—No puedo seguir corriendo. Si continuo así, el poder divino Escarlata en mi cuerpo se agotará por completo. Una vez que mi poder divino se agote, definitivamente moriré. Ni siquiera podré luchar.
Ji Ning se detuvo de repente, luego se volteó para mirar hacia los cuatro gigantes que estaban notablemente molestos debido a la larga persecución. Los gigantes llevaban esos bastones de piedra mientras avanzaban dando grandes zancadas.
—Finalmente dejó de correr.
—El poder divino del humano ya debió agotarse.
—Si fuera una competencia. Podríamos correr por varios días más sin problema.
Los nueve gigantes querían devorar a ese humano frente a ellos.
Ning estaba de pie allí, calmado, empuñando una espada en cada mano.
Frente a esa situación de vida o muerte, el espíritu de Ning estaba inexplicablemente tranquilo y apacible. En ese momento había dejado su mente en blanco, y lo único que quedaba en su corazón era la batalla frente a él.