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93.9% EL Mundo del Río / Chapter 262: El enigma del puente doliente entre otros (6)

Capítulo 262: El enigma del puente doliente entre otros (6)

Raffles pronosticó que aquella criatura estaría corriendo o caminando hacia Maida

Vale.

Y desde allá, tomará un coche para ir a la estación más próxima y se pondrá en camino hacia el laberinto de Londres. Lo malo será que no sabremos qué o a quién buscar. Puede hallarse bajo la forma de una mujer, de un caballo o de un árbol, aunque este último no es un refugio que permita mucha movilidad. ¿Sabes? continuó tras haber reflexionado durante unos instantes, creo que debe haber ciertas limitaciones en lo que puede llegar a hacer. Ha demostrado que puede estirar su masa hasta alcanzar casi el grosor de una hoja de papel. Pero, después de todo, está sujeto a las mismas leyes físicas que nosotros, llegue hasta donde llegue dicha masa. Su substancia es limitada y sólo puede crecer hasta ese límite. Y supongo que sólo puede comprimirse hasta un determinado punto. Por tanto, puedo haberme equivocado al decir que tal vez sea capaz de adoptar la forma de un niño. Probablemente, puede extenderse considerablemente pero no puede contraerse demasiado.

Como más tarde se vería, Raffles estaba en lo cierto. Pero también estaba equivocado. Aquella criatura tenía medios para hacerse más pequeña, aunque a cierto precio.

¿De dónde puede haber venido, A. J.?

Ese es un misterio que sería mejor dejar en manos de Holmes respondió. O, tal vez, de los astrónomos. Yo diría que no es autóctona, y que ha llegado recientemente, acaso de Marte o quizá de un planeta más lejano, durante el mes de octubre de 1894. ¿Recuerdas, Gazapo, cuando todos los periódicos se llenaron de noticias referentes a una estrella que cayó en el estrecho de Dover, a menos de ocho kilómetros de la propia ciudad de Dover? ¿Podría haberse tratado de alguna clase de nave capaz de transportar a un pasajero a través del espacio? ¿Una nave que procediera de cierto cuerpo celeste donde existe vida, vida inteligente, aunque no como nosotros los terráqueos la conocemos? ¿Una nave que hubiera caído por fallarle el sistema propulsor? Y llegados a este punto ¿la fricción de su brusco descenso hizo arder parte de la carcasa? ¿O las llamas eran meramente la expresión visible de su sistema propulsor, constituido tal vez por enormes cohetes?

Incluso ahora, mientras escribo esto en 1924, me maravillo de la soberbia imaginación y de los poderes deductivos de Raffles. Esto ocurría en 1895, tres años antes de que La Guerra de los Mundos de H. G. Wells se publicase. Cierto que Verne llevaba ya muchos años escribiendo sus maravillosas historias de invenciones científicas y viajes extraordinarios. Pero en ninguna de ellas había planteado la vida en otros planetas o la posibilidad de infiltración o invasión por parte de seres inteligentes, procedentes de mundos lejanos. El concepto era, para mí, absolutamente sorprendente. Y, sin embargo, Raffles lo dedujo de lo que para otros hubiera sido un conjunto de perfectas incoherencias ¡Y se suponía que en esta alianza, yo era el escritor, el hombre versado en ficciones!

Establezco esta conexión entre la estrella y Mr. Phillimore porque este apareció sin que se supiese de dónde, poco después de que la estrella cayera. En enero de este año, Mr. Phillimore vendió la primera joya a un distribuidor de objetos robados. Desde entonces, Mr. Phillimore ha vendido una joya al mes, cuatro en total. Parecen zafiros estrella, pero de nuestra experiencia con el monstruo que encontramos en la caja de cerillas de Persano, podemos suponer que no son tales. ¡Esas pseudojoyas, Gazapo, son huevos!

¿No lo dirás en serio? insinué yo.

Mi primo tiene una máxima que se ha extendido considerablemente y que dice: Una vez eliminado lo imposible, lo que queda, por más improbable que parezca, es la verdad. Sí, Gazapo, la raza a la que pertenece Mr. Phillimore pone huevos. Huevos que, en su forma inicial, parecen zafiros estrella. La forma de estrella que se ve en el interior pueden ser los primeros contornos del embrión. Después, la cascara se rompe y la pequeña criatura se come los fragmentos. Y luego, al cabo de poco tiempo, diría yo, el bicho debe adquirir capacidad de movimiento; comienza a reptar por ahí y acaba por refugiarse en un agujero, el agujero de un ratón, tal vez. Y allí, comienza a alimentarse de cucarachas, de ratones, y cuando se hace mayor, de ratas. ¿Y después. Gazapo? ¿Perros? ¿Bebés? ¿Y después?

¡Basta! grité. ¡Es demasiado horrible como para pensar en ello!

Nada es demasiado horrible como para pensar en ello si uno puede hacer algo al respecto. En todo caso, si estoy en lo cierto, y ruego para que así sea, hasta ahora sólo ha roto la cascara uno de los embriones; el del primer huevo que la criatura puso, el que obtuvo Persano. Dentro de treinta días otro embrión romperá la cascara, y esta vez podría llegar a escapar. Deberemos seguir la pista de todos los huevos y destruirlos. Pero primero tenemos que atrapar a la criatura que los pone. Y eso no será fácil. Posee una inteligencia y una adaptabilidad sorprendentes, o al menos, un mimetismo extraordinario. En un mes ha aprendido a hablar inglés perfectamente y se ha puesto al corriente de las costumbres británicas. Toda una proeza, Bunny. Miles de franceses y americanos que han estado un cierto tiempo aquí, no han logrado comprender el idioma, el temperamento o las costumbres británicas. Y se trata de seres humanos; aunque, naturalmente, hay algunos ingleses que no están muy seguros de ello.

¡Vamos, A. J.! exclamé. ¡No todos somos tan esnobs!

¿Ah, no? Hay que serlo para saberlo, querido colega, y yo soy desvergonzadamente esnob. Al fin y al cabo, si uno es inglés no es ningún crimen serlo, ¿no te parece? Alguien tiene que ser superior, y ambos sabemos perfectamente quién e ese alguien ¿no es así?

Estabas hablando de la criatura dije con voz malhumorada.

Sí. Debe estar aterrorizada. Sabe que ha sido descubierta y creerá que toda la raza humana está pidiendo a gritos su sangre. O, al menos, así lo espero. Si nos conociera bien, sabría que somos muy reacios a denunciarla a las autoridades, porque no queremos que nos tomen por locos ni estamos en situación de salir airosos de una investigación sobre nuestras propias vidas. Pero seguramente, espero, debe ignorarlo y, por tanto, intentará escapar del país. Para hacerlo, tomará el medio de transporte más próximo y rápido, con lo cual tendrá que comprar un billete hacia un destino concreto. Ese destino, supongo, será Dover. Pero podría ser que no.

En Maida Vale, Raffles interrogó a varios cocheros. Tuvimos suerte. Uno de ellos había visto a otro recoger a una mujer que podría ser la persona o criatura que andábamos buscando. Animado por el billete de una libra que Raffles le entregó, el cochero se apresuró a describirla. Era muy alta, dijo, parecía tener unos cincuenta años y, por alguna razón, le resultaba familiar, aunque no creía haberla visto antes por allí.

Raffles le hizo describirla rasgo por rasgo. Le dio las gracias y, al volverle la espalda, me hizo un guiño. Cuando estuvimos solos, le pedí que me explicara aquel guiño.

Los rasgos de la mujer le resultaron familiares porque eran los de Phillimore, aunque algo afeminados dijo Raffles. Vamos por buen camino.

Mientras volvíamos a Londres en otro coche le dije:

No comprendo cómo hace desaparecer la ropa cuando cambia de forma, o de dónde ha sacado la ropa de mujer y el bolso. ¿Y el dinero para comprar el billete?

La ropa debe ser parte de su cuerpo. Debe tener un soberbio control sobre él; es como un gran camaleón.

¿Y el dinero? volví a preguntar. Entiendo que ha estado vendiendo los huevos para mantenerse y también, supongo, para propagar su especie. Pero, al convertirse en una mujer, ¿de dónde ha sacado el dinero para comprar el billete? Y el bolso, ¿formaba parte de su cuerpo antes de la metamorfosis? Si así es, entonces es capaz de desprender partes de su cuerpo.

Imagino que debe tener reservas de dinero escondidas en diversos lugares

respondió Raffles.

Bajamos del coche junto a St. James Park y fuimos caminando hasta las habitaciones de Raffles en el Albany. Allí, tomamos rápidamente el desayuno que nos trajo el conserje, nos pusimos barbas falsas y unos lentes, preparamos un maletín y nos llevamos una manta de viaje. Al mismo tiempo, Raffles se puso un aparatoso anillo que escondía en su interior un cuchillo de resorte, pequeño pero muy afilado.

Raffles lo había comprado tras haber logrado escapar de una trampa mortal tendida por la Camorra (descrita en La Última Carcajada). Dijo que si entonces hubiera tenido algo parecido, habría sido capaz de liberarse él mismo en lugar de necesitar que alguien le rescatara del diabólico verdugo automático del conde Corbucci. Y en esta ocasión, tenía el presentimiento de que le convenía llevar el anillo puesto.

Al poco rato, abordamos un coche y no tardamos en hallarnos en el andén de Charing Cross, esperando el tren de Dover. Minutos después, cómodamente instalados en un compartimiento privado y mientras fumábamos puros y bebíamos coñac de una petaca que Raffles había traído consigo, el tren partía.

Me inclino a abandonar deducciones e inducciones en favor de la intuición, Gazapo dijo Raffles. Aunque bien podría equivocarme, la intuición me dice que nuestra presa va en dirección a Dover en el tren anterior al nuestro.

Hay otros que también piensan lo mismo dije mirando a través del cristal de la puerta. Pero en su caso, debe haber sido la deducción y no la intuición la que les ha traído aquí.

Raffles levantó la vista con tiempo para ver pasar las agraciadas y agudas facciones de su primo y los rechonchos pero afables rasgos de su colega, seguidos al cabo de un instante por el duro rostro de Mackenzie.

De alguna manera dijo Raffles, mi primo, ese sabueso humano, ha olfateado la pista de la criatura ¿Habrá llegado a suponer algo de lo que realmente ocurre? Si es así, no creo que lo comparta; y en caso de que deje escapar una pequeña parte, esos tipos del Yard, que no ven más allá de sus narices, le tomarán por loco.


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