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—Señora, están aquí... el príncipe está aquí.
Los hombros de Evie se tensaron de inmediato cuando escuchó la voz temblorosa de su doncella. El sudor frío goteaba en su espalda mientras echaba un vistazo nervioso a su madre, que acababa de llegar para ver cómo estaba.
—Madre, yo… —Evie agarró inconscientemente la falda de su madre. No pudo evitarlo. Pensaba que se había preparado lo suficiente en los últimos días, pero parecía que el miedo y la incertidumbre aún amenazaban con destruir su determinación ahora que el momento había llegado.
—Cálmate, querida —dijo su madre mientras le daba a su hija un abrazo tranquilizador, pero la preocupación en sus ojos la delataba—. No te preocupes, puedes hacer esto, querida mía —susurró mientras acariciaba suavemente la espalda de Evie—. No olvides la razón por la que tienes que hacer esto, Evie…
Su madre la besó en la cabeza y aunque ella no parecía agitada, Evie pudo sentir la ansiedad y la angustia dentro de su madre.
Evie tomó un profundo respiro. —Sí, madre —respondió, mientras mostraba una sonrisa forzada hacia su madre—. Puedo hacerlo.
—Buena chica... —Los brazos de su madre la rodearon de nuevo en un último abrazo y, después de un segundo, su madre asintió a su doncella.
—Voy a saludar a los invitados ahora mientras te preparas —le dijo a Evie y, después de darle a su hija una última sonrisa alentadora, la madre de Evie finalmente salió de la habitación.
Evie cerró los ojos y su doncella se acercó de inmediato a ella. Hizo todo lo posible para calmar su acelerado corazón, hablando consigo misma en su interior y diciéndose que estaría bien, que todo estaría bien. Estaba tan enfocada en fortalecer su determinación que se sobresaltó un poco cuando la doncella finalmente habló.
—Te ves impresionante, señora. —Los ojos de Evie se dirigieron hacia el espejo y estudió su reflejo. Su cabello estaba tan bellamente arreglado; su rostro maquillado lo suficiente para resaltar sus rasgos naturales, inocentes y de doncella.
Evie se miró en silencio. Al fin había llegado el día de su boda. Solía fantasear con este día cuando era más joven, soñando despierta con lo mágico y maravilloso que sería casarse con el hombre de sus sueños. Se veía a sí misma sonriendo con tanta felicidad y emoción, mientras caminaba por el pasillo hacia su novio soñado.
Pero ninguna de estas fantasías iba a suceder. En lugar de emoción y deleite, su corazón estaba lleno de temor e inquietud. Bueno, nadie podía culparla porque, al igual que la mayoría de las damas en la más alta jerarquía de poder, Evie no podía elegir con quién casarse. Había pensado erróneamente y estúpidamente que estaba a salvo de todas estas cosas porque no era una princesa. Sin embargo, era la hija de la familia noble más poderosa de todo el Imperio. Al final, no pudo escapar de este destino. De hecho, no podía creer que lo tenía peor que cualquier otra persona que conocía, probablemente incluso peor que las princesas de cualquier Imperio existente. Al menos esas princesas se casaban con emperadores y generales militares de alto rango de sus imperios humanos vecinos.
Sí, ella también estaba a punto de casarse con un príncipe, pero... a diferencia de esas princesas, su futuro esposo no era humano... era un vampiro. Y los vampiros eran su enemigo, los enemigos mortales de los humanos.
—Es hora, señora. —La voz de la doncella casi la hace saltar de su asiento de nuevo. Dejó escapar otro largo y profundo suspiro - las damas nobles como ella no expresaban su insatisfacción audiblemente - antes de levantarse con la cabeza en alto y caminar hacia la puerta.
La puerta de la entrada se abrió para ella y avanzó con gracia por el umbral antes de seguir caminando con calma por el pasillo. No podía contar cuántas veces había respirado hondo mientras caminaba hacia esas puertas, puertas que parecían más imponentes a cada paso que daba. Con un último paso, finalmente se detuvo justo delante de las grandes puertas dobles que conducían al salón de bodas.
«Se fuerte, Evie. Por el bien de tu familia y de todo el imperio», se susurró a sí misma una y otra vez. Cuadró sus hombros y levantó la vista de nuevo mientras esperaba que se abrieran las puertas. La luna y las estrellas brillaban intensamente sobre ella.
En sus ensoñaciones, el día de su boda siempre tenía lugar en un hermoso día soleado en el que estaría rodeada de pétalos caídos que bailaban en el viento. ¿Quién hubiera pensado que se iba a casar en medio de la noche y con una criatura de la noche?
El cielo estaba despejado, tranquilo y apacible. Las estrellas parpadeaban, pero incluso la calma del cielo no podía aliviar la agitación que hervía dentro de ella. Su pulso se aceleraba y todo lo que podía hacer era tomar respiraciones profundas, una y otra vez. Sus manos temblaban y le costó toda su fuerza mantenerlas quietas de nuevo.
Su presencia fue anunciada y, por fin, comenzó el cortejo.
El salón al que entró estaba lleno de lujo y era un festín para los ojos, pero en contraste con toda la grandiosidad y belleza que llenaba la habitación, la atmósfera era, como se esperaba, tensa y pesada. Era extremadamente raro que vampiros y humanos estuvieran presentes bajo un mismo techo. Hubo ocasiones, por supuesto, en las que las dos razas se encontraron bajo el mismo techo, pero la diferencia esta vez era que no tenían la intención de matarse unos a otros. Debido a esta boda, los vampiros y los humanos acordaron un alto el fuego, el primero en la historia.
A medida que caminaba hacia el altar, sus dedos largos y estilizados se apretaron fuertemente contra su vestido —una acción que pasó desapercibida para los invitados, ya que sus manos estaban ocultas por los pliegues voluminosos de su vestido—, pero los ojos de Evie se mantuvieron fijos en el suelo. Su rostro aún miraba hacia adelante, pero sus ojos estaban enfocados en ese punto único, siempre a 5 pies de distancia frente a ella en el suelo. No podía relajarse. Se sentía como si estuviera caminando por un estrecho y delgado tramo de carretera entre ejércitos de vampiros y humanos en el campo de batalla justo antes de que chocaran y se mataran entre sí. Sobre todo, se sentía como un pequeño e inocente cordero caminando voluntariamente hacia la casa del carnicero para ser sacrificado, a pesar de que se le había prometido que su futuro esposo y los vampiros nunca la lastimarían.
La tensión era tan espesa en el aire que todo lo que quería hacer era darse la vuelta y huir, pero no lo hizo. No pudo.
Evie no podía escuchar nada más que el fuerte latido de su propio corazón. Ni siquiera pudo levantar la vista para echar un vistazo a su futuro esposo porque estaba aterrorizada. Todos sus encuentros con vampiros la aterrorizaron hasta el fondo. Es cierto que no había visto muchos de ellos, pero hace cinco años, se había encontrado con un vampiro capturado. El vampiro había enseñado sus afilados dientes con desprecio y furia hacia sus captores, y sus ojos brillaban de un rojo sangre en contraste con su piel excesivamente pálida. La apariencia de este vampiro había horrorizado a Evie. Lo mismo ocurrió con los vampiros que atacaron su carruaje hace un año.
Tenía miedo de todos los vampiros. Todos los humanos temían a los vampiros. Los vampiros eran los monstruos villanos que las madres siempre usaban para asustar a sus hijos. Y aquí estaba ella, a punto de casarse con uno de ellos.
Perdida en sus propios temores, Evie no se dio cuenta de que había llegado al altar y fue devuelta al presente de golpe cuando apareció una mano en su campo de visión. Casi tropezó del susto. Mirando la mano, Evie tragó saliva. Sabía que esta era la mano del príncipe vampiro con el que iba a casarse.
Lentamente, levantó la vista, dirigiendo su mirada desde su mano, hasta su codo, pasando por su abdomen antes de detenerse en su pecho. Respiró silenciosamente antes de continuar hacia arriba, deteniéndose finalmente en su rostro.
Y en el momento en que sus ojos se encontraron... el corazón de Evie se detuvo momentáneamente.