En un espeso bosque al pie de una montaña, un hombre de aspecto sencillo cuyo único rasgo resaltante eran sus ojos color oro, luchaba arduamente contra una manada de criaturas antropomórficas de cuerpo esquelético, largas extremidades, mandíbulas y dientes desproporcionales al cuerpo. Lo superaban diez a uno pero sin amedrentarse, el hombre se esforzó por reunirlos a todos en un callejón sin salida compuesto por una alta pendiente rocosa. Cuando los tuvo a todos frente a sí, extendió ambas manos y un torrente de fuego de gran magnitud emanó de ellas. Las llamas envolvieron a la mayoría de aquellas salvajes criaturas, reduciendo sus cuerpos a cenizas; los que con un salto lograron evadir el ataque, huyeron tan rápido como pudieron. Las llamas desaparecieron y el hombre sopló sus palmas pues el hechizo había lastimado su piel.
Estando a salvo, regresó al sendero que lo conduciría a la cima de la montaña. Al llegar el hombre vio como al otro lado la falda de la montaña se convertía en un verdoso valle, que bajaba hacia un abismo de inmensas proporciones. Dentro de aquel insondable hoyo se alzaba una gigantesca roca con la forma de una tortuga, en cuyo caparazón se erguía un deteriorado castillo, y debajo de él, había algo muy especial que aquel hombre necesitaba con desespero.
Nuestro hombre, Orius Congrif, era un experimentado chamán que meses atrás fue herido de gravedad con una espada bañada en energía maldita, como resultado una maldición comenzó a destruir su cuerpo desde adentro. Gracias a un hechizo no sentía dolor, pero no le quedaba mucho tiempo. Su única esperanza de salvación era una mística fuente, de la cual se decía que sus aguas eran capaces de eliminar cualquier maldición.
Esa era la razón por la cual Orius buscó y buscó hasta por fin dar con una pista vaga que decía que la fuente se hallaba debajo de un castillo ubicado en el Abismo de la Tortuga, a mitad de las salvajes tierras de Fera Versus.
Si era una cruel mentira, no le interesaba. Al menos moriría sabiendo que hizo lo imposible por salvarse.
El castillo se encontraba muy lejos del borde del abismo, usar un hechizo para caminar sobre el vacío costaría tiempo y Orius no quería perder tiempo, por lo que tenía otra idea en mente; una que implicaba incluso llegar directo al salón del trono.
El chamán se puso de cuclillas y plantó en el suelo sus manos bien estiradas. Sobre el dorso de ambas manos apareció un símbolo conformado por un círculo, en su interior un rombo y otros cuatro círculos con el símbolo de los cuatro elementos en ellos. De repente, una corriente de aire ascendente rodeó a Orius, él fue levantando con lentitud sus manos del fresco suelo y cuando las puntas de sus dedos se despegaron de la tierra, la corriente de aire lo elevó muy alto en el cielo.
Antes que la gravedad cumpliera con su deber, sacó de su bolsillo una vara metálica con un botón en su centro. Al presionarlo la vara se ensanchó y se transformó en un planeador de una sola ala triangular, con ella el chamán sobrevoló el valle y pasó sobre el abismo en dirección al castillo, notando que en lo profundo del oscuro lugar moraban múltiples ojos brillantes pertenecientes a algún tipo de criatura desconocida. A pesar de estar muy alto, Orius alcanzó a escuchar los escalofriantes susurros que provenían del interior del abismo, susurros que lograron erizarle la piel por su baja y disonante frecuencia.
El planeador posicionó a su portador sobre la torre central del castillo, el símbolo Catalizador de Natura volvió a aparecer en sus manos y un torbellino de aire le ayudó a mantenerse estático. Su mano derecha abandonó la vara del parapente y fue dirigida hacia abajo. Del borde del abismo, un gran peñasco se desprendió y fue atraído hacia Orius. Con gotas de sudor en su rostro, su mano izquierda tensa por tener que cargar ella sola con su peso corporal y sintiéndose cada vez más débil por la maldición, colocó la roca bajo sus pies y la impulsó con la fuerza de su magia hacia la torre. El edificio fue destruido, el peñasco siguió de largo y traspasó el techo del castillo. Orius retrajo el parapente, canceló su magia de viento y se dejó caer, tras entrar en el castillo abrió el parapente y frenó su caída, aterrizando suavemente.
Orius se ubicó a mitad del salón entonces y brincó con fuerza. Cuando sus pies tocaron el mugroso piso de cerámica se escuchó un sonido hueco debajo de este. Haciendo uso de su magia elevó el peñasco que usó anteriormente y lo sacó del castillo a través del hueco del techo, se apartó, la dejo caer y en un parpadeo, había un agujero el suelo.
El chamán arrojó una bola de fuego dentro y luego de cinco metros, esta se deshizo al dar con el suelo. Orius se lanzó dentro del agujero también, liberando una onda expansiva de fuego al llegar al suelo. La habitación era grande y por el reflejo del fuego pudo ver una puerta al fondo. Sorpresivamente láminas de roca se alzaron y lo encarcelaron en un laberinto. Orius maldijo por lo bajo y usando el Catalizador de Natura, combinó los elementos tierra y agua y una planta apareció en su mano, esta soltó múltiples semillas a las cuales les salieron delgadas y largas patas. Se dispersaron por todo el lugar y cuando una de ellas dio con la puerta, Orius lo sintió y siguió los trazos de magia que la semilla dejó en el camino. Con una ráfaga de aire abrió la puerta y tuvo frente a sí la mística fuente.
Tras beber de sus aguas, Orius padeció un inaguantable dolor y perdió el conocimiento. Al despertar, apareció en la cima de la reconstruida torre central del castillo. Confundido y sintiéndose engañado, se puso en pie pero al apoyar una mano sobre una pared, esta terminó por desintegrarse.
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