La siguiente vez que Anya vio a Bárbara, la santa estaba sanando a un sirviente anciano.
Estaban en una fortaleza oculta en el norte que pertenecía a la Familia Bane. Había algunas potencias allí que brindaban sirvientes y esclavos a su amo, Fagus Bane, y ese anciano era obviamente uno de esos sirvientes. Su espalda estaba encorvada por todo el trabajo al que había sido sometido y su ropa estaba hecha jirones.
Un hedor asqueroso que provenía de él casi hizo que Anya frunciera el ceño y escapara. Ella podía jurar que incluso las aguas residuales olían mejor que él, y además de eso, el anciano tenía unas laceraciones repugnantes llenas de pus en sus manos que casi la hicieron vomitar.