Los ojos de Li Sicheng estaban inyectados en sangre. Después de colgar, de pronto no sabía qué hacer. A pesar de conocerlo desde hacía muchos años, Ou Ming nunca lo había visto así y estaba muy sorprendido. Enseguida lo agarró del brazo y gritó:
—¡Li Sicheng, cálmate!
A Li Sicheng le temblaban ligeramente las manos. Aunque él no se dio cuenta, Ou Ming lo notó. Le sujetó las manos y, mucho más calmado de lo que estaba él, le pidió:
—¡Mírame!
Apretándole la mano con fuerza, Li Sicheng miró hacia arriba y dijo:
—Ou Ming, tengo que irme. No le digas al abuelo ni a nadie lo que ha pasado. Volveré enseguida con mi esposa.
Luego, Li Sicheng corrió veloz hacia el ascensor. Su mente estaba por completo en blanco. Solo podía pensar en el tiempo que tenía: quince minutos...
Su Qianci empezó a gritar fuerte de repente, lo que asustó a todos los que tenía alrededor. Los hombres que estaban vigilándola se acercaron y le cubrieron la boca.