüenzas. —Se echó a reír—.
Pero no importa recordar incluso eso contigo, porque lo sabías, y sin embargo viniste a ayudarme.
—Tardé bastante tiempo.
Salieron juntos del cementerio, tomados de la mano porque ninguno de ellos quería sentirse aislado en ese momento.
—Tengo una idea —dijo Petra.
—¿Cuál?
—Si alguna vez cambias de opinión... ya sabes, respecto a casarte y tener bebés, recuerda mi dirección. Búscame.
Bean guardó silencio durante un largo instante.
—Ah —dijo por fin—. Ahora lo entiendo. He rescatado a la princesa, así que ahora puedo casarme con ella si quiero.
—Ése es el trato.
—Sí, bueno, ya veo que no lo has mencionado hasta que te enteraste de mi voto de celibato.
—Supongo que fue una perversidad por mi parte.
—Además, es una trampa. ¿No se supone que tengo que quedarme también con la mitad del reino?
—Tengo una idea mejor —respondió ella—. Puedes quedártelo todo.