"Primer recuerdo del Experimento Rojo 09"
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Jadeé.
La presión placentera y dolorosa quemó mi cuerpo, ya no podía estirar más mis brazos ni mucho menos apretar las sabanas de la cama más de lo que mis dedos habían hecho, y si seguía apretando mi mandíbula para soportar, el hueso se me rompería.
Mis músculos se estremecieron y se estiraron, mi cuerpo se removió retorcido por esos pinchazos de placer, meneando mis caderas hacía su cavidad sin poder evitarlo.
Sentí ahogarme, así que traté de tragar la saliva que se me acumulaba en la boca, e intenté respirar por ella pero otra contracción que estiró mi interior, me retuvo el aliento. Me hizo gemir, apretar el mentón, morder mi lengua hasta hacerme sangrar.
Odiaba gemir así... Pero no podía evitarlo, se sentía bien.
Y estaba llegando al final.
Mi examinadora estaba saboreándome, aunque no podía verla por la venda en mis ojos, sentía su boca, su lengua, el interior de su cueva bucal apretar mi miembro y succionarlo. Y tiró de mi miembro con una última succión de su lengua para apretarme los dientes y hacerme gruñir sintiendo todo mi cuerpo convulsionarse y caer rendido con mi liberación en su boca, esa boca que, cuando me arranqué la venda de los ojos vi como terminaba escupiendo todo el líquido que salió de mi cuerpo, en el cesto de basura.
En tanto ella lo hacía, yo traté de sostener mi peso contra la cama mientras me reponía del dolor, mientras mi cuerpo se llenaba de una nueva energía, relajado, recuperado.
—Esto es asqueroso—se quejó ella, y volvió a escupir arrugando su respingona nariz—. Cada vez sabe peor, debe ser por tu etapa de crecimiento interna.
Se limpió su picudo mentón—ese en el que también había caído un poco de mi liberación—, y estiró una mueca con esos labios maquillados de labial rojo que habían manchado varias partes de la piel de mis piernas.
Retiró en un fugaz movimiento un número de mechones rubio de su cabello que estorbaba su rostro y se levantó con la misma mueca de asco. Empezó a alisarse su larga bata blanca y holgada de examinadora que siempre llevaba puesta, le cubría casi todo su cuerpo, abotonada desde cuello hasta la mitad de sus pantorrillas, solo dejando ver unos pantaloncillos oscuros y un par de calzados rojos que ella llamaba tacones.
Desde hace un tiempo comencé a tener mucha curiosidad por saber que era todo lo que se ocultaba debajo de esa enorme bata, no podía imaginarme su figura, no sabía si mi examinadora tenía mi mismo cuerpo o era diferente su cuerpo al mío, ¿era plano? ¿Tenía ombligo? Lo único que sabía era que no tenía un órgano sexual igual al mío, porque ella era una hembra, una mujer. Nunca vi un cuerpo de una mujer y esa bata no me respondía mis dudas, quería saberlo. Sin embargo no podía preguntárselo, una vez lo hice y ella se molestó.
Me dijo que no era el momento para saberlo sino hasta que me emparejaran.
Una mirada marrón se levantó del suelo y me observó con disgusto, examinó mi cuerpo enteró pero sobre todo la sudoración de mi rostro, para comenzar a negar con movimientos mínimos de su cabeza.
—Esta vez tardaste en liberarte, ¿es que no te excite lo suficiente 09? — me preguntó, tomó su tabla de la que colgaba una pequeña libreta en la que anotaba mi número de liberaciones—. ¿No vas a responder, 09?
—No lo sé—respondí, bajando la tela de mi bata para que cubriera el resto de mis piernas manchadas de labial. La verdad no lo sabía, no sabía porque últimamente me costaba llegar al final de mi liberación, tal vez era porque tenía mucha tensión acumulada.
Después de todo, nosotros los experimentos del área roja, éramos más complicados que el resto, el resto tenía entrenamientos para que su tensión se acumulara, el entrenamiento que nos daban a nosotros no nos servía, retrasaba un poco la tensión, pero si dejábamos de entrenar rápidamente volvía a acumularse el dolor en nuestro pecho y en nuestra cabeza.
Ese era un dolor terrible, se sentía como si algo quisiera atravesarte los huesos. No lo soportaba, sentir ese dolor me lastimaba más de lo que mi examinadora imaginaba.
—Pues deberías saberlo — severo antes de suspirar y lanzar la libreta a la mesa cuadrada, produciendo un sonido agudo—. No es trabajo fácil para mí averiguar si lo quieres en mi boca o en mi mano.
Observé su rostro, esa media mueca torcida en sus labios, ¿cómo podía ayudar? Intimar con ella me hacía sentir mejor, restauraba mi temperatura, me ayudaba a sentir mucho menos dolor, pero no sabía por qué había tardado tanto esta vez si mi miembro había respondió como lo hizo otras muchas veces.
Tal vez se me acumulaba más tensión con eso de que estoy en la última etapa de mi crecimiento.
— Si no me ayudas a descifrar lo que quiere tu cuerpo en cada liberación—mencionó, tomando todo su rubio cabello que le llegaba sobre sus hombros para atarlo en una coleta—, no podré ayudarte.
—Yo quería en la boca, te lo dije—aclaré, y ella negó rotando sus ojos color chocolate.
—Pues tu cuerpo parece tener expectativas más grandes—Dijo. Sus manos se colocaron a cada lado de su cadera, con eso bastaba para que la bata marcara un poco la forma de su cuerpo debajo de la bata—, creo que lo querías en otra parte de mí, tal vez dentro de otro lugar, ¿eh?
Ladeé la cabeza. No entendí eso, ¿a qué otra parte se refería? ¿Se podía intimar de otra forma con mi examinadora? Vio mi gesto confuso y con la ceja arqueada y volvió a negar.
—Como sea—chistó, sacando del bolsillo grande de su pantalón ese aparato electrónico, y lo encendía. Siempre llevaba con ella el artefacto plano y delgado, al igual que el resto de los examinadores—. Necesito que te quites la bata, te haré la pulsación para llevarte a la ducha.
Pulsación. No asentí ni negué, solo bajé de la cama y alcé la bata, quitándomela enseguida y dejándola en el suelo para luego, recostarme sobre la cama. Era lo que siempre hacía cuando ella pronunciaba esa palabra. La sentí acercarse a zancadas con el artefacto electrónico entre sus manos y esa pluma sin punta.
Estaba acostumbrado a esto de revisiones internas y externas, desde que tengo memoria revisaban cada aspecto de mi cuerpo, cada cambio por minúsculo que fuera lo anotaba, decían que los cambios eran buenos o malos, si eran mayormente malos me erradicaban, si eran mayormente buenos y llegaba a la última etapa de evolución me enviarían a uno de los bunker y me emparejarían: dejarían entonces de hacerme revisiones y utilizar mi sangre. Eso escuché de un examinador durante un entrenamiento de temperaturas.
No conocía un bunker, no tenía ni idea de cómo era o lo que tenía dentro pero estaba seguro que era un buen lugar, después de todo si entrabas ahí no volverían a revisarte, no más intimación con tu examinador, no más sacar sangre, huesos y órganos.
¿La tensión también se terminaba? Pero si esos cambios eran tanto malos como buenos, me mantendrían más tiempo en la incubadora para madurar, y después, me volverían a sacar para ponerme en revisión.
Nadie quería ser revisado.
Mi examinadora dijo que estaba pasando a la última etapa, así que estaba ansioso de pasarla, de evolucionar, de ser libre. Aunque debo admitir que esta etapa era la más difícil de pasar, dolía mucho, las revisiones eran numerosas y no había descanso para nada, nuestra tensión en esta etapa crecía el triple que en el periodo mancebo, por lo que los entrenamientos donde ejercitábamos para bajar nuestra tensión no nos funcionaban. Eso solo ocurría con nosotros los experimentos rojos, porque los verdes y los blancos que estaban en la misma sala que yo, seguían haciendo esos mismos entrenamientos.
Así que odiaba como loco esta etapa.
Recuerdo, por extraño que suene, todavía la primera vez que salí de mi incubadora, esa vez me mantuvieron en una cama de hospital por mucho tiempo hasta que mis extremidades como las piernas crecieron más y me enseñaron a caminar: esa era el primer periodo que pasé como experimento, el periodo neonatal.
Y fue, la más extraña de mi nacimiento.
Tengo memoria de todo lo que me hicieron e incluso de todas esas cosas que no tuve en mi cuerpo y que ahora tengo, como por ejemplo, yo no tenía el quinto dedo de los pies y manos, mucho menos tenía un ombligo o las areolas tan pronunciadas en mi pecho, y mi órgano sexual nunca funcionó hasta principios del periodo mancebo, donde también mi tensión comenzó a dar inicios, aunque como mencioné, se bajaba por medio de ejercicios y juegos que nos ponían a hacer dentro de la sala con los demás experimentos. Y a diferencia de los experimentos verdes y naranjas, mi cuerpo no expulsaba en las primeras dos etapas, todo lo reutilizaba para acelerar mi crecimiento, así que durante ese tiempo nunca fui a un baño.
—09...
Su voz nombrándome me sacó de mis pensamientos, me concentré en ella, en su mirada impaciente que había esperado que la mía se depositara sobre ella. Hasta ese momento me di cuenta de que había los dedos de su otra mano habían estado tocando mi tórax, repasando mi piel. Las yemas de sus dedos estaban tibios, era un tacto suave, pero nada más.
—Pon atención en lo que haré, si sientes dolor no dudes en decirme, ¿entendido?
Asentí de inmediato, relajando mi cabeza sobre la almohada y mirando sus orbes marrones como revisaban mi pecho, lentamente estudiándome, paseando sus dedos de un lado a otro y haciendo presión sobre mis muslos.
— ¿Te duele cuando hago esto? —Volvió a presión sobre mi pecho izquierdo. Negué enseguida y sus cejas rubias y delgadas se fruncían de diferente forma. Guío sus dedos a mi abdomen donde volvió a presionar—. ¿Y esto?
—No—expulse las palabras, esas áreas habían dejado de dolerme hace bastante tiempo. Bajó sus dedos, a los costados, y presionó. Yo negué, palpó mi vientre y seguido de él mis piernas, poniendo atención a mi rostro como si esperara que hiciera algún gesto de dolor.
No presionaba como un toque normal pero tampoco era brusco, sin embargo con esas palpitaciones dos etapas atrás me habrían hecho llorar de dolor. Nuestros cuerpos en la etapa infante no estaban maduros, cualquier caía o golpe era un dolor insoportable para nosotros, nuestros músculos todos los días estaban adoloridos y solo cuando llegamos a la etapa adolescente ese dolor dejó varias áreas de nuestros cuerpos. Solo algunas siguieron doliendo, yo recordaba que mi vientre dolía, pero esta vez cuando ella tocó y pulso, no ardió, mucho menos la parte de mis pantorrillas que se me acalambraba mucho.
Así que era un sufrimiento cuando en las revisiones de las primeras etapas, tenían que abrirnos el abdomen para sacarnos órganos que nuestro propio cuerpo creaba por equivocación...
— ¿No sientes dolor ni un poquito? —preguntó, esta vez parecía sorprendida, hizo una presión más profunda con sus dedos, y el musculo de mi pantorrilla tembló.
Sí, sentía algo ahí, aun. Pero era mucho menor el dolor de lo que recordaba.
—Siento un leve calambre, pero la siento apenas, no es como antes—sinceré, ella volvió a presionar, percatándose de la contraída que hacía mi pierna. Apartó sus dedos de mi cuerpo y tomó su aparato electrónico que había dejado en un espacio de mi cama, empezó a apuntar algo en él.
Yo esperaba que fuera bueno, quería pasar esta última etapa para ser libre de ellos.
—Tus músculos y huesos están madurando —comentó, apartando la mirada de la pantalla para depositarla en una sola parte de mí, mi miembro—. Si te dolieran los huesos o músculos se explicaría la dificultad para liberar tu tensión, sin embargo ese no fue el caso..
Sus últimas palabras no me agradaron, no me gustaron, eso era malo, ¿verdad? Significaba que algo no estaba bien conmigo y que seguramente me enviarían tarde o temprano a madurar a mi incubadora.
No quería regresar a ese oscuro lugar, viendo detrás de los cristales.
— ¿Tengo algo mal? —me atreví a preguntar, viendo como enseguida creaba una mueca en sus labios antes de mordérselos.
—Tu sensibilidad se fortalece—pronunció mirando mi entrepierna y mis muslos manchados de su labial con una mirada que no podía reconocer, no la conocí antes —, y hay cambios atractivos en tu rostro, si sigues madurando sin necesidad de ser incubado tanto interno como físicamente, pasaras a la etapa adulta más rápido de lo que canta un gallo. No tienes nada malo por ahora, pero si vuelves a tardarte en liberar un par de veces más... tendrás algo malo.
(...)
Su agarré en mi muñeca se apretó, tiró más de mí haciéndome apresurar mis pasos fuera de mi cuarto. Mi examinadora me llevaría a las duchas después de terminar con el resto de las revisiones, quería quitarme las manchas de mis muslos y las que dejó en mi pecho después de intimar conmigo por segunda vez.
Observé su figura al caminar, como se marcaba la parte baja de su cuerpo cada que daba un paso hacia adelante, y la manera en su otra mano meneaba el balde que sostenía, ese balde cuyo interior tenía shampoo y otros objetos de limpieza que nosotros necesitábamos.
Nos dijeron que la piel de nuestro cuerpo era muy frágil, se manchaba por todo y gran parte de las manchas eran difícil de limpiarlas, por eso no nos dejaban usar ropa de otro color que no fuera nuestra bata blanca.
A veces, cuando tallaban mucho la mancha en nuestra piel para limpiarla, nuestra piel se rasgaba, sangraba o se hería, pero enseguida sanábamos. Era lo que más me gustaba de mí, sanar rápidamente, aunque gracias a eso había muchas otras cosas que sucedían y me disgustaban.
Mientras llegábamos a las duchas que estaban del otro lado de la enorme sala de entrenamiento, no pude evitar mirar alrededor. Había pocos experimentos enfermeros fuera de su cuarto, haciendo entrenamiento sobre las caminadoras que se encontraban en contra esquina del salón, para bajar su tensión, los observé, observé sus espaldas y como trotaban sobre la banda rodadura, me pregunté por cuanto tiempo estaban ahí ya que a algunos de ellos se les pegaba la bata a la espalda, el sudor era visible, dibujando una mancha sobre ellos.
Desde aquí podía ver lo mucho que se veían fatigados, agotados de tanto correr, sabía que no estaban sobre las caminadoras porque ellos quisieran, no les gustaba pero sus examinadores los obligaban a permanecer horas en ellas, y si no obedecían su orden, se les daba un castigo. Era algo inevitable, según ellos.
Aquí nadie quería castigos. Lo peor que podía sucedernos a nosotros era eso, ser castigados, nos castigaban casi siempre aunque a veces parecía que les gustaba castigarnos... vernos sufrir.
No me gustaba eso.
No me gustaba que fuéramos los únicos a los que se nos dieran órdenes.
No me gustaba que castigaran a los míos, pero si interfería, también me castigarían a mí y yo no quería ser castigado.
—Las duchas están cerradas por esta noche, Erika.
— Debes estar bromeando —Mi mano fue soltada bruscamente por la suya después de su quejido, entorné la mirada hacía ella encontrando su gesto frustrado y molesto que se dirigía hacía un oficial a mitad del umbral de las duchas de experimentos machos—. Tengo que bañar a mi experimento ya, Marcus. ¿Por qué en estos momentos se les ocurre limpiar?
—Todas las coladeras están tapadas y hay una fuga de agua, tenemos que arreglarlo, pero si quieres esperarte serán unas...— el hombre de bigote oscuro y cejas muy pobladas, hizo una pausa—, ¿cinco horas?
— ¿Te estas burlando de mí? —exclamó ella con amargura, sacudiendo su cabeza, permitiendo que sus mechones de cabello también lo hicieran —. No puedo esperar tanto, no tengo el tiempo.
—No es la única ducha en reposo—explicó él acomodando sus manos en los bolsillos de su pantalón—, pero la de la sala 3 y 10 están abiertas todavía, limpias y ocupadas también.
— Bien, por su maldita culpa voy a llegar tarde— escupió y enseguida, volvió a tomarme pero del brazo, para girarme y empujarme a caminar—. Vamos, muévete, 09, no tenemos tiempo
Sus pasos se movieron velozmente, sus brazos no dejaron de empujarme aun cuando yo mismo caminaba más rápido que ella. Odiaba cuando me empujaba así delante de la mirada de otros examinadores o de mis compañeros, mis puños se apretaban reteniendo la intensión de empujarla para que dejara de hacerlo.
Pero no podía hacerlo, temía hacerlo, empujarla y todavía lastimarme, si tan solo lo hacía me haría sufrir por romper una de nuestras reglas.
Miré las puertas cristalinas, esas a la que nos aproximábamos y que desde que tengo memoria había estado preguntándome que se encontraría del otro lado. Una vez, cuando mi examinadora hablaba con uno de sus compañeros, yo me aproximé sin permiso al primer cristal con la intensión de descubrir algo nuevo. Lo único que miré había sido un pasillo blanco — muy blanco—, y al final de este, algo verde que cubría el siguiente suelo me llamó mucho la atención.
Quería salir, siempre quise salir y ver de qué era el suelo verde... Recuerdo que apoyé las manos sobre el cristal, y volteé para ver si mi examinadora se había dado cuenta de que no estaba en mi cuarto, iba a salir, tenía toda la intención de salir sobre todo porque no estaba el guardia de seguridad, pero cuando me acerqué a la puerta ella me gritó.
Gritó tan fuerte que su voz se escuchó por toda la sala, y cuando llegó a mí tiro de mi brazo como si quisiera arrancármelo, me arrastró devuelta a mi cuarto y me lanzó a la cama, en ese momento yo entraba a la etapa adolescente.
Pestañeé, sintiéndome desconcertado al salir de mis pensamientos y darme cuenta de que íbamos en dirección a las puertas. ¿Íbamos a salir de mi sala? Miré a mi examinadora en busca de una respuesta, sintiendo la ansiedad mezclarse en mi sangre.
Quise preguntarle.
Volvió a empujarme, casi haciéndome tropezar. Miré a las puertas cristalizadas, contando los pasos que hacían falta para llegar a ellas. Eran menos de 10, eso quería decir que me sacaría, ¿verdad? Le lancé una última mirada al perfil de mi examinadora antes de comenzar a contar y saber que, faltando dos pasos esas dos enormes puertas cristalizadas se corrieron a diferentes lados, dejando una amplia apertura hacía un pasillo blanco— ese que todavía recordaba con claridad.
Me detuve en seco, y mi examinadora se dio cuenta de ello.
—Iremos al terreno de los infantes, sala 3—explicó, tomándome del brazo y apretándome. Dejé de ver ese pasillo para observar su mirada advirtiéndome—. No te quedes mirando a los examinadores, mucho menos a los infantes en las duchas, ¿entendido?
—Sí—exhalé, sintiéndome extraño cuando ella asintió y me guio al pasillo en un leve empujón.
Respiré hondo, viendo las blancas paredes y las iluminaciones del corto pasillo que, tras varios pasos nos dejó frete a una escalera de cinco peldaños. Mis ojos se abrieron en grande cuando sentí esa emoción al ver que al final del último peldaño el suelo era todo verde, y tenía una extraña forma muy diente al suelo que ahora estaba pisando. ¿Qué era eso? No era porcelana. Además, todo ese suelo verde se estiraba hacía un gran número de bancas vacías que formaban casi un circulo.
— ¿Por qué te paras? —se quejó otra vez ella, antes de empujarme nuevamente—. Camina, no tengo mucho tiempo.
Los peldaños los bajé enseguida y cuando mis pies tocaron la estructura verde y rasposa, mi cuerpo amenazó con dejar de caminar, solo hasta que ella tiró de mi brazo bruscamente y volvió a indicarme que caminara.
—Es césped ficticio, si te lo preguntabas—la oí explicar, pero no le puse total atención seguía mirando el suelo verde sintiendo la incomodidad en la planta de mis pies. Era extraño—, se siente picudo y da cosquillas, pero es solo para asimilar la plaza como un parque del exterior.
Un parque, ¿y qué era un parque? Revisé a los lados, sintiéndome perdido por un instante al ver tantas cortas escaleras que llevaban a tantos pasillos, ¿qué era todo esto? Ni siquiera pude preguntarme más o seguir viendo más cuando ese empujón me hizo subir los peldaños siguientes que me llevaron a otro pasadizo corto.
Era nuevo para mí. Era tan nuevo que ni siquiera pude procesarlo cuando fui detenido frente a dos enormes puertas cristalizadas que mostraban todo lo que del otro lado de hallaba. Miré todo cuanto pude ver y con mucha más claridad cuando las puertas se corrieron.
Quedé anonadado por lo que vi, era una sala idéntica a nosotros, con las mismas entradas por las que nosotros salíamos de nuestras incubadoras, y los mismos cuartos acomodados en una zona de ésta cuyo centro se hallaba el laberinto de paredes que recordé haber jugado cuando estaba en el periodo infantil hace muchos años, pero había una diferencia...
Las personas no eran las mismas que en mi sala, mucho menos esos experimentos en miniatura que tras el pitido que emanó de las puertas de cristal con nuestra entrada, sacaron sus cabezas de entre los umbrales de sus cuartos para echar una mirada en mi dirección.
Hundí el entrecejo cuando reparé la mirada en uno de ellos: el que se hallaba más cerca de mí que el resto ya que se encontraba en el primer cuarto. Ese infante había levantado la cortina, dejándome ver todo su cuerpo cubierto por una gran bata que le llegaba hasta por encima de sus pies. Pero eso no fue lo que me intrigo, su cabeza, sobre todo, había algo muy extraño en su rostro y no eran esos ojos de escleróticas blancas e iris casi del mismo color, sino sus orejas, esas que le hacían falta.
Supongo que todavía no le maduraban, seguramente él era sordo.
—Las duchas están de este lado, 09, vamos—me señaló a una enorme entrada en la pared, una entrada redondeada a la que, después de dar una segunda mirada alrededor y sobre todo a los infantes que me observaban, me encaminé.
Nos adentramos a ese oscuro pasadizo en el que rápidamente pude interceptar el sonido suave del agua y algunas voces que retumbaban y a las que encontré dueño rápidamente cuando llegamos al final de un salón levemente oscuro.
Me sentí perdido cuando vi esos cuerpos en miniatura desnudos, siendo tallados por diferentes examinadores envueltos en una bata blanca.
—No te pares—escupió mi examinadora entre dientes—, vamos.
Y tiró de mí otra vez, guiándome alrededor de eso enorme tubo que poseía montones de grifos de los que salía agua para remojar cuerpos infantiles. Miré y revisé cuanto pude, la mayoría de los examinadores eran hembras, la mayoría con el cabello marrón, otro poco con el cabello rizado y negro.
En ese momento, mientras seguí mirando, mi examinadora me ordenó quitarme la bata, lo hice enseguida, quedando nuevamente desnudo ante esos ojos marrones que me miraron de pies a cabeza.
—Dios, ya no utilizaré labiales contigo, pareces una obra de arte arruinada—chistó, arrancándome la bata de las manos para dejarla en la banca, y tomando el balde con el tallador y shampoó me empujó otra vez, para acercarnos a las duchas. La mayoría parecía estar ocupadas, había tantos infantes que era seguro que no hubiera campo...
O eso creí hasta que mi examinadora nos acercó a otra examinadora cuyo cabello marrón se hallaba atado a un chongo muy mal hecho. Ella se encontraba arrodillado, frente a un desnudo cuerpo de infante al que le tallaba sus coloridos pies con pleno cuidado, dándonos la espalda.
— Disculpa mujer.
La mano de mi examinadora tocó bruscamente su hombro y enseguida, ambos levantaron la mirada en dirección a nosotros: el infante de ojos verdes, y la examinadora de ojos...
Azules.
Esos ojos tan azules y brillosos que miraron primeramente a mi examinadora y luego a mí, pero cuando me miró a mí, e incluso repasó mi desnudo cuerpo, me apartó la mirada al instante con una reacción de sorpresa, y volvió a ver a mi examinadora.
Fue extraño, pero yo no quise que me apartara la mirada.
— ¿S-sí? —tartamudeó, su voz... Su dulce y nerviosa voz me erizó la piel, creo que me estremecí. No, en realidad si me estremecí.
— ¿Nadie ocupa esta? —Mi examinadora señaló al grifo del que salía agua y cuyo lugar estaba vació. Y ella, esos orbes azules miraron ese mismo grifo, sus cejas marrones y delgadas se fruncieron al igual que esos carnosos labios húmedos.
No pude evitar lamerme mis labios, sintiéndome extraño y... exaltado. Sobre todo cuando hallé esa pequeña mancha café debajo de su labio inferior, deseé quitársela...
Con mi boca.
—No, pero...—hizo una pausa, entornando la mirada solo a mis pies y dejándome apreciar más de su blanco rostro, ese rostro ovalado de mentón redondeado y ligeramente picudo que tembló otra vez a causa de que esos ojos volvieron a repasar todo mi cuerpo, y tan solo la vi hacerlo, mi órgano cardíaco se aceleró.
Era preciosa.
— ¿Q-q-q-que...?—Ella tragó con dificultad—. ¿Qué haca un experimento adulto aquí?
Contraje la mirada de golpe cuando sentí esa mano golpeando mi trasero, haciendo que los músculos de mi cuerpo saltaran un poco e incluso haciendo que aquella mirada azul pestañara con desconcierto.
—Todavía no es completamente adulto—aclaró mi examinadora, quien me había dado una nalgada—, pero está pasando casi a la ultima etada y las duchas no sirven, espero que eso no les moleste.
Ella negó, algunos pequeños mechones ondulados de su cabello se le pegaron a la frente.
Quise quitárselo.
No... Quise tocar su frente, tocar su rostro.
Tocarla a ella.
Toda ella.
—No, no, para nada—repitió, lo que no creí ver fue esos labios estirarse hacia arriba en una sonrisa abierta que mostró toda su elegancia y sinceridad.
El aire se me escapó de los pulmones, ¿por qué estaba sintiéndome ahogado?
—Si ocupan jabón o alguna otra cosa, puedo prestarles.
—Que linda, gracias—Las manos de mi examinadora valieron sobre mí para acomodarme debajo del grifo junto a esa examinadora que ya no tenía la mirada puesta sobre nosotros, sino sobre los pies de ese infante que ahora no dejaba de verme—. Bien, lo haremos rápido...
Después de darle una corta mirada a todo ese chongo que aunque fuera mal hecho le daba un aspecto tan precioso, miré a mi examinadora colocando el balde en el suelo y abriendo el grifo con brutalidad, haciendo que toda el agua cayera no solo sobre mi cuerpo, sino sobre la examinadora a nuestro lado que lanzó un chillido.
—Oh demonios, lo siento —se disculpó mi examinadora, pero por el contrario yo estaba agradecido porque esos orbes azules volvieron sobre mí, produciendo inquietantes estragos en mi cuerpo que antes no había sentido cuando con lentitud, dejó caer sus ojos sobre mi pecho mojado, y más abajo, pero sin llega a mi entrepierna.
Estaba viendo las manchas de labial que mi examinadora me dejo, en forma de besos.
Y retiró la mirada, sacudiendo su cabeza, aunque no supe por qué hizo ese movimiento, solo me quedé observado esas mejillas sonrosadas que pude captar antes de que ella volviera la mirada a su experimento. Apreté la mandíbula cuando sentí el tallador rozarse contra la piel de mi abdomen, rozando una y otra vez bruscamente para limpiar las manchas rojas.
La miré solo un instante para luego, volver a buscar el perfil de la examinadora junto a mí, estaba a tan solo centímetros de que su hombro me tocara la rodilla.
La escuché susurrar algo, no a mi examinadora sino a ella, susurrarle algo a su experimento que lo hizo reír, y esa risa se engrosó cuando ella volvió a decirle algo que no entendí, y él comenzó a negar sin disminuir la amplia sonrisa. Eso no me gustó, quiero decir, a mí nunca me hicieron reír así...
— Tratas muy bien a tu experimento, puedo verlo. ¿Eres nueva? —la pregunta de mi examinadora hacía esa mujer, me agradó—. Estoy segura que antes no te había visto en esta sala.
Ella no volteó esta vez a vernos... a verme, permaneció contemplando los pies aún azules de su experimento, ¿con qué se había manchado? No creo que esos fueran besos, no, en la etapa infante a los experimentos no se les permite conocer los besos. Así que de ninguna manera esas machas azules eran besos.
—Apenas cumpliré un año aquí—mi oído se estremeció cuando escuchó otra vez su voz—, dentro de cuatro meses.
— ¿En serio? —la voz de mi examinadora chilló con sorpresa, talló ahora la mancha cerca de mi ombligo, depositando más fuerza—. ¿Empezaste como examinadora?
—No, como nutricionista—respondió ella, seguí contemplándola, no podía ver ni un centímetro de su perfil por la forma en que encorvaba su cuerpo y su rostro—, ¿tú eres solo examinadora?
—Sí, empecé como una, este no es mi primer experimento pero es con el que más he durado... y se volvió rutinario y aburrido—refutó quejosa—. ¿Puedo preguntarte algo? —Dejé de sentir, enseguida, los tallones en mi piel cuando esa mano apartó el tallador, mi examinadora se incorporó de un jadeo, viendo a la castaña que no tardó en volar sus orbes azules a ella... solamente.
Me había pasado por alto.
— ¿Sí?
— ¿De qué se mancharon sus pies? —señaló al experimento infante que igual nos ponía atención, mirando sobre todo a mi examinadora con una ligera mueca.
—Le enseñaba a pintar con temperas—respondió, mordiéndose después su labio inferior, ese al que le coloqué plena atención y no pude dejar de ver—, solo que...— hizo una pequeña pausa, meneando su cabeza con una sonrisa tímida que estremeció de nuevo mi cuerpo. Giró a ver de reojo a su experimento, y él no tardó en soltar una risa corta—, algo nos salió mal.
— ¿Le enseñas pintura? —inquirió mi examinadora.
Ella asintió con exageración, me pregunté que era la pintura. Habían tantas cosas que a mí no me habían enseñado, y a ese infante sí...
—Yo no le he enseñado ni a pintar el libro de dibujos que le traje hace más de un año—bufó—. Parece que te interesa mucho tu experimento.
Volvió a asentir, y sentí una punzada en mi pecho, una punzada me apretó los dientes y me hizo clavar la mirada a ese infante de ojos verdes. Le di una rápida mirada a su cuerpo delgaducho y todas sus extremidades, repasando su figura y todo ese cabello oscuro embarrado a los lados de su rostro pequeño, al final, encontré esa mano suya, colocada sobre el hombro de su examinadora, eso hizo que me desconcertara.
¿Podía tocarla? Mi examinadora no dejaba que la tocara.
—Es un niño bueno y muy bien portado, le enseñó a pintar y hacer manualidades con las manos, es muy talentoso—contestó, sonriente, nuevamente esos orbes azules temblaron y vi cómo me miraban un instante antes de colocarse en mi examinadora con nerviosismo—, ¿estuviste con él desde su infancia?
—No, no, no dejan que un experimento tenga siempre la misma examinadora en cada periodo, ¿sabes? Sería algo enfermizo—puntualizó, colocando otra vez el tallador en otra mancha de labial, sobre la piel de mi vientre.
Comenzó a tallar ahí con fuerza, casi encima de mi miembro, y eso me retuvo el aliento y me hizo quejar, quise empujarla y estaba a punto de hacerlo dejando mis brazos a medio movimiento, algo que aquellos orbes azules miraron de forma asustadiza. No me gustó que me hiciera esto delante de ella.
Y esa mano me soltó de golpe tras una risa que me disgustó, volviendo a tallar mi abdomen con fuerza, sin detenerse a saber si estaba tallando las zonas manchadas de labial.
—Tengo una pregunta —empezó ella, sin desvanecer la sonrisa—. ¿Si te rencuentras con su experimento cuando crezca, no te darán ganas de intimar con él? Parece que será muy apuesto de grande —La pregunta hasta a mí me sorprendió, ¿por qué la hizo?
En par en par ella abrió sus ojos, antes de tragar y contestarle con una negación de su cabeza en movimientos leves.
—No, no, no podría verlo de esa manera.
Erika asintió apretando sus labios mientras se arrodillaba y me tallaba ahora los muslos, con la misma fuerza que antes.
— ¿Y si no fuera él, sino otro experimento, te darían ganas de intimar? —soltó rápidamente la pregunta, y cuando esos labios carnosos y rosados se abrieron para contestarle, ella volvió a preguntar —. ¿No te darían ganas de intimar con mi experimento?—Esbozó la pregunta, y fue inevitable sentirme otra vez ahogado, ansioso, perdido... Nervioso.
Intimar.
Intimar con ella... Esas palabra son dejaron de repetirse en mi cabeza.
Mi corazón latió tan rápido cuando esos ojos abiertos en grande se clavaron sobre mi rostro, ese bonito rostro blanco se enrojeció, y ese hecho me hundir el entrecejo, porque antes no había visto un rostro cambiar de color.
—N-no, no, no, claro que no— su respuesta hizo que algo se apretara en mi pecho, pero aun así no fue tan fuerte porque mirar su precioso rostro enrojecido me tenía alucinado. Quería saber por qué tenía el rostro de ese color, y a pesar de eso, seguía siendo preciosa.
— ¿Segura?
Ese par de cejas oscurecidas se fruncieron con extrañes, y esa nueva sonrisa de nerviosismo pintó su rostro de rojo.
— ¿Por qué me lo preguntas?
—Veraz—exhaló un largo suspiró antes de tomarme del brazo y girarme en posición a la examinadora de orbes azules, cuyos ojos temblorosos estuvieron a punto de parar en mí —, estoy buscando a alguien atractiva que me ayude a cuidar a mi experimento, debido a un problemita con mi salud repentinamente puede que falte al trabajo. Y tú, realmente eres atractiva y puedo notar que mi experimento no te quita el ojo de encima.