Luego de celebrar la victoria de Bella, las tres mujeres se reunieron para decidir qué hacer a continuación. Aunque ahora gozaban de la libertad de moverse en el mundo mágico, no se sentían del todo seguras.
Recordaron que fue precisamente por andar de un lado a otro que terminaron encerradas en aquella celda. Además, aún debían quedar muchos simpatizantes de Voldemort que resentían a Bella, como se había demostrado en su juicio. Quién sabe lo que podrían intentar.
Decidieron que lo mejor sería mantener un perfil bajo hasta que las aguas se calmaran. Sin embargo, había asuntos que debían atender fuera de casa. El más importante era la reunión de Bella con su tío abuelo, Arcturus Black, quien le había dejado claro, después del juicio, que deseaba verla.
...
Bella envió una carta a Arcturus para confirmar su visita, pero la respuesta fue más de lo que esperaban.
Arcturus, gracias a sus propios medios, había logrado enterarse de la existencia de los hijos de Bella. Aunque ella no había revelado mucho durante el juicio, había quienes lo sabían o lo habían deducido. Así, Arcturus se enteró, incluso, de las extrañas circunstancias de su nacimiento, aunque no en su totalidad. En la carta, se indicaba explícitamente que los niños también debían asistir.
Una vez más, las tres mujeres debatieron qué hacer. Técnicamente, esa sería la única familia externa que les quedaba. Pan no tenía parientes cercanos vivos que conociera o vivieran cerca. Jean, por su parte, no deseaba volver a ver a su familia después de lo que había sucedido.
Los Black eran la última familia que tendrían los tres pequeños. Además, era parte de su herencia. Como madre, aunque la seguridad y el bienestar de sus hijos era lo más importante, Bella no podía evitar querer dejarles algo para su futuro, cuanto más mejor. Arcturus había mencionado este punto en su carta, y Bella, aunque ya no era la misma de antes, seguía siendo una orgullosa Black. Esperaba que sus hijos fueran tratados de acuerdo a su linaje.
Después de llegar a un acuerdo, decidieron darle una oportunidad a la familia Black. Todos sabían lo que había pasado con Jean y, conociendo la actitud que los magos de sangre pura tenían hacia los muggles, Bella incluía su propio pasado en este grupo, no descartaban que las cosas pudieran acabar de la misma manera.
Respondieron a la carta de Arcturus, dejando en claro que Bella y sus hijos solo se presentarían si todas las mujeres de la familia asistían también. Esto fue lo que Bella hizo para subrayar lo importante que era esta nueva familia para ella.
...
Bella, Jean y Pan llegaron al 12 de Grimmauld Place, el hogar ancestral de la familia Black. El encantamiento que protegía el lugar impedía que extraños entraran o que los muggles lo encontraran. Sin embargo, esas protecciones no serían ningún obstáculo para Bella: como hija de los Black, las barreras no la afectarían. Además, invitando a Pan, ella también sería bien recibida. Tomando la mano de Jean, que no podía ver la entrada debido a la magia, lograron avanzar juntas.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Bella estuvo allí, y se sentía tan nostálgica como nerviosa. Sabía que la próxima reunión podría determinar la relación futura de su familia con los Black. Antes de que pudieran tocar la puerta, esta se abrió, revelando a un viejo elfo doméstico.
Bella: "Hola, Kreacher." —Saludó, reflexionando sobre lo diferente que era ahora. En el pasado, jamás habría considerado dirigirse a un elfo doméstico. Los veía como objetos, simples pertenencias cuyo único propósito era servir a los magos lo mejor posible. Pero ahora, las cosas habían cambiado. Quizá después de pasar tanto tiempo con sus mujeres, su visión del mundo se transformó. Jean, siendo muggle, tenía una perspectiva completamente distinta a la de los magos, y Pan apreciaba cada forma de vida, tratándolas por igual. Estar con ellas la había cambiado. Bueno, no del todo. Aún creía que los elfos no tenían el mismo valor que un mago, pero había empezado a apreciar el trabajo que realizaban. Tal vez el haber vivido tanto tiempo sin ellos le recordó lo fáciles que podían hacer las cosas cuando estaban presentes.
Kreacher: "...Saludos, ama Bella." —Respondió el elfo, algo sorprendido por el saludo. No lo esperaba. Se hizo a un lado para permitirles entrar, aunque no pudo evitar lanzar una mirada de profundo desprecio a Jean, quien lo observaba con sorpresa e interés. La única razón por la que no hizo un comentario sobre la indigna muggle que osaba entrar en la casa fue porque sus amos le ordenaron recibirlas sin más.
Las tres mujeres entraron en la casa Black, con Bella al frente y las otras dos siguiéndola de cerca. Cada una cargaba a uno de sus hijos: Jean llevaba a Hermione, Pan a Luna y Bella a Riuz. Bella las guió hasta la sala principal, donde dos personas las esperaban sentadas, sin mostrar intención alguna de levantarse.
Bella: "Tío Arcturus." —Hizo una leve inclinación, saludando con respeto a su tío abuelo, actual Lord Black, para luego dirigirse a la mujer no muy lejos de él— "Tía Walburga."
Arcturus: "Bella." —Respondió simplemente con la actitud gruñona que había desarrollado con los años.
Walburga, por otro lado, soltó un resoplido y desvió la mirada. Era algo que Bella ya esperaba.
Bella: "Ellas son Jean Granger y Pandora Lovegood. Y estos son nuestros hijos: Riuz, Hermione y Luna." —Presentó a cada uno, mientras Pandora y Jean asentían débilmente, tratando de no alterar aún más el ambiente tenso que ya se sentía en la habitación. Los tres niños, por su parte, permanecían en silencio, adormilados y a punto de quedarse dormidos.
Walburga: "Escoria." —Murmuró la mujer, aunque no lo suficientemente bajo como para no ser escuchada.
Bella: "¿Perdón?" —Respondió entrecerrando los ojos, su actitud respetuosa se desvaneció, siendo reemplazada por una postura más agresiva.
Walburga: "Dije que son escoria." —Walburga se levantó de su asiento, su mirada llena de irritación se posó sobre Bella, pero su desprecio se dirigía principalmente hacia las otras dos mujeres, en especial a la muggle.
Bella: "Deberías reformular tus palabras." —Respondió con los dientes apretados. Si no estuviera cargando a su hijo, ya habría sacado su varita y apuntado a su tía.
Walburga: "No tengo que hacer nada. ¡Todas ustedes son escoria!" —Gritó, su voz aumentando en volumen— "No puedo creer que tú, la más brillante de tus hermanas, hayas caído tan bajo. Traicionaste a..." —Intentó continuar, pero se quedó callada al sentir el peso de la mirada desaprobatoria de su padre sobre ella. A pesar de seguir defendiendo los ideales de Voldemort, sabía que Arcturus despreciaba todo lo relacionado con él, y debía tener cuidado con lo que decía.
Bella: "Mis cualidades y decisiones no son algo que tú puedas juzgar." —Respondió con la mayor calma posible, intentando evitar una confrontación, aunque parecía que el conflicto era inevitable.
Walburga: "Tus padres deben estarse revolcando en sus tumbas. Nunca imaginé que la familia Black caería tan bajo. Incluso mi hijo, que es una vergüenza, tuvo la decencia de casarse con una bruja de sangre pura de la familia Bones. Pero tú... Puedo aceptar, aunque sea a regañadientes, a la chica Lovegood, pero... ¿Cómo pudiste siquiera pensar en juntarte con una puta muggle? Y para mayor insulto, la traes a la casa ancestral Black junto con su inmundicia mestiza. Deberías haberlas dejado en el pozo de mierda de donde las sacaste." —Escupió cada palabra con veneno, señalando sin pudor a las presentes.
Bella: "¡CALLA, PERRA!" —Gritó Bella, enfurecida— "¡Nadie va a insultar a mi familia, ni siquiera tú!"
La sala, que antes estaba en completo silencio, ahora resonaba con los gritos de Walburga, cuyos insultos se volvían cada vez más desagradables y estridentes. Estaba fuera de sí, indignada, y si no fuera porque se lo habían prohibido, al menos habría expulsado a Jean de su casa con violencia. Arcturus, por su parte, no hizo nada ante la actitud de su hija. Observaba en silencio, evaluando si valía la pena intervenir. Su enfoque era calculador, sin mucho amor filial, y estaba más preocupado por las implicaciones que las decisiones respecto a Bella y sus hijos podrían traer. Mientras la situación se desarrollaba, él conspiraba en silencio, analizando los pros y los contras.
Jean no lo estaba pasando bien. Aunque algunos de los insultos le resultaban incomprensibles, sabía que iban dirigidos a ella. Tener a una anciana bruja gritándole no era en absoluto agradable. Jean no era débil, pero en ese momento apenas podía contener las lágrimas. Sabía que este mundo no era el suyo, aquí cualquiera podría levantar una mano y prenderla en llamas... o eso se imaginaba. Además, Bella y Pan ya le habían advertido sobre lo que podría suceder, y Jean estaba haciendo todo lo posible por aguantar. Sabía que mantenerse firme era la única manera de colaborar en su intento de darles un mejor futuro a sus hijos.
Pan, aunque no era atacada tan directamente como Jean, tampoco se salvaba de los insultos, al menos indirectos. Sin embargo, ella era demasiado tranquila para que algo así le afectara. Walburga podría gritar diez veces más fuerte y decir cosas diez veces peores, y Pan no se inmutaría. Parecía atrapada en su propio mundo. De hecho, en varias ocasiones, Bella y Jean le habían preguntado si consumía algo debido a su comportamiento tan indiferente ante situaciones de tensión, que la hacian parecer drogada. En silencio, Pan se acercó a Jean para intentar consolarla, colocándole una mano en el hombro.
Bella, por su parte, estaba al borde de cometer un crimen, pero uno que disfrutaría. Se colocó frente a Jean, cubriéndola del ataque verbal de Walburga, quien no dejaba de repetir lo mucho que deshonraba a la familia Black. Bella sabía que las cosas podrían ponerse así, pero había subestimado la intensidad de sus emociones. Pensó que tendría el temple suficiente para soportarlo... pero se había equivocado. Cada vez que escuchaba los insultos dirigidos a su mujer, la violencia parecía la única opción lógica. Si cualquier otra persona hubiera lanzado esos improperios, o si no se hubiera preparado mentalmente para este encuentro, las cosas habrían terminado mucho antes.
Bella ya no podía soportarlo más. Estaba a punto de sacar su varita para silenciar a su tía, sin importarle las consecuencias. Incluso si eso significaba ser desterrada de la familia Black y condenar a sus hijos a perder esa herencia, no le importaba. No necesitaba una familia así. Pero las circunstancias la frenaron. Los gritos de Walburga, que habían comenzado desde el primer momento, ya habían despertado a los niños, y ellos no estaban bien. No solo les afectaba el ruido, sino también la malicia que impregnaba cada palabra de su tía abuela.
Hermione, en los brazos de Jean, era quien recibía la mayor parte de esa maldad. Walburga no tenía reparos en clavar su mirada en la pequeña niña y lanzar insultos sin compasión, sin importarle si la niña podía entenderlos o no. Hermione solo podía llorar, escondiéndose en el pecho de su madre mientras Jean intentaba consolarla y protegerla. Una situación similar se repetía con Riuz y Luna, aunque no tan intensa como con Hermione. A pesar de no entender por completo lo que sucedía, los niños se sentían atacados, y el sentir la angustia de sus madres solo empeoraba las cosas. En particular, Hermione, que estaba en contacto directo con Jean, parecía ser la más afectada.
Lo que nadie esperaba era que, tras un tiempo de sufrir el acoso de su tía abuela, Hermione dejara de llorar pasivamente. De repente, levantó la cabeza, con los ojos rojos y llenos de lágrimas, y miró directamente a la anciana con una mezcla de rabia y dolor. El llanto, que antes era de miedo e impotencia, ahora se transformaba en ira. Aunque aún no comprendía del todo la situación, Hermione sabía que esa mujer era la fuente de su malestar y, peor aún, del sufrimiento de su madre. Con sus ojos llenos de enojo, la niña extendió una pequeña mano, señalando a Walburga con todo el desprecio que podía reunir, mientras un grito de frustración y rabia escapaba de su pequeña garganta.
Arcturus, que observaba todo en silencio, notó el cambio en el ambiente cuando varios objetos del salón, pequeños y medianos, comenzaron a temblar. Apenas habían pasado unos segundos desde que Hermione, en un acto de protección hacia su madre, se enfrentó a la bruja que le gritaba, cuando de pronto varios objetos salieron volando a gran velocidad hacia su objetivo.
Todo sucedió demasiado rápido. Arcturus se levantó de su sillón y, con un rápido movimiento de varita, conjuró un escudo protector que cubrió a Walburga, repeliendo los objetos que se dirigían hacia ella. No lo habría hecho si no lo hubiera visto necesario; un candelabro, un cuadro, un marco de fotos, e incluso la cabeza embalsamada de un elfo doméstico, venían de distintas direcciones a una velocidad que, como mínimo, facilmente podrían haber roto varios huesos si llegaban a impactar. Pero eso no fue todo: esos fueron solo los primeros ataques, ya que a medida que Hermione gritaba, más y más objetos seguían lanzándose con la misma fuerza, incluso aquellos que ya habían sido repelidos.
Poco después de la primera andanada de objetos, otro niño reaccionó al ataque de su hermana. Como si comprendiera instintivamente la necesidad de proteger a los suyos, una luz rosada emanó del cuerpo de Riuz como un destello, y varios de los objetos que volaban hacia Walburga brillaron momentáneamente antes de transformarse. Los objetos, uno tras otro, comenzaron a tomar formas aterradoras: murciélagos, serpientes, matagots e insectos gigantes, criaturas retorcidas que parecían sacadas de una pesadilla. Con colmillos, garras y aguijones, estos seres atacaban con una sed de sangre imparable. Aunque fueran repelidos o dañados, volvían a la carga una y otra vez, con una insaciable sed de sangre.
Mientras tanto, Luna también reaccionó, aunque de una manera más sutil. Era la única de los tres niños que lloraba en silencio, acurrucada en el pecho de su madre. Sus sollozos eran tan tenues que, de no ser por las contracciones de su pequeño cuerpo y las lágrimas que caían de sus ojos, apenas habrían notado su angustia. Fue la última en reaccionar, pero cuando la situación se intensificó, cerró los ojos y apretó los puños con fuerza, deseando con todas sus fuerzas que todos estuvieran a salvo. En ese momento, varios muebles medianos, entre uno y dos metros de altura, comenzaron a moverse rápidamente por el suelo, como si una fuerza invisible los arrastrara hacia ella. En cuestión de segundos, un muro improvisado formó un semicírculo, protegiendo a las tres mujeres y a sus hijos. Al mismo tiempo, Riuz emitió un destello azul brillante que reforzó el muro con una especie de campo de luz.
Los adultos se alarmaron de inmediato, pues lo que estaban presenciando no era un simple arrebato mágico. Walburga, tras recuperarse del susto y ser protegida por su padre, sacó su varita para atacar a las criaturas deformes que intentaban alcanzarla. Sin embargo, a pesar de los daños que les causaba, esas abominaciones seguían arrastrándose con todas sus fuerzas hacia ella, como si su único propósito en la vida fuera destruirla.
Las tres mujeres pronto se dieron cuenta de que sus hijos eran los responsables de todo lo que estaba ocurriendo. Inmediatamente, apartaron su atención de Arcturus y Walburga para concentrarse en calmar a los pequeños. Los consolaron durante un buen tiempo, intentando apaciguar la furia mágica que había invadido la sala. Lentamente, los llantos de los niños se fueron debilitando, y con ellos, la energía que los rodeaba también comenzó a disiparse. El muro de luz desapareció, y los muebles que lo formaban se despegaron entre sí, cayendo al suelo. Los objetos que habían volado por la sala, ahora transformados en criaturas grotescas, quedaron inmóviles, pero sus formas aterradoras permanecieron. Entre ellos, un matagot de metal sólido, que antes había sido un candelabro, yacía partido por la mitad en el suelo, mientras que un murciélago formado por una cortina parecía muerto a un lado, junto a una araña hecha a partir de la cabeza embalsamada del elfo doméstico.
Arcturus movió su varita varias veces, despejando el lugar, aunque no se molestó en arreglarlo por completo; eso sería tarea de los elfos domésticos. Walburga, todavía conmocionada, miraba con sorpresa las marcas de impacto en las paredes y el suelo, dándose cuenta de lo cerca que estuvo de salir gravemente herida. Respiró hondo, inflando el pecho de nuevo, lista para gritar su indignación por el ataque, pero...
—¡CALLATE! —bramó Arcturus con tal ímpetu que su hija enmudeció, como si alguien le hubiera robado la voz. Luego, añadió con un tono mucho más frío y controlado— Siéntense. Vamos a hablar.
Con un gesto de su varita, dispuso varios asientos para las tres mujeres, tratándolas con mucho más respeto que al principio, cuando ni siquiera las había saludado.
Bella, Jean y Pan no querían quedarse más tiempo. Después de lo que acababa de ocurrir, lo único que deseaban era irse a casa y asegurarse de que sus hijos estaban bien. Sin embargo, permanecieron. Arcturus, a diferencia de Walburga, parecía ahora más dispuesto a conversar. Las mujeres se quedaron en silencio, dedicándose a consolar a los niños, que aún seguían intranquilos.
Mientras las observaba, Arcturus se frotaba la barbilla, meditando. Sus ojos se posaron en la pequeña Hermione, que entre quejidos y lágrimas seguía mirando con odio a Walburga.
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