Después de almuerzo, conduje a casa. En menos de un minuto luego de que aparcar el Volkswagen en el trozo de cemento junto al camino, mamá llevó su Taurus al camino. Ella había estado en casa cuando me fui más temprano, y me pregunté si ella ido para almorzar con Hank. Yo no había dejado de sonreír desde cuando dejé Ezno, pero mi ánimo se enfrió de repente.
Mamá se estacionó en el garaje y salió para encontrarse conmigo.
—¿Cómo estuvo el almuerzo con Vee?
—Lo mismo de siempre. ¿Y tú? ¿Cita de almuerzo interesante? —pregunté inocentemente.
—Más trabajo que otra cosa. —Dejó salir un suspiro sufrido—. Hugo me pidió que viajara a Boston esta semana.
Mi mamá trabaja para Hugo Renaldi, dueño de una empresa de subastas del mismo nombre. Hugo realiza selectas subastas de bienes raíces, y es el trabajo de mi mamá asegurarse de que las subastas vayan bien, algo que no puede hacer a larga distancia. Está constantemente viajando, dejándome sola en casa, y ambas sabemos que no es la situación ideal. Ha considerado renunciar en el pasado, pero siempre se reduce al dinero. Hugo le pagaba más (bastante más) lo que ella ganaría en cualquier lugar dentro de los límites de la ciudad de Coldwater. Si ella renunciara, varios sacrificios tendrían que ser hechos, comenzando por vender con la granja. Ya que cada recuerdo que tengo de mi padre está envuelto en la casa, podrías decir que me sentía sentimental acerca de ella.
—Lo rechacé —dijo mamá—. Le dije que voy a necesitar encontrar un trabajo que no requiera que deje mi casa.
—¿Le dijiste qué? —Mi sorpresa se desvaneció rápidamente, y sentí una alerta arrastrándose en mi tono—. ¿Estás renunciando? ¿Has encontrado un nuevo trabajo? ¿Eso significa que vamos a tener que mudarnos? —No podía creer que ella hubiera tomado esta decisión sin mí. En el pasado, siempre habíamos adoptado la misma posición: mudarse estaba fuera de cuestión.
—Hugo me dijo que vería qué puede hacer para darme una posición local, pero que no me hiciera ilusiones. Su secretaria ha estado trabajando para él por años y hace bien su trabajo. Él no va a dejarla ir sólo para hacerme feliz.
Miré la granja, anonadada. La idea de otra familia viviendo dentro de sus paredes hizo girar mi estómago. ¿Qué sucedía si la remodelaban? ¿Qué sucedía si destrozaban el estudio de mi papá y arrancaban los pisos de cerezo que habíamos instalado juntos? ¿Y qué había de sus estantes de libros? No estaba perfectamente derechos, pero habían sido nuestro primer intento genuino de carpintería. ¡Tenían carácter!
—No estoy preocupada por vender todavía —dijo Mamá—. Algo surgirá. ¿Quién sabe? Tal vez Hugo se dé cuenta de que necesita dos secretarias. Si debe ser, sucederá.
Me enfrenté a ella.
—¿Estás tan relajada sobre renunciar porque estás contando con casarte con Hank y que él nos salve? –La cínica observación se escapó antes de que pudiera detenerla, e inmediatamente sentí un retorcimiento de culpa. Esta clase de grosería estaba debajo de mí. Pero había hablado desde ese vacío lugar de miedo que escondía profundo en mi pecho y que había dominado todo.
La postura de mamá se volvió rígida. Luego atravesó el garaje haciendo ruido con sus tacones, presionando el botón que automáticamente bajaba la puerta detrás de ella.
Me quedé de pie en el camino de ingreso por un momento, dividida entre entrar directamente y disculparme, y el miedo creciente causado por su fácil evasión de mi pregunta.
Así que eso era. Ella estaba saliendo con Hank con toda la intención de casarse con él. Estaba haciendo lo mismo que Marcie la había acusado de hacer: pensar en el dinero. Sabía que nuestras finanzas estaban apretadas, pero habíamos sobrevivido, ¿verdad? Estaba resentida a mi madre por caer tan bajo, y resentida a Hank por darle una opción que no fuera apañárselas conmigo.
Dejándome caer de nuevo en el Volkswagen, conduje por la ciudad. Estaba superando el límite de velocidad por quince millas, pero por una vez, no me importaba. No tenía un destino en mente, simplemente quería poner distancia entre mi madre y yo. Primero Hank, y ahora su trabajo. ¿Por qué sentía que ella seguía tomando decisiones sin consultarme?
Cuando la entrada a la autopista apreció en el carril más adelante, tomé la derecha y la seguí hacia la costa. Tomé la última salida antes del parque de diversiones Delphic y seguí los carteles hasta las playas públicas. Esta parte de la costa veía mucho menos tráfico que las playas sureñas de Maine. La costa era rocosa, y plantas perennes surgían justo fuera del alcance de la marea alta. En lugar de turistas con toallas de playa y cestas de picnic, vi un solitario caminante y un perro persiguiendo gaviotas.
Lo cual era exactamente lo que yo quería. Necesitaba tiempo a solas para calmarme.
Moví bruscamente el Volkswagen hacia la acera. En el espejo retrovisor, un coche rojo con refacciones se deslizaba detrás mío. Vagamente recordaba haberlo visto en la autopista, siempre unos coches más atrás. El conductor probablemente quería realizar un último viaje a la playa antes de que el clima cambiara para peor.
Salté la barandilla y bajé el terraplén rocoso. El aire estaba más frío de lo que había estado en Coldwater, y el constante viento aporreaba mi espalda. El cielo era más gris que azul, y neblinoso. Me quedé por encima del alcance de las olas, escalando las rocas más altas. El terreno se volvió cada vez más difícil para recorrer, y mantuve mi concentración fija en el cuidadoso posicionamiento de mis pies más que en la pelea más reciente con mi mamá.
Mi bota se resbaló en una roca, y caí, aterrizando torpemente sobre mi lado.
Maldiciendo por lo bajo, recobré mi apoyo, y fue en ese momento que una gran sombra cayó sobre mí. Tomada por sorpresa, giré rápidamente. Reconocí al conductor del coche rojo. Era más alto que el promedio y tenía uno o dos años más que yo. Su cabello estaba cortado utilitariamente corto, con ojos de un marrón arenoso y un toque de vello en su barbilla. Por la manera en que la sudadera le sentaba, iba al gimnasio regularmente.
—Por fin saliste de tu casa —dijo él, mirando alrededor—. He tratado de verte a solas por días.
Me puse de pie, balanceándome en una roca. Busqué su rostro por familiaridad, pero las luces no se encendieron.
—Lo siento, ¿nos conocemos?
—¿Crees que te siguieron?—Sus ojos continuaron recorriendo la costa—. Intenté llevar el registro de todos los autos, pero puede que alguno se me haya escapado. Hubiera ayudado que rodearas el estacionamiento antes de detenerte.
—Uh, honestamente no tengo idea de quién eres.
—Que cosa extraña para decirle al chico que compró el auto que te trajo aquí.
Un momento pasó antes de que mi cabeza comprendiera sus palabras.
—Espera. ¿Eres... Scott Parnell? —Aún cuando habían pasado años, el parecido estaba ahí. El mismo hoyuelo en su mejilla. Los mismos ojos color avellana.
Agregados más recientes incluían la cicatriz en su pómulo, una barba incipiente, y la yuxtaposición de una boca llena y sensual con facciones esculpidas y simétricas.
—Oí de tu amnesia. ¿Los rumores son ciertos, entonces? Parece que es tan mala como decían.
Por Dios si él no era un optimista. Crucé mis brazos sobre el pecho y dije fríamente,
—Mientras estamos en el tema, quizás este sea un buen momento para decirme por qué descartaste el Volkswagen en mi casa la noche en que desaparecí. Si sabes sobre mi amnesia, seguramente has oído que fui secuestrada.
—El coche fue una disculpa por ser un idiota. —Sus ojos seguían moviéndose hacia arriba y abajo por los árboles. ¿Quién temía que nos hubiera seguido?
—Hablemos sobre esa noche —determiné. Sola aquí no parecía el mejor lugar para tener esta conversación, pero mi determinación por obtener respuestas ganó—. Parece que ambos fuimos disparados por Rixon más temprano esa noche. Eso es lo que le dije a la policía. Tú, yo y Rixon, solo en la casa de diversiones. Si Rixon siquiera existe. No sé cómo te las arreglaste, pero estoy empezando a creer que lo inventaste. Estoy comenzando a creer que tú me disparaste y necesitabas a alguien más a quien culpar. ¿Tú me forzaste a darle el nombre de Rixon a la policía? Y la próxima pregunta, ¿me disparaste, Scott?
—Rixon está en el infierno ahora, Nora.
Di un respingo. Él lo había dicho sin ninguna vacilación y con la cantidad justa de melancolía. Si estaba mintiendo, merecía un premio.
—¿Rixon está muerto?
—Está ardiendo en el infierno, pero sí, es la misma idea. Muerto funciona, en lo que a mí respecta.
Escruté su rostro, buscando el más mínimo movimiento en falso. No iba a discutir detalles sobre la vida después de la muerte con él, pero necesitaba la confirmación de que Rixon se había ido para siempre.
—¿Cómo lo sabes? ¿Se lo has dicho a la policía? ¿Quién lo mató?
—No sé a quién tenemos que agradecerle, pero sé que se ha ido. Las noticias viajan rápido, confía en mí.
—Vas a tener que hacerlo mejor que eso. Puedes tener engañado al resto del mundo, pero yo no caeré tan fácilmente. Abandonaste un auto en mi camino de acceso la noche que fui secuestrada. Luego huiste a esconderte... New Hampshire, ¿verdad? Perdóname si la última palabra que me viene a la mente cuando te veo es ―inocente. Creo que no hace falta decirlo: no confío en ti.
Suspiró.
—Antes de que Rixon nos disparara, me convenciste de que yo realmente soy un Nefilim. Tú eres la que me dijo que yo no podía morir. Eres parte de la razón por la que huí. Tenías razón. Nunca iba a terminar como la Mano Negra. De ninguna manera iba a ayudarle a reclutar más Nefilim a su ejército.
El viento atravesaba mi ropa, respirando como escarcha contra mi piel. Nefilim.
Otra vez esa palabra. Siguiéndome a todas partes.
—¿Yo te dije que eres un Nefilim? —pregunté con nerviosismo. Cerré mis ojos un momento, rogando que él se corrigiera. Rogando que hubiera estado usando las palabras ―no puedo morir‖ en sentido figurado. Rogando que ese fuera el momento en que él explicara que él era la última parada en un elaborado engaño que había comenzado la noche anterior, con Gabe. Un gran engaño, y la broma estaba dirigida a mí.
Pero la verdad estaba ahí, agitándose en ese turbio lugar donde mi memoria una vez había estado intacta. No podía racionalizar eso en mi cabeza, pero podía sentirla. Dentro de mí. Ardiendo en mi pecho. Scott no lo estaba inventando.
—Lo que quiero saber es por qué no puedes recordar nada de esto —dijo—. Pensé que la amnesia no era permanente. ¿Qué pasa?
—¡No sé por qué no puedo recordar! —estallé—. ¿De acuerdo? No lo sé. Desperté hace unas noches en el cementerio sin nada. Ni siquiera podía recordar cómo había llegado hasta ahí. —No estaba segura de por qué sentía el repentino impulso de contarle todo a Scott, pero ahí estaba. Mi nariz comenzó a chorrear, y pude sentir lágrimas formándose detrás de mis ojos—. La policía me encontró y me llevó al hospital. Dijeron que había estado desaparecida durante casi tres meses. Dijeron que tengo amnesia porque mi mente está bloqueando el trauma para protegerme. ¿Pero quieres saber qué es lo loco? Estoy comenzando a pensar que no estoy bloqueando nada. Tengo una nota. Alguien irrumpió en mi casa y la dejó en mi almohada. Decía que a pesar de estar en casa, no estoy a salvo. Alguien está detrás de esto. Ellos saben lo que yo no sé. Saben qué fue lo que me pasó.
Justo en ese momento, me di cuenta de que había divulgado demasiado. No tenía evidencia alguna de que la nota existiera. Peor aún, la lógica probaba que no era así. Pero si la nota era un producto de mi imaginación, ¿por qué la idea se negaba a desaparecer? ¿Por qué no podía aceptar que lo había inventado, ideado, o alucinado?
Scott me estudió con el ceño fruncido que se hacía más profundo.
—¿Ellos?
Levanté mis manos.
—Olvídalo.
—¿La nota decía algo más?
—Dije que lo olvidaras. ¿Tienes un pañuelo descartable? —Podía sentir la piel bajo de mis ojos hinchándose, y estaba más allá del punto donde sorber mi nariz iba a ayudarme a mantenerla seca. Como si eso no fuera lo suficientemente malo, dos lágrimas cayeron por mis mejillas.
—Hey —dijo Scott amablemente, tomándome por los hombros—. Va a estar bien. No llores, ¿de acuerdo? Estoy de tu lado. Te ayudaré a descifrar este lío. — Cuando no me resistí, él me atrajo hacia su pecho y me dio palmaditas en la espalda. Torpemente al principio, y luego se decantó por un ritmo más tranquilizador—. La noche en que desapareciste, yo me escondí. No es seguro aquí para mí, pero cuando vi en las noticias que habías vuelto y que no podías recordar nada, tuve que salir de mi escondite. Tenía que encontrarte. Te lo debo.
Sabía que debía alejarme. Sólo porque quería creer en Scott no quería decir que debía confiar en él completamente. O bajar mi guardia. Pero estaba cansada de levantar muros, y dejé que mis defensas se deslizaran. No podía recordar la última vez en que se había sentido tan bien sólo que me abrazaran. En sus brazos, yo casi podía hacerme creer que no estaba sola en esto. Scott había prometido que atravesaríamos esto juntos, y quería creerle en eso también.
Además, él me conocía. Era un enlace con mi pasado, y eso significaba más para mí de lo que podía expresar con palabras. Después de tantos desalentadores intentos de recordar cualquier fragmento que mi memoria considerara correcto arrojarme, él había aparecido sin ningún esfuerzo de mi parte. Era más de lo que podría haber pedido.
Limpiando mis ojos con el dorso de mi mano, dije,
—¿Por qué no estás seguro aquí?
—La Mano Negra está aquí. —Como si recordara que el nombre no significaba nada para mi, dijo—. Sólo para asegurarme de que quede claro, ¿no recuerdas nada de esto? Quiero decir, ¿nada de nada?
—Nada. —Con esa única palabra, sentí como si estuviera de pie frente a la entrada de un laberinto prohibido que se extendía hasta el horizonte.
—Apesta ser tú —dijo, y a pesar de su elección de palabras, creí que sinceramente lo lamentaba—. La Mano Negra es el apodo de un poderoso Nefil. Está construyendo un ejército clandestino, y yo solía ser uno de sus soldados, a falta de una mejor palabra. Ahora soy un desertor, y si me atrapa, no será agradable.
—Retrocede. ¿Qué es un Nefil?
La boca de Scott se arqueó en un lado.
—Prepárate para sentir tu mente explotar, Grey. Un Nefil —explicó con paciencia—, es un inmortal. —Su sonrisa se elevó aún más ante mi expresión dudosa—. No puedo morir. Ninguno de nosotros puede.
—¿Cuál es la trampa? —pregunté. Él realmente no podía referirse a inmortal como una persona que no puede morir.
Él hizo un gesto hacia el mar estrellándose contra las rocas muy por debajo nuestro.
—Si salto, sobreviviré.
Está bien, así que él quizás había sido lo suficientemente estúpido como para haber saltado antes. Y había sobrevivido. Eso no probaba nada. No era inmortal. Simplemente creía que lo era porque era el típico adolescente que había hecho unas cuantas cosas imprudentes, había vivido para hablar de ellas, y ahora creía que era invencible.
Scott arqueó las cejas en falsa ofensa.
—No me crees. Anoche pasé un buen par de horas en el océano, buceando para pescar, y no morí congelado. Pude aguantar la respiración ahí abajo por ocho o nueve minutos. Algunas veces me desmayo, pero cuando vuelvo en mí, siempre he flotado hacia la superficie, y todos mis signos vitales están funcionando.
Abrí la boca, pero me tomó un minuto formar las palabras.
—Eso no tiene sentido.
—Tiene sentido si soy inmortal.
Antes de que pudiera detenerlo, Scott sacó una navaja suiza y la clavó en su muslo. Di un grito ahogado y salté hacia él, sin saber si debía sacar la navaja o estabilizarla. Antes de decidirme, él mismo la sacó de un tirón. Maldijo con dolor, sus pantalones chorreando sangre.
—¡Scott! —chillé.
—Vuelve mañana —dijo en un tono más moderado—. Será como si nunca hubiera sucedido.
—¿Ah, sí? —espeté, todavía alterada. ¿Estaba completamente loco? ¿Por qué haría una cosa tan estúpida?
—No es la primera vez que lo he hecho. He intentado quemarme vivo. Mi piel chamuscada... desapareció. Un par de días después, estaba como nuevo.
Incluso ahora podía ver la sangre secándose en sus pantalones. La herida había dejado de sangrar. Estaba... curándose. En segundos en lugar de semanas. No quería confiar en mis ojos, pero ver era creer.
De repente, recordé a Gabe. Más claramente de lo que quisiera, convoqué una imagen de una llave cruz saliendo de su espalda. Jev había jurado que la herida no mataría a Gabe...
Al igual que Scott juraba que su herida sanaría sin siquiera un rasguño.
—Está bien, entonces —susurré, aún cuando me sentía de cualquier manera menos bien.
—¿Seguro que estás convencida? Siempre puedo arrojarme delante de un auto si necesitas más pruebas.
—Me parece que te creo —dije, no logrando mantener el aturdido desconcierto fuera de mi tono.
Me forcé a salir de mi estupor. Por ahora, iba a seguir la corriente tanto como pudiera. Concéntrate en una cosa a la vez, me dije. Scott es inmortal. Está bien.
¿Qué sigue?
—¿Sabemos quién es la Mano Negra? —pregunté, repentinamente hambrienta por poner mis manos sobre cualquier información que Scott pudiera tener. ¿Qué más me estaba perdiendo? ¿Cuántas de mis creencias él podría hacer girar en sus cabezas? Y la prioridad más alta: ¿podría ayudarme a reparar mi memoria?
—La última vez que hablamos, ambos queríamos saberlo. Pasé todo el verano siguiendo pistas, lo cual no es fácil, dado que estoy fugitivo, no tengo dinero, trabajo solo, y La Mano Negra no es lo que llamarías imprudente. Pero lo he reducido a un solo hombre. —Sus ojos se posaron en los míos—. ¿Estás lista para esto? La Mano Negra es Hank Millar.
—¿Hank es qué?
Estábamos sentados sobre dos troncos en una cueva, a más o menos un cuarto de milla de la costa, escondida detrás de un acantilado sobresaliente, y lejos de la vista de la carretera. La cueva estaba semi oscura con un techo bajo, pero ofrecía protección del viento y, como Scott había insistido, nos ocultaba de cualquier potencial espía de la Mano Negra. Se había rehusado a decir otra palabra hasta que estuvo seguro de que estábamos solos.
Scott raspó un fósforo contra la parte inferior de su zapato y encendió un fuego en un hueco de rocas. La luz se reflejaba en las paredes irregulares, y yo di mi primera buena mirada alrededor. Había una mochila y una bolsa de dormir contra el muro trasero. Un espejo roto estaba apoyado contra una roca que sobresalía como un estante, junto con una navaja, un lata de crema de afeitar, y una barra de desodorante. Más cerca de la boca de la cueva había una gran caja de herramientas. Sobre ella descansaban unos pocos platos, cubiertos y una sartén. Junto a ella descansaban una caña de pescar y una trampa para animales. La cueva me impresionó y entristeció a la vez. Scott era de todo menos desvalido, claramente capaz de sobrevivir por sus propios conocimientos y fortaleza. Pero, ¿qué clase de vida tenía, escondiéndose y huyendo de un lugar a otro?
—He estado observando a Hank por meses —dijo Scott—. Esta no es una puñalada en la oscuridad.
—¿Estás seguro de que Hank es la Mano Negra? No te ofendas, pero no encaja con mi imagen de militar clandestino o... —Un hombre inmortal. La idea parecía irreal. No, absurda—. Él maneja la concesionaria de autos más exitosa de la ciudad, es miembro del club de yates, y él solo apoya su recaudación de fondos. ¿Por qué le importaría lo que está pasando en el mundo de los Nefilim? Ya tiene todo lo que podría querer.
—Porque él también es un Nefilim —explicó Scott—. Y no tiene todo lo que quiere. Durante el mes judío de Jeshvan, todos los Nefilim que han hecho un juramento de fidelidad tienen que entregar sus cuerpos por dos semanas. No tienen opción. Lo entregan y alguien más lo posee... un ángel caído. Rixon era el ángel caído que solía poseer a la Mano Negra, y así fue como logré oír que está ardiendo en el infierno. La Mano Negra puede estar libre, pero no ha olvidado y no perdonará. Para eso es el ejército. Va a intentar derrocar a los ángeles caídos.
—Retrocede. ¿Quiénes son los ángeles caídos? —¿Una pandilla? Así era como sonaba. Cada vez tenia más dudas. Hank Millar era la última persona en Coldwater que se rebajaría a asociarse con pandillas—. ¿Y a qué te refieres con poseer?
La boca de Scott se contrajo en una sonrisa despectiva, pero para su crédito, respondió con paciencia.
—Definición de ángel caído: los rechazados del cielo y la peor pesadilla de un Nefil. Nos obligan a jurar lealtad, y luego poseen nuestros cuerpos durante Jeshvan. Son parásitos. No pueden sentir nada en sus propios cuerpos, así que invaden los nuestros. Sí, Grey —dice ante la expresión de aborrecimiento que estaba segura estaba congelada en mi rostro—. Quiero decir que literalmente entran en nosotros y usan nuestros cuerpos como si fueran suyos. Un Nefil está mentalmente allí mientras tanto, pero no tiene ningún control.
Intenté digerir la explicación de Scott. Más de una vez, imaginé la canción principal de La Dimensión Desconocida sonando de fondo, pero la verdad del hecho era que sabía que él no estaba mintiendo. Todo estaba volviendo. Los recuerdos estaban fragmentados y dañados, pero estaban allí. Yo había aprendido todo esto antes. Cómo o cuándo, no lo sabía. Pero sabía esto, todo. Dije,
—La otra noche vi a tres tipos atacando a un Nefil. ¿Era eso lo que estaban haciendo? ¿Tratando de obligarlo a entregar su cuerpo por dos semanas? Eso es inhumano. ¡Es... repulsivo!
Scott había dejado caer sus ojos, agitando el fuego con un palo. Mi error me golpeó demasiado tarde. La vergüenza me llenó y susurré,
—Oh, Scott. No estaba pensando. Lamento que tengas que pasar por eso. No puedo imaginarme cuán difícil debe ser entregar tu cuerpo.
—No he jurado lealtad. Y no voy a hacerlo. —Él lanzó el palo al fuego, y chispas doradas lloviznaron en el aire oscuro y con humo de la cueva—. Por lo menos, eso es lo que la Mano Negra me enseñó. Los ángeles caídos pueden probar en mí cualquier truco mental que quieran. Pueden cortarme la cabeza, cortarme la lengua y quemarme hasta que me haga cenizas. Pero nunca haré ese juramento. Puedo soportar el dolor. Pero no puedo soportar las consecuencias del juramento.
—¿Truco mental? —La piel en la parte trasera de mi cuello hormigueó, y mis pensamientos volvieron a Gabe una vez más.
—Una ventaja de ser un ángel caído —dijo amargamente—. Puedes meterte en las mentes de las personas. Hacerlos ver cosas que no son reales. Los Nefilim heredaron eso de los ángeles caídos.
Parecía que había tenido razón acerca de Gabe después de todo. Pero él no había usado una artimaña de mago para crear la ilusión de él convirtiéndose en un oso, como Jev me había dejado creer. Él había usado un arma Nefilim… control mental.
—Muéstrame como se hace. Quiero saber exactamente cómo funciona.
—Estoy fuera de práctica. —Fue todo lo que dijo, inclinándose hacia atrás en su tronco y entrelazando sus manos detrás de la cabeza.
—¿Puedes intentarlo al menos? —dije con un golpe juguetón a su rodilla, esperando suavizar el humor—. Muéstrame contra lo que nos enfrentamos. Vamos. Sorpréndeme. Hazme ver algo que no estoy esperando. Luego enséñame cómo se hace.
Cuando Scott continuó mirando el fuego, con la luz iluminando los duros bordes de sus facciones, la sonrisa se esfumó de mi rostro. Esto era cualquier cosa menos una broma para él.
—Esto es así —dijo—. Esos poderes son adictivos. Cuando los saboreas, es difícil detenerse. Cuando huí hace tres meses y me di cuenta de lo que era capaz, usaba mis poderes cada vez que podía. Si estaba hambriento, entraba en una tienda, metía lo que quería en un carro, y hacía que el empleado embolsara mis cosas y me dejara ir sin pagar. Era fácil. Me hacía sentir superior. No fue hasta que estaba espiando a la Mano Negra una noche, y lo vi haciendo lo mismo, que dejé de hacerlo. No voy a vivir el resto de mi vida así. No voy a ser como él. —Sacó un anillo de su bolsillo, sosteniéndolo a la luz. Parecía estar hecho de hierro, y la corona del anillo estaba estampada con un puño apretado.
Por un momento fugaz, un extraño halo azul de luz pareció irradiar del metal. Pero desapareció de inmediato, y lo descarté como un truco de la luz.
—Todos los Nefilim tienen una fuerza mayor, lo que nos hace físicamente más poderosos que los humanos, pero cuando uso este anillo, lleva esa fuerza a un nivel completamente diferente —dijo Scott solemne—. La Mano Negra me dio el anillo después de que intentó reclutarme para su ejército. No sé qué clase de maldición o encantamiento tiene, o si siquiera es una de esas. Pero hay algo. Cualquier persona con uno de estos anillos es casi físicamente imparable. Antes de que desaparecieras en junio, me robaste el anillo. La necesidad de tenerlo de vuelta era tan fuerte que no dormí, no comí o descansé hasta que lo encontré. Era como un drogadicto buscando la única cosa que podía servirme. Entré a la fuerza a tu casa una noche después de que fuiste secuestrada. Lo encontré en tu cuarto, dentro del estuche de tu violín.
—Chelo —fue mi corrección murmurada. Un recuerdo débil se agitó dentro de mí, una sensación de haber visto el anillo antes.
—No soy el chico más inteligente, pero sé que este anillo no es inofensivo. La Mano Negra le hizo algo. Buscaba una manera de darle a cada miembro de su ejército una ventaja. Incluso si no lo estoy usando, y sólo estoy dependiendo de mis poderes y fuerza natural, la necesidad de tener más de ambos es fuerte. La única manera de vencerla es dejar de usar mis poderes y habilidades tanto como puedo.
Intenté simpatizar con Scott, pero estaba un poco decepcionada. Necesitaba obtener un mejor entendimiento de cómo Gabe me había engañado en caso de que me encontrara cara a cara con él de nuevo. Y si Hank era realmente la Mano Negra, el líder de una milicia clandestina e inhumana, tenía que preguntarme si él estaba en mi vida por razones mucho más oscuras de las que se podían ver a simple vista. Después de todo, si él estaba tan ocupado luchando contra los ángeles caídos, ¿cómo tenía tiempo para manejar su concesionaria, ser padre, y salir con mi mamá? Quizás yo era muy sospechosa, pero considerando lo que Scott me había dicho, estaba muy segura de que estaba justificada.
Necesitaba a alguien de mi lado que pudiera ir contra Hank, si se llegaba a eso.
En este momento, la única persona que conocía era Scott. Quería que él mantuviera su integridad, pero al mismo tiempo, era la única persona que conocía que tenía una posibilidad contra Hank.
—Quizás puedas tratar de usar los poderes del anillo para hacer el bien —
sugerí suavemente después de un minuto.
Scott pasó una mano por sus cabellos, obviamente listo para cambiar de tema.
—Demasiado tarde. He tomado una decisión. No usaré el anillo. Me conecta con él.
—¿Nunca te preocupa que si no llevas el anillo puesto, eso le dará a Hank una ventaja peligrosa?
Sus ojos atraparon los míos, pero evitó contestar.
—¿Tienes hambre? Puedo pescar unas lubinas. Saben bastante bien hechas al sartén. —Sin esperar mi respuesta, él tomó la caña de pescar y descendió por las rocas que salían de la cueva.
Lo seguí, súbitamente deseando poder cambiar mis botas por zapatillas. Scott atravesaba las rocas con zancadas y saltos, mientras que yo me veía forzada a tomar un cauteloso paso tras otro.
—Está bien, por ahora no hablaremos de tus poderes —grité—, pero no he terminado. Todavía hay demasiados espacios en blanco. Volvamos a la noche en que desaparecí. ¿Tienes alguna idea de quién me secuestró?
Scott se sentó en una roca, ensartando la carnada en el anzuelo. Para cuando finalmente lo alcancé, él casi había terminado.
—Al principio pensé que tenía que haber sido Rixon —dijo—. Eso fue antes de que supiera que estaba en el infierno. Yo quería regresar y buscarte, pero no era tan simple. La Mano Negra tiene espías en todos lados. Y a juzgar por lo que pasó en la casa de diversiones, supuse que también tendría a la policía detrás.
—¿Pero?
—Pero no fue así. —Me miró de lado—. ¿No lo encuentras un poquito extraño?
La policía tenía que haber sabido que yo estaba en la casa de diversiones esa noche con Rixon y contigo. Tú les hubieras contado. Probablemente también les dijiste que me habían disparado. ¿Entonces por qué nunca vinieron por mí? ¿Por qué me dejaron ir? Es casi como... —se detuvo.
—¿Cómo qué?
—Como si alguien hubiese venido después y hubiera limpiado todo. Y no estoy hablando de evidencia física. Estoy hablando de trucos mentales. Borrar la memoria. Alguien lo suficientemente poderoso para hacer que la policía mirara en otra dirección.
—Un Nefil, quieres decir.
Un encogimiento de hombros.
—Tiene sentido, ¿verdad? Quizás la Mano Negra no quería que la policía me buscara. Quizá él quería encontrarme por sí mismo y encargarse de mí extraoficialmente. Si me encuentra, créeme, no me va a entregar a la policía para que me interroguen. Me encerrará en una de sus prisiones y me hará arrepentirme del día en que lo dejé plantado.
Así que estábamos buscando a alguien lo suficientemente fuerte como para forzar la mente o, como Scott decía, borrar recuerdos. La relación con mi propia pérdida de memoria no se me pasó por alto. ¿Podría un Nefil haberme hecho esto? Un nudo se ató en mi estómago mientras consideraba la posibilidad.
—¿Cuántos Nefilim tienen esa clase de poder? —pregunté.
—¿Quién sabe? Definitivamente la Mano Negra.
—¿Alguna vez has oído hablar de un Nefil llamado Jev? ¿O de un ángel caído, en ese caso? —añadí, cada vez más consciente de que Jev era muy probablemente uno o lo otro. No que comprenderlo me hiciera sentir consolada en lo más mínimo.
—No. Pero eso no dice mucho. Casi tan pronto como supe de los Nefilim, tuve que ocultarme. ¿Por qué?
—La otra noche conocí a un chico llamado Jev. Él sabía acerca de los Nefilim. Detuvo a los tres chicos... —me interrumpí. No había necesidad de ser imprecisa, aún cuando fuera más fácil para mi estado mental—. Él detuvo a los ángeles caídos de los que te hablé de forzar a un Nefil llamado B.J. a hacer el juramento de fidelidad. Esto va a sonar loco, pero Jev irradia un tipo de energía. La sentí como electricidad. Era mucho más fuerte que lo que los otros irradiaban.
—Probablemente un buen indicador de su poder —dijo Scott—. Enfrentarse a tres ángeles caídos habla por sí mismo.
—¿Es así de poderoso y nunca has oído de él?
—Créelo o no, yo sé lo mismo que tú sobre estas cosas.
Recordé las palabras que Jev me había dicho. Yo intenté matarte. ¿Qué significaba eso? ¿Estaba involucrado con mi secuestrado después de todo? ¿Y era lo suficientemente fuerte para borrar mi memoria? Basado en la intensidad del poder que irradiaba de él, era capaz de más que unos pocos simples trucos mentales. Mucho más.
—Sabiendo lo que sé sobre la Mano Negra, me sorprende que yo todavía sea un hombre libre —dijo Scott—. Debe odiar que lo haga ver como un tonto.
—Hablando de eso, ¿por qué desertaste del ejercito de Hank?
Scott suspiró, dejando caer sus manos pesadamente sobre sus rodillas.
—Esta es una conversación que yo no quería tener. No hay una manera fácil de decir esto, así que simplemente lo diré. La noche en que tu papá murió, se suponía que yo lo vigilara. Él estaba en camino a una reunión muy peligrosa, y la Mano Negra quería asegurarse de que estuviera seguro. La Mano Negra dijo que si yo tenía éxito, probaría que él podía contar conmigo. Me quería en su ejército, pero no era lo que yo quería.
Un escalofrío cosquilleó mi columna. Lo último que esperaba era que Scott trajera a colación a mi papá en todo esto.
—Mi papá... ¿conocía a Hank Millar?
—Yo ignoré la orden de la Mano Negra. Me imaginé que le haría una seña con el dedo y dejaría mi punto en claro. Pero todo lo que logré fue dejar que un hombre inocente muriera.
Pestañeé, las palabras de Scott cayendo en cascada sobre mí como un balde de agua helada.
—¿Dejaste que mi papá muriera? ¿Le dejaste ponerse en peligro y no hiciste nada para ayudarlo?
Scott extendió sus manos.
—No sabía que iba a ser así. Yo pensaba que la Mano Negra estaba loco. Lo creía un loco egocéntrico. Nunca entendí todo el asunto de los Nefilim. No lo supe hasta que fue demasiado tarde.
Miré directamente hacia adelante, fijando la vista en el océano. Una sensación no deseada aferraba mi pecho, apretándolo implacablemente. Mi papá. Todo este tiempo, Scott había sabido la verdad. No me la había contado hasta que se la saqué a la fuerza.
—Rixon apretó el gatillo —dijo Scott, su voz irrumpió suavemente en mis pensamientos—. Yo dejé a tu papá entrar a una trampa, pero fue Rixon quién lo ultimó.
—Rixon —repetí. En piezas amargas, todo volvía a mí. Un horrendo vistazo después del otro. Rixon llevándome a la casa de diversiones. Rixon admitiendo pragmáticamente que había matado a mi papá. Rixon apuntándome con su arma. No podía recordar lo suficiente para pintar el cuadro entero, pero las imágenes eran suficiente. Estaba enferma del estómago.
—Si Rixon no me secuestró, ¿quién fue? —pregunté.
—¿Recuerdas que dije que había pasado el verano siguiendo a la Mano Negra? A principios de agosto, él hizo un viaje al Parque Nacional White Forest. Condujo hasta una cabaña remota y se quedó allí por menos de veinte minutos. Un viaje tan largo para una visita tan corta, ¿verdad? No me atreví a acercarme lo suficiente para ver por las ventanas, pero oí una conversación suya por teléfono un par de días después, de regresó en Coldwater. Él le contó a la persona al otro lado de la línea que la chica todavía estaba en la cabaña, y que él necesitaba saber si tenía la memoria en blanco. Esas fueron sus palabras. Dijo que no había lugar para ningún error. Estoy comenzando a pensar que esa chica a la que se refería...
—Era yo —terminé por él, anonadada. Hank Millar, un inmortal. Hank Millar, la Mano Negra. Hank, mi posible secuestrador.
—Hay un tipo que probablemente pueda conseguir más respuestas —dijo Scott, tirando de su ceja—. Si alguien sabe cómo conseguir información, es él. Rastrearlo puede ponerse difícil. No sabría dónde empezar. Y dadas las circunstancias, quizás no quiera ayudarnos, especialmente porque la última vez que lo vi, él casi me rompe la mandíbula porque intenté besarte.
Me sobresalté.
—¿Besarme? ¿Qué? ¿Quién es ese tipo?
Scott frunció el ceño.
—Cierto. Supongo que tampoco lo recuerdas. Patch, tu ex.