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74.2% SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 210: Capítulo 210.- Un tiempo infernal IV

Capítulo 210: Capítulo 210.- Un tiempo infernal IV

Cuando, en desgracia con la fortuna y a los ojos de los hombres —las palabras del soneto acudieron de nuevo a su mente—, deploro, solitario, mi triste suerte. ¿En desgracia?, se preguntó para sus adentros, reflexionando sobre la idea antes de descartarla. Bueno, es posible que estuviera en desgracia a los ojos de Elizabeth, pero estar en desgracia a los ojos de ella, o de cualquier persona, no significaba que hubiera caído en desgracia realmente. Después de todo, en el mundo había una infinita cantidad de hombres que eran los mayores idiotas y su opinión no contaba. Sin embargo… Darcy se detuvo al pensar en lo que le había dicho su ayuda de cámara y miró a Fletcher. Sin embargo, la acusación de Elizabeth le pesaba en la conciencia. Si se hubiera comportado de modo más caballeroso. Caer en desgracia con alguien importante; más aún, con la mujer con quien uno había pensado compartir la vida; ya fuera justo o no, esa desgracia era ciertamente un terrible golpe.

Inmediatamente después de admitirlo, Darcy entendió cabalmente el significado del siguiente verso. Mi triste suerte… ¡Sí! Así era como se sentía: como un paria, privado de cualquier posibilidad de felicidad o dicha, rechazado por la buena suerte. Con el deseo de ser semejante al más rico en esperanzas. En ese momento no había nada que le interesara; ninguna cosa le ofrecía en el futuro la esperanza de que aquella situación fuera a cambiar. Cerró los ojos para contener el rugido silencioso que comenzaba a surgir en su pecho y recorría inexorablemente todo su cuerpo. «Esperanzas», esa palabra tan magnífica y plena, tan sonora y significativa, se burló de él. ¿De dónde podría sacar esperanzas? Para aliviar su decepción, su primo sólo tenía que esperar a cruzarse con otra cara bonita. Pero para Darcy, la idea de aventurarse en la vida social para encontrar a alguien que pudiera reemplazar a Elizabeth en su corazón era demasiado abrumadora. Él no podía hacer eso, no. Elizabeth era irremplazable. Darcy lo había descubierto con claridad durante su estancia en el castillo de Norwycke. ¿Más rico en esperanzas? Se mofó de sí mismo. Ya no tenía ninguna.

—¿La toalla, señor? —Fletcher había terminado de afeitarlo.

Darcy asintió, pero detuvo a su ayuda de cámara tan pronto como se volvió, pues la curiosidad que habían despertado en él las palabras de Fletcher superó la reserva que le dictaba el buen juicio. En este punto, cualquier cosa serviría.

—¿Entonces? ¿Qué quiso decir con eso, Fletcher?

—Entonces y se me ocurre felizmente, señor. —Fletcher evitó con cuidado la mirada de Darcy, concentrándose en reorganizar los útiles de afeitar sobre la bandeja—. La palabra «entonces» le da un giro al soneto. Antes todo es desesperanza; luego, justamente en medio de las palabras de reproche que el poeta se dirige a sí mismo, aparece de repente la palabra «entonces», que sugiere que todavía puede haber esperanza, que no todo está perdido.

—Hummm —resopló Darcy con disgusto—. Una última esperanza contra toda esperanza: la solución romántica del poeta ante lo que todos los demás vemos como la inexorable nuda veritas de la vida.

—Tendría usted razón es eso, señor —replicó Fletcher—, si no siguiera la expresión se me ocurre felizmente.

—¿Se me ocurre felizmente? ¿Por casualidad? —preguntó Darcy, arrugando el entrecejo.

—Sí, señor, «por un feliz golpe de suerte», si seguimos con la metáfora del poeta —apostilló Fletcher—. La esperanza renace sólo con un pensamiento; pero ese pensamiento es capaz de sacar al poeta de su desgracia y llevarlo a la dicha. Se me ocurre pensar felizmente en ti y luego los lamentos inútiles se convierten en himnos a las puertas del cielo. —Fletcher bajó la voz hasta terminar casi en un susurro.

—Todo eso con un pensamiento —interrumpió Darcy, con evidente descontento y escepticismo.

—No, señor, no con un pensamiento. Con un pensamiento sugerido por un feliz golpe de suerte. ¿Ya quiere la toalla, señor? —Fletcher señaló con la cabeza la toalla humeante, cuya tonificante fragancia estaba comenzando a llegar a la nariz de Darcy. Después de hacer un gesto de asentimiento, el caballero se volvió a recostar en la silla y cerró los ojos, esperando la agradable aplicación de la toalla. Pero ésta cayó de repente sobre su rostro, hirviendo y sin ninguna ceremonia, al tiempo que su ayuda de cámara exclamaba aterrado:

—¡Señorita Darcy!

Con un único y rápido movimiento, el caballero se quitó la toalla de encima y se incorporó.

—¡Georgiana! —Su hermana nunca había entrado en su habitación sin ser invitada. Darcy ni siquiera podía recordar cuándo había sido su última visita; y ciertamente nunca había visto los muros de la habitación antes de que él estuviese vestido apropiadamente.

—T-te ruego que me disculpes, Fitzwilliam —tartamudeó, al ver la mirada de incredulidad de su hermano. Aunque era evidente que estaba nerviosa, le devolvió la mirada sin titubear, distrayéndose solo un momento para observar a Fletcher, que se había quedado junto a la silla de afeitado, con la boca abierta por la sorpresa.

—¿Sucede… sucede algo? —Darcy sentía que la cabeza no le funcionaba correctamente.

—El desayuno —fue la única respuesta de Georgiana. La revelación del propósito que la había impulsado a aparecer en la habitación de su hermano no era menos sorprendente que su misma presencia. Darcy sabía que a ella le causaría una gran desilusión la idea de no desayunar con él. Pero era evidente que había recibido la noticia con algo más que decepción y había decidido enfrentarse valientemente al león en su cueva. Darcy se pasó una mano por las mejillas recién afeitadas, mientras observaba la digna figura de su hermana y la ternura de sus ojos. De repente, ante él apareció la imagen de su madre. Entonces que así sea, pensó para sus adentros y suspiró. ¿Cómo podía negarse ante una imagen tan reveladora de la mujer en que se estaba convirtiendo su hermana?

—Estaré encantado de acompañarte, tan pronto como me vista —accedió—. Diles a los criados que me pongan un cubierto.

—Preferiría desayunar contigo aquí, por favor… en tu habitación. —Era evidente que Georgiana estaba aprovechando la ventaja que le había dado la sorpresa. La voz le había temblado un poco, pero al final había sonado firme. Sin embargo, no había terminado—. Ya he dado instrucciones para nos suban el desayuno a los dos.

—¿Ah, sí? —Darcy miró a su hermana bajo una nueva luz. Se estaba convirtiendo en algo más que lo que había sido. ¿Acaso era aquello una evidencia más de la influencia de Dy, o una prueba de su afirmación de que Georgiana ya no era una niña? Si quería descubrirlo, tendría que someterse a las disposiciones de su hermana. Así que inclinó la cabeza para indicar que acataba sus deseos—. Entonces tendré el placer de acompañarte antes, tan pronto como esté vestido.

La sonrisa de Georgiana fue espléndida.

—Gracias, Fitzwilliam. —Su hermana hizo una reverencia y, después de lanzarle otra mirada de curiosidad a Fletcher, que había seguido con perplejidad toda la conversación, salió del vestidor y cerró la puerta tras ella. Durante un minuto, Darcy y Fletcher no se movieron ni hablaron, absortos en la contemplación de la puerta cerrada.

Finalmente, Darcy carraspeó.

—Bueno, parece que ya tenemos nuestras órdenes, Fletcher.


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