—Celeste, cariño, despierta. Ya estamos por llegar. Mira, ya se puede ver el mar desde aquí.
Con esas palabras, acompañadas de un suave toque de mi madre en mi pierna, logré despertarme tras un agotador viaje de cinco horas que habíamos iniciado a las tres de la madrugada.
—¿Ya llegamos?… —Pregunté medio dormida.
—Sí, mira, ¡ahí está el mar! —respondió con entusiasmo mi madre.
—Deberías llamar a tu madre y decirle que ya estamos por llegar —agrego mi padre—. Espero que tenga el desayuno listo, me muero de hambre…
—Lo único que haces es pensar en comida —le reprochó mi madre.
—Ja, ja, ja, es que mi suegra es buena cocinera.
—Lo sé.
Mientras mis padres conversaban, aproveché el momento para estirar mi cuerpo mientras fijaba la mirada en la que sería mi nuevo hogar: un maravilloso y pequeño pueblo situado a las orillas del mar, dónde mi madre había nacido y había pasado su infancia. Ahora nos mudábamos para cuidar a mis abuelos que ya estaban demasiado mayores como para vivir solos, y, aunque los quiero mucho, al enterarme, no pude evitar preguntar:
"¿Y por qué no vienen ellos a vivir con nosotros?"
Esta pregunta se la hice a mi madre una semana antes de realizar este viaje, recuerdo claramente lo que pasó aquel día:
"¿Y por qué no vienen ellos a vivir con nosotros?"
"Porque tus abuelos no pueden hacer un viaje tan largo, además... no van a querer dejar su pueblo natal."
"¡Pero mis amigos están aquí, junto con todo lo que me gusta hacer!"
"Puedes comunicarte con ellos, y además podrás hacer nuevos amigos en el pueblo y encontrar nuevas cosas por hacer."
"Lo dudo, no creo que haya algo más interesante en ese pueblo que lo que hay aquí."
"¿Ir a pescar?"
"¿En serio? ¿Yo? ¿Ir a pescar?"
"Algo encontrarás que te guste, hasta puede que encuentres un novio."
"De nuevo, ¿en serio? "
Mientras encontraba una forma de convencer a mi mamá de cambiar de opinión, mi padre bajaba del segundo piso con unas cajas.
"Amor, ya terminé de empacar las cosas que me pediste."
"Papá, ¿tú no dirás nada?"
"¿Sobre qué?"
"Sobre mudarnos. Podríamos traer a los abuelos y cuidarlos desde aquí. Suena genial, ¿no crees?"
"Ja, ja, ja, te sería más fácil hacer que los cerdos vuelen que mover a tu abuelo de su casa."
"¿Tanto así?"
"Créeme, tu abuelo es un hueso duro de roer", respondió él, abrazándome con fuerza antes de continuar. "Mira, sé que es difícil, es un cambio drástico, lo admito, pero lo hacemos por ellos y por mamá. Necesitamos cuidarlos y estar ahí por si algo pasa."
¿Cómo rebatir? Me resultaba imposible, así que respiré hondo y acepté mi destino.
Y, una semana más tarde, aquí estábamos, en Azuha el pueblo donde mi madre creció. Ya había venido a visitar a mis abuelos en incontables ocasiones. Sin embargo, la ciudad había cambiado mucho desde la última vez, unos cinco años atrás. Incluso la casa de mis abuelos era diferente, ahora tenía dos pisos en lugar de la planta baja de siempre, por nuestra llegada, me imagino, y contaba también con un pequeño jardín en el exterior que supuse tenía que ser cosa de mi abuela.
Mientras aparcamos el carro, mi abuela y mi abuelo salieron rápidamente a recibirnos con una enorme sonrisa. Mi madre fue la primera en saludarlos.
—Hola, mamá, ¿cómo estás? —preguntó mi madre.
—Todo bien mi amor —contestó la abuela, abrazándola—, esperándolos. ¿Qué tal el viaje?
—Cansador, nos levantamos temprano para venir lo más pronto posible.
—Te dije que no era necesario, pero no me hiciste caso —la reprendió con cariño.
—Su hija es tan terca como su esposo —comentó mi padre, acercándose a ellos—, quería llegar lo más temprano posible.
—Oye, escuché eso —sonrió mi abuelo—, ¿a quién llamas terco? Te recuerdo que aún no tienes mi afecto.
—¿Alguna vez lo tuve?
—No con esos comentarios.
—Ja, ja, ja.
¿Han notado lo bien que se siente saludar a tus abuelos? Nos aman tanto como nuestros padres, pero de ellos no recibimos regaños, solo dinero y mucha comida. Mi abuela, en especial, suele abrazarme hasta más no poder; aquel día no fue una excepción.
—Ahí está mi nieta —exclamó al verme—. Ven aquí y dale un gran abrazo a esta anciana.
Y aquí vino el abrazo…
—Hola abuela, ¿cómo estás?
—Pues... Ahora que estás aquí me encuentro de maravilla —me contestó, evidentemente se veía feliz de tenernos allí.
—Yo también.
—Gracias por venir, me imagino que fue duro dejar a tus amigos.
—No te preocupes, abuela, siempre puedo hablar con ellos desde mis redes sociales.
—Ese tema ya está resuelto, acabamos de contratar todas esas cosas del Internet solo para ti —agregó entonces mi abuelo mientras me brindó un gran abrazo—.
—Gracias abuelo.
—Todo para mi bella nieta.
Mientras bajábamos las últimas cajas del carro, mi abuelo, se dispuso a ayudarnos. Cuando trasladaba las cajas no pude evitar observar cómo las personas a nuestro alrededor nos observaban y platicaban entre sí.
Supuse que los vecinos eran muy... "curiosos", pero tenía la impresión que era algo más que eso.
Cuando por fin terminamos de bajar las cajas y de acomodarnos en nuestros nuevos cuartos, nos detuvimos para desayunar. Mi padre se moría de hambre, igual que yo, pero yo sabía disimularlo mejor que él. Por suerte mi abuela es una gran cocinera, me gusta lo rico que quedan sus platillos. Mi mamá y mi abuela solían trabajar en un restaurante por lo que a ambas se les da muy bien la cocina, a diferencia de mí y de mi papá.
—Estuvo realmente delicioso —exclamó mi padre al acabarse el desayuno y luego de limpiarse la boca— ¡No hay nada mejor que tener el estómago lleno!
—Tú solo piensas en comida —comentó mi abuelo—. Aún recuerdo cuando venías a hacer la visita y te quedabas hasta la cena…
—Cenar en la casa de una gran cocinera no es algo que se disfrute todos los días.
Todos reímos mientras mi madre le reprochaba a mi padre sus verdaderos motivos para ir a hacer las visitas. Una vez terminamos el desayuno, mi madre, siempre preocupada por mí, le pregunto a mi abuelo:
—Papá, ¿fuiste a matricular a Celeste al instituto? No se te olvidó, ¿verdad?
—Claro que no, tenía pensado hacerlo hoy —respondió él con total seguridad.
—¿Hasta ahorita? Las matrículas terminan hoy —le recordó mi abuela.
—Lo sé, pero el instituto está cerca, no me tomará ni treinta minutos.
—Aun así, deberías haberlo hecho antes—le riñó mi madre.
—No se preocupen —interrumpió mi padre—, podemos ir ahorita, en el carro iremos mucho más rápido.
—Tú tienes que ir a comprar las cosas que hacen falta para la casa con mi padre —dijo mamá
—Yo puedo ir al instituto —comenté, mientras me levantaba de la mesa.
—¿Estás segura mi amor? —me preguntó mi madre.
—Sí, quería salir a caminar a conocer la zona, y puedo aprovechar el paseo.
—¿Pero, no te vas a perder? —preguntó mi abuela, preocupada—. La ciudad ha cambiado mucho desde la última vez que nos visitaste.
—No hay problema, ya instalé la aplicación turística del pueblo, hay un mapa actualizado de la zona, será pan comido dar con el instituto.
—¿Hay una aplicación sobre este lugar? —preguntó, desconcertado mi padre.
—Ya te lo había mencionado —le respondió mi madre, que estaba orgullosa del avance tecnológico que habían logrado en su pueblo natal—. La hicieron para promocionar las zonas turísticas y restaurantes de la zona. Incluso hay una sección de noticias. También puedes dejar tus comentarios de los lugares que visitaste y dejar puntuaciones.
Le enseñé la app a mi padre, que trabaja como programador y conoce mucho sobre este tipo de cosas, él la observó con interés un rato y finalmente dijo:
—Está muy completo, y la interfaz también es muy buena.
—¡Para que veas!, aunque seamos un pueblo pequeño, nos hemos estado actualizando —dijo mi abuelo, igual de contento que mi mamá.
—Bueno —interrumpí la conversación—, me voy al instituto.
—Está bien, mi amor, recuerda solo tienes que presentarte con tu identificación, ya los papeles se los hemos enviado por correo electrónico.
—Ya sé, mamá, no es la primera vez que lo hago.
—Ve con cuidado —dijo, con calidez, mi abuela.
—Lo haré —la tranquilicé.
Mientras salía, escuché como mi familia se ponía de acuerdo para desempacar las cajas que restaban, yo por mi parte me moría de las ganas de caminar y ver lo que me esperaba en mi nuevo hogar.
Aunque para serles franca, nunca hubiese imaginado que tras ese paseo mi vida cambiaria de una forma tan drástica… nunca olvidare el día que lo conocí.