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34.76% EL Mundo del Río / Chapter 97: EL OSCURO DESIGNIO (35)

Capítulo 97: EL OSCURO DESIGNIO (35)

Cuando Jill llegó al lugar de los hechos, Firebrass ya estaba tomándole el pulso al hombre.

¡Está muerto!

¿Qué ha ocurrido, señor? preguntó el subteniente. Firebrass se puso en pie.

Lo que me gustaría poder decir es por qué ocurrió. Todo lo que puedo decir es lo que ocurrió. Estábamos hablando tranquilamente, bebiendo y fumando, bromeando, y él estaba dándome detalles de su carrera profesional. Todo iba perfectamente bien. Y entonces, de pronto, salta sobre mí, saca su daga, ¡e intenta apuñalarme!

»Debió volverse loco, aunque parecía completamente racional hasta el momento en que atacó. Algo se rompió en él. De otro modo, ¿cómo podría haber caído luego así, muerto de un ataque al corazón?

¿Un ataque al corazón? dijo Jill. Nunca he oído de nadie que haya sufrido un ataque al corazón aquí. ¿Y tú?

Firebrass se alzó de hombros.

Siempre hay una primera vez dijo. Después de todo, las resurrecciones se han detenido también.

Parece malditamente cianótico para haber sufrido un ataque al corazón dijo Jill. ¿Y

si tragó algún veneno? No vi que se metiera nada en la boca.

¿Dónde hubiera podido conseguir cianuro o ácido prúsico o cualquier otro veneno excepto aquí en Parolando? dijo Firebrass. Y no llevaba el bastante tiempo en el lugar como para haberlo hecho.

Miró a Smithers.

Envuelve el cuerpo y llévalo a uno de mis dormitorios. Ven a buscarlo pasada la medianoche y échalo al Río. Los peces dragón darán cuenta de él.

Sí, señor dijo Smithers. ¿Y ese corte en su frente señor? Debería acudir a un médico.

No. Me lo curaré yo mismo. Y ni una palabra de esto a nadie. ¿Habéis entendido bien, todos? Tú también, Jill. Ni una palabra. No deseo preocupar a los ciudadanos.

Todos asintieron.

¿Supone que ese bastardo de Burr lo ha enviado también señor? dijo Smithers.

No lo sé murmuró Firebrass. O prefiero no saberlo. Lo único que quiero es que me libres de él, ¿de acuerdo?

Se volvió hacia Jill.

¿Qué estás haciendo aquí?

Tenía algo importante que hablar contigo dijo ella. Pero lo dejaré para más tarde. No estás en condiciones de hablar.

¡Tonterías! dijo él, sonriendo. Claro que lo estoy. No pensarás que esto va a trastornarme, ¿verdad? Vamos, entra, Jill, y hablemos una vez me haya curado este rasguño.

Jill se sentó en un sillón demasiado acolchado en la sala del lujoso apartamento. Firebrass desapareció en el cuarto de baño, regresando al cabo de pocos minutos con un trozo de tela adhesiva blanca cruzándole la frente.

Sonriendo alegremente como si fuera un día como todos los demás, dijo:

¿Te apetece una copa? Tranquilizará tus nervios.

¿Mis nervios?

De acuerdo, nuestros nervios. Admito que estoy un poco nervioso. No soy un superhombre, pese a lo que la gente diga de mi.

Llenó dos altos vasos con el púrpura de la flor de cráneo y cubitos de hielo, mitad por mitad. Ni el hielo ni los vasos, como tampoco la tela adhesiva, podían encontrarse en ningún lugar excepto en Parolando... por lo que ella sabía al menos.

Durante un minuto sorbieron la fría y penetrante bebida, mirándose el uno al otro pero sin pronunciar palabra. Luego Firebrass dijo:

De acuerdo. Ya basta de cumplidos sociales. ¿Para qué deseabas verme?

Ella apenas fue capaz de hablar. Las palabras parecían enredarse en su garganta, y cuando brotaron al exterior lo hicieron en un torrente.

Tras hacer una pausa para tomar un largo trago, continuó más despacio y más tranquila. Firebrass no la interrumpió, sino que permaneció sentado inmóvil, con sus ojos marrones veteados de verde clavados en los de ella.

Así que terminó Jill, eso es todo. Tenía que decírtelo, pero es la cosa más difícil que haya tenido que hacer nunca.

¿Por qué te has decidido finalmente a contármelo? ¿Acaso porque hayas oído algo acerca de las hipnosis?

Por un segundo, ella pensó en mentirle. Piscator no la traicionaría, y quedaría mucho mejor si no se veía obligada a admitir la verdad.

Sí. Oí hablar de ello. Pero llevo ya un cierto tiempo pensando que tenía que decírtelo. Sólo que... sólo que no podía soportar el pensamiento de ser dejada atrás. Y realmente no creo que sea ningún peligro para la nave.

Sería terrible si sufrieras un ataque durante un momento crucial del vuelo. Tú ya lo sabes, por supuesto. Bien, esa es la forma en que lo veo, Jill. Dejando a un lado a Thorn, tú eres el mejor oficial... oficiala, quiero decir... que tenemos. Al contrario de Thorn, que es un hábil aeronauta pero que no ha hecho de la aeronáutica su vida, tú eres una fanática. Sinceramente, creo que dejarías pasar la mejor sesión de cama redonda por una hora de vuelo. Por mi parte confieso que intentaría compaginar ambas cosas.

»No me gustaría perderte, y si tengo que hacerlo, lo que más me preocupará es que intentes suicidarte. No, no protestes, creo realmente que lo harías. Lo cual te hace desequilibrada en este aspecto. De todos modos, tengo que considerar la seguridad de la nave y la tripulación primero, así que te eliminaría sin pensarlo dos veces si tuviera que hacerlo, sin importar lo que pudiera afectarme.

»Así que voy a ponerte a prueba. Si no tienes ningún otro ataque o alucinación desde ahora hasta que el dirigible despegue para el gran viaje, formarás parte de él.

"El único problema al respecto es que deberé depender de tu palabra para saber si has tenido o no un ataque. Bueno, no exactamente. Podría someterte a hipnosis para descubrir si me estás diciendo la verdad. Pero no me gustaría hacerlo. Significaría que no confío en ti, y no deseo a nadie en la nave en quien no pueda confiar en un cien por cien.

Jill sintió deseos de echarse sobre él y abrazarlo. Sus ojos estaban empapados, y casi sollozó de alegría. Pero se mantuvo en su silla. Un oficial no puede abrazar a su capitán. Además, él podía interpretar mal su comportamiento e intentar llevársela a su dormitorio.

Se sintió avergonzada de sí misma. Firebrass nunca se aprovecharía de ninguna mujer. Se rebajaría utilizando su influencia para ello. Al menos, ella lo veía así.

No acabo de entender eso de la hipnosis dijo finalmente. ¿Cómo lo harás para que todos los demás se sometan a ella, si me omites a mí? Eso será una discriminación hacía los otros...

He cambiado de idea al respecto.

Se puso en pie y se dirigió hacia un escritorio de tapa corredera, lo abrió, se inclinó, y escribió algo en un trozo de papel. Se lo tendió.

Aquí está. Dale esto al doctor Graves. Te tomará unos rayos X. Jill se sorprendió.

¿Para qué demonios?

Como tu capitán, podría decirte que cerraras la boca y obedecieras mis órdenes. No lo haré porque te mostrarías resentida por ello. Digamos que es algo que los psicólogos aprendieron en el año 2000 después de Cristo. No puedo darte más explicaciones porque eso podría estropear los resultados de la prueba.

»Todo el mundo se someterá a los rayos X también. Tú tendrás el honor de ser la primera.

No comprendo murmuró Jill. Pero lo haré, por supuesto. Se levantó.

Gracias.

No necesitas dármelas. Y ahora ve rápido a ver al doctor Graves.

Cuando llegó a la oficina del doctor, lo encontró hablando por teléfono. Tenía el ceño fruncido y mordía salvajemente su puro.

De acuerdo, Milt. Lo haré. Pero no me gusta que no confíes en mí. Colgó el teléfono y se volvió hacia ella.

Hola, Jill. Tendrás que esperar hasta que venga el subteniente Smithers. Él tomará las radiografías tan pronto como estén hechas y se las llevará a Firebrass.

¿Él tiene un cuarto oscuro?

No. No necesitan revelado. ¿No lo sabías? Son como las fotografías normales, se procesan electrónicamente en el momento mismo de ser tomadas. El propio Firebrass diseñó el equipo. Es un proceso desarrollado en 1998, dijo.

Graves empezó a pasear arriba y abajo, mordiendo su puro como si fuera su peor enemigo.

¡Maldita sea! ¡Ni siquiera va a dejarme ver esas radiografías! ¿Por qué?

Me dijo que no quiere que nadie excepto él las vea. Fornan parte de los tests de evaluación psicológica.

¿Cómo infiernos puede una radiografía de la cabeza decirle nada a nadie acerca de la psique de un hombre? ¿Acaso está loco?

Supongo que nos lo contará cuando haya visto todas las radiografías. E

incidentalmente, hablando de la psique de un hombre: yo no soy un hombre.

Estaba hablando en términos abstractos.

Se detuvo, y frunció el ceño más profundamente aún.

No voy a ser capaz de dormir, preocupado por esto. Me gustaría haber vivido más tiempo. Lancé mi último suspiro en 1980, de modo que no estoy al corriente de los últimos progresos en las ciencias médicas. Pero no importa demasiado, de todos modos. En mis últimos años, ya me era imposible estar al corriente del diluvio de nuevas técnicas que aparecían sin cesar.

Volviéndose hacia Jill, y agitando su puro hacia ella, añadió:

Hay algo que querría preguntarte, Jill. Algo que ha estado rondándome por la cabeza. Firebrass es el único que yo sepa que ha vivido más allá de 1983. ¿Has encontrado tú alguna vez a alguien más así?

Jill parpadeó, sorprendida.

N.. no. No, ahora que lo pienso, nunca. Excepto Firebrass, claro.

Por un momento había estado a punto de hablarle de Stern. Aquel iba a ser un secreto difícil de guardar.

Yo tampoco. Es sorprendente, ¿no crees?

No tanto dijo ella. Por supuesto, no he recorrido todo el Río, pero he viajado varios centenares de miles de kilómetros y he hablado con miles de personas. La gente del siglo XX parece estar esparcida un poco por todas partes. Si hubieran sido resucitados en grupos, como otros, nunca hubiéramos oído hablar de ellos. Lo cual significa que en alguna parte del Valle puede que encuentres a unos cuantos, pero la mayor parte de la población debe estar en otras partes.

»Así que no es nada sorprendente lo raro que resulta encontrar a gente de después de

1983.

¿Realmente? Sí, quizá sí. Oh, aquí está Smithers y otros dos gorilas. Pasa a mi gabinete de rayos X, querida, como le dijo la araña a la mosca.


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