Aero saltó sobre la cama sacudiendo la cola y Cati lo levantó en sus brazos.
—¿No eres lo más hermoso? —dijo acariciando su cabeza—. Desearía ser un gato.
Jugó con el gato, que mordía suavemente sus dedos, haciéndola reír. Aero era, sin dudas, el gato negro más hermoso que había visto.
—Quieres mucho al gato.
Al escuchar la voz, Cati saltó de la impresión. Un día le daría un infarto.
—¡Malfo! —exclamó—. ¿No dijiste que irías de viaje?
—Sí—respondió.
El gato inclinó su cabeza, pareciendo observar al fantasma, a diferencia de los otros de la mansión.
—Pero la ciudad fue convertida en un terreno baldío. Tendré que buscar por todas partes. Este siempre está contigo —añadió señalando al gato—. Parece que su maestro le ordenó vigilarte cuando no está.
Sus palabras hicieron que Cati se ruborizara.
—¿Qué? No, a Aero le gusta la compañía —justificó acariciando su cabeza una vez más antes de soltarlo.