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Capítulo 1

Edith era la cuarta hija del Conde Montgomery: Lord Edward Montgomery, sexto Baron Montgomery Rehenseln y tercer Baron Montgomery Johannes. Un hombre muy orgulloso de su sangre y de su historia familiar ilustre.

También tenía una madre que se llamaba Althea. Simplemente Althea, a pesar de que era la Condesa Montgomery. Edith era algo parecida a su madre cuando tenía su edad, solo que antes no lo sabía.

Ella no solía indagar en nada de su vida, no se cuestionaba las realidades ni su posición, simplemente se dedicaba a perderse en el placer que el dinero podía dar. Un lindo coche, ropa bonita, joyería de oro y plata, perfume Mouchoir de Monsieur. Buena comida y posición alta en la cadena social, muy buena educación: hablaba alemán, español, francés e italiano. Solía veranear en el antiguo castillo de Rehenseln en North Rihaln. Montaba a caballo, hacía equitación profesional y andaba en yate. Tenía demasiados lujos y suerte por la cuna tan alta en la que había nacido.

Por lo general, Edith no se cuestionaba sobre sus lujos y tampoco lo hacía por la falta de lujos de los que no fueran de la realeza. Tampoco había dado nunca muchos problemas a su padre. Ella actuaba que su padre le era indiferente, pero en el fondo, su padre la atemorizaba, lo obedecía sin pensarlo demasiado. Y es que nunca había tenido la necesidad de pensarlo.

Hubo unas pocas veces en las que había estado en contra de su padre, y en las que había hecho algo al respecto, teniendo la suficiente valentía como para enfrentarlo y a sus caprichos coléricos y dominantes.

El recuerdo de una de estas veces era, a menudo, parte de los sueños de Edith. Las imágenes se habían pegado a su mente como una brea asquerosa y caliente. Y solían perseguirla, salían a correrla por los pasillos más intrincados de su mente. De día o de noche.

—¿¡¡¡Quién demonios es?!!!?

—¿¡¡¡Quién?!!!

—Maldita zorra, no te hagas la desentendida. Eres una maldita puta asquerosa.

—¡¡Te dije que me dejes de llamar así!!

—¡¡¡Es lo que eres!!! —gritaba su padre a su madre.

—¡¡¡Basta!!! Los niños están durmiendo...

—¿Qué me importa? ¿¿Debo hacer de estúpido cuando me entero por los sirvientes que, cuando estoy de viaje, metes a los mozos de cuadra a tu cuarto?? —gritó desaforado su padre y Edith, detrás del cuarto empezó a temblar, casi castañeteando los dientes de tensión—. ¡¡Todo mientras los niños duermen!!

—¡¡¡Yo no hice nada!!! Tus sirvientes me odian. Rompen mi ropa y roban mis joyas. Inventan historias sobre mi…

—Si —se rio su padre con una risa gélida—. Maldita prostituta, debería haberte devuelto a tu padre, ni debería haberme casado contigo.

—A mí nadie me devuelve a ningún lado porque no soy un objeto —le respondió la Dama Althea—. ¿¿Y todas las mujeres con las que duermes tu qué?? ¿Tú puedes porque eres hombre? ¿Porque eres es Conde Montgomery? Mi señor…

Edith miró a su hermano mayor Michael, futuro Conde Montgomery, que espiaba desde las puertas de su cuarto. Tenía solo once años, pero parecía entender mucho más que ella y sus dos hermanas mayores, Sarah de nueve y Louise de ocho. Edith, de seis años, entendía aún menos, pero el miedo en su sangre si lo sentía y lo comprendía. Con el silencio, algo andaba mal. Miró por la ventana, la luz de la luna se filtraba por el cuarto bañando la cama de las tres niñas, vacías. Había algo en el ambiente que se sentía irreal y sobrenatural. Algo extracorpóreo la envolvió en un halo espectral.

Su hermano Michael no se pudo contener y corrió hacia el gran cuarto de sus padres.

—No… Mike, no vayas —le rogó Sarah, pero el niño no le hizo caso.

Corrió y abrió de un estrepito la puerta.

Por eso su hermano era como era, y es que Edith disfrutaba del dinero igual que él. No lo culpaba, sino que lo entendía.

Lo entendía demasiado.

Por eso, si había algo que Edith sabía muy bien, era que el dinero tenía su precio. Por eso prefería disfrutarlo antes de morir.

Viernes 23 de abril de 1971.

Pulmina, Anatolia.

Edith se despertó abruptamente.

Había tenido esa pesadilla, otra vez.

Se incorporó en el sofá y recordó dónde estaba. Claro, estaba en la fiesta de John Clareford, su compañero de universidad, y al lado de mismísimo John Clareford.

Lo cierto es que había sido una maravillosa noche de música, champagne, comida deliciosa y fiesta. Y el momento en el que había decidido ir a la maravillosa mansión Clareford para estar más cerca de John, había lo mejor.

Si que había disfrutado. Había sido una noche maravillosa, pero la fiesta había llegado a su fin.

Edith miró a John despatarrado en el sofá, tan dormido como los demás asistentes de la fiesta, desperdigados por todo el salón, dormidos donde habían caído. Estaban completamente dormidos y no se despertarían porque ella se fuera, así que se puso en marcha.

Le dolía la cabeza como el demonio, lo comprobó cuando se agachó para recoger sus zapatos del suelo. Su cabeza comenzó a dar vueltas. El wisky había hecho demasiados estragos en su cerebro.

Pero había sido divertido.

Se acomodo mejor su vestido floreado violeta y blanco de gasa y seda, su delicado collar de plata y sus pendientes, regalos de su padre y se calzó los zapatos. Se peinó con los dedos el suave cabello marrón, y se miró en el espejo del gran salón.

Regia y bella, como siempre. Era muy atractiva, lo sabía.

Abrió su bolso y se puso perfume. Ya estaba lista.

Salió del inmenso salón con sus cosas, y caminó por los amplios corredores de madera con muchos cuadros ilustres y bustos de mármol hasta llegar al corredor.

—Al fin llegaste… —dijo Penny que, junto a Mary, la estaban esperando junto a la puerta, listas para escapar. Las tres se habían separado durante la noche desperdigándose por los muchos salones de la mansión. Había sido una fiesta a lo grande.

—¡Lo siento! —dijo Edith apurándose a acercarse a ellas al tiempo que una criada se acercaba para abrir la puerta de madera de dos hojas.

Una vez afuera, Edith pudo respirar el hermoso viento fresco de primavera. Una delicia.

Las tres se apuraron para llegar al hermoso coche Ford rojo de Edith, un coche Ford demasiado nuevo para que los demás transeúntes lo tuvieran. Y es que la familia de DeeDee era rica. De ascendencia puramente pulmense, su padre había logrado heredar el título de XVI Conde Montgomery. Un puesto muy respetable, tan respetable y de cuna alta que su hogar, a diferencia de sus dos amigas, era una mansión: Minnerly Hall.

—¿Alguna se siente en condiciones de manejar? —preguntó Mary.

—Yo no… —dijo Penny.

—Yo si —Edith abrió la puerta del coche y las dejó entrar.

—¿Estás segura?

—Totalmente —les sonrió, a pesar de que la cabeza le daba vueltas.

Ese día era sábado. Y un sábado soleado precioso, antesala deliciosa al verano. Se habían divertido y había sido la antesala perfecta a una noche de sábado llena de diversión sin obligaciones al día siguiente. Porque sí, aún faltaba todo el sábado a la noche y el domingo.

Sin exceptuar la pesadilla, así era un día usual en la vida de Lady Edith Montgomery.

Habían planeado ese día viernes a la noche desde hacía dos semanas. DeeDee solía trabajar en la investigación también los sábados por la mañana con su profesor, el señor Harries. Y le encantaba hacerlo. La única razón por la que ese sábado siguiente no trabajaría era porque Harries tenía que presenciar ese día un seminario en otra ciudad (Belgerann), por lo que la investigación estaría cerrada. Solo de esa manera tendría el sábado libre. Y, por ende, el viernes a la noche libre.

Las tres chicas se dispusieron a regresar del jolgorio al hermoso chalet que compartían las tres en la avenida del Valle Florido. Edith manejaba y Mary prendió la radio.

"Y para comenzar el que será un formidable día de primavera, disfrute mientras se prepara para su día con el nuevo hit del año: Love Grows de Edison Lighthouse"

—¡Oh si!! ¡La amo! —exclamó Mary cuando Edith arrancaba el auto. Mary amaba esa canción, se le había pegado como un mal resfriado y siempre la cantaba en alto. A los gritos.

—Aquí vamos otra vez —exclamó Penny.

Y la música comenzó a sonar.

She ain't got no money

Her clothes are kinda funny

Her hair is kinda wild and free

Oh, but Love grows where my Rosemary goes

And nobody knows like me

—She talks kinda lazy, and people say she she's crazy… —comenzó a cantar, feliz, Mary—. ¡Vamos! ¡Canten!

—Como sea… —se rindió Penny, riendo—. There's something about her hand holding mine, It's a feeling that's fine.

Pronto DeeDee también se rindió y empezó a cantar. A gritos. Era difícil mantener la compostura cerca de esas chicas. Así, las tres fueron cantando por el trayecto cuando, de pronto, algo pasó.

Fue muy rápido. Las tres chicas iban cantando cuando Edith se distrajo por un momento y volanteó. Las tres chicas se pegaron un susto de muerte, y es que casi chocan… por una bolsa de basura que cayó sobre el parabrisas del Ford de Diana, justo cuando la chica doblaba y aceleraba imprudentemente en una esquina. El camión de basura al otro lado de la calle estaba parado esperando que los dos chicos recolectores tiraran dentro todas las bolsas de basura y, cuando Edith justo pasó, al doblar en esa calle, uno de los muchachos parado al otro lado de la calle le tiró una bolsa de basura al parabrisas, bolsa de basura que iba en trayectoria hacia el camión.

—¡Maldición! —gritó Penny.

—¿Qué sucedió? —preguntó Mary— ¿chocamos?

Mientras Edith miraba a todos lados, ya en el auto frenado, centró su vista en el culpable de que casi chocara y, probablemente, muriera.

—Tú…

Parado del otro lado de la calle, había un muchacho muy alto, de cabello oscuro y demasiado largo, para la opinión de Edith. Tenía una ropa de trabajo color verde sucio, desordenada y de apariencia sucia. Se le veía parte del pecho y tenía la cara manchada. La miraba contrariado y algo asustado.

¡Casi la había hecho chocar! Edith estaba furiosa, porque si algo era DeeDee, era fácil de enojar si intentabas matarla.

Se bajó del coche justo cuando Penny la llamó.

—DeeDee no… no bajes…

Se bajó del auto en un suspiro y miró al muchacho, acercándose un poco.

—Disculpa… Casi me hiciste chocar. ¡¿Estás loco?! Lo mínimo que espero es una disculpa.

El muchacho la miró de arriba abajo y frunció el ceño. Su profunda mirada azul oscuro la atravesó, perforándola. Si hubiera estado de buen humor y ese extraño no hubiera hecho peligrar su vida, Edith se hubiera fijado en lo increíblemente atractivo y rebelde que era el muchacho. Tenía una belleza peligrosa como el terciopelo escarlata o una rosa con espinas, lo cual era muy extraño dado que no había nada que pudiera alejarse más de una rosa o de un terciopelo que Jack. Se veía rebelde e incorrecto, atractivo y atrayente de manera misteriosa. Sin embargo, estaba tan enojada que se le pasó por alto. El tipo se revolvió el pelo y le respondió.

—¿Yo? Fui confiado al tirar la basura de un lado a otro, pero el semáforo estaba en rojo. Pasaste en rojo.

Edith soltó una carcajada.

—Por supuesto que no. Pase bien y me tiraste la bolsa al parabrisas. No se siquiera si estas calificado para el trabajo que estás haciendo. Debería decirle a mi padre que hable con la policía y averigüe tus antecedentes laborales. Podrías haber causado un accidente de tráfico.

—Oh bueno, si es por eso deberías decirle a tu, supongo influyente padre, que reprenda a su hija por manejar cantando a los gritos sin prestar atención al semáforo… y encima ebria —dijo Jack, olisqueando el aire delante suyo.

—¿Cómo te atreves? Estaba manejando mientras prestaba atención. No es ilegal manejar escuchando música.

—Pero si sin prestar atención a la vía.

—Si que prestaba atención a la vía.

—No...

—Si —le cortó ella al extraño chico.

—DeeDee… vamos —la llamó Mary— Todos están mirando...

—No… este tipo está mal. Va a causar un accidente —se defendió ella. Se negaba a dejar el problema allí.

—¡¡Vamos, Jack!! Déjala hablar sola —llamo uno de los compañeros al muchacho, desde el camión.

—¿Cómo se atreven?...

—Mira —cortó el asunto Jack—. Siento haber tirado la bolsa sobre tu parabrisas, lo siento, pero tengo que trabajar y no tengo nada de tiempo para discutir con una niña con dinero y caprichos. Sigue escuchando música mientras manejas. Y presta más atención —dijo al tiempo que recogió la bolsa de basura y, de un salto, se subió a la parte trasera del camión recolector, que arrancó.

—¡No! —gritó Edith— Tengo que averiguar tus antecedentes!! ¡¡Vuelve!! ¡¡Quiero saber tu nombre!!

Pero era demasiado tarde, el camión ya se había alejado.

¡DeeDee estaba furiosa, la habían dejado hablando sola!! No estaba acostumbrada a que la gente no le hiciera caso. Nadie la había dejado nunca con las palabras en la boca, hasta ese día. Y eso la enfurecía.

—Cómo se atreve? ¿Quién se cree que es? —dijo Edith, preguntándose a ella misma. Suspiró calmándose.

—Dee vamos… ya está —Penny tiró de su brazo— Es un idiota.

—Si, que no te arruine el día.

Edith miro hacia todos lados y vio que los transeúntes se habían parado y la miraban.

—¿Es la hija del conde de Montgomery...? —escuchó que alguien comenzó a decir y supo que debía irse rápido.

Así de rápido se había estropeado su día.

Con la llegada de un extraño llamado Jack.


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