—¿Xinxin? —Shen Yi dijo su nombre de nuevo. Pero como no le respondió, arqueó una ceja, y se quedó observando a su esposa que quedó sentada en el viejo columpio—. ¿No quieres entrar? —le preguntó, preocupado de que no le gustara su sorpresa.
Lu Xinyi desvió la mirada, como si estuviera avergonzada de algo. Se quedó quieta, negándose a mirar a los ojos a su esposo.
—No me puedo bajar... —susurró ella.
—¿Qué dijiste? —preguntó él que se acercó, sin entender lo que dijo.
—¡Dije que no me puedo bajar! ¡Estoy atascada! —gritó ella, agitando las piernas en el aire e intentando tocar el suelo con sus pies, solo para fracasar.
Por un instantes se sumieron en silencio, con él mirándola boquiabierto mientras ella deseaba nunca haberse sentado en el columpio en primer lugar. Por lo visto, su trasero había entrado en el espacio al centro de la llanta y quedó atascada.