Hace cientos de años, en un mundo diferente al que conocemos, existieron dos grandes reinos. Los habitantes de ambos reinos siempre habían estado enfrentados por la división del territorio; también por sus diferencias, en cuanto a sus costumbres y creencias.
Por un lado, el reino de Bórtur, en el que las familias nobles eran muy numerosas y tenían el favor del rey. Les era permitido abusar de los campesinos exigiéndoles mucho trabajo, pagándoles una miseria a cambio; había una gran diferencia entre clases sociales. La Casa Real cobraba grandes impuestos a todas las familias por igual, así que las familias de campesinos apenas tenían lo justo para subsistir, ya que la mayoría de sus ganancias tenían que entregarlas a la Casa Real como tributo. Existía una tradición en aquel reino que venía desde años atrás; las jóvenes pertenecientes a las familias adineradas tenían que llevar gran parte de su rostro cubierto con un velo blanco, en señal de pureza. Sólo podían quitárselo una vez habiendo contraído matrimonio. Creían en el Más allá, que era a donde iban a parar las almas de todos los muertos, y también creían que los reyes que habían gobernado en los reinos creyentes, tras su muerte, ocuparían un lugar distinguido al lado de Dios y del resto de reyes que habían gobernado en el pasado.
Por otro lado, el reino de Turion, en el que apenas existían diferencias entre clases sociales. La Casa Real se preocupaba de repartir el trabajo y ayudar a abastecer a toda la población de todo lo necesario, para que todo el mundo pudiera tener una vida digna. La Casa Real cobraba un tributo a toda la población, pero dependiendo de las ganancias que habían tenido durante el año. Creían en la existencia de un único Dios y el cielo, donde iban a parar las almas de las buenas personas tras la muerte; pero también creían en la existencia de Satanás y el Infierno, donde iban a parar las almas de las malas personas y allí expiarían sus pecados.
Un día, los reyes de Bórtur, junto a los reyes de Turion, acordaron un matrimonio concertado; el príncipe primogénito del reino de Turion y la princesa primogénita del reino de Bórtur se unirían en matrimonio una vez que el menor de ambos cumpliera los dieciocho años. Así, unificarían ambos reinos y la rivalidad de años atrás se terminaría. Esperaban que, tras ese pacto, la población de ambos reinos estuviera más unida, pero eso provocó todo lo contrario; la mayoría de las personas no estaban de acuerdo con unificar los reinos y el odio entre reinos creció provocando una gran guerra. Entonces, los reyes decidieron conservar ese pacto en secreto y esperar a que sus hijos fueran mayores. Pensaban que, quizás para entonces, sus súbditos se tomarían mejor la unificación de los reinos.
Desde entonces, la vida no era fácil por las continuas guerras y enfrentamientos entre ambos reinos. Hasta que un día, tras una terrible disputa, la reina de Turion falleció, dejando a su familia y a sus súbditos destrozados. Tras aquel lamentable incidente, los reyes decidieron firmar un tratado de paz por el bien de toda la población y para evitar más derramamiento de sangre. Ese tratado suponía el fin de las guerras, siempre y cuando ambas partes respetasen las condiciones pactadas. Una de ellas era no cruzar una gran barrera que decidieron edificar para definir los límites de cada reino. Otra de las condiciones era que cada uno de los reinos respetaría la vida de todas las personas del reino contrario; en el momento en el que muriera alguien de un reino a manos de una persona del reino enemigo, dicho tratado de paz sería anulado. Gracias a ese tratado pusieron fin a los enfrentamientos durante varios años, aunque la paz entre los dos reinos no duraría mucho. Al fin y al cabo, sólo bastaba una pequeña chispa para avivar el fuego y todo comenzaría a arder de nuevo…