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Comí demasiado pollo para el almuerzo, ni siquiera cené. El aroma de las alitas fritas de la Hermana Huan llenaba toda la casa; solo sentándome en la terraza de mi habitación en el piso de arriba podía escapar del olor.
Sang Qi tampoco cenó en casa; tenía obligaciones sociales, de esas inevitables.
En realidad, no estaba dormida cuando él regresó, pero fingí dormir, con los ojos cerrados y en silencio.
Él fue a ducharse y cambiarse de ropa, y después de un rato, se acostó a mi lado.
A propósito hice un ruido de respiración alto para señalar que estaba dormida.
Él apagó la luz, y justo cuando estaba a punto de darme la vuelta para dormir, escuché su voz detrás de mi cabeza:
—Sé que no estás dormida.
Atrapada, no tuve más remedio que abrir los ojos y mirarlo:
—¿Cómo lo sabes? —le dije.
—Cuando realmente duermes, tu respiración no es tan pesada —respondió él.
—¿Cómo sabes cómo es mi respiración cuando estoy dormida? —pregunté.