Innumerables bestias amatista galoparon hacia adelante, e incluso las montañas donde pasaban galopando comenzaron a temblar y a agitarse. Innumerables bramidos sonaron, haciendo eco como un trueno.
La voz más alta, sin embargo, era un claro grito que llenaba el cielo: —¡¡¡Niños, rápido, atrápenlos, rápido!!!
El grupo de Linley no pudo evitar girar la cabeza. Todos sabían que era la voz de la bestia amatista juvenil.
Linley corrió tan rápido como un rayo, corriendo hacia adelante como un meteoro a medida que se escurría a través del paisaje vacío de las Montañas Amatista, en ocasiones saltando desde acantilados, en ocasiones utilizando sus garras y pies draconianos para derrapar rápidamente las montañas. Debido a la poderosa gravedad de las Montañas Amatista, no había manera de que uno pudiese volar.
—¡¡¡Rápido, rápido!!!
Mientras corría hacia adelante, él gritaba frenéticamente a través de su sentido divino.