De El Indiscreto, un periódico de cinco páginas. Propietario y editor: el estado de Parolando. Director: C.S. Bagg. En el ángulo superior izquierdo, encima de la cabecera, está la noticia standard:
CAVEAT LECTOR
Por ley, el lector debe depositar este periódico en un barril público de reciclaje al día siguiente de haberlo recibido. En caso de emergencia, puede ser utilizado como papel higiénico. Recomendamos la página de Cartas al director como más apropiadas para esta finalidad. Primera infracción: reprimenda pública. Segunda: confiscación de todo el alcohol, tabaco y goma de los sueños durante una semana. Tercera: exilio permanente.
Con grandes titulares, en la sección de Recién llegados: JILL GULBIRRA
Damos la bienvenida, pese a la reticencia de algunos a nuestro último candidato femenino a la ciudadanía. El pasado domingo, esta alta bebedora de agua surgió de entre
la bruma de antes del amanecer y se dirigió a cuatro de nuestras más prominentes figuras públicas. Pese a su seguro estado de embriaguez y posiblemente a sus pensamientos lascivos, dos circunstancias conducentes a la confusión mental, el cuarteto comprendió finalmente que su inesperado huésped había viajado aproximadamente unos 32.180 kilómetros (o 20.000 millas, para ustedes tontos y vejestorios). Hizo el viaje sola y en una canoa (sin haber sido violada ni remojada ni una sola vez), y realizó toda su odisea únicamente para asegurarse de que nuestro proyecto de nave aérea iba por los caminos adecuados. Aunque sin exigir exactamente que fuera designada capitana del dirigible cuando llegara el momento de formar la tripulación, sí dejó entender que sería bueno para todo el mundo que ella obtuviera ese puesto.
Tras unos cuantos resoplidos del divino producto de Caledonia, el cuarteto se recuperó parcialmente de esta embestida. (Un testigo nos describe su apariencia: «Con aspecto de amazona, y un comportamiento de nervios de reluciente bronce y tripas de blindaje de hierro que no parecen propios de una mujer digna de ese nombre).
Los cuatro famosos le pidieron sus credenciales. Ella se las proporcionó, y si son válidas son realmente impresionantes. Un prominente ciudadano entrevistado al respecto por nuestro intrépido reportero Roger «Nellie» Bligh, afirma que es realmente lo que proclama ser. Aunque nunca llegó a conocerla personalmente en su existencia terrestre, leyó sobre ella en varios periódicos, y en una ocasión la vio por la televisión (un invento de mediados del siglo XX que nuestro director no vivió lo suficiente como para ver, y que según todo lo que le han contado puede dar gracias de habérselo perdido).
Parece que, a menos que esta mujer posea un notable parecido físico con la genuina Jill Gulbirra, no es uno de los numerosos farsantes que forman una plaga en este valle del Río desde hace demasiado tiempo.
La Oficina de Estadísticas Vitales (que algunos llaman Mortales) nos ha proporcionado la siguiente información. Gulbirra, Jill (ningún segundo nombre). Hembra. Nombre natal: Johnetta Georgette Redd. Nacida el 12 de febrero de 1953 en Toowoomba, Queensland, Australia. Padre: John George Redd. Madre: Marie Bronze Redd. Herencia: irlandesa/escocesa, francesa (judía), australiana aborigen. Soltera en la Tierra. Estudió en Canberra y Melbourne. Graduada en 1973 por el Instituto de Tecnología de Massachusetts, título de perito en ingeniería aeronáutica. Licencia de piloto comercial, para aparatos de hasta cuatro motores. Licencia de piloto de globos aerostáticos. Ingeniero, navegante a bordo de un dirigible de carga de la Alemania Occidental sirviendo al gobierno nigeriano en 197778. Piloto de dirigible para la empresa Goodyear, Estados Unidos, en 1979. Piloto de dirigible para el jeque de Kuwait en 198081. Instructora de dirigibles para la British Airways Systems en 1982. En 1983 se convirtió en la única mujer cualificada como capitán de aeronaves en el mundo occidental. Reunió 8.342 horas de vuelo en aeronaves.
Murió el 1 de abril de 1983 después de Cristo, a causa de un accidente de automóvil cerca de Howden, Inglaterra, justo antes de tomar el mando de la recién construida aeronave rígida WillowsGoodens.
Profesión: obvia, tras lo dicho más arriba.
Talentos: flauta, tiro al arco, esgrima, kendo, lanza larga, artes marciales, insultos. También se defiende bien con las manos, puesto que dejó fuera de combate a uno de
nuestros distinguidos ciudadanos, Cyrano «Narizotas» de Bergerac, junto al bufet, empezando con un golpe a la barriga y terminando con un rodillazo a la mandíbula, que lo dejó hors de combat y sin habla. Este fenómeno ocurrió a resultas de poner él una de sus manos (sin permiso) sobre una de las tetas de ella. Normalmente, el fogoso francés hubiera desafiado a cualquiera que lo tratara tan brutalmente a un duelo a muerte (fuera de los límites de Parolando, por supuesto, ya que el duelo es ilegal en todo nuestro estado). Pero es tan chapado a la antigua que se hubiera sentido, por decirlo de algún modo, «comme un imbécile» si hubiera tenido que luchar con una mujer. Además,
reconoce que se equivocó al efectuar sus avances sin ninguna invitación «verbal» u
«ocular».
Una hora después de la cena, ayer, este intrépido emprendedor se presentó ante la puerta de la cabaña de Gulbirra y llamó. Hubo algunos gruñidos, y luego una voz irritada dijo:
¿Qué infiernos quiere?
Aparentemente, la futura entrevistada no demostraba el menor interés hacia la identidad del que había llamado.
Señorita Gulbirra, soy Roger Bligh, periodista de El Indiscreto. Me gustaría entrevistaría.
Bien, tendrá que esperar. Estoy en el orinal.
Este periodista encendió un puro para pasar el tiempo. Planeó también utilizar su extremo encendido más tarde para disipar los aromas en la cabaña. Tras algún tiempo, durante el cual oyó el chapotear de agua en un recipiente, oyó:
Adelante, pase. Pero deje la puerta abierta.
Encantado dijo este humilde servidor.
Encontró a su sujeto sentado en una silla junto a la mesa y fumando un porro. Entre el puro y la marijuana y los aromas residuales de la reciente ocupación del sujeto y el humo de varias velas de cera de pescado, ni las condiciones de visibilidad ni las olfativas eran las óptimas.
Miss Gulbirra?
No. Miz.
¿Qué significa ese título?
¿Me lo pregunta simplemente para conocer mi punto de vista, o realmente no lo sabe? Está lleno de gente de mi época aquí. Seguro que se ha encontrado usted con algún que otro Miz antes.
Este informador confesó su ignorancia.
En vez de iluminar a Mr. Bligh, el sujeto dijo:
¿Cuál es la posición de las mujeres en Parolando?
¿Durante el día o por la noche? dijo Mr. Bligh.
No se haga el listo conmigo dijo Miz Gulbirra. Déjeme decírselo lisa y llanamente para que su mente pueda captar con toda exactitud de qué estoy hablando. Legalmente, es decir, teóricamente, las mujeres tienen igualdad de derechos aquí. Pero en la práctica, en la realidad, ¿cuál es la actitud del macho hacia la hembra?
Más bien lasciva, me temo respondió el intrépido.
Voy a darle todavía otra oportunidad dijo el sujeto. Luego será cuestión de suerte y gravedad lo que primero aterrice en el suelo al otro lado de la puerta: si su culo, o su apestoso cigarro.
Mis disculpas dijo el intrépido. Pero, después de todo, estoy aquí para entrevistarla a usted, no viceversa. ¿Por qué no les pregunta a sus conciudadanas femeninas lo que opinan de la actitud masculina hacia ellas? Además, ¿está usted aquí para acaudillar una cruzada sufragista o para ayudarnos a construir y tripular, como un solo hombre (si se me permite la expresión), el proyectado dirigible?
¿Está usted burlándose de mí?
Eso es lo último que se me ocurriría dijo rápidamente el incorruptible. Somos completamente modernos aquí, aunque los representantes de finales del siglo XX constituyan tan sólo un pequeño porcentaje de la población. El estado se halla dedicado a la construcción de la aeronave. Para conseguir esto, durante las horas de trabajo se mantiene una estricta disciplina. Pero un ciudadano puede hacer lo que más le plazca durante sus horas libres, siempre que con ello no cause un daño a otra persona. De modo que volvamos al asunto. ¿Qué es una Miz, para evitar en el futuro interpretaciones erróneas?
¿Realmente no me está tomando el pelo?
Lo juraría sobre un montón de Biblias, si existieran todavía.
Bien, en pocas palabras, es un título que adoptaron los miembros del movimiento de liberación femenina en los años sesenta como título genérico equivalente al Mr. del varón. Miss y Mrs eran demasiado indicativos de actitudes sexuales masculinas. Ser una Miss significaba no estar casada, lo cual automáticamente evocaba desprecio, consciente o inconsciente, por parte del macho, si la Miss había rebasado la edad casadera. Implicaba que a la mujer le faltaba algo, y también que la Miss debía estar muriéndose de ganas de convertirse en Mrs, es decir, alguien sin identidad propia, contemplada como un apéndice de su marido, un ciudadano de segunda clase. Incidentalmente, ¿por qué una Miss tiene que ser identificada por el nombre de su padre? ¿Por qué no por el de su madre?
En ese último caso respondió nuestro intrépido, el nombre seguiría siendo el de un hombre, el nombre del padre de la mujer.
Exactamente. Por eso cambié mi nombre de Johnetta Georgette Redd... observará que mis dos nombres de pila son feminizaciones de nombres masculinos... por el de Jill Gulbirra. Mi padre organizó un escándalo al respecto, incluso mi madre protestó fuertemente. Pero ella era una típica tía Dora... con el cerebro completamente lavado.
Interesante dijo Mr. Bligh. ¿Gulbirra? ¿Qué clase de nombre es ése? ¿Eslavo? ¿Y
por qué lo eligió?
No, es un nombre aborigen australiano, pedazo de estúpido. Un gulbirra es un canguro que caza perros y se los come.
¿Un canguro carnívoro? Creía que todos eran vegetarianos.
Bueno, realmente, puede que no haya existido nunca. Pero los abos proclamaban que había existido en las llanuras del interior. Puede que sea un animal mítico, pero ¿cuál es la diferencia? Es el simbolismo lo que cuenta.
¿Así que usted se identifica con el gulbirra? Puedo imaginar lo que simbolizan los perros.
En este punto, Miz Gulbirra sonrió tan terriblemente que su corresponsal se sintió impulsado a echar un trago del coraje embotellado que siempre lleva en su bolsa de costado.
No se trata de que haya elegido el nombre debido a que me identifíque con él, o simpatice con la cultura negra dijo la Miz. Soy una cuarta parte abo, pero eso ¿qué significa? Era una cultura machista y chauvinista de punta a rabo, las mujeres eran meros objetos, sujetos a esclavitud, ellas hacían todo el trabajo duro y a menudo eran golpeadas por sus padres y maridos. Un montón de machos caucasianos se han mostrado sentimentales acerca de la destrucción de la sociedad abo, pero yo personalmente pienso que fue una buena cosa. Naturalmente, deploro los sufrimientos que vinieron con su desintegración.
El deplorar, al contrario que el desflorar, es algo que normalmente se produce sin dolor dijo Mr. Bligh.
jVirginidad! Ese es otro mito machista, inventado únicamente para aumentar el ego del macho y reforzar sus opiniones acerca del derecho de propiedad dijo amargamente Miz Gulbirra. Afortunadamente, esa actitud cambió considerablemente durante mi vida. Pero aquí hay todavía montones de cerdos, verracos fósiles, los llamo yo, que...
Todo eso es muy interesante se atrevió a interrumpir el intrépido. Pero puede reservar usted sus opiniones para la página de Cartas al director. Mr. Bagg imprimirá cualquier cosa que usted diga, no importa lo insolente que sea. Nuestros lectores, de momento, sólo desean saber cuáles son sus planes profesionales. Simplemente cómo se ve usted misma contribuyendo al Proyecto Aeronave, tal como se lo llama oficialmente.
¿En qué punto de la jerarquía cree que puede encajar?
En aquel momento, el acre y pesado aroma de la marijuana dominaba a todos los demás. Una luz salvaje y feroz brillaba en los ojos dilatados por la droga. Su corresponsal
creyó necesario expandir su intrepidez, que se encogía rápidamente, con otro trago de la botella divina.
Bajo toda lógica, y en función a los derechos que me confieren mi superior conocimiento, experiencia y capacidad dijo ella lenta pero fuertemente, debería estar a cargo del proyecto. ¡Y debería ser la capitana de la aeronave! He comprobado las cualificaciones de todo el mundo, y no hay la menor duda de que soy con mucho la mejor cualificada.
»Así que, ¿por qué no puedo ser encargada de la construcción? ¿Por qué ni siquiera he sido considerada como candidata a capitana? ¿Por qué?
No me lo diga respondió su intrépido reportero. Posiblemente se sentía abiertamente envalentonado por la lava líquida que recorría sus venas, amortiguando sus de otro modo finas sensibilidades. No me lo diga. Déjeme hacer una suposición. ¿Podría ser, entienda, estoy solamente avanzando una explicación, podría ser que fuera usted relegada a una posición inferior simplemente porque tan sólo es una mujer?
El sujeto miró a su corresponsal, dio otra chupada a su porro, introdujo el humo profundamente en sus pulmones, haciendo que sus pequeños pechos se alzaran brevemente, y por fin, con el rostro azulado por la falta de oxigeno, descargó los residuos humosos por la nariz. Su intrépido reportero recordó los grabados de dragones que había visto a lo largo de su existencia terrestre. Sin embargo, puesto que aunque valeroso no era temerario, prefirió no hacer ninguna observación acerca de la semejanza.
Ajá, lo ha captado dijo ella. Quizá, después de todo, no sea usted tan denso. Entonces, sujetándose al borde de la mesa como si quisiera estrujar la madera, se
puso en pie.
¿Pero qué quiere dar a entender por tan sólo una mujer?
Oh, se trata únicamente de mi verbalización de sus propios pensamientos dijo apresuradamente el intrépido. Estaba siendo irónico. O más bien...
Si yo fuera un hombre dijo ella, lo cual, gracias a Dios, no soy, hubiera sido nombrada al menos segundo de a bordo sobre la marcha. Y usted no estaría sentado aquí burlándose de mí.
Oh, se equivoca respecto a eso dijo su intrépido reportero. No estoy burlándome de usted. De todos modos, hay un punto que puede que usted no haya tenido en cuenta. Su sexo no representa ninguna diferencia; aunque tuviera usted los testículos más grandes en 40.000 kilómetros a la redonda, no conseguiría el puesto.
»Mucho antes de que fuera construido el Barco Fluvial... el segundo, quiero decir, no el que robó el Rey Juan... se aceptó que Firebrass se haría cargo del proyecto de la nave aérea. Está incluso en la Constitución de Parolando, que tiene usted que conocer, puesto que él mismo se la recitó de memoria capítulo a capítulo. Usted lo sabía, y prestando juramento lo aceptó. Así que dígame, ¿por qué todos estos lamentos ahora?
¿Después de todo esto no lo comprende, pobre payaso? dijo ella. El asunto es que esa regla, esa arrogantemente imperiosa ley, no hubiera debido ser creada nunca.
Su corresponsal tragó un poco más de esa divina materia que anima-y-cauteriza, y dijo:
El asunto es que fue creada. Y si aparece un hombre doblemente cualificado que usted, deberá aceptar igualmente el hecho de que nunca podrá llegar más arriba que a segundo. Puede ser el jefe de ayudantes de construccin del capitán Firebrass y primer oficial de la nave. Pero eso es todo.
No hay nadie dos veces más cualificado que yo dijo ella , a menos que se presente un oficial del Graf Zeppelin. Escuche, empiezo a sentirme cansada de todo esto.
Hace mucho calor y hay mucho humo aquí dijo su corresponsal, secándose el sudor de su frente. Sin embargo, me gustaría obtener algunos detalles más acerca de usted, detalles de su vida terrestre, ya sabe, cosas de interés humano. Y también la historia de lo que le ocurrió inmediatamente después del Día de la Resurrección. Y...
¿Espera usted que empiece a volar gracias a este porro y por la simple influencia de su irresistible encanto masculino y su virilidad? dijo ella. ¿Está acaso preparándose para seducirme?
Dios no lo quiera dije. Esta es una visita estrictamente profesional. Además...
Además dijo ella, y ahora era ella la que sonreía burlonamente, está usted asustado ante mí, ¿no? Todos son iguales. Tienen que ser los dominantes, los superiores. Si encuentran a una mujer con más sesos, una que es capaz de dominarles en una lucha, que es claramente superior, entonces sus ínfulas escapan como el aire de un globo hinchado en exceso. Un globo con una pequeña colita.
Vamos, Miz Gulbirra, realmente... dijo su arrojado reportero, sintiendo que le ardía el rostro.
Lárguese, hombrecito dijo el sujeto.
Su corresponsal pensó que era prudente obedecer aquella orden imperativa. La entrevista, aunque incompleta desde nuestro punto de vista, se dio por terminada.
Jill tomó al día siguiente El Indiscreto de la ventanilla de distribución en la parte exterior del edificio del periódico. Varias personas que obviamente habían leído ya las noticias le sonrieron, algunas burlonamente. Abrió el periódico en la página de Recién llegados, sospechando lo que iba a encontrar allí, irritada antes de leerlo.
Las páginas crujieron en sus temblorosas manos. La entrevista era infame, aunque hubiera debido saber que un hombre de finales del siglo XIX como Bagg imprimiría aquella basura. ¿Qué había sido en la Tierra, director de algún asqueroso periodicucho dedicado a la prensa amarilla en cualquier miserable ciudad fronteriza del territorio de Arizona? Sí, eso era. Tombstone. Firebrass le había dicho algo al respecto.
Lo que realmente la irritaba era la fotografía. No se había dado cuenta de ello, pero alguien entre la multitud aquella primera mañana de su llegada le había tomado una foto. Allí estaba, inmovilizada en una postura ridícula, casi obscena. Desnuda, inclinada hacia adelante, sus pechos colgando como las ubres de una vaca, la toalla sujeta entre una mano tras ella y la otra delante, secándose con un movimiento de vaivén la entrepierna. Estaba mirando hacia arriba, la boca abierta, y toda ella parecía nariz y dientes.
Seguramente el fotógrafo había obtenido otras fotos. Pero Bagg había elegido precisamente ésta para exponerla al ridículo público.
Estaba tan furiosa que casi olvidó tomar el cilindro. Agitándolo con una mano, pensando en cómo podía aplastarle los sesos a Bagg con él, el periódico estrujado en la otra estaba dispuesta a metérselo por el ano y empujar hasta que le saliera por la boca, caminó a paso de carga hacia el edificio. Pero cuando llegó a la puerta se detuvo.
Vamos, Jill! se dijo a si misma. Estás reaccionando tal como esperan que lo hagas, tal como están seguros que lo harás. Tómatelo con calma; no seas un perro de Pavlov. Seguro, te sentirías mejor si pudieras hacerle dar una cuantas vueltas a su despacho a base de patadas en el culo. Pero eso podría arruinarlo todo. Has soportado cosas peores, y siempre te has salido dignamente de ellas.
Caminó lentamente hacia su casa, la mano que sujetaba el cilindro apoyada contra el otro brazo. A la luz cada vez más débil, leyó el resto del periódico. Ella no era la única a la que Bagg había calumniado, injuriado y vilipendiado. El propio Firebrass, aunque tratado suavemente en el artículo a ella dedicado, era severamente criticado n otro lugar, y no solamente por Bagg. La página vox pop contenía un cierto número de cartas firmadas de ciudadanos indignados por la política de Firebrass.
Cuando abandonaba la llanura e iniciaba el camino ascendente por entre las colinas, alguien la llamó con voz suave. Se volvió, y vio a Piscator. El sonrió mientras avanzaba hacia ella y decía con acento de Oxford:
Buenas tardes, ciudadana. ¿Puedo acompañarte? ¿No estaremos mejor haciéndonos mutua compañía que solos? ¿O quizá no?
Jill no pudo evitar una sonrisa. El hombre había hablado tan gravemente, con un estilo casi del siglo XVII. Su impresión quedaba reforzada por su sombrero, un alto cilindro que se estrechaba en su parte superior y con una amplia ala circular. Le recordó los sombreros de los Peregrinos de Nueva Inglaterra. Estaba hecho de la piel rojo oscuro del pez rojo, llamado también pez sin escamas. Algunos colgantes de aleación de aluminio oscilaban en el borde del ala. Llevaba ropas negras echadas sobre sus hombros y sujetas a la altura de su garganta. Una tela verde oscuro le servía de faldellín, y sus sandalias eran de piel de pez rojo.
Sobre el hombro llevaba una caña de pescar de bambú. En la otra mano sujetaba el asa de su cilindro. Con un brazo sujetaba un periódico contra su cuerpo. Un cesto de mimbre colgaba de una correa de su otro hombro.
Era alto para un japonés, la parte más alta de su cabeza le llegaba a Jill a la nariz. Y
sus facciones eran atractivas, no demasiado mongólicas.
Supongo que has leído el periódico dijo ella.
Desgraciadamente, la mayor parte de él dijo Piscator. Pero no te sientas ofendida. Como dijo Salomón de aquellos que hacen mofa y escarnio, Proverbios XXIV, 9: Son una abominación para el hombre.
Prefiero para la humanidad dijo ella. Él pareció perplejo.
¿Pero qué...? Oh, si, obviamente es ese hombre lo que no te gusta. Pero utilizado así, hombre significa a la vez hombres, mujeres y niños.
Sé que lo significa dijo ella, como si lo estuviera repitiendo por milésima vez, lo cual era cierto. Sé que lo significa. Pero la utilización de la palabra hombre condiciona al que habla y al que escucha a pensar en el hombre tan sólo como en la parte masculina de la humanidad. La utilización de humanidad o personas condiciona a la gente a pensar en el Homo Sapiens como en algo que incluye a ambos sexos.
Piscator inspiró profundamente a través de sus apretados dientes. Ella esperaba que dijera: «Está bien, si usted lo dice...», pero no lo hizo. En vez de ello, dijo:
Llevo en este cesto tres sabrosas tencas, si puedo llamarlas así. Son notablemente parecidas en apariencia y sabor a los peces terrestres de ese nombre. No son tan deliciosas como los tímalos, si puedo llamarlos también así, que se pescan en los arroyos de montaña. Pero son muy deportivos, son astutos, y saben dar guerra.
Ella decidió que debía haber estudiado su inglés con el libro The Compleat Angler.
¿Qué te parecería compartir conmigo algunos de estos pescados esta noche? Estarán en su punto a las 16:00 horas del reloj de agua. Tendré también una buena provisión de flor de cráneo.
Aquel era el nombre local del alcohol hecho a partir de los líquenes rascados de la ladera de la montaña. Eran sumergidos en agua, a razón de tres partes por una, y luego se maceraban en la solución flores de árbol de hierro mezcladas con alcohol. Cuando las flores le habían proporcionado al líquido un color púrpura y un olor a rosas, estaba a punto para ser servido.
Jill vaciló durante varios segundos. No le importaba la soledad... la mayor parte del tiempo. Al contrario de la mayoría de sus contemporáneos, no se sentía desesperada ni presa del pánico si se veía abandonada a sus propios recursos. Pero había sido su única compañía durante demasiado tiempo. El viaje Río arriba le había llevado cuatrocientos veinte días, y durante la mayor parte del tiempo había estado completamente sola durante el día. Por la noche, comía y charlaba con desconocidos. Había pasado junto a una cantidad estimada de 501.020.000 personas, y no había visto ningún rostro al que hubiera conocido en la Tierra o en el Mundo del Río. Ninguno.
Pero raras veces se había acercado lo suficiente a las orillas durante el día como para reconocer los rasgos de un rostro. Sus encuentros sociales por la noche quedaban limitados a un escaso número de personas. Lo que era una agonía mental, o lo hubiera sido si ella se hubiera permitido tal emoción, era el que quizá había pasado junto a algunas personas a las que había amado en la Tierra o, al menos, de las que había sido amiga. Había algunas de ellas a las que hubiera deseado mucho ver de nuevo.
Quizá la que más deseaba volver a encontrar fuese Marie. ¿Qué habría sentido Marie cuando supo que sus celos insensatos habían sido los responsables de la muerte de su amante, Jill Gulbirra? ¿Se habría sentido abrumada por el dolor, quizá la culpabilidad la habría hecho terminar con su vida? Marie, después de todo, era propensa al suicidio. O mejor, para ser exactos, era propensa a tomar la cantidad suficiente de píldoras como para poner en peligro su vida, pero no las suficientes como para que no pudiera recibir a tiempo asistencia médica que la salvara. Marie había estado a las puertas de la muerte al menos tres veces, por lo que Jill sabía. Pero no demasiado cerca.
No, Marie debería haberse sumido en el abatimiento y en los autorreproches durante al menos tres días. Entonces debería haber tragado como unas veinte píldoras de fenobarbital y llamado a su mejor amiga, probablemente otra amante, pensó Jill, el pecho doliéndole, ¡la muy zorra!, y esta debería haber llamado al hospital, y entonces le habrían hecho un lavado de estómago y le habrían dado antídotos, y mientras tanto su amiga habría estado aguardando ansiosamente fuera, y luego se habría sentado a la cabecera de la cama mientras Marie desvariaba semiinconsciente, atontada por las drogas pero no lo suficientemente atontada como para no trabajar deliberadamente sobre las emociones de su amante. No sería sólo simpatía lo que buscaría evocar. La pequeña zorra sádica aprovecharía la ocasión para lanzar algunas hirientes observaciones a su amante, haciendo algunos reproches que más tarde proclamaría no recordar haber hecho.
Luego Marie seria llevada a su apartamento por su amante, que se ocuparía tiernamente de ella durante un tiempo, y luego... Jill no se atrevía a fantasear respecto a aquel luego.
En todas estas ocasiones tenía que echarse a reír, aunque amargamente, de sí misma. Hacía treinta y un años desde que se había marchado violentamente de la casa y conducido a toda velocidad, los neumáticos aullando, y se había pasado casi sin darse cuenta tres semáforos en rojo, y luego... luego las cegadoras luces y el bocinazo ensordecedor y el enorme camión, y su salvaje crispación sobre el volante de su Mercedes-Benz, la helada náusea en su interior, la certeza de la inexorabilidad y...
Y se había despertado entre incontables otros, desnuda, su cuerpo de treinta años convertido en uno de veinticinco y desprovisto de algunas taras e imperfecciones... en las orillas del valle del Río. Una pesadilla en el paraíso. O en lo que hubiera podido ser un paraíso si tantos seres humanos no hubieran insistido en convertirlo en un infierno.
Hacía de eso treinta y un años. El tiempo había borrado muchos recuerdos dolorosos, pero no aquél. Debería haber podido superar ya su furia y su pesar entremezclados. Hubieran debido haber retrocedido más allá del horizonte de las cosas que importaban. No hubiera debido sentir la más mínima emoción cada vez que pensaba en Marie. Pero la sentía.
Se dio cuenta de pronto de que el japonés la estaba mirando. Evidentemente estaba aguardando su respuesta a algo que acababa de decir.
Lo siento dijo. A veces, me pierdo en el pasado.
Yo también lo siento dijo él . A veces... si uno utiliza la goma de los sueños como un medio de escapar a recuerdos dolorosos o desgarrantes o a estados físicos indeseables, en vez de conseguirlo... uno se pierde.
No dijo ella, intentando mantener la irritación alejada de su voz . Se trata tan sólo de que he estado sola demasiado tiempo, y he caído en el hábito de la ensimismación. Porque, cuando navegaba en la canoa Río arriba, lo hacía de forma automática. A veces
me daba cuenta de que había recorrido diez kilómetros sin ser consciente de ello, sin saber siquiera lo que había ocurrido durante ese lapso de tiempo.
»Pero ahora que estoy aquí, donde tengo un trabajo que requiere una constante alerta mental, observará que puedo estar tan atenta a todo como cualquiera.
Añadió eso porque sabía que Piscator podía informar de aquello a Firebrass. Las distracciones no podían ser toleradas en un oficial de aeronave.
Estoy seguro de que sí dijo Piscator. Hizo una pausa, sonrió, y dijo : Incidentalmente, no te preocupes por la competencia conmigo. Yo no soy ambicioso. Me sentiré satisfecho con el rango o posición que reciba, porque sé que eso concordará con mis habilidades y experiencias. Firebrass sabe lo que se hace.
»Me siento curioso acerca de nuestro destino, la llamada Torre de las Nieblas, o Gran Cilindro, o cualquiera de la otra docena de nombres que tiene. De hecho, me siento ansioso de viajar hasta allí, para averiguar en qué reside el misterio de este mundo. Ansioso pero no demasiado ansioso, si comprendes lo que quiero decir. Admito de buen grado que no poseo tus cualificaciones, de modo que preveo ya hallarme situado en un grado inferior al tuyo.
Jill Gulbirra permaneció en silencio por un momento. Aquel hombre pertenecía a una nación que prácticamente esclavizaba a sus mujeres. Al menos, en la época de él (1886-
1965). Era cierto que después de la Primera Guerra Mundial se había producido un cierto grado de liberación. Pero él, teóricamente, tenía que seguir manteniendo la misma actitud que los hombres japoneses chapados a la antigua mostraban hacia sus mujeres. Lo cual era una terrible actitud. Por otra parte el Mundo del Río había cambiado a la gente. A alguna gente.
¿Realmente no te importa? dijo. Creo que, en lo profundo, si te importará!
Raramente miento dijo él. Y cuando lo hago es sólo para no herir los sentimientos de alguien o para no perder tiempo con los estúpidos. Creo que sé lo que estás pensando. ¿Te ayudaría saber que uno de mis maestros en Afganistán era una mujer? Pasé diez años como discípulo suyo antes de que ella decidiera que no era tan estúpido como cuando había llegado y que podía ir al encuentro de mi siguiente jeque.
¿Qué es lo que estabas haciendo allí?
Me sentiré muy feliz de discutir esto contigo en alguna otra ocasión. Por el momento, déjame asegurarte que no siento ningún prejuicio contra las mujeres ni contra los no japoneses. Hubo un tiempo en que sí los sentía, pero esa estupidez desapareció de mí hace mucho. Por ejemplo, hubo un tiempo, algunos años después de la Primera Guerra Mundial, en que fui monje zen. Pero antes de seguir, ¿sabes lo que es el Zen?
Había muchos libros al respecto en los años 1960 dijo Jill . Leí algunos.
Sí. ¿Y sabes algo más después de leerlos de lo que sabías antes? dijo él, sonriendo.
Un poco.
Eres sincera. Como estaba diciendo, me retiré del mundo después de renunciar a la marina, y fijé mi residencia en un monasterio en Ryukyu. Al tercer año, un hombre blanco, un húngaro, vino al monasterio como humilde novicio. Cuando vi cómo era tratado, comprendí súbitamente lo que había sabido siempre de forma inconsciente pero me había resistido a sacar a la luz. Y era que muchos años de la disciplina zen no habían despojado a nadie en el monasterio, ni discípulos ni maestros, excepto yo mismo, de sus prejuicios raciales. Sus prejuicios nacionales, debería decir, puesto que mostraban hostilidad e incluso desprecio también por los chinos y los indochinos, que son mongólicos como ellos.
»Tras ser honesto por primera vez conmigo mismo, tuve que reconocer que la práctica del zen no me había proporcionado nada que valiera la pena, ni a mí ni a los demás. Por supuesto, debes saber ya que el Zen no tiene objetivos. Tener objetivos es frustrar la posibilidad de alcanzar esos mismos objetivos. ¿No es eso contradictorio? Sí, lo es.
»También es una estupidez, como ese asunto de vaciarse uno. Quizá el estado de quedarse vacío no sea una estupidez, pero sí lo son los métodos de conseguirlo, por lo que a mí respecta. Y así, una mañana, me fui del monasterio y tomé un barco para la China. E inicié mi largo vagabundeo, atraído por alguna inaudible voz hacia el Asia Central. Y desde allí... bueno, ya es suficiente por el momento. Puedo seguir contándotelo más tarde, si quieres.
»Veo que estamos acercándonos a nuestras casas. Será mejor pues que nos digamos adiós, hasta esta noche. Pondré dos antorchas fuera, de modo que puedas verlas desde tu ventana, para anunciarte que nuestra pequeña reunión está lista.
No he dicho que vaya a ir.
Pero de todos modos habías aceptado ya dijo él. ¿No es cierto?
Sí, pero ¿cómo lo sabías?
No se trata de telepatía dijo él, sonriendo de nuevo. Una cierta actitud, una cierta relajación de los músculos, la dilatación de tus pupilas, una determinada entonación de tu voz, indetectable excepto para los muy entrenados, me dijeron que deseabas unirte a la fiesta.
Jill no dijo nada. Ni ella misma había sabido que se sentía complacida por la invitación. Como tampoco estaba segura de ello ahora. ¿Estaba engañándola Piscator?
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