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32.69% Life and Death #3: Después del amanecer / Chapter 17: LA CARRERA

Kapitel 17: LA CARRERA

—¿Pero por qué quieren matar a Beau? —bufó Edward con voz apagada.

Entonces salieron otros dos Cullen, que no habían oído la primera parte de la conversación y tomaron aquella pregunta formulada sin inflexión de voz alguna como una afirmación. Un momento antes estaban junto a Edward, y un segundo después exhibieron los colmillos y se abalanzaron sobre los lobos.

Luego, a menor velocidad, pero aun así con pasos rápidos, salió Beau de la casa. Su cara reflejaba la misma frustración que en los otros presentes, Julie supuso que estaba tan afligido, y no estaba tan alejada de la verdad. El chico se sentía responsable por lo que su familia estaba por pasar.

—¿Julie? —Dijo Beau colocándose a un lado de Edward—. ¿Qué está pasando?

—¡Elli, Roy, ellos no, los otros! La manada viene hacia aquí.

Eleanor y Royal retrocedieron. Pero Royal seguía vigilando con la mirada a los lobos mientras Beau se volvía hacia Edward.

—Pero ¿cuál es su problema? —inquirió Beau.

—Al parecer no se tomaron bien lo que te está pasando —repuso Edward con voz sibilante—, además han planteado otra forma de manejarlo. Hay que reunirnos adentro y llamen a Jasper para que él y Alice vuelvan aquí ahora mismo.

Julie aulló con frustración. El clan estaba disperso.

—No están lejos —aseguró Edward con la misma voz lánguida de antes.

«Voy a echar un vistazo», anunció Seth. «Correré por el perímetro este».

—¿Vas a exponerte a algún peligro, Seth? —quiso saber Edward.

Seth y Julie intercambiaron una mirada.

«No lo creo», pensaron ambos al unísono. Luego, Julie agregó: «Quizá debería ir yo también, sólo por si acaso. Y cuando vuelva espero que me cuenten bien por qué están condenados a morir».

«Es menos probable que me desafíen si voy solo», observó Seth. «A sus ojos, soy un simple puberto».

«Y a los míos también, niñito».

«Voy para allá. Necesitarás ponerte al corriente con los Cullen».

Seth giró en redondo y se perdió en la oscuridad con la rapidez de una bala. Julie no pensaba ordenarle que merodeara por el entorno, así que le dejó marchar.

Los demás se quedaron frente a Julie en la oscura pradera. Eleanor murmuraba algo por el móvil mientras que Royal vigilaba la zona del bosque por la cual se había desvanecido Seth. Carine apareció en la entrada junto a Earnest que no la soltaba de la mano.

—No es ésta la primera vez que contraigo una deuda de gratitud contigo, Julie —susurró Edward—. Jamás te habría pedido algo semejante.

«Sí, sí lo habrías hecho».

—Edward tiene razón, Jules —dijo Beau sonriéndole a Julie.

Edward se pensó un rato las palabras de Julie y luego asintió.

—Supongo que tienes razón.

—¿De qué? —preguntó Beau.

—Nada importante —respondió Edward.

Julie suspiró pesadamente.

«Bueno, tampoco ésta es la primera vez que hago algo por Beau».

—Cierto —murmuró Edward.

«Dime por qué están en peligro», dijo Julie.

—Los Vulturis…

«Oh».

Julie recordó el motivo por el cual la manada se tuvo que retirar del claro aquel día que detuvieron a los neófitos. Un grupo de capas negras iría a arreglar unos asuntos con los Cullen que, bueno… no resultó bien.

—Sí, oh… lo mismo que ve tu manada lo ven ellos.

La voz y los ojos se le quedaron vacíos cuando, tras un suspiro, contestó:

—No hay manera de convencerlos.

Julie no quería asumir esas palabras, y por eso se alegró tanto de la intervención de Beau:

—¿Te importaría cambiar de forma, Julie? Quiero enterarme de lo que pasa.

Julie sacudió su cabeza lupina al tiempo que Edward le contestaba por ella.

—Necesita seguir como lobo para mantener el contacto con Seth.

—Bueno, en tal caso, ¿tendrías la amabilidad de decirme qué está pasando con la manada?

—La manada… ha llegado a la conclusión de que te has convertido en un problema. Los quileutes prevén un peligro potencial por parte de… lo que eres —Edward se explicó con frases entrecortadas y desprovistas de emoción—. Se consideran obligados a eliminar ese peligro. Julie y Seth se han separado de la manada para avisarnos de que los demás planean lanzar un ataque esta misma noche.

—Ya veo —dijo Beau cabizbajo.

Beau se alejó de Julie entre siseos. Eleanor y Royal intercambiaron una mirada y luego recorrieron los árboles con los ojos.

«Por aquí fuera no hay nadie», informó Seth. «Todo está en calma por el lado este. Quizás anden por ahí. Voy a dar otra vuelta».

Una hora y media pasó bajo sus ojos, nadie se había movido de su lugar, como si estuvieran esperando noticias nuevas de alguien o algo.

—Alice y Jasper no responden mis llamadas —anunció Eleanor—. Además, llamé a…

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Edward, que no tuvo necesidad de que Eleanor respondiera en voz alta, pero sin embargo, ella lo hizo.

—Alice nos dejó muy claro que comenzáramos a buscar a nuestros aliados —dijo sin despegarle un ojo a Beau—. Royal y yo nos iremos a México con Pamphile.

Beau quedó confuso.

—¿Quién es Pamphile?

Royal fue quien le respondió al ver que Edward y Eleanor no dejaban de echarse miraditas de furia.

—Un brujo, y amigo mío.

Beau asintió al poder comprender entonces cómo se irían a México. Los brujos tenían la capacidad de crear portales a cualquier parte del mundo, incluso había algunos que habían logrado ir más allá del planeta azul. Lo había comprobado con Tiberius, el brujo personal de los Vulturis, y él no era el único, había una más, una chica.

—Deberíamos adoptar una posición defensiva —sugirió Royal.

Edward asintió.

—Vayamos dentro.

«Recorreré el perímetro junto a Seth. Si estoy demasiado lejos para que me leas la mente, presta atención a mi aullido».

—Así lo haré.

Los vampiros se replegaron al interior del edificio sin dejar de lanzar miradas a todas partes.

Julie se dio la vuelta y echó a correr hacia el oeste antes de que estuvieran dentro.

«Sigo sin encontrar nada», le dijo Seth.

«Yo me hago cargo de la mitad del perímetro. Movámonos deprisa para no darles la oportunidad de que se cuelen entre nosotros a escondidas».

Seth salió por patas en un repentino sprint.

Estuvieron corriendo en silencio y los minutos transcurrieron sin novedad. Julie permaneció atenta a cuanto él oía a fin de verificar una correcta interpretación de los sonidos.

«Eh, alguien se acerca a toda velocidad», avisó Seth al cabo de quince minutos en silencio. «Voy. Me queda cerca de camino».

«Mantén la posición, me da que no es la manada. Esto tiene otra pinta. Seth…».

Y entonces, un penetrante aullido de Seth rompió de la nada. Julie intentó empezar un sprint con las patas delanteras antes de haber afianzado las traseras. Corrió hacia el lugar donde Seth se había quedado helado al oír las pisadas de zarpas. Alguien acudía corriendo hacia ellos.

«Muy buenas noches, chicos».

Seth soltó entre dientes un gemido de sorpresa.

«¡Ay, Dios! ¡Lárgate, Leah!», gimió Seth.

Julie se detuvo al llegar junto a Seth, que ya había echado la cabeza hacia atrás, preparado para soltar otro aullido, en esta ocasión para expresar su disconformidad.

«Basta de ruido, Seth».

«Okey. Puf, puf, puf». Gimoteó un poco y dio zarpazos en el suelo, donde levantó grandes surcos.

Leah apareció al trote tras eludir los densos matorrales del sotobosque gracias a su menudo cuerpo gris.

«Ay ya, deja de lloriquear, Seth. No seas tan marica… no más de lo que ya eres».

Julie le soltó un gruñido a Leah y pegó las orejas a la cabeza. Leah retrocedió un paso de inmediato.

«¿Qué crees que estás haciendo, Leah?».

La loba resopló con mala cara.

«Me parece bastante obvio, ¿no? Me uno a esta manada de mierda, al grupo de los renegados, al de los perros guardianes de los vampiros».

Leah profirió por lo bajo una risa sarcástica.

«Ni de broma. Ya te estás largando por donde has venido antes de que te desjarrete un tendón».

«Como si pudieras alcanzarme», replicó la loba; le dedicó una ancha sonrisa a Julie. «¿Hace una carrera, oh, audaz líder?».

Julie respiró hondo hasta llenar los pulmones tanto que se le marcaron los costados hinchados. Luego, una vez que Julie estuvo segura de que no iba a ponerse a gritar, soltó todo el aire de soplo.

«Seth, ve a tranquilizar a los Cullen, diles que sólo es la tonta de tu hermana». Julie lanzó esa idea con la mayor hostilidad posible. «Yo me haré cargo de esto».

«Enseguida».

Seth estaba feliz de poderse quitar de en medio. Se desvaneció en dirección a la casa. Leah resolló y se inclinó hacia Seth con la pelambrera del lomo erizada.

«¿Le vas a dejar ir solo al encuentro de los vampiros?».

«El pobre preferiría que ellos le mordieran antes que pasar otro minuto contigo, estoy segura».

«Cierra esa puta boca, Julie. Ay, lo siento, quería decir: cierra esa boca, oh, la más poderosa de las hembras-macho Alfa lomo peludo».

«¿A qué diablos has venido?».

«¿Te crees que voy a quedarme sentada en casa mientras mi hermanito se ofrece voluntario para ser un juguete de masticar para vampiros?».

«Seth no desea ni necesita tu protección. De hecho, nadie te quiere aquí».

«Ay, ay, qué disgusto tan grande, nunca voy a olvidarlo. ¡Ja!, muero. Dime una sola persona que me quiera cerca y me iré».

«Así que, después de todo, no has venido por causa de Seth, ¿verdad?».

«Por supuesto que sí. Intentaba hacerte caer en la cuenta de que ya sé cómo es que nadie te quiera. Eso no es un incentivo, no sé si sabes a qué me refiero».

Julie rechinó los dientes e intentó mantener enhiesta la cabeza.

«¿Te ha enviado Sam?».

«No hubieran sido capaces de oírme si hubiera venido por orden de él. Ya no le debo lealtad a Sam».

Julie prestó especial atención a los pensamientos que iban entremezclados con las palabras. Debía ser capaz de ver en aquéllos si se trataba de un movimiento de distracción o una estratagema, pero no había nada de eso. Su afirmación era la pura verdad, una verdad renuente, casi desesperada.

«Entonces, ¿ahora me eres leal a mí?», Julie inquirió con profundo sarcasmo. «Sí, sí, ya, ya. Está bien».

«No es que tenga muchas alternativas. Juego con las cartas que me caen. Confía en mí, no estoy disfrutando de esto más que tú».

«¿Ha cambiado algo después de que nos fuimos?».

Leah bufó.

«La verdad nada, vendrán apenas puedan».

Julie y Leah miraron hacia el cielo, que ya estaba a nada de oscurecerse al cien por ciento. Ambas se miraron porque conocían la respuesta.

«Tenemos que ir a avisar a los Cullen».

***

La luz de la luna era visible a través de las ventanas traseras, quitándole las chispas que el sol producía en la piel de Edward. Beau no había movido los ojos de los de Edward desde que habían visto a Julie. Se habían pasado toda la tarde mirándose el uno al otro, con la vista fija en lo que ninguno de los dos podía soportar perder: al otro. El reflejo de Beau relucía en los ojos de Edward llenos de agonía conforme la noche aparecía.

Las cejas de Edward se movieron de forma infinitesimal, y después sus labios.

—Alice —dijo.

El sonido de su voz fue como el del hielo al fracturarse cuando se derrite. Todos ellos se rompieron y se ablandaron un poco también. Y se pusieron de nuevo en movimiento.

—Lleva fuera mucho tiempo —murmuró Royal, sorprendido.

—¿Dónde estará? —se preguntó Eleanor, dando un paso hacia la puerta. Earnest le puso la mano en el brazo—. No queremos molestar…

—Nunca había tardado tanto —dijo Edward. Una nueva preocupación hizo añicos la máscara en que se había convertido su rostro. Sus rasgos volvían a parecer vivos, los ojos repentinamente abiertos por un miedo añadido, un pánico extra—. Carine, ¿no crees que pueda ser algo… preventivo? ¿Habrá tenido Alice tiempo de ver si han enviado a alguien por ella?

El rostro de piel traslúcida de Sulpicia llenó la mente de Beau. Sulpicia había recorrido todos los recovecos de la mente de Alice y estaba al tanto de todo de lo que ella era capaz…

—Pamphile no ha de tardar, debemos irnos a México antes de que…

—Iremos con ustedes —dijo Beau. Esa opción ya se la había dado horas antes y Eleanor no pudo decir que no aunque quisiese. Ni siquiera Edward.

Eleanor había realizado una llamada más para cambiar un poco los planes del brujo. Ya que dos nuevos integrantes se sumaban a la expedición y a parte, Carine y Earnest habían acordado dirigirse a Londres, donde verían a unos viejos amigos.

Por lo que eran dos portales los que se abrirían esta noche.

—No es cierto —soltó Edward de repente.

—¿Qué pasa…? —Trató de formular Beau, pero en cuanto vio a la pequeña manada de Julie, lo entendió.

La manada de Sam ya no iba a tardar.

—No queremos pelear —aseguró Carine.

—Pero ellos no lo entenderán —anunció Eleanor—. Eso es obvio.

Edward miró a Eleanor.

—Eleanor, ¿cuánto más tardará en llegar el brujo?

La chica echó una rápida mirada al reloj.

—No mucho, quizá si lo alcanzamos en donde sea que est, nos ahorraremos la pelea —dijo no muy de acuerdo con sus palabras. Una parte de ella quería romperles el hocico a los lobos.

—Genial, vayámonos ya.

Eleanor comenzó a despotricar en voz tan alta que Julie se puso en pie con un rugido. En el patio, su bramido tuvo el eco de su manada. Los Cullen ya se encontraban junto a los otros tres lobos cuando unos aullidos aparecieron.

Había un par de lobos a lo lejos. Ninguno de ellos venía en su forma humana. Edward podía ver la cólera que compartían entre sí, naciendo desde los ojos de Sam. Paul tenía la misma necesidad de pelear que Eleanor. Beau se preguntó si sabían que estaban a punto de enfrentarse a antiguos miembros de su manada. Recordó vívidamente cómo todos alguna vez habían peleado en el mismo bando.

Pero nada de esto tenía que ver con sentimientos humanos. A veces ser humano dolía demasiado, ni Beau ni nadie podía permitirse sentir lástima.

Los lobos avanzaron con total rapidez hacia ellos.

—Recuerden —dijo Carine—. Evitemos los golpes y avancemos al encuentro con Pamphile.

Todos asintieron.

Eleanor fue la primera en atacar. Golpeó con sus manos una de las cabezas y al darse vuelta, Royal ya se había encargado del otro. Julie fue la siguiente en combatir, seguida de Seth y Leah, a excepción de ésta última, los otros dos se sentían un poco raros al estar peleando con su familia. Embry y Quil ni siquiera tenían ganas de formar parte de esto, pero ya que Sam era la cabeza, estaban obligados a hacerlo. Edward y Beau estaban quietos y preparados, escuchando el aullido del viento, esperando que los otros vinieran. Entonces Edward escuchó los sonidos del otro lado del bosque.

—Vámonos —le dijo a su familia—. El brujo ya está cerca.

«¡Que no escapen!», ordenó Sam.

La manada los comenzó a seguir, sin dejar que ninguno se fuera. Julie, quien no entendía que estaban haciendo los Cullen, también los siguió pero para defenderlos. Defender a Beau.

Julie tuvo que luchar para llegar a ellos. Eran más lobos de los que había pensado que enviarían, incluso los nuevos estaban ahí. A través de sus cabezas podía ver a Edward y Beau, saltando como sombras insustanciales y sus pieles brillando a la luz de la luna.

Podía ver los colmillos de los lobos también. Leah lanzó un lobo a un lado de un pino y le rompió los dientes a otro con el mismo movimiento, entonces tuvo que esquivar unas garras que casi la alcanzaron. Tuvo que usar su bendición para debilitarlos.

«No los maten», les había dejado claro Julie a Leah y a Seth.

Beau todavía era más fuerte que el resto de ellos, y usó esa fuerza para impulsarse hacia delante. Sobrepasó a Earnest en unos cuantos saltos y a Royal —quien le profirió un puñetazo a uno de los lobos al mismo tiempo que corría— en unas cuantas zancadas más. Beau aceleró a través de lo más espeso del bosque hasta que se situó justo delante de Edward y Carine.

Con vaga sorpresa Beau pensó que ese podría ser el final. Debía estar más impresionado por la idea, pero todo lo que conocía era el vacío que sentía caminando a través del instituto y aquellos hermosos, pero humanos, recuerdos con Edward, tan nulos y contados. No le importaban esos lobos. No le importaba su propia vida ahora mismo. Y entonces esa furia, esa rabia, lo controlaron tan de repente, casi perdiendo el control de sí mismo.

El rugido de un lobo sonó en sus oídos, y tras eso vino una ola de furia. Las piernas de Beau no dejaban de avanzar por las espesas colinas. Todo debería haber terminado hacía mucho tiempo, de todas formas. Apenas podía recordar alguna razón por la cual luchaba, tenía un ansia de sangre y era lo único que importaba.

En la parte trasera, uno de los licántropos de la manada de Sam, giró sus garras directamente hacia el pecho de Seth. Él ya estaba ocupado con sus garras alrededor del cuerpo de otro lobo. No tenía la oportunidad de defenderse.

Una presa fácil, pero, Earnest corrió hacia él sabiendo diferenciar entre Seth y el otro. El lobo no estaba preparado para el ataque del vampiro. Earnest, con mucho pesar, rompió una de sus patas, y cuando Embry trató de ayudarlo, Leah se lanzó contra su espalda. Paul quiso atacar a Earnest, pero Seth se subió encima de él, con garras clavadas en sus hombros, obligándolo a detenerse por un momento, Leah mordió el cuello de Paul absorbiendo toda su fuerza y así dejarlo dormido. Sam siguió avanzando, sabía que Julie, Leah y Seth habían dejado atrás a unos cuantos de su manada, pero eso no quitaba de su vista al objetivo, Beau. A quien se apresuró a alcanzar lo más rápido que pudo. Por la mente de Beau solo estaba la adrenalina producida por el momento, una ola de cólera que no se extinguiría. Y entonces Sam lo derribó, con mucha dificultad, dejándolo tirado por unos instantes, más porque Beau quisiera que por otra cosa, Edward se detuvo al instante y batalló con Sam. Los ojos del resto de la manada miraban a Beau, y el resto haciendo su parte por alejarlos de él, un último destello vacío antes de que la oscuridad consumiera todo. Parecía como si él estuviera tan vacío como las verdaderas estriges. ¿Por qué había luchado?

Entonces recordó. No podía permitirse olvidarlo.

Edward, pensó. Mi familia.

La desesperación nunca era más fuerte que al pensar en ellos. No podía traicionarlos rindiéndose.

Era Edward y su familia, los Cullen. Era Beau Cullen. Y no una estrige.

Beau se abalanzó. Luchó para estar cuerdo otra vez, empujando un lobo a través de una de las colinas. Miró a Edward.

Carine estaba parada frente a él. Movió su brazo para protegerlo de Sam pero éste la lanzó a un lado, atrapando a Edward, el vampiro sostuvo con fuerza los colmillos del lobo antes de que siguiera con su ataque. Pero entonces otra más se abalanzó hacia él.

Beau giró su cabeza, con el cabello brillando en la luz de la luna, corrió directo hacia los dientes amenazantes y las garras desenfundadas. Los tiró al suelo.

Dos más intentaron atacar al chico, pero Edward golpeó a uno, y Beau cambio de dirección y golpeó a otro. Beau aterrizó con sus pies abiertos, apreciando como ningún miembro de la manada de Sam permanecía en pie, más por las habilidades de Leah, la experiencia en combate de Julie y Eleanor y a la extraordinaria nueva fuerza de Beau, quien estaba riendo. Esta no era la risa dulce de un niño, pero el sonido exuberante que suena más fuerte que el mar o el cielo o el silencio. Sonaba como alguien joven, rebelde, jovial y un poco loco.

—¿Se encuentran bien? —preguntó Carine.

—¡Sí! —gritó con jovialidad Beau.

Tanto Julie y su manada como el resto de los Cullen estaban sorprendidos por el buen humor del chico. Nadie creía que una situación como esta ameritaba las risas de Beau.

«Debemos salir de aquí», dijo Julie dirigiéndose a Edward, «no van a tardar en despertarse».

Y entonces comenzaron de nuevo la carrera, dejándose llevar de nuevo por lo que le había pasado a Alice y solo en eso.

—¿Habrán sido capaces de sorprenderla? —inquirió Carine, su voz tan monótona como si siguiera inmóvil más que corriendo a toda velocidad, seguía pensando en lo que acababan de pasar.

—No veo cómo —respondió Edward ignorando sus nervios—, aunque Sulpicia la conoce mejor que nadie. Desde luego mejor que yo.

—¿Es una trampa? —gritó Eleanor detrás de ellos.

—Tal vez —replicó Edward—, pero por aquí no hay otro olor que el de Alice y Jasper. ¿Adónde habrán ido?

El rastro del brujo se curvaba en un amplio arco; se extendía primero al este de la casa, pero luego se dirigía hacia el norte al otro lado del río, y después de nuevo hacia el oeste durante unos cuantos kilómetros. Cruzaron el río, saltando los seis vampiros que iban a un segundo unos de otros y seguidos de los tres lobos. Beau corría el primero, totalmente concentrado.

—¿Has captado ese efluvio? —gritó Earnest hacia delante, unos cuantos momentos después de que saltaran otro río. Era el que iba más lejos, en el extremo izquierdo de su partida de caza. Hizo unos gestos señalando hacia el sudeste.

—Sigan el rastro principal… Estamos ya cerca de la frontera con los quileute —ordenó Edward de modo conciso—. Hay que mantenernos juntos.

Beau no estaba tan familiarizado con la línea del tratado como todos ellos, pero percibía el ligero olor a lobo en la brisa que soplaba desde el este. Edward y Carine disminuyeron el ritmo y Beau pudo ver cómo movían sus cabezas de lado a lado, esperando que el rastro volviera a aparecer.

Entonces el olor a lobo se hizo de pronto más fuerte, aullidos resonaron por todo el bosque, por supuesto que se trataba de la manada de Sam, y Edward alzó la cabeza bruscamente. Se detuvo de forma repentina y los demás también se quedaron inmóviles.

Un brujo apareció frente a ellos, era calvo, con una mirada penetrante. Vestía una cazadora y jeans negros; Beau supo distinguirlo perfectamente por su peculiar piel grisácea y los ojos morados, que en él lucían un poco más azules que en los demás que había visto.

Los aullidos se iban escuchando más y más, así que nadie hizo preguntas, ni siquiera Pamphile, quien cerró los ojos a la vez que extendía sus brazos y entonces a ambos lados de sus costados aparecieron dos aros de luz brillantes. Beau supuso que uno de ellos era el destino de Carine y Earnest, mientras que el otro era el de ellos, su parada a México.

—Debemos cruzar, ahora —silbó Edward.

Carine le miró mientras observaba como Eleanor y Royal cruzaban el portal.

—Nos veremos después.

Edward asintió y vio como ella y Earnest cruzaban el portal, que cerró al instante.

«¿Qué está pasando?», preguntó Julie, «¿Adónde van? ».

—A México —dijo Edward y luego miró al brujo—. Llévalos a un lugar seguro, no muy lejos de aquí. No creo que ninguno de ustedes se salve de Sam.

«Gracias por la confianza», dijo Leah.

«¿Estás loco? Iré a donde Beau vaya».

—El portal está por cerrase —anunció Pamphile.

Edward no siguió discutiendo y tomó a Beau de la mano.

—Nos vemos Julie —dijo Beau desapareciendo de pronto. El portal se selló.

Y el rugido de los lobos iba en aumento.

—Debo sacarte de aquí —dijo el brujo—, ¿tienes un sitio en especial o me dejas a mí la elección?

Julie sonrió.

«Por supuesto qué sé a dónde quiero ir».


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