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48.02% EL Mundo del Río / Chapter 134: EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 1 - El Misterioso Extraño (1)

Capítulo 134: EL LABERINTO MÁGICO SECCIÓN 1 - El Misterioso Extraño (1)

El Misterioso Extraño (1)

Todo el mundo debería temer únicamente a una persona, y esa persona debería ser él mismo.

Esta era la frase favorita del Operador.

El Operador había hablado mucho también de amor, diciendo que la persona más temida debería ser también la más amada.

El hombre conocido por algunos como X o el Misterioso Extraño no se amaba ni se temía a sí mismo más que a los demás.

Había tres personas a las que había amado más de lo que pudiera haber amado a cualquier otra.

Su esposa, ahora muerta, a la que había amado pero no tan profundamente como a las otras dos.

Su madre adoptiva y el Operador, a los que había amado con igual intensidad, o al menos así lo había creído en su tiempo.

Su madre adoptiva estaba a años luz de distancia, y no había tenido que tratar con ella hasta ahora y probablemente no tuviera que hacerlo nunca. Ahora, si ella supiera lo que él estaba haciendo, se sentiría profundamente avergonzada. El que él no pudiera explicarle por qué estaba haciendo aquello, justificándose así a sí mismo, todavía lo apenaba más.

Aún amaba al Operador, pero al mismo tiempo lo odiaba.

Ahora X aguardaba, a veces pacientemente, a veces impacientemente o furiosamente, al fabuloso aunque auténtico barco fluvial. El Rex Grandissimus se le había escapado. Ahora su única posibilidad era el Mark Twain.

Si no conseguía subir a bordo de ese barco... no, el solo pensamiento era insoportable. Tenía que hacerlo.

Sin embargo, cuando consiguiera subir a él, era posible que se encontrara enfrentado al mayor peligro con el que había tenido que enfrentarse nunca, un peligro insuperable. Sabía que el Operador estaba Río abajo. La superficie de su cilindro le había mostrado la localización del Operador. Pero esa había sido la única información que había podido extraer del mapa. El satélite había mantenido el rastro del Operador y de los Éticos, excepto el suyo, y de los agentes en el valle del Río, enviando sus mensajes al cilindro que era más que un cilindro. Luego el mapa se había desvanecido de la superficie gris, y X había sabido que algo se había estropeado en el satélite. A partir de ahora podía ser sorprendido por el Operador, por los agentes, y por los otros Éticos.

Hacía mucho tiempo, X había tomado las medidas necesarias para rastrear a todos los de la Torre y de las cámaras subterráneas. Había instalado secretamente el mecanismo en el satélite. Los otros era probable que hubieran puesto algún artilugio para rastrearle a él también, por supuesto. Pero su distorsionador del aura había engañado al mecanismo. El distorsionador le había permitido también mentir en el consejo de los doce.

Ahora, se sentía tan ignorante e indefenso como los demás.

Sin embargo, si alguien en aquel momento podía ser admitido a bordo del barco de Clemens, aunque la dotación estuviera al completo, ese sería el Operador. Sólo dirigirle una mirada, y Clemens detendría el barco y lo subiría a bordo.

Y cuando el Mark Twain siguiera su rumbo, y él, X, consiguiera convertirse en un miembro de la tripulación, tendría que evitar al Operador hasta que pudiera tomarlo por sorpresa.

El disfraz, lo suficientemente bueno como para engañar incluso a los otros Éticos que estaban varados, no engañaría a esa gran inteligencia. Reconocería instantáneamente a X, y entonces él, X, no tendría ninguna posibilidad. Por fuerte y rápido que fuera, el Operador era aún más rápido y fuerte.

Además, el Operador tendría una ventaja psicológica. X, frente a frente con el ser al que amaba y odiaba, se vería inhibido, y tal vez fuera incapaz de atacar al Operador con la furia y el vigor exigidos.

Por cobarde que fuera, por detestable que resultara la acción, debería atacar al Operador por la espalda. Pero ya había hecho una acción tan detestable como ésta al ponerse en contra de los demás, y podía hacerla. Aunque desde su primera infancia se le había enseñado a odiar la violencia, también se le había enseñado que la violencia era justificada si su vida estaba en peligro. La fuerza resurrectora que para todas las finalidades prácticas había hecho a todos en el Mundo del Río indestructibles, no se aplicaba a él. La resurrección ya no funcionaba, pero incluso cuando lo había hecho él se había visto obligado a ser violento. Pese a lo dicho por sus mentores, el fin justificaba los medios. Además, todos aquellos a los que había matado no permanecerían muertos eternamente. Al menos, eso era lo que él creía. Pero no había previsto esta situación.

El Etico estaba viviendo en una cabaña de bambú con techo de hojas en la orilla del Río, la orilla derecha si uno se situaba corriente arriba. No llevaba mucho tiempo allí. Ahora permanecía sentado en la densa hierba corta de la llanura cercana a la orilla. Había aproximadamente otras quinientas personas a su alrededor, todas ellas aguardando la hora de la comida. Hubo un tiempo en que habían sido setecientos allí, pero, desde que habían cesado las resurrecciones, la población había disminuido. Accidentes, la mayor parte de ellos debidos a encuentros con los gigantescos peces dragones del Río, que devoraban a los humanos y destrozaban sus embarcaciones, suicidios, y asesinatos, habían sido los causantes de la mayor parte de las muertes. Antiguamente, la guerra había sido la principal productora de muertos, pero hacía varios años que no había ninguna guerra por aquella zona. Los posibles conquistadores habían sido muertos, y ahora no eran trasladados a otro lugar a lo largo del Río para seguir creando problemas.

Además, la expansión de la Iglesia de la Segunda Oportunidad, los nichirenitas, los sufíes, y las demás religiones y disciplinas pacifistas, habían tenido un efecto considerable en el establecimiento de la paz.

Cerca de la multitud había una estructura en forma de seta de granito estriado en rojo. Era llamada una piedra de cilindros, aunque realmente estaba hecha de un metal altamente conductor de la electricidad. Tenía una amplia base de metro y medio de altura, y la parte superior tenía un diámetro aproximado de quince metros. En su superficie había setecientas depresiones. En cada una de ellas había un cilindro de metal gris, un aparato que convertía la energía descargada por la piedra de cilindros en comida, licor, y otros artículos. Los contenedores impedían que la enorme población del Mundo del Río, estimada en unos treinta y cinco a treinta y seis mil millones de personas, se muriera de hambre. Aunque la comida proporcionada por los cilindros podía ser aumentada con pescado y pan de bellotas y las puntas de los brotes jóvenes de bambú, esto no hubiera sido suficiente para alimentar a los habitantes del estrecho Valle, un valle que encajonaba al Río y que tenía dieciséis millones de kilómetros de largo.

La gente junto a la piedra charlaba y reía y bromeaba. El Etico no habló con los que tenía cerca de él; estaba ocupado con sus pensamientos. Se le había ocurrido que tal vez al fallo del satélite no fuera algo natural. Su mecanismo rastreador estaba diseñado para funcionar durante más de un millar de años sin ningún fallo. ¿Había dejado de emitir porque Piscator, el japonés llamado antiguamente Ohara, había estropeado algo en la Torre? Teóricamente Piscator tenía que habar resultado destruido por las varias trampas que él, X, había situado en la Torre, o bien tenía que haber quedado atrapado en un campo de estasis instalado por el Operador. Pero Piscator era un sufí, y era probable que tuviera la inteligencia y los poderes perceptivos como para evitarlos. El que pudiera entrar en la Torre demostraba que era éticamente muy avanzado. Ni uno de cada cinco millones de candidatos, los terrestres resucitados, podía penetrar por la entrada de arriba. En cuanto a la de la base, había sido preparada por X para sí mismo, y solamente otros dos

la conocían hasta que la expedición de antiguos egipcios consiguió llegar hasta ella. Se había sentido sorprendido y trastornado cuando descubrió sus cuerpos en la estancia secreta. Entonces no sabía que un egipcio había escapado y se había ahogado y había sido trasladado de vuelta al Valle, y no lo supo hasta que oyó la historia del superviviente, algo distorsionada tras ser transmitida quién sabía por cuántos narradores. Aparentemente ningún agente la había oído hasta que fue demasiado tarde para que ellos pudieran transmitir las noticias a los Éticos en la Torre.

Lo que le preocupaba ahora era que si Piscator había sido realmente el responsable de que el rastreador fallara accidentalmente, entonces de alguna forma tenía que devolver a los Éticos a la vida. Y si hacía esto... entonces él, X, estaba perdido.

Miró a través de la llanura, a los pies de las colinas cubiertas por la hierba de hoja larga y árboles de varias clases y las espléndidamente coloreadas florescencias de las plantas trepadoras sobre los árboles de hierro, y luego más allá de ellos a las inescalables montañas que amurallaban el Valle. Su miedo y su frustración le hicieron sentirse nuevamente furioso, pero usó rápidamente las técnicas mentales para disipar su cólera. La energía, lo sabía, hacía que la temperatura de su piel ascendiera una centésima de grado Celsius por unos breves segundos. Se sintió algo aliviado, aunque sabía que se pondría furioso de nuevo. El problema con la técnica era que no disipaba la fuente de su cólera. Nunca había sido capaz de librarse de ello, aunque así se lo había parecido a sus mentores.

Hizo sombra con la mano sobre sus ojos y miró al sol. Dentro de pocos minutos, la piedra vomitaría rayos y truenos, simultáneamente con los millones de otras piedras que había en ambas orillas. Se apartó de la piedra y colocó las puntas de sus dedos en sus oídos. El ruido era ensordecedor, y la repentina descarga aún hacía que la gente se sobresaltase pese a que todos sabían que iba a producirse.

El sol alcanzó su cenit.

Hubo un enorme rugir y un llamear hacia arriba de voraz electricidad blancoazulada. En la orilla izquierda, no en la derecha.

Una vez, en otro tiempo, las piedras de cilindros de la orilla derecha no habían funcionado.

Los de la orilla derecha aguardaron con aprensión y luego con creciente miedo mientras las piedras fallaban en escupir su energía a la hora de la cena. Y cuando fallaron de nuevo para el desayuno, la consternación y la ansiedad se convirtieron en pánico.

Al día siguiente, la hambrienta gente invadió en masa la orilla izquierda.


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