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49.57% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 117: LA SOMBRA DE ENDER .- Sexta parte VENCEDOR   .- 22 REUNIÓN

Capítulo 117: LA SOMBRA DE ENDER .- Sexta parte VENCEDOR   .- 22 REUNIÓN

22 REUNIÓN

-Supongo que debería felicitarlo por deshacer el daño que causó a Ender

Wiggin.

-Señor, con el debido respeto, no estoy de acuerdo en haber causado ningún daño.

-Ah, bueno, entonces no tengo que felicitarlo. Es consciente de que aquí tendrá un estatus de mero observador.

-Espero tener también oportunidad de ofrecer consejo basándome en mis años de experiencia con estos niños.

-La Escuela de Mando ha trabajado con niños durante años.

-Con el debido respeto, señor, la Escuela de Mando ha trabajado con adolescentes, jovencitos ambiciosos, competitivos y rebosantes de testosterona. Y aparte de eso, hemos recorrido un largo camino con esos niños en concreto, y dispongo de una información sobre ellos que debe tomarse en consideración.

-Toda esta información debería constar en sus informes.

-Sí, consta en ellos. Pero con todo el respeto, ¿hay alguien que haya memorizado mis informes de un modo tan concienzudo que recuerde los detalles apropiados en el instante preciso?

-Le escucharé, coronel Graff. Y por favor deje de asegurarme lo respetuoso que es cada vez que vaya a decirme que soy un idiota.

-Pensé que mi permiso fue diseñado para castigarme. Estoy intentando demostrar que he aprendido del castigo.

-¿Hay algún detalle sobre esos niños que le venga a la mente ahora mismo?

-Uno importante, señor. Porque todo depende de lo que Ender haga o no haga, es vital que lo aísle de los otros niños. Durante las prácticas puede estar allí, pero bajo ninguna circunstancia puede permitir que converse con la mayor libertad o comparta información.

-¿Y por qué?

-Porque si Bean llega a enterarse de la existencia del ansible hará con la clave de todo. Puede que ya lo haya dilucidado por su cuenta... No tiene ni idea de lo difícil que es ocultarle información. Ender es más digno de confianza... Sin embargo, no puede realizar su trabajo a menos que sepa qué es el ansible. ¿No lo ve? Bean y él no pueden estar juntos en su tiempo libre. Sus conversaciones

deben ser controladas.

-Pero si es así, entonces Bean no es capaz de ser el sustituto de Ender, porque habría que hablarle del ansible.

-Entonces no importará.

-Pero usted mismo fue el autor de la propuesta de que sólo un niño...

-Señor, nada de eso es aplicable a Bean.

-¿Por...?

-Porque no es humano.

-Coronel Graff, usted me cansa.

El viaje a la Escuela de Mando duró cuatro meses, y esa vez fueron entrenados continuamente, tan a conciencia en materia de cálculos de disparo, explosivos y otros temas relacionados con las armas como lo permitía el interior de un crucero veloz. Finalmente, también se convirtieron en un equipo, y enseguida todo el mundo tuvo claro que el principal estudiante era Bean. Lo dominaba todo de inmediato, y pronto los demás se volvieron a él para que les explicara los conceptos que no pillaban a la primera. De ser el que tenía el estatus más bajo en el primer viaje, un completo apartado, Bean se convirtió ahora en un líder por el motivo opuesto: estaba solo en la posición de mayor estatus.

Sopesó la situación, porque sabia que necesitaba poder funcionar como parte del equipo, no sólo como mentor o experto. Así pues, tomaba parte en sus descansos, relajándose con ellos, bromeando, recordando también anécdotas de la Escuela de Batalla. Y de épocas anteriores.

Porque ahora, por fin, en la Escuela de Mando quedó abolido el tabú que impedía hablar sobre asuntos familiares. Todos hablaban libremente de padres y madres que, aunque se habían convertido en lejanos recuerdos, seguían representando una función vital en sus vidas.

Al principio, el hecho de que Bean no tuviera padres hizo que los otros se sintieran un poco incómodos, pero Bean aprovechó la oportunidad y empezó a hablar abiertamente sobre toda su experiencia. Cuando se ocultó en el depósito de agua del lavabo de la habitación limpia. Cuando el conserje español lo recogió. El hambre que pasó en las calles mientras buscaba una oportunidad. Cuando le dijo a Poke cómo podía derrotar a los matones en su propio juego. Cómo observaba a Aquiles, lo admiraba, lo temía mientras iba creando su familia callejera, marginando a Poke, hasta que por fin la mató. Cuando les ha- bló del hallazgo del cadáver de Poke, varios de los otros niños se echaron a llorar. Petra, en concreto, se vino abajo y sollozó.

Era una oportunidad, y Bean la aprovechó. Por supuesto, ella pronto se marchó, y se llevó sus sentimientos a la intimidad de su habitación. Y tan pronto como pudo, Bean la siguió.

-Bean, no quiero hablar.

-Yo sí -dijo Bean-. Es algo de lo que tenemos que hablar. Por el bien del equipo.

-¿Es eso lo que somos?

-Petra, conoces lo peor que he hecho en mi vida. Aquiles era peligroso. Yo lo sabía, y sin embargo me marché y dejé a Poke a solas con él. Ella murió por eso. Y el recuerdo me quema cada día. Cada vez que empiezo a sentirme feliz, recuerdo a Poke, pienso en que le debo la vida, y en que podría haberla salvado. Cada vez que amo a alguien, temo traicionarlo como la traicioné a ella.

-¿Por qué me estás contando esto, Bean?

-Porque traicionaste a Ender y creo que eso no te deja vivir. Sus ojos destellaron de furia.

-¡No es cierto! ¡Es a ti, a quien no deja vivir!

-Petra, lo admitas o no, cuando trataste de parar a Ender en el pasillo aquel día, es imposible que no supieras lo que estabas haciendo. Te he visto en acción, eres lista, lo ves todo. En ciertos aspectos, eres el mejor comandante táctico del grupo. Es absolutamente imposible que no vieras que los matones de Bonzo estaban en el pasillo, esperando darle una paliza a Ender, ¿y tú qué hiciste? Tratar de detenerlo, de apartarlo del grupo.

-Y tú me detuviste a mí -dijo Petra-. Así que resuelto, ¿no?

-Tengo que saber por qué.

-No tienes que saber una mierda.

-Petra, tendremos que luchar hombro con hombro algún día. Tenemos que poder confiar uno en el otro. No confío en ti porque no sé por qué hiciste eso. Y ahora tú no confiarás en mí porque sabes que no confío en ti.

-Oh, qué enmarañada tela tejemos.

-¿Qué demonios significa eso?

-Mi padre lo decía. Oh, qué enmarañada tela tejemos cuando practicamos por primera vez el engaño.

-Exacto. Desenmaráñala para mí.

-Tú eres el que está tejiendo una tela para mí, Bean. Sabes cosas que no dices a los demás. ¿Crees que no lo veo? Así que quieres que restaure mi confianza en mí misma, pero no me dices nada útil.

-Te abrí mi alma.

-Me hablaste de tus sentimientos -lo dijo con completo desdén-. Muy bien, es un alivio saber que los tienes, o al menos saber que crees que merece la pena fingir tenerlos, nadie está seguro de eso. Pero lo que nunca nos dices es qué demonios ocurre aquí. Creemos que lo sabes.

-Sólo he hecho suposiciones.

-Los profesores te facilitaron una información en la Escuela de Batalla que ninguno de nosotros sabía. Conocías los nombres de todos los niños de la escuela, y sabías cosas sobre nosotros, sobre todos nosotros. Sabías cosas que no tenías por qué saber.

A Bean le sorprendió que el acceso especial del que había gozado no le hubiera pasado desapercibido a Petra. ¿Había sido descuidado? ¿O era aún más observadora de lo que pensaba?

-Me introduje en los datos de los estudiantes -dijo Bean.

-¿Y no te pillaron?

-Creo que sí. Desde el principio. Desde luego, más tarde lo supieron. Entonces le contó cómo había elegido la lista de la Escuadra Dragón. Ella se tumbó en el camastro y miró al techo.

-¡Los elegiste tú! ¡Todos esos rechazados y aquel puñado de novatos, tú los elegiste!

-Alguien tenía que hacerlo. Los profesores no lo hacían bien.

-Así que Ender tuvo a los mejores. No los convirtió en los mejores, ya lo eran.

-Los mejores que no estaban ya en otras escuadras. Soy el único que era un novato cuando se formó la Dragón y ahora pertenece a este equipo. Tú, Shen, Alai, Dink y Carn no estabais en la Dragón, y obviamente erais de los mejores. La Dragón ganó porque eran buenos, sí, pero también porque Ender sabía qué hacer con ellos.

-Sigue volviendo patas abajo todo mi universo.

-Petra, esto ha sido un intercambio.

-¿Ah, sí?

-Explícame por qué no fuiste una judas en la Escuela de Batalla.

-Fui una judas -declaró Petra-. ¿Qué te parece esa explicación? Bean estaba asqueado.

-¿Y lo sueltas así sin más? ¿Sin vergüenza?

-¿Eres estúpido o qué? -preguntó Petra-. Estaba haciendo lo mismo que hiciste tú, tratar de salvar la vida de Ender. Sabía que Ender había sido entrenado para el combate, y aquellos matones no. Yo también había recibido entrenamiento. Bonzo había hecho enfurecer a aquellos tipos, pero lo cierto es que no les caía muy bien, sólo los había vuelto

contra Ender. Así que si recibían unos cuantos palos contra Ender, allí en el pasillo donde la Escuadra Dragón y otros soldados pudieran interponerse, donde Ender me habría tenido a su lado en un espacio limitado, de modo que sólo unos pocos nos podrían haber atacado a la vez... supuse que Ender se llevaría algún golpe, una hemorragia en la nariz, pero saldría con bien. Y todos aquellos pedazos de carne con ojos se darían por satisfechos. La furia de Bon- zo sería agua pasada. Estaría solo otra vez. Y Ender estaría a salvo de algo peor.

-Apostaste fuerte a tu habilidad como luchadora.

-Y a la de Ender. Los dos éramos bastante buenos, y estábamos en una forma excelente. ¿Y sabes qué? Creo que Ender entendió lo que hacía, y el único motivo por el que no siguió adelante fuiste tú.

-¿Yo?

-Vio que te metías en todo ese embrollo. Te habrían roto la cabeza, eso estaba claro. Así que tuvo que evitar la violencia entonces. Lo que significa que, por tu causa, lo asaltaron al día siguiente, cuando fue peligroso de verdad, porque Ender estaba completamente solo, sin ningún refuerzo.

-Entonces, ¿por qué no explicaste esto antes?

-Porque tú eras el único, además de Ender, que sabía que yo lo estaba ayudando, y no me importaba lo que pensaras entonces, y ahora tampoco me importa mucho.

-Fue un plan estúpido -dijo Bean.

-Era mejor que el tuyo -respondió Petra.

-Bueno, supongo que cuando miras el resultado, nunca sabremos lo estúpido que era tu plan. Pero sí que sabemos que el mío se fue a hacer puñetas.

Petra le dirigió una sonrisa breve y falsa.

-Ahora, ¿confías otra vez en mí? ¿Podemos volver a la íntima amistad que nos ha unido durante tanto tiempo?

-¿Sabes una cosa, Petra? No deberías mostrarte tan hostil conmigo. De hecho, es una pérdida de tiempo, porque soy el mejor amigo que tienes aquí.

-¿De verdad?

-Sí, de verdad. Porque yo soy el único de esos niños que ha elegido jamás a una niña como comandante.

Ella hizo una pausa. Le dirigió una mirada inexpresiva y luego dijo:

-Ya hace mucho tiempo que superé eso. Soy una niña, y punto.

-Pero ellos no. Y sabes que no lo han hecho. Sabes que nunca ha dejado de molestarles el hecho de que no seas realmente uno de los chicos. Son tus amigos, sí, al menos Dink lo es, pero todos te aprecian. Por lo demás, ¿cuántas niñas había en la Escuela de Batalla, una docena? Y excepto tú, ninguna de ellas eran soldados de primera fila. No te tomaron en serio.

-Ender sí -aclaró Petra.

-Y yo también. Todos los demás saben lo que sucedió en el pasillo. No es ningún secreto. Pero ¿sabes por qué no han tenido esta conversación contigo?

-¿Porqué?

-Porque todos pensaron que eras una idiota que no se dio cuenta de lo cerca que estuviste de que se cargaran a Ender. Yo soy el único que se mostró lo suficientemente respetuoso contigo para advertir que nunca habrías cometido un error tan estúpido por accidente -añadió Bean.

-¿Se supone que debo sentirme halagada por eso?

-Se supone que debes de dejar de tratarme como un enemigo. Eres una marginada

dentro del grupo, casi tanto como yo. Y cuando haya que combatir de verdad, necesitarás a alguien que te tome tan en serio como tú te tomas a ti misma.

-No me hagas favores.

-Me marcho.

-Ya era hora.

-Y cuando pienses en esto y te des cuenta de que tengo razón, no tienes que disculparte. Lloraste por Poke, y eso nos convierte en amigos. Puedes confiar en mí, y yo puedo confiar en ti, y eso es todo.

Ella empezó a replicar mientras él se alejaba, y Bean no oyó qué decía. Petra era así: tenía que hacerse la dura. A Bean no le importaba. Sabía que se habían dicho todo lo que debían decirse.

La Escuela de Mando estaba en FlotCom, y el emplazamiento de FlotCom era un secreto muy bien guardado. La única forma de averiguar dónde estaba ubicado era que te destinaran allí, y muy pocas personas que habían estado en aquel lugar habían vuelto jamás a la Tierra.

Justo antes de llegar, los chicos tuvieron una reunión informativa. FlotCom estaba en el asteroide errante Eros. Y a medida que se aproximaban, se dieron cuenta de que realmente estaba dentro del asteroide. En la superficie apenas asomaba la estación de atraque. Subieron a la lanzadera, que les recordó a los autobuses escolares, y tardaron cinco minutos en alcanzar la superficie. Allí la lanzadera se internó en lo que parecía una cueva. Un tubo serpentino se acercó a la lanzadera y la rodeó por completo. Salieron del vehículo casi en gravedad cero, y una fuerte corriente de aire los absorbió como una aspiradora hacia las entrañas de Eros.

Bean supo de inmediato que este lugar no había sido construido por manos humanas. Los túneles eran demasiado bajos, e incluso habían sido claramente elevados después de la construcción inicial, ya que las paredes más bajas eran lisas y sólo el medio metro superior mostraba marcas de herramientas. Los insectores erigieron esa obra, probablemente cuando preparaban la Segunda Invasión. Lo que una vez fue su base de avanzadilla era ahora el centro de la Flota Internacional. Bean trató de imaginar la batalla que sería preciso librar para tomar este lugar: los insectores escabullándose por los túneles, la infantería avanzando con explosivos de baja potencia para quemarlos... Destellos de luz. Y entonces la limpieza, arrastrar los cadáveres de los fórmicos fuera de los túneles y convertirlos poco a poco en un habitáculo humano.

Así es como conseguimos nuestra tecnología secreta, pensó Bean. Los insectores tenían máquinas generadoras de gravedad. Descubrimos cómo funcionaban y construimos máquinas propias, y las instalamos en la Escuela de Batalla, y donde eran imprescindibles. Pero la F.I. nunca anunció el hecho, porque la gente se habría asustado si supiera lo avanzada que era la tecnología de los insectores.

¿Qué más aprendieron de ellos?

Bean advirtió que los niños incluso se encorvaban un poco para pasar por los túneles. El techo estaba al menos a dos metros, y ningún de los niños era tan alto, pero las proporciones eran demasiado dispares para que los humanos se sintieran cómodos, así que los techos de los túneles parecían opresivamente bajos, listos para desplomarse. Debía haber sido aún peor cuando llegaron por primera vez, antes de que elevaran los techos.

Ender viviría aquí. Lo odiaría, claro, porque era humano. Pero también usaría el lugar

para penetrar en la mente de los insectores que lo construyeron. No es que se pudiera comprender realmente una mente alienígena. Pero este lugar proporcionaba una oportunidad decente de intentarlo.

Los niños fueron distribuidos en dos habitaciones; Petra tenía un cuarto más pequeño para ella sola. Todo estaba aún más desnudo que la Escuela de Batalla, y nunca podían escapar a la frialdad de la piedra que los rodeaba. En la Tierra, la piedra había parecido siempre sólida. Pero en el espacio, adoptaba un aspecto poroso. Había agujeros por todas partes, y Bean no podía dejar de sentir que el aire escapaba constantemente. Aire que salía, y frío que entraba, y quizás algo más, las larvas de los insectores que roían como lombrices la piedra sólida, que salían por la noche de los agujeros cuando la habitación estaba a oscu- ras, para reptar sobre sus frentes y leer sus mentes y...

Entonces se despertó, con la respiración entrecortada, la mano agarrada a la frente. Apenas se atrevió a moverla. ¿Había reptado algo por encima?

Su mano estaba vacía.

Quiso volver a dormir, pero faltaba demasiado poco tiempo para el toque de diana. Se quedó allí, pensando. Qué pesadilla tan absurda... No podía haber ningún insector vivo allí. Pero algo le daba miedo. Algo le daba mala espina, y no sabía muy bien qué era.

Recordó una conversación con uno de los técnicos que atendía los simuladores. El de Bean se había estropeado durante la práctica, así que de pronto los puntitos de luz que representaban a sus naves moviéndose a través del espacio tridimensional quedaron fuera de su control. Para su sorpresa, no se perdieron en la dirección de las últimas órdenes que dio. En cambio, empezaron a agruparse, a unirse, y luego cambiaron de color mientras pasaban al control de otro.

Cuando el técnico llegó para sustituir el chip que había reventado, Bean le preguntó por qué las naves no se detenían o seguían a la deriva.

-Es parte de la simulación -explicó el técnico- Lo que se simula aquí no es que tú seas el piloto o el capitán de estas naves. Eres el almirante, y por eso dentro de cada nave hay un capitán simulado y un piloto simulado. De este modo, cuando tu contacto se interrumpe, ac- túan como haría la gente de verdad si perdiera el contacto. ¿Ves?

-Parece muy complicado.

-Mira, hemos tenido un montón de tiempo para trabajar con estos simuladores. Son exactamente igual que un combate.

-Excepto el desfase temporal -dijo Bean.

El técnico pareció aturdido durante un instante.

-Oh, claro. El desfase temporal. Bueno, es que eso no merece la pena programarlo. Y se marchó.

Era aquel momento de aturdimiento lo que molestaba a Bean. Esos simuladores eran tan perfectos como lo permitían los avances tecnológicos, exactamente igual que un combate, y sin embargo no incluían el desfase temporal que se producía con las comunicaciones que viajaban a la velocidad de la luz. Las distancias que se simulaban eran tan grandes que la mayor parte del tiempo tendría que haber al menos un leve desfase entre una orden y su ejecución, y a veces debería ser de varios segundos. Pero no habían programado ningún desfase de ese tipo. Todas las comunicaciones se trataban como si se efectuaran al momento. Y cuando Bean preguntó al respecto, el profesor que los entrenaba eludió la pregunta.

-Es una simulación. Ya habrá tiempo de sobra para acostumbrarse al desfase de la velocidad de la luz cuando os entrenéis con las naves de verdad.

Eso parecía el típico pensamiento militar estúpido incluso a estas alturas, pero Bean advirtió que era, sencillamente, una mentira. Si programaban la conducta de pilotos y capitanes cuando las comunicaciones se cortaban, bien podrían haber incluido con toda sencillez el desfase temporal. El motivo de que estas naves trabajaran su simulación con respuestas instantáneas era porque se trataba de una simulación perfecta de las condiciones que encontrarían en el combate.

Tendido en la oscuridad, Bean por fin ató cabos. Era tan obvio, una vez pensado... No era sólo el control de la gravedad lo que habían obtenido de los insectores. Era la comunicación más rápida que la luz. Es un gran secreto para la gente de la Tierra, pero nuestras naves pueden comunicarse unas con otras instantáneamente.

Y si pueden las naves, ¿por qué no FlotCom, aquí en Eros? ¿Cuál es el alcance de las comunicaciones? ¿Eran realmente instantáneas independientemente de la distancia, o tan sólo eran más rápidas que la luz, de forma que en distancias verdaderamente grandes se producía cierto desfase temporal?

Su mente estudió las posibilidades y todas sus implicaciones. Las naves patrulla podrán advertirnos de la aproximación de la flota enemiga mucho antes de que nos alcance. Probablemente saben desde hace años que vienen, y a qué velocidad. Por eso han hecho acelerar nuestro entrenamiento: sabían desde hace años cuándo empezaría la Tercera Invasión.

Entonces otro pensamiento cruzó su mente. Si la comunicación instantánea funciona no importa a qué distancia, entonces incluso podríamos hablar con la flota invasora que enviamos contra el planeta natal de los fórmicos justo después de la Segunda Invasión. Si nuestras naves se acercaban a la velocidad de la luz, la diferencia de tiempo relativo complicaría la comunicación pero, puestos a imaginar milagros, sería muy sencillo de resolver. Sabremos si nuestra invasión de su mundo ha tenido éxito o no momentos después. Si la comunicación es realmente potente, con mucha amplitud de banda, FlotCom podría incluso ver la batalla, o al menos ver una simulación de la batalla y....

Una simulación de la batalla. Así pues, cada nave de la flota expedicionaria envía su posición en todo momento. Luego el sistema de comunicación recibe esos datos y los suministra a un ordenador y lo que sale es... la simulación con la que hemos estado practicando.

Nos estamos entrenando para comandar naves en combate, no aquí en el sistema solar, sino a años luz de distancia. Envían a los pilotos y los capitanes, pero los almirantes que les darán las órdenes siguen todavía aquí. En FlotCom. La generación de comandantes que tanto habían anhelado eran ellos, sin duda.

Aquel descubrimiento lo dejó boquiabierto. Apenas se atrevía a creerlo, y sin embargo tenía mucho más sentido que cualquier otro de los escenarios plausibles. Para empezar, explicaba a la perfección por qué entrenaban a los niños con naves antiguas. La flota que tendrían a sus órdenes había sido lanzada hacía décadas, cuando aquellos antiguos diseños eran la tecnología más innovadora.

No nos sacaron a toda prisa de la Escuela de Batalla y la Escuela Táctica porque la flota insectora estuviera a punto de llegar a nuestro sistema solar. Tienen prisa porque nuestra flota está a punto de llegar al mundo de los insectores.

Era lo que decía Nikolai. No se puede descartar lo imposible, por que nunca sabes cuál de tus suposiciones sobre lo que era posible podría resultar ser falsa en el universo real. A Bean no se le había ocurrido esta explicación sencilla y racional porque había aceptado que la velocidad de la luz limitaba el viaje y la comunicación. Pero el técnico

había dejado escapar una diminuta parte del velo que cubría la verdad, y como Bean por fin encontró un modo de abrir su mente a la posibilidad, ahora sabía el secreto.

En algún momento del entrenamiento, en cualquiera, sin la menor advertencia, sin decirles siquiera que lo hacían, accionarían el interruptor y estaremos comandando naves de verdad en una batalla de verdad. Creeremos que es un juego, pero estaremos librando una guerra.

Y no nos lo dicen porque somos niños. Piensan que no podremos soportarlo, saber que nuestras decisiones causarán muerte y destrucción. Que cuando perdemos una nave, mueren hombres de verdad. Lo mantienen en secreto para protegernos de nuestra propia compasión.

Excepto a mí. Porque ahora lo sé.

El peso de todo aquello cayó de pronto sobre él y empezó a respirar entrecortadamente. Ahora lo sé. ¿Cómo cambiará eso la forma en que juego? No puedo dejarlo, eso es todo. Ya lo hacía lo mejor posible..., pero saber esto no me hará trabajar más duro o jugar mejor. Al contrario, podría provocar que lo hiciera peor. Me podría hacer vaci- lar, me podría hacer perder la concentración. A lo largo del entrenamiento, habían aprendido que ganar depende de poder olvidarlo todo, menos lo que estaban haciendo en ese momento. Podías tener todas las naves en la cabeza a la vez... pero sólo si cualquier nave que ya no importara pudiera ser bloqueada por completo. Si pensaban en hombres muertos, en cuerpos despedazados a quienes el frío vacío del espacio les arrancaba el aire de los pulmones, ¿quién podría seguir jugando el juego sabiendo que esto era lo que significaba en realidad?

Los profesores tenían razón al mantener el secreto. Ese técnico debería de pasar por la corte marcial por haberme dejado ver detrás de la cortina.

No puedo decírselo a nadie. Los otros niños no deberían saberlo. Y si los profesores saben que yo lo sé, me retirarán del juego.

Así que tengo que fingir.

No. Tengo que no creerlo. Tengo que olvidar que es verdad. No es verdad. La verdad es lo que siempre nos han estado diciendo. La simulación ignora simplemente la velocidad de la luz. Nos entrenan con naves viejas porque las nuevas están todas en activo y no pueden malgastarse. La lucha para la que nos estamos preparando es para repeler a los invasores fórmicos, no para invadir su sistema solar. Esto había sido sólo un sueño loco, puro autoengaño. Nada viaja más rápido que la luz, por lo que la información no puede ser transmitida a una velocidad superior.

Además, si realmente enviamos una flota invasora hace tanto tiempo, no necesitan a niños pequeños para que la comanden. Mazer Rackham debe de estar con esa flota, no es posible que la hubieran lanzado sin él. Mazer Rackham está todavía vivo, preservado por los cambios relativistas del viaje cercano a la velocidad de la luz. Tal vez para él sólo han pasado unos pocos años. Y está preparado. Nosotros no somos necesarios.

Bean calmó su respiración. Los latidos de su corazón se tranquilizaron. No puedo dejarme llevar por fantasías como ésa. Me sentiría avergonzado si alguien supiera qué teoría tan estúpida he elaborado en sueños. Ni siquiera puedo considerarlo un sueño. El juego es el mismo de siempre.

La diana sonó por el intercomunicador. Bean se levantó de la cama (el camastro de abajo, esta vez) y se unió con toda la normalidad posible al grupo de Crazy Tom y Hot Soup, mientras Fly Molo se guardaba para sí su hosquedad matutina y Alai rezaba sus oraciones. Bean fue al comedor y comió como solía hacerlo. Todo era normal. No signifi-

caba nada no poder descargar sus tripas a la hora normal, que la barriga le doliera todo el día, y que a la hora del almuerzo se sintiera algo mareado. Era sólo la falta de sueño.

A los tres meses de su estancia en Eros, el trabajo con los simuladores cambió. Habría naves directamente bajo su control, pero también habría otras a quienes tendrían que dictar sus órdenes, además de usar los controles para hacerlo manualmente.

-Como en combate -dijo su supervisor.

-En combate, conoceríamos quiénes son los oficiales que sirven a nuestras órdenes - dijo Alai.

-Eso importaría si dependierais de ellos para que os suministren información. Pero no es el caso. Toda la información necesaria se transmite a vuestro simulador y aparece en la pantalla. Así que debéis dar vuestras órdenes oralmente además de manualmente. Asumid que seréis obedecidos. Vuestros profesores monitorizarán las órdenes que deis para ayudaros a aprender a ser explícitos e inmediatos. También tendréis que dominar la técnica de hablar continuamente entre vosotros y pasar a dar órdenes a unas naves determinadas. Es bastante sencillo. Girad la cabeza a izquierda o derecha para hablar unos con otros, lo que os resulte más cómodo. Pero cuando vuestra cara mire directamente a la pantalla, vuestra voz será transmitida a la nave o escuadrón que hayáis seleccionado con el control. Y para controlar todas las naves a la vez, la cabeza al frente y encoged la barbilla, así.

-¿Qué pasa si alzamos la cabeza? -preguntó Shen. Alai se adelantó al profesor.

-Entonces estás hablando con Dios.

Después de que las risas se apagaran, el profesor dijo:

-Casi acertaste, Alai. Cuando alcéis la barbilla para hablar, estaréis hablando con vuestro comandante.

Varios hablaron a la vez.

-¿Nuestro comandante?

-No pensaréis que os entrenamos a todos para ser comandantes supremos a la vez,

¿no? Por el momento, asignaremos a uno de vosotros al azar para que sea comandante, sólo para practicar. A ver... el pequeño. Tú. Bean.

-¿Se supone que soy el comandante?

-Sólo para las prácticas. ¿No os parece bien? ¿Acaso los demás no le obedeceréis en batalla?

Los otros respondieron al profesor con desdén. Por supuesto que les parecía bien; Bean era un colega muy competente. Lo seguirían, por supuesto.

-Pero claro, nunca ganó una batalla cuando era comandante de la Escuadra Conejo - replicó Fly Molo.

-Excelente. Eso significa que tendréis delante el desafío de hacer que este pequeño se convierta en un ganador, a pesar de sí mismo. Si no pensáis que esto es una situación militar real, no habéis estudiado historia con la atención necesaria.

Así pues, Bean se encontró al mando de los otros diez niños de la Escuela de Batalla. Fue divertido, claro, porque ni él ni los demás creyeron ni por un momento que la elección del profesor hubiera sido al azar. Ellos sabían que Bean era mejor que nadie en el simulador. Petra fue quien lo dijo un día después de las prácticas:

-Demonios, Bean, creo que tienes todo esto tan claro en la cabeza que podrías cerrar los ojos y seguir jugando.

Era casi verdad. No tenía que mirar aquí y allá para ver dónde estaban todos. Lo tenía todo memorizado.

Tardaron un par de días en hacerlo bien, recibir órdenes de Bean, así como transmitir sus órdenes oralmente además de por medio de los controles. Al principio cometieron muchos errores, cabezas en posiciones equivocadas, de manera que comentarios, preguntas y órdenes iban a destinatarios equivocados. Pero pronto llegaron a hacerlo por instinto.

Bean insistió entonces en que se turnaran para ser comandante

-Necesito practicar el recibir órdenes igual que ellos -dijo

Y aprender cómo cambiar la posición de mi cabeza para hablar hacia arriba y hacia los lados.

El profesor accedió y, un día después, Bean ya dominaba la técnica tan bien como cualquiera.

El hecho de que los otros niños ocuparan el sillón maestro también fue positivo en otro aspecto. Aunque nadie lo hizo demasiado mal para quedar en ridículo, estaba claro que Bean era más vivo y más rápido que ningún otro, con una mayor capacidad para desarrollar situaciones y dilucidar lo que oía y recordar lo que todo el mundo había dicho.

-No eres humano -dijo Petra-. ¡Nadie podría hacer lo que tú haces!

-Soy tan humano como el que más -dijo Bean tímidamente-, Y conozco a alguien que puede hacerlo mejor que yo.

-¿Quién es?

-Ender.

Todos guardaron silencio un instante.

-Sí, bueno, pero no está aquí-dijo Vlad.

-¿Cómo lo sabes? -repuso Bean-. Por lo que nos han dicho, ha estado aquí todo el tiempo.

-Eso es una estupidez -aseguró Dink-. ¿Por qué no lo harían practicar con nosotros?

¿Por qué mantenerlo en secreto?

-Porque a ellos les gustan los secretos -respondió Bean-. Y tal vez porque le están proporcionando un entrenamiento diferente. Y tal vez porque es como Sinterklaas, nos lo traerán como un regalo.

-Y tal vez no sabes ni de lo que hablas -dijo Dumper.

Bean se rió, sin más. Naturalmente, sería Ender. Este grupo era para Ender. Todas las esperanzas descansaban en él. El motivo por el que colocaban a Bean en la posición maestra era porque Bean era el sustituto. Si Ender sufría un ataque de apendicitis en mitad de la guerra, le pasarían los controles a Bean. Sería Bean quien empezaría a dar ordenes, a decidir qué naves serían sacrificadas, qué hombres morirían. Pero hasta entonces, sería decisión de Ender, y para Ender sólo sería un juego. Nada de muertes, nada de sufrimiento, nada de temor, nada de culpa. Sólo... un juego.

Definitivamente, es Ender. Y cuanto antes, mejor.

Al día siguiente, su supervisor les dijo que Ender Wiggin iba a ser su comandante a partir de esa tarde. Cuando los niños no mostraron ninguna sorpresa, preguntó por qué.

-Porque Bean ya nos lo había dicho.

-Quieren que averigüe cómo has conseguido información interna, Bean. -Graff contemplaba desde el otro lado de la mesa al niño extremadamente pequeño que estaba sentado frente a él, inexpresivo.

-No tengo ninguna información interna -dijo Bean.

-Sabías que Ender iba a ser el comandante.

-Lo deduje -dijo Bean-. No fue tan difícil. Mire quiénes somos. Los mejores amigos de Ender. Los jefes de batallón de Ender. El es el hilo común. Había un montón de otros niños que podrían haber traído ustedes aquí, probablemente tan buenos como nosotros. Pero ésos son los que seguirían a Ender al espacio sin un traje siquiera, si él nos dijera que es necesario hacerlo.

-Bonito discurso, pero tienes antecedentes como fisgón.

-Cierto. ¿Cuándo podría fisgar aquí? ¿Cuándo estamos alguna vez solos? Nuestras consolas son solamente terminales estúpidos y nunca vemos a nadie que se conecte, así que no puede decirse que pueda tomar otra identidad. Sólo hago lo que me dicen que haga todos los días. Ustedes se empeñan en que los niños somos estúpidos, aunque nos eligen porque somos muy, muy listos. Y ahora se sienta ahí y me acusa de haber tenido que robar información que cualquier idiota podría deducir.

-Cualquiera no.

-Era sólo una manera de hablar.

-Bean -dijo Graff-. Creo que me estás tomando el pelo.

-Coronel Graff, aunque eso fuera cierto, que no lo es, ¿qué más da? Descubrí que Ender iba a venir. Vigilo en secreto sus sueños. ¿Y qué? Vendrá de todas formas, estará al mando, será brillante, y luego todos nos graduaremos y yo me sentaré en el sillón de mando de una nave en alguna parte y daré órdenes a los adultos con mi vocecita infantil hasta que se harten de escucharme y me arrojen al espacio.

-No me importa que supieras que es Ender. No me importa que lo dedujeras.

-Sé que no le importan esas cosas.

-Necesito saber qué más has descubierto.

-Coronel -dijo Bean, muy cansado-, ¿no se le ocurre que el mismo hecho de que me formule esta pregunta me dice que hay algo más por descubrir, y que por tanto aumenta en gran medida la posibilidad de que yo lo descubra?

La sonrisa de Graff se hizo aún más amplia.

-Es lo que le dije al... oficial que me ordenó que hablara contigo e hiciera estas preguntas. Le dije que acabaríamos diciéndote más sólo por esta entrevista, de lo que tú nos dirías a nosotros, pero él dijo: «El chico tiene seis años, coronel Graff.»

-Creo que tengo siete.

-Trabajaba con un informe antiguo y no hizo las cuentas.

-Dígame cuál es el secreto que quieren asegurarse que no sé, y le diré si lo sabía ya.

-Muy gracioso.

-Coronel Graff, ¿estoy haciendo un buen trabajo?

-Vaya pregunta. Por supuesto que sí.

-Si sé algo que ustedes no quieren que los niños sepamos, ¿he hablado de ello? ¿Se lo he contado a los otros niños? ¿Ha influido en mi actuación de algún modo?

-No.

-Es como un árbol que cae en el bosque donde nadie puede oírlo. Si sé algo, porque lo he descubierto, pero no se lo digo a nadie más, y no está afectando a mí trabajo, ¿por qué pierde el tiempo averiguando si lo sé o no? Porque después de esta conversación, puede estar seguro de que buscaré cualquier secreto que pudiera haber por ahí donde un niño de siete años pudiera encontrarlo. Aunque si descubro ese secreto, seguiré sin decírselo a los otros niños, de modo que todo continuará igual. ¿Por qué no lo dejamos?

Graff metió la mano bajo la mesa y pulsó algo.

-Muy bien -dijo-. Tienen la grabación de nuestra conversación, y si eso no los

tranquiliza, nada lo hará.

-¿Tranquilizarlos de qué? ¿Y quiénes son ellos?

-Bean, esta parte no se está grabando.

-Eso no es cierto.

-He parado la grabación.

-Por favoooor...

De hecho, Graff no estaba del todo seguro de que hubieran dejado de grabar. Aunque el aparato que él controlaba estuviera apagado, eso no significaba que no hubiera otro.

-Vamos a dar un paseo -propuso.

-Espero que no por el exterior.

Graff se levantó de la mesa (trabajosamente, porque había ganado un montón de peso y mantenían Eros a plena gravedad) y lo condujo por los túneles.

Mientras caminaban, Graff habló en voz baja.

-Hagamos que al menos les cueste trabajo -dijo.

-Bien.

-Pensé que querrías saber que la El. se está volviendo loca por lo que parece ser una filtración de seguridad. Resulta que alguien con acceso a la mayoría de los archivos secretos escribió cartas a un par de eruditos de la red, quienes luego empezaron a exigir que los niños de la Escuela de Batalla fueran enviados a sus casas.

-¿Qué es un erudito? -preguntó Bean.

-Ahora me toca a mí decir por favooor, creo. Mira, no te estoy acusando. Da la casualidad de que he visto un texto de las cartas enviadas a Locke y Demóstenes (a los dos se los vigila con mucha atención, como estoy seguro que imaginas), y cuando leí esas cartas (muy interesantes las diferencias entre ambas, por cierto, muy bien hechas), me di cuenta de que en realidad no contenían ninguna información secreta, más allá de lo que cualquier niño de la Escuela de Batalla sabe. No, lo que los está volviendo realmente locos es que el análisis político está clavado, aunque se basa en información insuficiente. En otras palabras: por lo que se sabe públicamente, el autor de esas cartas no podría haber deducido lo que dedujo. Los rusos dicen que alguien los ha estado espiando... y mintiendo, claro. Pero accedí a la biblioteca del destructor Cóndor y descubrí qué habías estado leyendo. Y entonces comprobé que habías usado la biblioteca en LIS mientras estabas en la Escuela Táctica. Has estado muy ocupado.

-Trato de mantener mi mente ocupada.

-Te hará feliz saber que el primer grupo de niños ya ha sido enviado a casa.

-Pero la guerra no ha terminado.

-¿Piensas que cuando echas a rodar una bola de nieve, siempre va a donde tú querías que vaya? Eres listo pero ingenuo, Bean. Se le da un empujón al universo, y nunca se sabe qué piezas del dominó caerán. Siempre habrá unas pocas que no creías que estuvieran conectadas. Alguien empujará con un poco más de fuerza de lo que esperabas. Pero con todo, me alegro de que te acordaras de los otros niños y pusieras en marcha el engranaje para liberarlos.

-Pero no a nosotros.

-La F.I. no tiene ninguna obligación de recordar a los agitadores de la Tierra que la

Escuela Táctica y la Escuela de Mando siguen llenas de niños.

-No voy a recordárselo.

-Sé que no. No, Bean, tuve la oportunidad de hablar contigo porque causaste el pánico en algunos de los jefazos con tus educadas deducciones sobre quién comandaría

vuestro equipo. Pero yo esperaba poder hablar contigo porque hay un par de cuestiones que quería comunicarte. Además del hecho de que tu carta tuvo el efecto deseado.

-Le escucho, aunque no admito haber escrito ninguna carta.

-Primero, te fascinará saber la identidad de Locke y Demóstenes.

-¿La identidad? ¿Sólo una persona?

-Una mente, dos voces. Verás, Bean, Ender Wiggin fue el tercer hijo de su familia. Un permiso especial, no un nacimiento ilegal. Su hermano y su hermana son tan dotados como él, pero por diversos motivos fueron considerados inadecuados para la Escuela de Batalla. Pero el hermano, Peter Wiggin, es un jovencito muy ambicioso. Con la carrera militar cerrada a su paso, se ha dedicado a la política. Dos veces.

-Es Locke y Demóstenes -afirmó Bean.

-Planea la estrategia para ambos, pero sólo escribe como Locke. Su hermana

Valentine escribe como Demóstenes.

Bean se echó a reír.

-Ahora tiene sentido.

-Así que tus dos cartas fueron a la misma gente.

-Si es que yo las escribí.

-Y el pobre Peter Wiggin se está volviendo loco. Está sondeando todas sus fuentes dentro de la flota para averiguar quién envió esas cartas. Pero nadie en la flota lo sabe tampoco. Los seis oficiales cuyas claves utilizaste han sido descartados. Y como puedes suponer, nadie va a comprobar si el único niño de siete años que jamás ha llegado a la Es- cuela Táctica podría haberse dedicado a escribir epístolas políticas en su tiempo libre.

-Excepto usted.

-Porque, por Dios, soy la única persona que comprende exactamente lo brillantes que sois todos vosotros.

-¿Lo brillantes que somos? -repitió Bean, y sonrió.

-Nuestro paseo no durará eternamente, y no perderé el tiempo con halagos. La otra cosa que quería decirte es que sor Carlotta, al haberse quedado sin trabajo después de tu marcha, dedicó sus esfuerzos a localizar a tus padres. Veo que dos oficiales se nos acercan y pondrán fin a esta conversación que no he grabado, así que seré breve. Tienes un nombre, Bean. Te llamas Julian Delphiki.

-Ése es el apellido de Nikolai.

-Julian es el nombre del padre de Nikolai. Y de tu padre. Tu madre se llama Elena. Sois gemelos. Vuestros huevos fertilizados fueron implantados en momentos distintos, y tus genes fueron alterados en una reducida proporción, pero de un modo muy significativo. Por eso cuando miras a Nikolai te ves a ti mismo como habrías sido, si no hubieras sido alterado genéticamente, y hubieras crecido con unos padres que te amaran y te cuidaran.

-Julian Delphiki -dijo Bean.

-Nikolai está entre los niños que se dirigen ya a la Tierra. Cuando sea repatriado a Grecia, sor Carlotta se encargará de comunicarle que eres su hermano. Sus padres ya saben que existes: sor Carlotta se lo dijo. Tu casa es un sitio hermoso, una casita en las colinas de Creta que asoma al mar Egeo. Sor Carlotta me ha dicho que son buena gente. Lloraron de alegría al enterarse de que existías. Y ahora nuestra entrevista llega a su fin. Estábamos hablando de la pobre opinión que te merece la calidad de la enseñanza en la Escuela de Mando.

-¿Cómo lo sabe?

-No eres el único que puede hacer eso.

Los dos oficiales (un almirante y un general, ambos con unas sonrisas falsas de oreja a oreja) los saludaron y preguntaron cómo había ido la entrevista.

-Tienen ustedes la grabación -dijo Graff-. Incluyendo la parte en que Bean insistió en que se seguía grabando.

-Y sin embargo la entrevista continuó.

-Le estuve hablando de la incompetencia de los profesores de la Escuela de Mando - dijo Bean.

-¿Incompetencia?

-Nuestras batallas son siempre contra oponentes informáticos de lo más estúpidos. Y los profesores insisten en realizar largos y tediosos análisis de esos combates falsos, aunque ningún enemigo podría comportarse de un modo tan absurdo y predecible como esas Simulaciones. Sugería que la única forma de mejorar la competitividad es que nos dividan en dos grupos y que combatamos unos contra otros.

Los dos profesores cruzaron unas miradas.

-Un argumento muy interesante-reconoció el general.

-Chorradas -dijo el almirante-. Ender Wiggin está a punto de entrar en vuestro juego. Pensamos que querrías estar presente para saludarlo.

-Sí, desde luego.

-Te llevaré -sugirió el almirante.

-Hablemos -le dijo el general a Graff.

Por el camino, el almirante habló poco, y Bean pudo contestar a su charla sin pensar. Menos mal. Porque las cosas que Graff le había contado lo habían dejado muy desconcertado. No fue una gran sorpresa que Locke y Demóstenes resultaran ser los hermanos de Ender. Si eran tan inteligentes como él, era inevitable que acabaran destacando, y las redes les permitían ocultar su identidad para conseguir sobresalir mientras aún eran jóvenes. Pero parte del motivo por el que Bean se sintió atraído hacia ellos tenía que ser por la pura familiaridad de sus voces. Debían de hablar como Ender, de aquella sutil forma en que la gente que vive junta acaba recogiendo acentos y giros unos de otros. Bean no se dio cuenta conscientemente, pero a nivel inconsciente tendría que haber estado más alerta ante aquellos ensayos. Tendría que haberlo sabido, y en cierto modo lo sabía.

Pero lo otro, el hecho de que Nikolai fuera en realidad su hermano... ¿cómo podía creer eso? Era como sí Graff hubiera leído en su corazón y encontrado la mentira que podía penetrar en lo más profundo de su alma. ¿Soy griego? ¿Mi hermano estaba por casualidad en mi grupo de novatos, el niño que se convirtió en mi mejor amigo? ¿Gemelos? ¿Padres que me quieren?

¿Julian Delphiki?

No, no puedo creerlo. Graff nunca ha sido sincero con nosotros. Graff no levantó un dedo para proteger a Ender de Bonzo. Graff no hace nada excepto conseguir algún propósito manipulador.

Me llamo Bean. Poke me dio ese nombre, y no renunciaré a él a cambio de una mentira.

Primero oyeron su voz, hablando con un técnico en la otra sala.

-¿Cómo puedo trabajar con unos líderes de escuadrón a los que nunca he visto?

-¿Y por qué tendrías que verlos? -preguntó el técnico.

-Para saber quiénes son, cómo piensan...

-Descubrirás quiénes son y cómo piensan por la forma en que trabajen con el simulador. Pero incluso así, creo que no debes preocuparte. Te están escuchando ahora mismo. Ponte los cascos para poder oírlos.

Todos temblaron de excitación, sabiendo que Ender pronto oiría sus voces como ellos oían ahora la suya.

-Que alguien diga algo -sugirió Petra.

-Espera a que se ponga el casco -dijo Dink.

-¿Cómo lo sabremos? -preguntó Vlad.

-Yo primero -dijo Alai.

Una pausa. Un nuevo susurro en sus auriculares.

-Salaam -susurró Alai.

-Alai -dijo Ender.

-Y yo -dijo Bean-. El enano.

-Bean -dijo Ender.

Sí, pensó Bean, mientras los demás hablaban con él. Ese soy yo. Ese es el nombre que pronuncia la gente que me conoce.


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